lunes, 5 de diciembre de 2016

El Mesón que contiene la vida






                                            Pensar que en esta vida las cosas de ella han de durar siempre en un estado, es pensar en lo escusado, antes parece que ella anda todo en redondo..., y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua. Sola la vida humana corre a su fin ligera más que el tiempo...


                                                       Miguel de Cervantes  (Don Quijote)



                                        Actúa de la manera en que te gustaría ser y pronto serás de la manera en la que actúas.

                                       El amor no tiene cura pero es la única cura para todos los males.


                                                             Leonard Cohen





                                         Mucho tiempo atrás, encontré un tesoro casi escondido de sorprendente riqueza en un espacio envuelto en aura marina con sabor a cálido hogar, silencioso, profundo, donde el olvido era imposible y la luz se tamizaba contra las tinieblas del tiempo. En el lugar se respiraba pureza y parecía prometer deleites misteriosos para los sentidos y las emociones... Desde entonces, mis regresos transcurren por aposentos, salitas, habitáculos y pasillos entre objetos desconocidos o que despiertan recuerdos que la memoria acerca definitivamente cuando recrea ambientes domésticos, laborales, intelectuales y festivos, como si buscaran complicidades en la observación de su identidad: ahí, la supervivencia; más allá, los oficios que indultaron los años; cerca, una almazara, un calvario, un mostrador de antigua taberna (del Perchel procede), o la barquita ("Victoria", se llama)..., y si quizá, entonces, rodeo el patio central con su pozo hechicero alrededor del que todo se aferra, casi tropiezo con una fire pump de Torre del Mar, o con esos sinuosos aperos de labranza, artesanías de esparto, caza, apicultura, queso y pasas, y si como en el juego del escondite, cruzo, subo o bajo, entonces surgen de repente un humero, detalles taurinos, carnavalescos, y carteles festivos que anuncian "veladas de luz eléctrica", "fantoches, globos y cucañas" o "batallas marítimas de serpentinas"... Pero si el atajo me conduce a algún recinto donde alargo la captura del instante, el sueño se apodera de un pasado floreciente y me percibo escribiendo en el elegante despacho de Arturo Reyes (¿Cartucherita o La Goletera?), o tocando el piano con ropajes de rico adorno en el gabinete contiguo, tan íntimo, tal vez alternando la música con el encaje de bolillo, mientras espero a que se vayan quién sabe qué incómodas visitas para las que el tresillo ya se ha adaptado a posturas "envaradas", y paso al dormitorio en el que nacerían niños en un sillón de partos que nunca imaginé, para adormecerse luego a la lumbre del brasero o al vaivén de la cuna de madera, y más adelante, entretenerse con sus casitas de muñecas y otros juguetes...






                 Estoy en una antigua hospedería o posada del siglo XVII: el Mesón de la Victoria, un edificio con encanto típico de la arquitectura popular. Hoy es el Museo de Artes y Costumbres Populares de Málaga. La memoria, caprichosa, ha ordenado -o mejor, desordenado- el contenido, colocándolo a mi aire según lo admiro en cada ocasión. Pero la reconstrucción de las diversas actividades de la vida cotidiana malagueña desde el siglo XVIII hasta el XX es tan perfecta y completa que, sin duda, no puede haber mejor referente para conocer Málaga, su provincia y sus gentes que este Museo, donde los fondos se hermanan con el contexto con tanta exactitud y los objetos exhibidos con su entorno arquitectónico, que el visitante se siente como en casa. Para una exhibición etnográfica de esta índole, se cedieron inicialmente unas dependencias de la Sociedad Económica de Amigos del País, y en 1971 se compró el Mesón, entonces abandonado y ruinoso, que se restauró y acondicionó para su conversión en un museo de arte y vida, y como vehículo de exposición de las investigaciones del patrimonio antropológico de esta tierra andaluza. Así se inauguró en 1976: la historia local, la cultura y el medio ambiente concreto, cotidiano y más elemental del hombre unido a lo más intelectualizado como el folclore, por ejemplo, se convirtieron en material científico investigable donde el objeto identifica una circunstancia singular, para convertirlo en exponente de modo de vida, evocador, incidiendo en una valoración estética basada en la relación forma o utilidad, y función: los objetos no tienen tiempo ni medida, sólo huella...


