sábado, 27 de marzo de 2021

DANIEL

 

 

 

                                                       Estar o no estar contigo, esa es la medida de mi tiempo

                                                                                       (J. L. Borges)



                                                                               Añorar el futuro que no existe

                                                                               es aceptar la vida despojada

                                                                               de sus días mejores

                                                                                     (Ángel González)


                     

                                                                                                  Sit tibi terra levis

 

 

 

 

 

 

 

                                     Había nacido en Tobed y tenía una personalidad irreductible. Sólo conocía a su madre, una iglesia imponente, algunas casitas campesinas, una fruta muy rica y unas viñas que se alzaban por las laderas de la sierra de las que brotaba un vino granate recio como la sangre espesa. Tenía un sueño.

 

           En aquel tiempo, la vida para una mujer sola con un hijo pequeño en un entono rural no tenía futuro, así que Araceli emigró a Zaragoza buscando trabajo, dejando el pueblo un poco más vaciado. Su primer bebé, una niña, había muerto nada más nacer como morían tantos y tantos niños entonces, de un virus, y su marido, Daniel, tampoco pudo superar una pulmonía que le impidió conocer a su hijo, próximo a nacer. Pero al niño Daniel se lo diría cuando fuera mayor. Mientras, quedó internado en el centro que las monjas de San Vicente de Paúl tenían en la Casa de Palafox. 

 

           De las cenas en la cadiera al calor de la lumbre acompañado por sus tías y abuelos, el gato con el que dormía y jugaba, el revuelo de gallinas y pájaros a su alrededor y el riachuelo Grío donde pescaba renacuajos y se bañaba si había suerte con el agua, escasa casi siempre, el niño Daniel pasó a encontrarse con un ambiente bélico y sensaciones lóbregas y temerosas. La Casa de Palafox se comunicaba por medio de pasadizos con todos los edificios colindantes, desde la actual calle de San Vicente de Paúl, atravesando el Arco del Deán (entonces Casa Prioral), y siguiendo por la catedral de La Seo y el Palacio Arzobispal, hasta llegar a la Diputación del Reino y de ahí a la Lonja y las casas del Puente. Ante los ruidos extraños, las monjas tapaban puertas y ventanas con colchones y lo que tuvieran, y por los pasadizos, aterrorizadas, huían de las persecuciones obscenas y macabras de unos y otros participantes de una contienda que dejaba ante los ojos atónitos de los niños, una impresión de horror que nunca se borró. ¿Por qué no venía su padre a buscarlo?

 

           Afortunadamente, ese aire irrespirable se suavizaba cuando los domingos asistía a los partidos del incipiente fútbol zaragozano en el campo de la Torre de Bruil, que más adelante tendrían como escenario el campo de Torrero. De esa forma nació su inquebrantable afición por el fútbol por la que, muchos años después, le fue impuesta la insignia de oro del Real Zaragoza, al cumplirse cincuenta años de socio, que seguiría por más tiempo, fiel asistente a La Romareda y apasionado accionista del club cuando hubo la necesidad de salvarlo de una posible desaparición.

 

           Araceli seguía luchando por sobrevivir trabajando duramente en ese afán de compensar a su hijo de tantas inevitables carencias y en el día de su comunión lo vestiría como un pincel, que a su hijo no le faltara de nada, que se sintiera único, especial, guapo y querido. Le compró un exquisito traje y los mejores zapatos, y cuenta que ningún chico pudo llevar zapatos ese día y que su madre lo llevó al mejor estudio fotográfico de la época para inmortalizar el momento con las mejores galas, los dos juntos, como si el niño Daniel fuera ya un mayor, como su padre, como si no existieran restricciones ni ausencias. Pediría la fotografía más grande que pudiera realizarse, que durara toda la vida, y Gustavo Freudenthal, el cónsul alemán que se estableció en Zaragoza como fotógrafo artístico y fotoperiodista, que colaboraba en Heraldo de Aragón y otros diarios, y que fundó su primer estudio en el Coso, junto a la plaza de España, capturó el instante decisivo.

 

 

 


                   

 

                Pero la mejor escuela ante las adversidades de la vida se forja en la soledad. Un día una monja cualquiera le espetó que su madre había muerto. Tenía 42 años. Araceli le había ocultado algún problema de piernas cansadas, de manos cansadas, de poco sueño... La operaron sin un diagnóstico claro y ahí terminó su inflamación de pies y su cansancio generalizado. El adolescente Daniel volvió al pueblo. Buscaba respuestas.


