martes, 29 de diciembre de 2020

CARMEN

 

 

                                                                                     Todos los mares de la Tierra son igual que tú...


                                                                                     El amor es el dolor de una ausencia


                                                                                    Mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura 

                                                                                                    (San Juan de la Cruz)




                                                                                                          Sit tibi terra levis

 

 

 

 

 

 

                                   Carmen, aunque hace unos días habías empeorado -quizá no por tu patología sino porque nos echabas de menos-, no esperábamos lo repentino de tu fallecimiento. A veces, las personas mayores sois seres que sólo aportáis vida a los que hemos conocido vuestras virtudes.

 

                   Yo recuerdo que tú querías mucho a tus sobrinos, al perrico "Benito" que tenías cuando eras pequeña, y a tu marido, con el que ejercitabas la paciencia, como él contigo, ¡cómo no hacerlo después de más de setenta años juntos!



            





                    Recuerdo tu envidiable energía y lo que te gustaban la música, las jotas que te cantaba Nacho y sobre todo, bailar: tus hijos no hemos heredado por desgracia esa habilidad tuya, ni yo pude comprender nunca cómo conseguías cocinar como no he conocido en ninguna parte del mundo. Por no hablar de tu belleza. Y de tantos sacrificios sin cesar.

 

                   Carmen nació accidentalmente en Biota, a unos 12 kilómetros de Sádaba, porque su madre se encontraba por casualidad en esa población realizando sus faenas laborales habituales, pero a los quince días ya figura bautizada en la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora de Sádaba, diócesis de Jaca. Fue la pequeña de ocho hermanos (y de alguno más que se perdió por el camino), los tres mayores habían nacido de la primera mujer de su padre y el nuevo matrimonio junto a esos tres niños se trasladaron desde tierras sorianas buscando un mundo nuevo.

 

                  Un mundo imponente por sus extensos cultivos de cereal que abarcan la famosa comarca de Las Cinco Villas (Tauste, Ejea de los Caballeros, Uncastillo, Sos del Rey Católico y Sádaba), por la riqueza de sus monumentos artísticos y arquitectónicos y por unos enclaves paisajísticos absolutamente idílicos.

 

                  Biota es un municipio por descubrir. Con un urbanismo medieval de irregular entramado de calles que todavía podemos contemplar, ideado por Sancho Ramírez de Aragón en el siglo IX, posteriormente fue ampliándose con palacios y edificios nobles, como el de los Condes de Aranda. La iglesia, románica, se erige sobre un anterior monasterio benedictino a semejanza de San Juan de la Peña. En su Museo se conserva un magnífico cuadro de Vicente Berdusán. El 15 de mayo se celebran solemnes fiestas en honor de la Virgen del Rosario (y por eso, yo me llamo así) y cerca, se practican deportes acuáticos y actividades al aire libre, próximo el prepirineo aragonés.

 

                 Sádaba (la antigua Sobabriga) sufrió tres asedios por las tropas del archiduque Carlos en la guerra de Sucesión, mostrando permanente lealtad a Felipe V y un heroico comportamiento de sus habitantes, merecedores de los privilegios que les concedió. Hoy es muy visitada por su cercanía al yacimiento arqueológico de Los Bañales, por su sinagoga "El altar de los Moros", por el majestuoso castillo del siglo XIII y, sobre todo, por la iglesia de estilo gótico levantino que luce una preciosa portada y original torre campanario. En su interior, todos los apasionados de la mar admiramos la imagen del Cristo Marinero, cuya devoción arranca del siglo XVI, cuando Tiburcio Xinto, hijo de Sádaba, lo encontró flotando sobre las aguas del mar, dentro de una caja de cristal. Me ha resultado curiosa la anécdota de que la abuela de la reina Fabiola de Bélgica residió en un noble edificio de la localidad.

 

               En 1915, se inauguró el tramo del Ferrocarril de vía estrecha Sádaba-Gallur. Los ocho hermanos vivíamos felices en plena naturaleza, en una casilla solitaria, sin agua ni luz -carburero y balsa-, al borde de la vía del tren, camino a Sádaba. Entonces nevaba muchísimo y los inviernos parecían eternos, pero nunca fallamos a las clases de la escuela aunque tuviéramos que caminar con la nieve hasta las rodillas durante horas. Padre, capataz de la brigada de obras y conservación de la vía, y madre, encargada del paso a nivel con cadenas en el cruce, consiguieron que el tren parara allí mismo, sólo para nosotros, y nos recogiera, primero, para asistir a la escuela y no pasar tanto frío, y luego, para aprender a coser y bordar, y los chicos mayores, para ir a trabajar. Después de la jubilación de padres, un hermano permaneció con sus tres hijas en la casilla hasta la desaparición del ferrocarril en 1970. Allí pasé una guerra, allí disfruté del campo y de los animales, allí me abrazaba a Benito cuando bajaba del tren y venía corriendo a buscarme, allí estuvimos todos los hermanos unidos, allí, padre, me enseñó a mejorar mi letra con una caligrafía llena de arte y me enseñó a amar la cultura. Luego, me fui a la ciudad.