                    Con este criterio, se seleccionaron y ordenaron una muestra de piezas dispersas y en peligro de desaparición, que resumen la esencia de Málaga como provincia y ciudad a través de una representación de toda su variedad. El Mesón de la Victoria se construyó sobre un solar ocupado por otra hospedería en el siglo XV, que pasó por donación de los herederos del propietario, Miguel de Araso -repostero de camas de los Reyes Católicos-, al convento de la Victoria. Los frailes Mínimos la ampliaron con una bodega que atesoró más de mil arrobas de vasijas, y edificaron una vivienda superior. Una obra posterior destruyó prácticamente las construcciones realizadas, concibiéndose para uso de mesón tal como ha llegado hasta ahora. La transformación en Museo la realizará el arquitecto malagueño Enrique Atencia, con el patrocinio de Unicaja y contenido privado. Sobre una planta cuadrangular que se prolonga en forma de trapecio hacia el fondo de las caballerizas, las dependencias se distribuyen en torno a un patio interior con galerías baja y alta sobre columnas donde desembocan las cubiertas de teja morisca, rasgo característico del pueblo malagueño, según J. Moreno Villa, perviviendo también el carácter italianizante y la influencia de los fundaq islámicos, como ha estudiado J. Temboury. Su reconversión hasta el siglo XX en casa de vecinos nos habla de su adaptabilidad a usos domésticos, lo que nos transmite esos sorbos de vida con sus ritos que invitan a la meditación...






                    El Museo propone distintos recorridos para su visita según el relato que nos inspiren las piezas conservadas. Una panorámica general resulta insuficiente, en mi opinión, ya que sólo nos aportaría una primera aproximación. Según nuestros intereses concretos, podrían aconsejarse al menos cuatro itinerarios generales, o girar la visita sala por sala (ocupan los dos pisos), o bien disfrutarlo en libertad donde el asombro nos lleve... Yo tengo la suerte de haberlo admirado desde todas estas perspectivas, y de seguir haciéndolo, ventaja que me aporta residir en su atractivo entorno. Un recorrido ambiental ofrece la percepción de aspectos domésticos y laborales de las clases populares malagueñas, planteando la comparación entre los mundos rural y urbano a través de las diferencias de las estancias de habitaciones representadas (burgués: gabinetes, despachos, salones, otras salas...; popular: cocina, comedor, dormitorio rural, etc.), o las matizaciones existentes entre los trabajos respectivos (urbano: imprenta, litografía, bordados, carpintería, cerámica, forja, obradores...; rural: viticultura, pesca, ganadería, transporte, oleicultura, enología, apicultura...). El recorrido donde se materialice un oficio específico supondría otra opción, la de identificarlos con las piezas correspondientes de corte artesano como es el caso de la carpintería, apreciada en el mobiliario, o en objetos de madera útiles para otras actividades y oficios como el de sillero: muestras curiosas serían el "banco-arcón" o el "sillón de lira", una de las joyas más interesantes que se conservan en el museo. La cestería se representa en trabajos realizados con fibras vegetales como el esparto, palma, pita, enea, vareta de olivo..., que aparecen en cerones, aguaderas, capachas y cabezales, cinchas y bozales para animales de carga. De ahí, la alpargatería, con ejemplos como las denominadas agovías para la pisa de uva. Muchas de estas piezas se encuentran en desuso por el proceso de industrialización, aunque también en algún caso se ha producido el fenómeno de la reconversión o aún continúan vigentes -como las que intervienen en una matanza, aunque hayan cambiado los materiales a veces pero se sigan los mismos ritos y se utilicen las mismas formas (como las trébedes para soportar los calderos de cocer las morcillas, la mesa tocinera, etc.)-, y así se mantiene el "piporro búcaro", o sea, el botijo.


