sábado, 27 de marzo de 2021

DANIEL

 

 

 

                                                       Estar o no estar contigo, esa es la medida de mi tiempo

                                                                                       (J. L. Borges)



                                                                               Añorar el futuro que no existe

                                                                               es aceptar la vida despojada

                                                                               de sus días mejores

                                                                                     (Ángel González)


                     

                                                                                                  Sit tibi terra levis

 

 

 

 

 

 

 

                                     Había nacido en Tobed y tenía una personalidad irreductible. Sólo conocía a su madre, una iglesia imponente, algunas casitas campesinas, una fruta muy rica y unas viñas que se alzaban por las laderas de la sierra de las que brotaba un vino granate recio como la sangre espesa. Tenía un sueño.

 

           En aquel tiempo, la vida para una mujer sola con un hijo pequeño en un entono rural no tenía futuro, así que Araceli emigró a Zaragoza buscando trabajo, dejando el pueblo un poco más vaciado. Su primer bebé, una niña, había muerto nada más nacer como morían tantos y tantos niños entonces, de un virus, y su marido, Daniel, tampoco pudo superar una pulmonía que le impidió conocer a su hijo, próximo a nacer. Pero al niño Daniel se lo diría cuando fuera mayor. Mientras, quedó internado en el centro que las monjas de San Vicente de Paúl tenían en la Casa de Palafox. 

 

           De las cenas en la cadiera al calor de la lumbre acompañado por sus tías y abuelos, el gato con el que dormía y jugaba, el revuelo de gallinas y pájaros a su alrededor y el riachuelo Grío donde pescaba renacuajos y se bañaba si había suerte con el agua, escasa casi siempre, el niño Daniel pasó a encontrarse con un ambiente bélico y sensaciones lóbregas y temerosas. La Casa de Palafox se comunicaba por medio de pasadizos con todos los edificios colindantes, desde la actual calle de San Vicente de Paúl, atravesando el Arco del Deán (entonces Casa Prioral), y siguiendo por la catedral de La Seo y el Palacio Arzobispal, hasta llegar a la Diputación del Reino y de ahí a la Lonja y las casas del Puente. Ante los ruidos extraños, las monjas tapaban puertas y ventanas con colchones y lo que tuvieran, y por los pasadizos, aterrorizadas, huían de las persecuciones obscenas y macabras de unos y otros participantes de una contienda que dejaba ante los ojos atónitos de los niños, una impresión de horror que nunca se borró. ¿Por qué no venía su padre a buscarlo?

 

           Afortunadamente, ese aire irrespirable se suavizaba cuando los domingos asistía a los partidos del incipiente fútbol zaragozano en el campo de la Torre de Bruil, que más adelante tendrían como escenario el campo de Torrero. De esa forma nació su inquebrantable afición por el fútbol por la que, muchos años después, le fue impuesta la insignia de oro del Real Zaragoza, al cumplirse cincuenta años de socio, que seguiría por más tiempo, fiel asistente a La Romareda y apasionado accionista del club cuando hubo la necesidad de salvarlo de una posible desaparición.

 

           Araceli seguía luchando por sobrevivir trabajando duramente en ese afán de compensar a su hijo de tantas inevitables carencias y en el día de su comunión lo vestiría como un pincel, que a su hijo no le faltara de nada, que se sintiera único, especial, guapo y querido. Le compró un exquisito traje y los mejores zapatos, y cuenta que ningún chico pudo llevar zapatos ese día y que su madre lo llevó al mejor estudio fotográfico de la época para inmortalizar el momento con las mejores galas, los dos juntos, como si el niño Daniel fuera ya un mayor, como su padre, como si no existieran restricciones ni ausencias. Pediría la fotografía más grande que pudiera realizarse, que durara toda la vida, y Gustavo Freudenthal, el cónsul alemán que se estableció en Zaragoza como fotógrafo artístico y fotoperiodista, que colaboraba en Heraldo de Aragón y otros diarios, y que fundó su primer estudio en el Coso, junto a la plaza de España, capturó el instante decisivo.