             En Tobed revivió la vida rural de sus primeros años. Se fijaba en los métodos y técnicas que empleaban sus tíos para la elaboración y venta del vino que les permitía vivir. Aprendió un léxico desconocido, unas costumbres y rutinas que formaron su inagotable e infatigable empeño por volar alto, que fortalecieron su valentía y decisión, su humana calidez, su templanza y sabiduría. Fraguó un corazón para la libertad, para la dignidad, para lo grande, para lo hermoso. Para eso tenía al abuelo. Pero tenía un sueño.

 

            Zaragoza también formaba ya parte de su mundo, significaba la emoción de otros espacios y memorias, la  resistencia y energía que sabían permanentemente sobreponerse al drama. En ella todo sería posible: desarrollarse, asentar ilusiones y una carrera de fondo. Era el territorio del comercio y la gastronomía, de la música, el cine y los barrios, la ciudad de la aventura, del acogimiento, de la creatividad permanente, de un hipotético trabajo y tal vez, quizá, del amor. Probaría un futuro laboral, intentaría un porvenir, un mañana provechoso. Y si los tiempos podían ser aún más difíciles, mejor. De momento, se refugiaría en el abrazo certero de la amistad, y empujado por una terquedad casi ciega, fue contratado por la empresa que gestionaba los Tranvías de Zaragoza. Comía en Casa Juanico y dormía en una pensión cercana, y aunque las cuentas le salían rosarios, para empezar, era un empleo seguro.

 

            Los Tranvías en Zaragoza datan de 1885. Entonces eran tirados por caballos, llamados de "tracción de sangre". Se electrificaron en 1902 y coexistieron con los trolebuses hasta desaparecer en los años setenta. Entonces el tráfico de vehículos rodados, asociado a la modernidad y al consumismo de la industria del entretenimiento, suprimió lo que se veía como un estorbo y hoy es el emblema del transporte urbano ecológico. El personal laboral lo conformaban cobradores, revisores y conductores, y todos ellos eran insuficientes para impedir que muchos se colaran, sobre todo, los días de fútbol, subiéndose a la parte trasera de los vagones. A comienzos de los años 40, la penuria económica del primer franquismo contribuyó a que el tranviario fuera el único modo de transporte público sostenible y posible y por ello al desarrollo de construcciones a ambos lados de la Avenida de San José, por donde transcurría la línea número 13, inaugurada en 1945 y que alcanzó su máximo esplendor en los años 50. El joven Daniel ya tenía novia.

 

            Con Carmen llegó a casarse en cinco ocasiones a lo largo de los 70 años de matrimonio en los que les unió un incesante y profundo cariño. Con ella vio por primera vez el mar en Barcelona a donde fueron de viaje de novios, cuentan que desde la habitación de la pensión en la que se hospedaban veían el trajín del puerto y el constante ir y venir de los barcos día y noche. Se casaron vestidos de negro la primera vez porque entonces aún se vivía como de luto, ya vendrían los colores. Apenas tuvieron regalos porque la necesidad obligaba a los familiares, pero el noviazgo estuvo muy animado entre los bailes, las películas, el teatro, los cafés, los paseos por El Parque... Se valoraban las pequeñas cosas, una comida diferente o un cambio de vestido los domingos, y a veces, cuando actuaba alguna compañía de zarzuela o un cantante de ópera mundialmente famoso ofrecía un concierto, algún buen amigo trabajador del teatro hacía la vista gorda, si era posible, dejándolos entrar. Eran tiempos del Gambrinus, La Maravilla, Niké, Café de Levante, el Moderno, el Café Suizo, el Europa, y sobre todo, del Ambos Mundos, el  café más grande de toda Europa, en el que se reunía la intelectualidad y se dice que Ramón Acín prometió a Buñuel financiarle una película si le tocaba la lotería, como así fue. Comenzaban a proliferar las salas de cine que ejercían también la función de teatros, como el Iris o Fleta y el Argensola, entre otros, que coexistían con el Teatro Principal, algunos con estéticas modernistas, y que empezaban a señalar un cierto empuje industrial en la ciudad. Para entonces Daniel se había suscrito a Heraldo de Aragón, suscripción que ya no dejaría e iniciaba una etapa de aprendizaje cultural autodidacta que no abandonó hasta sus casi cien años de vida.