                       Lo lúdico, en sus vertientes festiva y folclórica, constituye uno de los medios de expresión popular más completo, conservándose aún en toda su pureza las más genuinas representaciones: verdiales, quema de los "júas" en la noche de San Juan, pastorales navideñas, maragatas de Comares o correderas en Villanueva del Rosario. Todo ello podría implicar un nuevo recorrido: la artesanía complementa a la fiesta mediante las indumentarias, instrumentos musicales, la escenificación de los bailes por medio de las figuras de barro, como la panda de verdiales de Carmen Pastora, o de los boleros y zorongos del siglo XIX de los escultores Gutiérrez de León o los Cubero, la tauromaquia y los carteles de festejos o de Semana Santa. Allí conocí más por extenso, a través de sus objetos, la exótica historia de la bailarina de cuplés Anita Delgado, que llegó a ser Princesa de Kapurthala al casarse con un maharajá hindú, como si fuera la protagonista de una novela más que de una realidad, pero ignoraba que fuera malagueña. La Málaga histórica presenta sus señas de identidad en los momentos más brillantes de su trayectoria, y podríamos señalar este como el recorrido más genuino: la época romana, en la que alcanzó el título de municipio ( Lex Flavia Malacitana), con gran actividad comercial consecuencia de la calidad de sus productos agrícolas, marítimos y de salazón (el garum); el periodo islámico, especializándose en productos como los higos, pasas, almendras y el aceite, o suntuarios (loza dorada, sedas, plata) y el siglo XX, de industrialización y progreso con una supuesta modernidad que facilitó el desarrollo de la burguesía. Expresiones de personalidad única a la que contribuyeron siempre su clima y el mar, sin olvidar la vocación comercial de los fenicios.







                       En el siglo XIX, Málaga era denominada "la ciudad de las mil tabernas y una sola librería", en frívola y tópica alusión a la ausencia de vida cultural que no parece tal si observamos por el museo tantos datos que inciden en aspectos intelectuales, lo mismo que ocurre con su condición marinera que, en alguna ocasión, no presenta un papel dignificador, como ocurre con la figura del charrán, hombre de mal vivir de las playas malagueñas, como lo definió Teófilo Gautier y poetizó Leoncio Talavera con su cuadro "El cenachero". El mundo agrícola se centraba en el cultivo de la uva, generadora de riqueza económica y étnica (como vendimiadores llegaron muchos extranjeros durante el siglo XVIII), que también potencia esa imagen placentera asociada a los vinos y enlazada a la constante comercialización de pasas e higos, pero con un cuidado refinamiento en sus embalajes que ratifican la conciencia de competitividad mercantil, cuyo peso se hace notar en la burguesía industrial y es la razón por la que el mundo burgués tiene una presencia tan destacada que confiere una personalidad distinta a este Museo en relación a otros del mismo tipo. La atracción sobre la ciudad influyó en el auge del turismo y sus consecuencias: el souvenir o recuerdo, con las figuras de los barros representando personajes populares, tipificados en versiones de bandoleros, manolas y manolos, gitanos, bailaores, caballistas..., algunos utilizados como tapones de botellas, volviéndose a unir vino y tipismo como condensación ejemplificadora y ambivalente de lo extrapolable de la provincia: claves perfiladoras del pueblo a través de sus actividades cotidianas, algunas en desuso pero no perdidas gracias a su presencia en este Museo.