 

 

 


                   

 

                Pero la mejor escuela ante las adversidades de la vida se forja en la soledad. Un día una monja cualquiera le espetó que su madre había muerto. Tenía 42 años. Araceli le había ocultado algún problema de piernas cansadas, de manos cansadas, de poco sueño... La operaron sin un diagnóstico claro y ahí terminó su inflamación de pies y su cansancio generalizado. El adolescente Daniel volvió al pueblo. Buscaba respuestas.


             En Tobed revivió la vida rural de sus primeros años. Se fijaba en los métodos y técnicas que empleaban sus tíos para la elaboración y venta del vino que les permitía vivir. Aprendió un léxico desconocido, unas costumbres y rutinas que formaron su inagotable e infatigable empeño por volar alto, que fortalecieron su valentía y decisión, su humana calidez, su templanza y sabiduría. Fraguó un corazón para la libertad, para la dignidad, para lo grande, para lo hermoso. Para eso tenía al abuelo. Pero tenía un sueño.

 

            Zaragoza también formaba ya parte de su mundo, significaba la emoción de otros espacios y memorias, la  resistencia y energía que sabían permanentemente sobreponerse al drama. En ella todo sería posible: desarrollarse, asentar ilusiones y una carrera de fondo. Era el territorio del comercio y la gastronomía, de la música, el cine y los barrios, la ciudad de la aventura, del acogimiento, de la creatividad permanente, de un hipotético trabajo y tal vez, quizá, del amor. Probaría un futuro laboral, intentaría un porvenir, un mañana provechoso. Y si los tiempos podían ser aún más difíciles, mejor. De momento, se refugiaría en el abrazo certero de la amistad, y empujado por una terquedad casi ciega, fue contratado por la empresa que gestionaba los Tranvías de Zaragoza. Comía en Casa Juanico y dormía en una pensión cercana, y aunque las cuentas le salían rosarios, para empezar, era un empleo seguro.

 

            Los Tranvías en Zaragoza datan de 1885. Entonces eran tirados por caballos, llamados de "tracción de sangre". Se electrificaron en 1902 y coexistieron con los trolebuses hasta desaparecer en los años setenta. Entonces el tráfico de vehículos rodados, asociado a la modernidad y al consumismo de la industria del entretenimiento, suprimió lo que se veía como un estorbo y hoy es el emblema del transporte urbano ecológico. El personal laboral lo conformaban cobradores, revisores y conductores, y todos ellos eran insuficientes para impedir que muchos se colaran, sobre todo, los días de fútbol, subiéndose a la parte trasera de los vagones. A comienzos de los años 40, la penuria económica del primer franquismo contribuyó a que el tranviario fuera el único modo de transporte público sostenible y posible y por ello al desarrollo de construcciones a ambos lados de la Avenida de San José, por donde transcurría la línea número 13, inaugurada en 1945 y que alcanzó su máximo esplendor en los años 50. El joven Daniel ya tenía novia.

 

            Con Carmen llegó a casarse en cinco ocasiones a lo largo de los 70 años de matrimonio en los que les unió un incesante y profundo cariño. Con ella vio por primera vez el mar en Barcelona a donde fueron de viaje de novios, cuentan que desde la habitación de la pensión en la que se hospedaban veían el trajín del puerto y el constante ir y venir de los barcos día y noche. Se casaron vestidos de negro la primera vez porque entonces aún se vivía como de luto, ya vendrían los colores. Apenas tuvieron regalos porque la necesidad obligaba a los familiares, pero el noviazgo estuvo muy animado entre los bailes, las películas, el teatro, los cafés, los paseos por El Parque... Se valoraban las pequeñas cosas, una comida diferente o un cambio de vestido los domingos, y a veces, cuando actuaba alguna compañía de zarzuela o un cantante de ópera mundialmente famoso ofrecía un concierto, algún buen amigo trabajador del teatro hacía la vista gorda, si era posible, dejándolos entrar. Eran tiempos del Gambrinus, La Maravilla, Niké, Café de Levante, el Moderno, el Café Suizo, el Europa, y sobre todo, del Ambos Mundos, el  café más grande de toda Europa, en el que se reunía la intelectualidad y se dice que Ramón Acín prometió a Buñuel financiarle una película si le tocaba la lotería, como así fue. Comenzaban a proliferar las salas de cine que ejercían también la función de teatros, como el Iris o Fleta y el Argensola, entre otros, que coexistían con el Teatro Principal, algunos con estéticas modernistas, y que empezaban a señalar un cierto empuje industrial en la ciudad. Para entonces Daniel se había suscrito a Heraldo de Aragón, suscripción que ya no dejaría e iniciaba una etapa de aprendizaje cultural autodidacta que no abandonó hasta sus casi cien años de vida.