 

             Daniel se había convertido en un hombre moderno. No dejaba de pensar en que ese vigoroso vino de tanto cuerpo que conocía podría ampliar su andadura vital y a la vez contribuir con su expansión a la de su tierra, convirtiéndolo en una importante seña de identidad aragonesa. Comenzó a ofrecerlo en un coqueto y genuino Bar acompañado por unas anchoas y boquerones que preparaba Carmen, que para sí querría Casa Paricio. Vendió unas tierras en el pueblo, heredó lo indispensable para montarlo, y de esa forma, de sol a sol, de lunes a domingo, doce meses al año, los parroquianos se aficionaron a las excelencias de un vino que traían los tíos del pueblo o de alrededor, y cuando venían, ya de paso se quedaban unos días hospedados en la Posada de las Almas. Los chatos de clarete gustaban mucho. Hoy casi nadie se acuerda de él, aunque como todo vuelve, parece que en ciertos ambientes se vuelve a reclamar. ¡Pobre clarete! Servía lo mismo para un roto que para un descosido, no se sabía muy bien de dónde venía pero maridaba perfectamente igual con disquisiciones literarias como políticas. Fue languideciendo hasta desaparecer administrativamente en favor del "rosado", de perfil más fino y educado. Al cura de La Magdalena le encantaba y en las tertulias diarias vespertinas, lo bendecía para que nadie se saliera del tiesto con ciertos comentarios en su presencia. Y el cura sabía mucho de todo esto, porque el Codigo Canónico católico ya prescribe que el vino no puede ser avinagrado porque es señal de corrupción, ni se ha debido de acidificar y si eso ocurre hay que revertirlo a su sabor con bicarbonato sódico o bien sustancias similares. El vino no puede alterarse nunca y si se debilita se permite ponerle alcohol con tal de que sea de uva, o sea, que don Alberto ponía todo en su sitio.

 

             El vino forma parte de la cultura aragonesa desde el siglo VII antes de Cristo. Y hoy es patrimonio de cultura universal. El profesor Guillermo Fatás, citando a Columela, refiere que ya los romanos bebían el vino porque daba calor y alimentaba, más que por placer gastronómico, y era apreciado también por sus virtudes psicotrópicas y medicinales como remedio para males de estómago, de vejiga o para la ciática. Tenía un poder misterioso para el espíritu y por eso los varones no debían beberlo antes de los 30 años y nunca las mujeres. Cuando era bastante improbable un matrimonio por amor, existía un ius osculi que permitía al marido comprobar boca a boca si su esposa lo había catado. Por eso una mujer no podía cuidar la bodega. Y de ese respeto y poder sobre la psique procede el carácter sacro que tiene en el cristianismo. Los romanos rebajaban mucho la gradación alcohólica, añadiendo hasta dos tercios de agua. Los romanos y los zaragozanos, es de suponer... Trataban el vino con ¡agua de mar!, que se recogía en alta mar y, según Catón, setenta días antes de la vendimia, con un mar tranquilo y sin viento. Luego se le añadían saborizantes variados y tan curiosos como la hoja de nardo, el lirio toscano, palma, mirra, canela, azafrán, pez seca, pez líquida y otros. Y para que no se estropease se proponían el yeso, greda, cal, resinas, o rarezas como el huevo de palomo (lo dice Horacio, columbino limum bene colligit ovo). Columela afirma sin reparos:

                   "Si algún bicho como culebra, ratón o topo cayere en el mosto y muriere en él, para que no cause que el vino adquiera mal olor, quema el cuerpo del animal tal y como lo hayas encontrado. Deja enfriar las cenizas y échalas luego que se enfríen a la misma vasija en que cayó. Mezcla todo bien con una pala de madera y habrás remediado el caso".

 

              Pronto pensó Daniel que los chaticos se le quedaban cortos e ideó un comercio, un almacén o tienda donde suministrar y proveer al por mayor no sólo el vino de Tobed sino el del Campo de Cariñena a través de su Cooperativa, así como otras bebidas o productos que le fueran permitidos según los cánones comerciales del momento. En el mismo local de la calle de Cantín y Gamboa surgió BODEGAS DANIEL, y ese espacio se agrandó para abarcar pipas de distintos tamaños, y cubas gigantescas, que se llenaban de miles de litros de vino con los botos rechonchos negros de pez, y con una bomba extractora de los depósitos abastecedores que traían los camiones continuamente. Así, Daniel impulsaba su negocio haciendo progresar un gremio que se fue transformando en pequeña industria vitivinícola con una gran visión de alcance que le permitió nuevos avances posteriores. Nunca nadie amó tanto su oficio con tal compromiso infinito. Que sirvan estas palabras de homenaje y reconocimiento de Zaragoza a quien dejó una profunda huella profesional y es historia viva de la ciudad de los últimos cien años, uno de los mejores aragoneses ilustres.