                                                                                     Museo del Vino


                         Efectivamente, Málaga es tierra de vinos desde tiempo inmemorial. Existen vestigios del cultivo de la vid y elaboración de vinos desde el siglo VIII a.C., con el paso del tiempo mundialmente conocidos. Su ubicación geográfica y clima hacen inmejorables las condiciones para el cultivo de la vid y la producción de diferentes tipologías de vinos de calidad. Actualmente, más de mil hectáreas de viñedo se dedican a esta actividad, repartidas entre los municipios que conforman las cinco zonas de producción vitivinícola: Axarquía, Montes de Málaga, Norte, Serranía de Ronda y Manilva, mientras que las Pasas de Málaga amparan 1.300 hectáreas de viñedo. No extraña, por tanto, que se le haya dedicado al vino un museo, el que "descubre mil sensaciones", ubicado en el antiguo Palacio de Biedmas, del siglo XVIII, no muy lejos del antaño Mesón de la Victoria: es el Museo del Vino de Málaga que expone más de 400 litografías (etiquetas y carteles de fines del XIX y principios del XX), botellas y piezas singulares (cartelas, piedras litográficas, estuches de pasas y material promocional de las bodegas malagueñas de esas épocas). El Museo explica la historia del vino desde los fenicios a la actualidad, su geografía con amplia descripción de las zonas de producción, y cualquier cuestión referida a la viña (la planta, variedades y prácticas de cultivo en injerto, poda y asoleo), el conocimiento de la obtención del mosto, y las crianzas y tipos de vinos con denominación "Málaga" y "Sierras de Málaga", así como la de "Pasas de Málaga". El etiquetado es tan variado que representa tanto a personajes históricos como a todo tipo de referencias al arte y la liturgia o muestra al vino como la panacea universal siendo útil hasta para los enfermos. Los Reyes Católicos otorgaron la primera cédula que amparaba como "Señores de las Viñas" a sus propietarios. El vino es un placer que se siente, por lo que allí percibimos aromas de lo más variopinto: jazmín, canela, lavanda, avellana, vainilla, hiedra... Este espacio moderno y luminoso impacta desde su entrada y completa magníficamente al MAP.




                                     
                                                                               Museo de Artes Populares


                            Si preferimos pasear y observar con detalle los recorridos a los que ya me he referido, nos detendremos en cada una de sus salas, donde se profundiza en el conocimiento de la relación del hombre con su entorno y circunstancia y en la contemplación de enseres y ámbitos. La cuadra ocupa un amplio espacio de tres naves separadas por pilares rectangulares bajo arcos de medio punto, con un suelo empedrado que informa sobre el tránsito de caballería sobre esta zona y por ello se han situado los elementos relacionados con todo tipo de comunicaciones terrestres: carruajes, carros, monturas, abrevaderos..., y las piezas artesanas de la manufactura correspondiente. Lo escarpado del terreno en zonas rurales hacía inviable las labores agrícolas mecanizadas, manteniéndose el uso del animal incluso para el transporte, aunque también se exhibe una singular berlina como carruaje de viajeros. Haciendo referencia a los obradores artesanos se han reconstruido una fragua y una tahona. La fragua reproduce una herrería, con todo aquello que podría generar, siendo especialmente significativos los denominados calabozos o rozones, especie de cuchillo de hoja curva para cortar caña de azúcar. Pero merecen una lectura especial las rejas, barandillas de balcones y cancelas, recabadas de derribos de viviendas del Perchel, ejemplos de forja y ornamentación de la arquitectura doméstica local de los siglos XVIII y XIX, posteriormente producto industrial sinónimo del progreso de la zona gracias a las industrias metalúrgicas, de Heredia principalmente, que queda testimoniado, a nivel decorativo, en los herrajes de las casas de la reconvertida ciudad decimonónica. La tahona, de Álora, aparece con todo lo que requería la elaboración del pan, incluido el molino de harina.


                     Se rinde homenaje a los hombres de la mar y al arte de la pesca en una preciosa sala, la primera a la derecha tras entrar al edificio, dominada por un sardinal, barca de pesca semejante a la jábega, reproducida en maquetas colgadas de las paredes. Enseres de pesca -como el torno de varar- escenifican la típica acción de sacar de la mar las barcas tras la pesca. La nota romántica la aporta el mascarón de proa de aire modernista. Al salir de esta sala aparece un espacio inferior que se abre a la calle Camas, entrada principal del mesón (ahora con una salida trasera ajardinada, con fuente y granados...), y hoy zona intermedia que separa la ya comentada y otra, doméstica o casa propiamente dicha, una vivienda "tipo" en la que se han seleccionado dos unidades diferentes: la de labranza y la burguesa, que por una parte, nos acercan a lo cotidiano y popular y por otra, a la representación de la realidad concreta del lugar acomodado, o sea, lo rural y lo urbano, ocupando, en el primer caso, la planta inferior y en el segundo, la superior. Aprovechando el hogar de la primitiva posada, se ha montado una cocina propia de la arquitectura popular con un amplio humero y los utensilios propios de las labores de este ámbito.