 

             Ayer se fue, tomó sus cosas, se despidió y decidió descubrir una forma diferente de vivir. Se durmió, y en sus sueños, la noche le gritó ¿dónde vas?. Zaragoza significaba la emoción de otros espacios y la energía que sabía permanentemente sobreponerse al drama. En ella todo sería posible: desarrollarse, asentar ilusiones y una carrera de fondo. Era el territorio del comercio y la gastronomía, de la música, el cine y los barrios, la ciudad de la aventura, del acogimiento, de la creatividad, de un hipotético trabajo y tal vez, quizá, del amor. Probaría un futuro laboral, intentaría un porvenir, un mañana provechoso. Despertó sin su perro y sin el bullicio de los bailes del pueblo, en medio de una enorme cocina en la que, día a día, fue perfeccionando habilidades culinarias y adquiriendo la sabiduría de guisos de colores, sabores de manjares únicos y aromas de seducción. Y encontró la sublimación de la gastronomía llevada al terreno de la experiencia total: no bastaba con servir comidas ricas, había que mimar la presentación, el entorno, el servicio..., creando una fórmula compleja, compuesta por variados elementos de concepto contemporáneo y virtuoso. Arte de vida en estado puro, porque donde no hay prepotencia, hay grandeza humana.

 

              Y una voz le preguntó, ¿cómo estás?. Y Carmen la escuchó. Y mucho tiempo después, contestó con Araceli, Charo, José Antonio y Cristina. Se quedó acompañando esa voz toda su vida, entregada, y así encontró lo desconocido, diluida en olor a vino, embriagada de promesas, de luchas, de un feliz destino. Ya dijo Ortega y Gasset que la bondad debe prevalecer siempre sobre la inteligencia. Comenzó a viajar hasta lo más recóndito. Surcó mares, montes y cielos. Sobrevoló espacios por muy pocos transitados. Conoció papas, presidentes, poderosos empresarios y gentes de negocios, grandes artistas y personajes de la cultura. Indagaba sobre la verdad de la vida, la certidumbre de las presencias y la realidad de las ausencias y soledades. De Bali a Punta del Este, de las cataratas del Niágara a las del Iguazú, de El Cairo a Isla Mujeres, de Acapulco a Phuket, de la Isla de la Tortuga a las Islas Vírgenes, de Tailandia a Santo Domingo, de Canadá a Escocia, del Viejo Almacén a La Mamounia, de Venezuela a Estambul, de Finlandia a Madeira, de norte a sur y de este a oeste, Carmen observaba el cielo, todos los cielos, y se preguntaba qué habría soñado su padre para ella.

 

             Esa mujer que tú ves ahí, de gran estilo y elegancia, hermana de una miss, amante de las películas y las novelas de amor, devota de San Antonio y de la Virgen del Pilar, a cuya Corte de Honor perteneció, impenitente viajera y asidua tertuliana de El Ateneo de Tobed, se enamoró más todavía de Daniel  cuando bailó con Frank Sinatra en el Hotel Waldorf Astoria de Nueva York, fly me to the moon, let me play among the stars, let me see what spring is like, on Jupiter and Mars..., recordando que un día su paraíso estuvo en una casilla, desde la que sólo veía la luna y las estrellas. 

 

             Carmen se ha ido como se van los grandes. Sin molestar. Celebremos su vida bebiendo estrellas espumosas, y brindemos por ella con un vino eterno.

 

             Tal vez esa rapidez nocturna con la que fallecéis en estos momentos muchas personas buenas, pueda servirnos de cierto consuelo, porque ya has alcanzado lo que yo deseo encontrar pronto.

          

 

 

                                                                                   Yo te propongo...

                                                                                    (A. Manzanero)

                      

                                   



                


                                                                                     Fly me to the moon

                       



 

 

 

 

                                                               Silvia Pérez Cruz           Pequeño Vals Vienés

                                   



 

 

2 comentarios:

  1. Recibe mi más sentido pésame Charo: deseo que mamá haya alcanzado la Gloria Eterna Querida Amiga. Por siempre en nuestro corazón.

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  2. Siempre gracias, amiga, por tu comprensión. Besos mil

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