 

             La limpieza y el cuidado del vino en las cubas era una operación peligrosa. Daniel se introducía totalmente durante varias horas, obligado a respirar oxígeno frecuentemente para no intoxicarse con gases nocivos. Cuando el negocio evolucionó, las cubas pasaron a ocupar el Bodegón del Tío Faustino como algo decorativo y resto de un oficio tradicional que la gente admiraba como si fuera ya una reliquia del pasado. A veces, Daniel cargaba al hombro las garrafas que llevaba andando a los barrios más lejanos de la ciudad recorriendo bastantes kilómetros. Luego, se ayudó de un remolque, hasta que adquirió la primera furgoneta y luego otra, y otra..., los únicos vehículos que se veían circular por esa modesta calle -si descartamos el impresionante Oldsmobile americano de uno de los hermanos Balet que la recorría solemne y lentamente rozando prácticamente las aceras, camino de las oficinas de Saica. Comenzaba a crear puestos de trabajo. Todavía se mantienen algunas bodegas, bares o negocios coetáneos de Bodegas Daniel, algunos reconvertidos o en estos momentos, obligados a cerrar provisional o definitivamente. Por citar algunos, Bodegas Almau, Perdiguer, Bodegas El Pilar, Yáñez, Lozano, Montal, Casa Colás, Casa Agustín, Pascualillo, Buisán...

 

              La Península Ibérica fue uno de los focos universales originarios de la vid, pero el proceso del vino se remonta al quinto milenio antes de Cristo en Anatolia y Oriente Próximo. Han pasado dos mil años, pero el vino que producían los celtíberos de Segeda, donde se ha localizado un lagar que se abandonó en el año 153 antes de Cristo, no sería muy diferente del que se consumía en la zona de Cariñena y Calatayud hace 50 años: una bebida de alta graduación, uva tardía y un toque ahumado. El proceso del vino se basaba en el pisado y la fermentación, cultura que se ha mantenido en Aragón en estos dos mil años, perdurando en pequeñas explotaciones vitivínicolas hasta que se ha industrializado en bodegas y cooperativas. Hoy disponemos en Aragón de un Laboratorio de Análisis del Aroma y Enología, único en el mundo en su especialidad, situado en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza, que desvela los secretos del aroma del vino mediante la técnica que combina la analítica química con la identificación sensorial. Sus descubrimientos han llegado a las bodegas que los aprovechan para mejorar la calidad de sus caldos, lograr mayor valor añadido y conquistar exigentes mercados. Así se puede identificar si hay que trabajar en la viña o en uva, qué abonado realizar, cómo se debe conducir la vinificación o si interesa adelantar la vendimia. La única posibilidad de sobrevivir que tiene la economía del vino aragonesa es apostar por lo específico, porque en precio no se puede competir. Se pretende dignificar la variedad de la D.O. de Cariñena, por ejemplo, que se llama carignane o carignan en el mundo y aqui se la conoce como mazuela. Lo primero que hacía Daniel era oler el vino, reconocer su aroma, empaparse por todo su cuerpo y su espíritu de esa cualidad que definía a cualquier tipo de vino, la peculiaridad más valorada no sólo por el olor, sino por la enorme contribución a su sabor, y por tanto, a los cambiantes gustos de los consumidores. Seguro que si le hubiera sido posible, habría viajado al espacio con los vinos que han pasado un año en la Estación Espacial Internacional, para observar de qué modo les afectaba la ingravidez y la falta de oxígeno y comprobar una mayor suavidad en los taninos y un aroma más relevante y sobresaliente. Volaba alto.


                En algún pequeño descanso del trabajo, Daniel se toma un café en el Windsor, ahí al lado, o en Los Amigos del Arte, donde se entretiene oyendo cantar a Lita Claver, a la madre de Corita Viamonte, Corita López (que funda su academia de artistas en esta Sociedad Cultural), escucha jotas, observa los ensayos de la Polifónica Miguel Fleta, o disfruta del humor de Fernando Esteso o de los bailes de Víctor Ullate. Una parte de esta historia de Zaragoza se guarda en una vitrina con la llave de la ciudad concedida por el alcalde González Triviño. Cuando apenas hay actividad cultural en Zaragoza, Los Amigos del Arte es un lugar de encuentro para los amantes del saber. Los domingos, mientras se afeita y acicala frente al espejo, canta con voz potente arias o romanzas, y se pregunta: ¿Me pareceré a mi padre?, ¿cómo sería?, ¿se dedicaría también al vino como yo?... Discreto seductor, dandi refinado con señorío, se deja corregir el nudo de una colorida corbata por Carmen, al tiempo que retiene en su increíble memoria -siempre dispuesto al humor-, el caudal popular de coplas, refranes, dichos, poesías, cantares, consejas y consejos de la tía Pascualina, que luego enjareta unos detrás de otros para asombro de amigos y familiares. Es hora de planear dónde disfrutar de la comida dominical porque Carmen, sobre todo, necesita desconectar del cuidado de los cuatro hijos, ¿tal vez al Elíseos y de paso escuchamos los solos de saxo de nuestro sobrino Pedro?, ¿o al Aeropuerto para que los chicos disfruten de los vuelos de los aviones?, ¿o quizá al Portal de Monegros donde se concentran los jugadores del Zaragoza antes del partido? Puede que nos acompañe además algún familiar que vive en casa con todos nosotros. Si no juega el Zaragoza en casa podemos ir al campo a pasar el día, si queréis al Moncayo, o al Monasterio de Piedra, o al Galacho de Juslibol...