                   La sala contigua representa el comedor de una casa de labranza de cierto nivel socioeconómico. Lo habitual en las zonas rurales de la provincia es el cortijo de pequeño tamaño donde hogar y sala coinciden en una misma estancia, a veces sirviendo también de dormitorio, ya que las cámaras del piso se dedicaban a almacén. En zonas más potentes económicamente se da otro tipo de viviendas de mayor nivel social y otra especialización en los usos de los espacios. El comedor del Museo correspondería a esta tipología, pese a su sencillez. Resultan incontables las piezas expuestas, muchas relacionadas con la matanza, actividad todavía en uso. La mayoría del mobiliario y del ajuar que presentan las áreas domésticas provienen de la zona de Campillos, lugar de origen de Baltasar Peña, promotor, junto a Enrique García Herrera, de este Museo y uno de sus más destacados benefactores, que donó de las propiedades de su familia gran parte del material que se muestra. Si la mar fue la primera seña de identidad de Málaga, el vino ha sido la segunda. La industrialización tuvo como motor impulsor la fabricación en hierro de las flejes de las botas para la exportación del vino. La sala del lagar, bodega y taberna constituyen perfectos tratados de la viticultura y enología malagueñas. Objetos interesantes son la prensa del lagar, procedente de Sedella, del siglo XVIII, las botas para contener el vino y el torniquete de barrilero. Un pianillo adorna el lugar mientras una fotografía ilustra a un músico callejero tocándolo. Otro se los sectores económicos importantes de la provincia es la industria del aceite, representada por una impresionante almazara con su empiedro, una prensa donde se exprime la masa resultante de la molturación previa y un depósito de hierro fundido, todo recuperado de un molino de la presa el Limonero, junto a otros utensilios que ambientan el espacio.






                    Al salir de esta sala, atravesando el patio, inmortalizado en la obra de José Denis Belgrano "Después de la corrida" del Museo de Bellas Artes, se accede a la primera planta, dedicada al medio burgués. Unas vitrinas exhiben vestidos y trajes, indumentarias infantiles, carnés de bailes, sombrillas de seda... Típico de la época, la separación entre los ámbitos privados y públicos era estricta: los primeros los constituían dormitorios, salas de costura, cocina, aseos y habitaciones del servicio, espacios del dominio femenino, y los segundos, salones, gabinetes, comedores y despachos eran la zona de exhibición. En este apartado se incluiría el despacho de Arturo Reyes.Y en relación con la labor del escritor, aparece flamante su modo de impresión y expresión: la imprenta. El ambiente cultural de Málaga en el siglo XIX se fomentó a través de las innumerables publicaciones periódicas, así como la importante producción gráfica con excelentes artistas de renombre nacional. A todo ello dedica el Museo un espacio que a mí me fascina especialmente, representado por el material procedente de la imprenta Sur-Dardo, fundada por Manuel Altolaguirre y Emilio Prados -de ahí el Modernismo de las imágenes de las piedras-, y de Gráficas Alcalá, con un importante taller de litografía, especializado en carteles de toros y lechos de cajas de pasas. Enlazando el gabinete y el dormitorio, de intimismo delicado, con su medio de desenvolvimiento, la sala de las labores agrícolas contiene diferentes aperos de labranza dedicados especialmente al secano (bielgos o rastrillos de gran tamaño, el arado romano, azadones, hoces, yugos para mulos o bueyes...). Y como complemento, objetos de artesanía como queseras, mieleras, cajas de pasas forradas de rasos de colores, dibujos y litografías de caprichosas formas con sus moldes de madera o "guarritos" para envasar... La industria del higo ha sido otra de las tradiciones del lugar. Los higos de Rayya (nombre árabe de la circunscripción de Málaga en el periodo altomedieval), se exportaban hasta Oriente Medio por su calidad y por ser considerados los mejores del mundo. Se presentan  a través de prensas de ceretes (canastillas de palma en forma de disco) y ceretes llenos de higos secos.