 

             Daniel se había convertido en un hombre moderno. No dejaba de pensar en que ese vigoroso vino de tanto cuerpo que conocía podría ampliar su andadura vital y a la vez contribuir con su expansión a la de su tierra, convirtiéndolo en una importante seña de identidad aragonesa. Comenzó a ofrecerlo en un coqueto y genuino Bar acompañado por unas anchoas y boquerones que preparaba Carmen, que para sí querría Casa Paricio. Vendió unas tierras en el pueblo, heredó lo indispensable para montarlo, y de esa forma, de sol a sol, de lunes a domingo, doce meses al año, los parroquianos se aficionaron a las excelencias de un vino que traían los tíos del pueblo o de alrededor, y cuando venían, ya de paso se quedaban unos días hospedados en la Posada de las Almas. Los chatos de clarete gustaban mucho. Hoy casi nadie se acuerda de él, aunque como todo vuelve, parece que en ciertos ambientes se vuelve a reclamar. ¡Pobre clarete! Servía lo mismo para un roto que para un descosido, no se sabía muy bien de dónde venía pero maridaba perfectamente igual con disquisiciones literarias como políticas. Fue languideciendo hasta desaparecer administrativamente en favor del "rosado", de perfil más fino y educado. Al cura de La Magdalena le encantaba y en las tertulias diarias vespertinas, lo bendecía para que nadie se saliera del tiesto con ciertos comentarios en su presencia. Y el cura sabía mucho de todo esto, porque el Codigo Canónico católico ya prescribe que el vino no puede ser avinagrado porque es señal de corrupción, ni se ha debido de acidificar y si eso ocurre hay que revertirlo a su sabor con bicarbonato sódico o bien sustancias similares. El vino no puede alterarse nunca y si se debilita se permite ponerle alcohol con tal de que sea de uva, o sea, que don Alberto ponía todo en su sitio.

 

             El vino forma parte de la cultura aragonesa desde el siglo VII antes de Cristo. Y hoy es patrimonio de cultura universal. El profesor Guillermo Fatás, citando a Columela, refiere que ya los romanos bebían el vino porque daba calor y alimentaba, más que por placer gastronómico, y era apreciado también por sus virtudes psicotrópicas y medicinales como remedio para males de estómago, de vejiga o para la ciática. Tenía un poder misterioso para el espíritu y por eso los varones no debían beberlo antes de los 30 años y nunca las mujeres. Cuando era bastante improbable un matrimonio por amor, existía un ius osculi que permitía al marido comprobar boca a boca si su esposa lo había catado. Por eso una mujer no podía cuidar la bodega. Y de ese respeto y poder sobre la psique procede el carácter sacro que tiene en el cristianismo. Los romanos rebajaban mucho la gradación alcohólica, añadiendo hasta dos tercios de agua. Los romanos y los zaragozanos, es de suponer... Trataban el vino con ¡agua de mar!, que se recogía en alta mar y, según Catón, setenta días antes de la vendimia, con un mar tranquilo y sin viento. Luego se le añadían saborizantes variados y tan curiosos como la hoja de nardo, el lirio toscano, palma, mirra, canela, azafrán, pez seca, pez líquida y otros. Y para que no se estropease se proponían el yeso, greda, cal, resinas, o rarezas como el huevo de palomo (lo dice Horacio, columbino limum bene colligit ovo). Columela afirma sin reparos:

