viernes, 15 de noviembre de 2019

PITCAIRN








                               y avanza con decisión hacia la otra orilla de sus días, donde la espera el silencio inmortal.



                                                                                                            LUIS LANDERO, Lluvia fina





                                                                           Tengo miedo a perder la maravilla
                                                                           de tus ojos de estatua y el acento
                                                                           que de noche me pone en la mejilla
                                                                           la solitaria rosa de aliento...

                                                                      ...  no me dejes perder lo que he ganado
                                                                           y decora las aguas de tu río
                                                                           con hojas de mi otoño enajenado.



                                                                  F. GARCÍA LORCA (del "Soneto de la dulce queja")




             
                                       Más allá de la isla de Pascua, en mitad del Pacífico y cerca de Tahití, he podido encontrar el país más diminuto, el menos poblado del mundo, una tierra con olor a paraíso, en la que se entra como si fuera el pasadizo de un sueño: el que conduce a la única verdad. Pitcairn ha significado para mí en los últimos meses una colección de caricias, con ese halo místico de intensos placeres sin los que la vida no tendría sentido, una especie de licor que sin dejar resaca define la permanencia. Un puñado de islotes en el que el más habitado no llega a sesenta habitantes ni a cinco kilómetros cuadrados de superficie en plena Polinesia de Oceanía, han decorado definitivamente el encuentro más esperado. En Adamstown, la capital, perviven las señales de su pertenencia a territorio británico y por tanto, lo que define a este país (no soberano) como la única colonia que Gran Bretaña conserva en el Océano Pacífico, unas aguas que hacen magnífico honor a su nombre. Pitcairn constituye una extensión geológica del archipiélago Tuamoto de la Polinesia francesa, y ahora ya no es tan complicado visitar esta zona como cuando fue descubierta, porque numerosas embarcaciones, si el tiempo lo permite, acercan a algún curioso a la isla, impaciente por descubrir en esta parte remota del mundo lo que podría estar cercano a su desaparición (no en vano algunas especies endémicas de su original flora y fauna están en vías de extinción), a la vez que contribuyen al desarrollo económico de un lugar increíblemente romántico, tanto como su origen.










                           A principios del siglo XVIII todavía se desconocía gran parte del océano Pacífico, y franceses e ingleses rivalizaron en su descubrimiento. El inglés James Cook comienza en 1765 a navegar por la zona austral y a anexionar nuevas tierras para su país. Pero fue con Jorge III, en 1789, cuando el famoso barco Bounty -de tantas referencias literarias y cinematográficas que ya conocemos-, bajo el mando de William Bligh, fue enviado a las islas pacíficas para traer a Europa el árbol del pan. ¿Cómo definir el sabor, el olor, el color y la textura del "frutipán" o árbol de mazapán? ¿A qué asemejar su pulpa? ¿Cerezas, miel...? Sólo puedo ratificar la expresión con la que los nativos lo describen, un auténtico pan de Dios. Y en ese recorrido hacia lo ignoto y maravilloso, ocurrió algo frecuente en la época: algunos miembros de la tripulación, encabezada por el segundo de a bordo, Fletcher Christian, se amotinaron. Cerca de las islas Tonga, Bligh y sus seguidores fueron abandonados en una pequeña lancha, mientras que Bounty tomaba rumbo a Tahití, donde permaneció algún tiempo. Las relaciones entre los tahitianos y los amotinados se deterioraron rápidamente, por lo que decidieron ir en busca de una isla deshabitada y aislada del mundo conocido, llevándose consigo a varias mujeres tahitianas. Recorrieron las islas Cook, Tonga y Fiji para refugiarse, hasta que llegaron en 1790 a una isla desierta, Pitcairn, bautizada con ese nombre por ser el del marinero (un joven de 15 años) el que la vio por primera vez.









                            Los amotinados creyeron que eran los primeros en habitar la isla, pero existen restos arqueológicos de una antigua civilización polinésica. Tahitianas y amotinados tuvieron una gran descendencia, origen de la actual población, gente como su pan, dulce. En Bounty habían transportado todo lo necesario y más útil para la supervivencia, como animales, herramientas o plantas y terminaron por quemar la embarcación para cortar todo contacto con el mundo exterior. Christian fue respetado y considerado como el jefe y en 1800 sólo vivía uno de los amotinados, John Adams, con ocho mujeres tahitianas y un numeroso grupo de niños. En realidad, él puede ser considerado como el verdadero fundador de la comunidad isleña. Ocho años más tarde, un ballenero norteamericano, el "Topaz", descubrió la isla y en 1814 llegó el primer buque británico, pero la primera visita oficial, la que traía el perdón real para Adams, la realizó el capitán Beechey en 1825. La comunidad empezó a tener contacto con el exterior y la población creció rápidamente. Desde entonces, los habitantes de Pitcairn se consideraron miembros del Imperio británico, aunque los ingleses sólo proclamaron sus derechos sobre la isla en 1887. A partir de 1968, la población fue disminuyendo, pues muchos jóvenes comenzaron a emigrar a Nueva Zelanda y la vida se hizo cada vez más precaria, casi de subsistencia, a pesar de contar con la ayuda inglesa.









                        La intrahistoria de Pitcairn tiene mucho interés y suele ser desconocida. Y ocurre que, a pesar de su lógica endogamia, las mujeres consiguieron su derecho al voto en época muy temprana, en 1938, siendo uno de los primeros territorios en conceder ese privilegio como la democracia más pequeña del mundo. Pero a veces los espacios mágicos también poseen rincones oscuros: en 2004, varios hombres fueron acusados de abusos sexuales a menores, entre ellos el alcalde-gobernador. Me cuentan que durante muchos años se toleró la promiscuidad (¿qué puede ocurrir en un lugar aislado, casi perdido en medio de aguas sin fin y con tan pocos habitantes y un reducido ámbito educativo y cultural?), algo aceptado de alguna manera por todos los adultos que la entendían como costumbre, pero seis de los siete acusados fueron condenados a penas de prisión de hasta seis años, para lo que hubo que construir una cárcel que no existía. La sentencia suscitó una gran polémica entre los habitantes de la isla, especialmente entre las mujeres. Debemos tener en cuenta que allí son todos parientes en mayor o menor grado, así que el ambiente se tensionó enormemente...¡en cinco kilómetros a la redonda! La prisión se convirtió en hotel.







                     

                        Cuando se busca el espíritu de un lugar, no sólo se puede hallar el regalo de la felicidad o la pura razón de amor, probablemente se encuentre también la fascinación de una novelesca historia, el privilegio de una geografía con un cielo tachonado de estrellas fugaces, la certidumbre de un tierno incendio, una bucólica situación o una intimidad de olas que abona el mimo, pero también, sobre todo, el mayor valor: la banda sonora de una vida. Pitcairn, soy, sin resistencia, tu cautiva.









                                         (Para ese hombre suave, que tanto sabe de amor, de Aragón y de escribir)











                                                                       Donde pongo la vida pongo el fuego



                                                     



                                    

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