                  Uno de los productos estrella de la Málaga musulmana fue la cerámica de loza dorada o de reflejo metálico, de gran cotización. Anteriormente, los abundantes alfares romanos señalan la tradición alfarera del lugar, que decayó durante la Edad Moderna aunque sin llegar a perderse sino más bien reconvertirse hacia lo más estrictamente artesanal y popular. Durante el siglo XIX tuvo un gran impulso con las piezas procedentes de Cuevas de San Marcos, Coín o Colonia de Santa Inés, caracterizadas por la combinación del melado y el verde, manteniéndose escasamente el azulón típico de Málaga. Aquí vemos recipientes de uso doméstico o como complemento de la arquitectura con los canalones y gárgolas, auténticas maravillas. Las fiestas  y el folclore se muestran en prendas de encaje y bordado, en la indumentaria taurina, en ejemplares de la Pastorá, la fiesta de candelas, y en los barros, con una panda de verdiales en barro policromado cuyas figuras congelan los pasos de baile más significativos. En la sala más amplia del Museo, unas vitrinas recogen cerámicas que mezclan lo popular y lo culto, con temas religiosos y festivos, en los tan famosos Barros Malagueños, que, por su calidad, son la colección más importante del Museo. Se compraron al coleccionista inglés Peter Winckworth, y conforman la mejor representación del Romanticismo artístico en la ciudad. Los antecedentes se encuentran en Nápoles, en el siglo XVIII en las figuras para belenes. En Málaga comienzan a elaborarse con la misma temática religiosa, aunque el gusto goyesco hizo recaer el interés en los tipos populares. Tuvieron un gran éxito por su autenticidad y estar realizados por escultores de sólida formación, obteniendo una gran demanda sobre todo por extranjeros que buscaban la España de pandereta, perfectamente representada en los bandoleros, toreros, bailaoras... La colección del Museo recoge temas de tauromaquia, bailes y tipos populares, belenes y temas religiosos. Precisamente, la sala dedicada a la religiosidad popular es de un misticismo subyugante; en ella me detengo indefinidamente en innumerables ocasiones, contemplando esos belenes o calvarios de pequeñitas figuras metidas en urnas de cristal, imágenes de rezo para la intimidad de la alcoba, vidrios devocionales, exvotos de ingenua narrativa, las figuras en hueso, esa inigualable talla de madera policromada de San Rafael..., que potencian la relación romántica del hombre con lo trascendente.







                          Otro de los atractivos de este tipo de museos radica en la conservación de una riqueza léxica que incide en la importancia del patrimonio cultural, en este caso, lingüístico, de la lengua española y de localismos. Quedan los diccionarios, sí, pero una lengua debe permanecer lo más viva posible en el habla individual y si el objeto pervive, su denominación subsiste. Lo mismo ocurre en el plano de la investigación, que no desaparece mientras se fomenta el estudio de tanto como queda por saber. En este museo, un departamento conserva amplia documentación en el archivo dedicado a Narciso Díaz de Escovar, periodista, polígrafo, cronista e intelectual miembro de la Academia de Historia, Bellas Artes de San Fernando y Buenas Letras de Sevilla. Y aumentan los expertos cuyas colaboraciones en la exploración y el conocimiento del Museo, tanto por lo que se refiere al edificio como al contenido, son imprescindibles para una más amplia comprensión de lo que se ve. Sus aportaciones me han resultado valiosísimas para la elaboración de este artículo y para entender las reflexiones histórico-antropológicas que suscitan una forma de vivir que mantiene su esencia en el tiempo y quizá alcance la eternidad..., esa que parece transmitir el Mediterráneo, tan próximo, según se sale del antiguo Mesón, a la izquierda...



                                                                            "Smile"  (con Charles Chaplin)


     

               









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