                   "Si algún bicho como culebra, ratón o topo cayere en el mosto y muriere en él, para que no cause que el vino adquiera mal olor, quema el cuerpo del animal tal y como lo hayas encontrado. Deja enfriar las cenizas y échalas luego que se enfríen a la misma vasija en que cayó. Mezcla todo bien con una pala de madera y habrás remediado el caso".

 

              Pronto pensó Daniel que los chaticos se le quedaban cortos e ideó un comercio, un almacén o tienda donde suministrar y proveer al por mayor no sólo el vino de Tobed sino el del Campo de Cariñena a través de su Cooperativa, así como otras bebidas o productos que le fueran permitidos según los cánones comerciales del momento. En el mismo local de la calle de Cantín y Gamboa surgió BODEGAS DANIEL, y ese espacio se agrandó para abarcar pipas de distintos tamaños, y cubas gigantescas, que se llenaban de miles de litros de vino con los botos rechonchos negros de pez, y con una bomba extractora de los depósitos abastecedores que traían los camiones continuamente. Así, Daniel impulsaba su negocio haciendo progresar un gremio que se fue transformando en pequeña industria vitivinícola con una gran visión de alcance que le permitió nuevos avances posteriores. Nunca nadie amó tanto su oficio con tal compromiso infinito. Que sirvan estas palabras de homenaje y reconocimiento de Zaragoza a quien dejó una profunda huella profesional y es historia viva de la ciudad de los últimos cien años, uno de los mejores aragoneses ilustres.

 

             La limpieza y el cuidado del vino en las cubas era una operación peligrosa. Daniel se introducía totalmente durante varias horas, obligado a respirar oxígeno frecuentemente para no intoxicarse con gases nocivos. Cuando el negocio evolucionó, las cubas pasaron a ocupar el Bodegón del Tío Faustino como algo decorativo y resto de un oficio tradicional que la gente admiraba como si fuera ya una reliquia del pasado. A veces, Daniel cargaba al hombro las garrafas que llevaba andando a los barrios más lejanos de la ciudad recorriendo bastantes kilómetros. Luego, se ayudó de un remolque, hasta que adquirió la primera furgoneta y luego otra, y otra..., los únicos vehículos que se veían circular por esa modesta calle -si descartamos el impresionante Oldsmobile americano de uno de los hermanos Balet que la recorría solemne y lentamente rozando prácticamente las aceras, camino de las oficinas de Saica. Comenzaba a crear puestos de trabajo. Todavía se mantienen algunas bodegas, bares o negocios coetáneos de Bodegas Daniel, algunos reconvertidos o en estos momentos, obligados a cerrar provisional o definitivamente. Por citar algunos, Bodegas Almau, Perdiguer, Bodegas El Pilar, Yáñez, Lozano, Montal, Casa Colás, Casa Agustín, Pascualillo, Buisán...

 

              La Península Ibérica fue uno de los focos universales originarios de la vid, pero el proceso del vino se remonta al quinto milenio antes de Cristo en Anatolia y Oriente Próximo. Han pasado dos mil años, pero el vino que producían los celtíberos de Segeda, donde se ha localizado un lagar que se abandonó en el año 153 antes de Cristo, no sería muy diferente del que se consumía en la zona de Cariñena y Calatayud hace 50 años: una bebida de alta graduación, uva tardía y un toque ahumado. El proceso del vino se basaba en el pisado y la fermentación, cultura que se ha mantenido en Aragón en estos dos mil años, perdurando en pequeñas explotaciones vitivínicolas hasta que se ha industrializado en bodegas y cooperativas. Hoy disponemos en Aragón de un Laboratorio de Análisis del Aroma y Enología, único en el mundo en su especialidad, situado en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza, que desvela los secretos del aroma del vino mediante la técnica que combina la analítica química con la identificación sensorial. Sus descubrimientos han llegado a las bodegas que los aprovechan para mejorar la calidad de sus caldos, lograr mayor valor añadido y conquistar exigentes mercados. Así se puede identificar si hay que trabajar en la viña o en uva, qué abonado realizar, cómo se debe conducir la vinificación o si interesa adelantar la vendimia. La única posibilidad de sobrevivir que tiene la economía del vino aragonesa es apostar por lo específico, porque en precio no se puede competir. Se pretende dignificar la variedad de la D.O. de Cariñena, por ejemplo, que se llama carignane o carignan en el mundo y aqui se la conoce como mazuela. Lo primero que hacía Daniel era oler el vino, reconocer su aroma, empaparse por todo su cuerpo y su espíritu de esa cualidad que definía a cualquier tipo de vino, la peculiaridad más valorada no sólo por el olor, sino por la enorme contribución a su sabor, y por tanto, a los cambiantes gustos de los consumidores. Seguro que si le hubiera sido posible, habría viajado al espacio con los vinos que han pasado un año en la Estación Espacial Internacional, para observar de qué modo les afectaba la ingravidez y la falta de oxígeno y comprobar una mayor suavidad en los taninos y un aroma más relevante y sobresaliente. Volaba alto.


                En algún pequeño descanso del trabajo, Daniel se toma un café en el Windsor, ahí al lado, o en Los Amigos del Arte, donde se entretiene oyendo cantar a Lita Claver, a la madre de Corita Viamonte, Corita López (que funda su academia de artistas en esta Sociedad Cultural), escucha jotas, observa los ensayos de la Polifónica Miguel Fleta, o disfruta del humor de Fernando Esteso o de los bailes de Víctor Ullate. Una parte de esta historia de Zaragoza se guarda en una vitrina con la llave de la ciudad concedida por el alcalde González Triviño. Cuando apenas hay actividad cultural en Zaragoza, Los Amigos del Arte es un lugar de encuentro para los amantes del saber. Los domingos, mientras se afeita y acicala frente al espejo, canta con voz potente arias o romanzas, y se pregunta: ¿Me pareceré a mi padre?, ¿cómo sería?, ¿se dedicaría también al vino como yo?... Discreto seductor, dandi refinado con señorío, se deja corregir el nudo de una colorida corbata por Carmen, al tiempo que retiene en su increíble memoria -siempre dispuesto al humor-, el caudal popular de coplas, refranes, dichos, poesías, cantares, consejas y consejos de la tía Pascualina, que luego enjareta unos detrás de otros para asombro de amigos y familiares. Es hora de planear dónde disfrutar de la comida dominical porque Carmen, sobre todo, necesita desconectar del cuidado de los cuatro hijos, ¿tal vez al Elíseos y de paso escuchamos los solos de saxo de nuestro sobrino Pedro?, ¿o al Aeropuerto para que los chicos disfruten de los vuelos de los aviones?, ¿o quizá al Portal de Monegros donde se concentran los jugadores del Zaragoza antes del partido? Puede que nos acompañe además algún familiar que vive en casa con todos nosotros. Si no juega el Zaragoza en casa podemos ir al campo a pasar el día, si queréis al Moncayo, o al Monasterio de Piedra, o al Galacho de Juslibol...

 

               Pero si el partido es en La Romareda, no me pierdo dos horas de magia -el habano me sabe como nunca. Por ejemplo, la de Carlos Lapetra, para mí el mejor jugador del mundo después de Di Stefano y a lo mejor, Pelé. Es el jugador de más clase que haya visto, tiene el don de la inteligencia, de la imaginación y de la fantasía. Es fino, elegante, luminoso, dirige como nadie y construye desde las alas jugadas de ingeniería pura. No sé por qué no te gusta el fútbol, Carmen, mira lo que dicen los escritores en sus obras sobre este deporte, es "la memoria del alma", según Javier Marías, o "la búsqueda de una felicidad nueva", para Carlos Castán. Y cosas parecidas afirman Delibes, Benedetti, Cela, Javier Tomeo, David Trueba... Yo sé que el Zaragoza ganará las principales Copas nacionales y alguna internacional, sí, una Recopa, por ejemplo. ¿Quieres que te cante las alineaciones del Zaragoza más famosas de todos los tiempos? Ya sabes que la prensa deportiva aragonesa se preguntaba en aquella entrevista que me hicieron acerca de los presidentes del club, y los conflictos históricos que nunca faltan en una entidad deportiva del fuste del Real Zaragoza: ¿Será Daniel el buen samaritano que el Zaragoza necesita?, mientras me fotografiaban "cargando al hombro el garrafón de las buenas intenciones". 

 

                Después de recorrer las principales Bodegas españolas (andaluzas, riojanas, ribereñas, gallegas o catalanas) en una labor de expansión comercial, a la vez que de aprendizaje de las grandes empresas, Daniel comprendió que los tiempos evolucionaban y que procedía dar un nuevo salto hacia la comercialización de otro tipo de productos, bebidas y licores, particularmente los whiskies, un ámbito bastante desconocido hasta ese momento en España a nivel industrial y por tanto, un campo nuevo donde explorar otro itinerario. Y así nació en la misma calle y en el mismo lugar, con ampliaciones aledañas, DANIEL, LA CASA DE LOS WHISKIES, el nuevo negocio visionario con el que alcanzó las más altas cotas en ventas y extensión territorial. Volaba alto, aunque también debió soportar contrariedades en forma de impagos, fraudes, robos, excesivos impuestos o injustas multas, que nunca lo amilanaron. Los premios y reconocimientos nacionales e internacionales asociados a la importación de cantidades ingentes de todo tipo de whiskies no se hicieron esperar. Si González Byass lo había elegido como uno de los líderes de ventas de toda España considerándolo "como un amigo incondicional e importantísimo, para siempre, de esta Firma y de todas las personas que la dirigimos", Carmen recibía en París el Titre d´Hôte d´Honneur du Chateau de Cognac. Este fue el comienzo.


              Se construyó una casa en Tobed. Frente a la bodega excavada en la tierra donde su bisabuelo merendaba al atardecer, en lo alto del pueblo para estar más cerca de las estrellas por las noches, entre rosas, fresas y manantiales, con ese olor a manzana y cerezas que venía del huerto, y ante las impresionantes vistas del majestuoso entorno creado por las sierras de Vicort y Algairén. Tenía un sueño. Buscaba respuestas. La convirtió en un pequeño museo donde poder conservar y a la vez exhibir las colecciones de objetos relacionados con su oficio y, sobre todo, con el whisky, que había ido atesorando en sus visitas a las destilerías más importantes de producción y elaboración, y que enseñaba con orgullo a amigos y visitantes. Réplicas de algunas de esas piezas se han podido admirar hasta hace poco en Casa Pascualillo, uno de los símbolos zaragozanos más representativos de la zona del Tubo. Guillermo, marino mercante que arraigó su vida en Zaragoza por amor, ha cuidado estos recuerdos con tanto mimo como la exposición de fotografías y firmas de personas de prestigio y renombre del mundo de la cultura, que ya forman parte del acervo aragonés en uno de sus lugares más icónicos. Al mismo tiempo, Daniel profundizó en el estudio del proceso de destilación del whisky, observando la fermentación y utilización de los cereales que daban lugar al agua de vida que ya se conocía desde tiempos remotos por pueblos antiguos y lejanos. Y pudo, ahora sí, apoyar económicamente las ilusiones y necesidades profesionales y vitales de quienes se lo requirieron con una capacidad ilimitada de compartir y solidarizarse con los otros envidiable. Ya dijo Ortega y Gasset que la bondad debe prevalecer siempre sobre la inteligencia.


            Comenzó a viajar hasta lo más recóndito. Surcó mares, montes y cielos. Sobrevoló espacios por muy pocos transitados. Conoció papas, presidentes, poderosos empresarios y gentes de negocios, grandes artistas y personajes de la cultura. Indagaba sobre la verdad de la vida, la certidumbre de las presencias y la realidad de las ausencias y soledades. De Bali a Punta del Este, de las cataratas del Niágara a las del Iguazú, de El Cairo a Isla Mujeres, de Acapulco a Phuket, de la Isla de la Tortuga a las Islas Vígenes, de Tailandia a Santo Domingo, de Canadá a Escocia, del Viejo Almacén a La Mamounia, de Venezuela a Estambul, de Finlandia a Madeira, de norte a sur y de este a oeste, Daniel observaba el cielo, todos los cielos, y se preguntaba qué habría soñado su padre para él. Y un día, en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York, el hotel considerado como "la gran experiencia de toda una vida", se encontró con Frank Sinatra, que le cantó:

                                                   Fly me to the Moon

                                                   let me play among the stars

                                                   let me see what spring is like

                                                   on Jupiter and Mars

                                                   You are all I long

                                                   For all I worship and adore

 

              Y entonces comprendió que la respuesta estaba en su propia historia. Que en la aventura de su superación personal había cumplido un proyecto de vida, con voluntad, esfuerzo y entusiasmo. Que por allí, en Júpiter, Marte o la Luna jugaría entre las estrellas en primavera, y que por allí se perdería hasta hallar lo que anhelaba y amaba desde que nació en un pueblo en el que aprendió a soñar con volar alto.

              

            Daniel se ha ido como se van los grandes. Sin molestar. Sólo doblegó su vitalidad inextinguible una guerra que no era su guerra. Tampoco pudo soportar otro dolor y otra soledad, la ausencia definitiva de Carmen desde hacía seis meses. Ha sido su último viaje sin retorno, en silencio. A los que lo conocimos nos enseñó el arte de saber vivir. Celebremos su vida bebiendo estrellas espumosas, y brindemos por él con un vino eterno.

     

 

 

                                                                             Gardel       Por una cabeza

                      



 

 

 

 

 

 

                                                                    Una mattina.    (Ludovico Einaudi)

    



           

 

             

 

              


              

         

      

       

 

       

            

 

           

           

          

         

          

          

            

       

           

       

 

 

5 comentarios:

  1. Querida Amiga Charo: además de enviarte mi más profundo pésame por el último viaje de tu papá, Daniel. Deseo enviarle allá donde se encuentre... Mi más profunda Admiración por su brillante trayectoria de vida. Un ejemplo supremo su paso por la existencia. Era un ser especial. Besos y Versos. Hoy para Él.

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  2. Así es, Pilar. Fue único. Nunca presumió de sus logros, nunca tuvo envidia de nadie, nunca se vanaglorió ni fue un hombre fatuo ni pedante. Se quería y lo quisimos. Como tú dices, un ejemplo a seguir que hoy día no se encuentra. Le llegarán tus besos y tus versos, las dos cosas le gustaban, sobre todo si eran verdaderos. Siempre rehuyó la mentira, la falsedad, el engaño y la presunción.
    Gracias en su nombre y en el de toda la familia.
    Mil besos

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  3. Querida Charo, Soy Manolo Vila Doval, llevo tiempo buscando la forma de ponerme en contacto contigo para enviarte una foto de un recuerdo y no he encontrado ninguna otra manera de hacerlo si no es a través de este comentario en tu blog. Mi email es: manuelviladoval@gmail.com. Te agradecería que me enviaras un email y así poder contactar. Un abrazo.

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  4. Me encaanaría que siguieras con tu maravilloso Blog Charo. Nos ha cambiado tanto la vida. Besos y Versos para tí hoy.

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    1. Muchas gracias, Pilar , es todo un honor que me hagas ese comentario , espero que haya sido para bien y para añadir más felicidad a tu vida.
      Más besos y versos también para ti

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