 

               Pero si el partido es en La Romareda, no me pierdo dos horas de magia -el habano me sabe como nunca. Por ejemplo, la de Carlos Lapetra, para mí el mejor jugador del mundo después de Di Stefano y a lo mejor, Pelé. Es el jugador de más clase que haya visto, tiene el don de la inteligencia, de la imaginación y de la fantasía. Es fino, elegante, luminoso, dirige como nadie y construye desde las alas jugadas de ingeniería pura. No sé por qué no te gusta el fútbol, Carmen, mira lo que dicen los escritores en sus obras sobre este deporte, es "la memoria del alma", según Javier Marías, o "la búsqueda de una felicidad nueva", para Carlos Castán. Y cosas parecidas afirman Delibes, Benedetti, Cela, Javier Tomeo, David Trueba... Yo sé que el Zaragoza ganará las principales Copas nacionales y alguna internacional, sí, una Recopa, por ejemplo. ¿Quieres que te cante las alineaciones del Zaragoza más famosas de todos los tiempos? Ya sabes que la prensa deportiva aragonesa se preguntaba en aquella entrevista que me hicieron acerca de los presidentes del club, y los conflictos históricos que nunca faltan en una entidad deportiva del fuste del Real Zaragoza: ¿Será Daniel el buen samaritano que el Zaragoza necesita?, mientras me fotografiaban "cargando al hombro el garrafón de las buenas intenciones". 

 

                Después de recorrer las principales Bodegas españolas (andaluzas, riojanas, ribereñas, gallegas o catalanas) en una labor de expansión comercial, a la vez que de aprendizaje de las grandes empresas, Daniel comprendió que los tiempos evolucionaban y que procedía dar un nuevo salto hacia la comercialización de otro tipo de productos, bebidas y licores, particularmente los whiskies, un ámbito bastante desconocido hasta ese momento en España a nivel industrial y por tanto, un campo nuevo donde explorar otro itinerario. Y así nació en la misma calle y en el mismo lugar, con ampliaciones aledañas, DANIEL, LA CASA DE LOS WHISKIES, el nuevo negocio visionario con el que alcanzó las más altas cotas en ventas y extensión territorial. Volaba alto, aunque también debió soportar contrariedades en forma de impagos, fraudes, robos, excesivos impuestos o injustas multas, que nunca lo amilanaron. Los premios y reconocimientos nacionales e internacionales asociados a la importación de cantidades ingentes de todo tipo de whiskies no se hicieron esperar. Si González Byass lo había elegido como uno de los líderes de ventas de toda España considerándolo "como un amigo incondicional e importantísimo, para siempre, de esta Firma y de todas las personas que la dirigimos", Carmen recibía en París el Titre d´Hôte d´Honneur du Chateau de Cognac. Este fue el comienzo.


              Se construyó una casa en Tobed. Frente a la bodega excavada en la tierra donde su bisabuelo merendaba al atardecer, en lo alto del pueblo para estar más cerca de las estrellas por las noches, entre rosas, fresas y manantiales, con ese olor a manzana y cerezas que venía del huerto, y ante las impresionantes vistas del majestuoso entorno creado por las sierras de Vicort y Algairén. Tenía un sueño. Buscaba respuestas. La convirtió en un pequeño museo donde poder conservar y a la vez exhibir las colecciones de objetos relacionados con su oficio y, sobre todo, con el whisky, que había ido atesorando en sus visitas a las destilerías más importantes de producción y elaboración, y que enseñaba con orgullo a amigos y visitantes. Réplicas de algunas de esas piezas se han podido admirar hasta hace poco en Casa Pascualillo, uno de los símbolos zaragozanos más representativos de la zona del Tubo. Guillermo, marino mercante que arraigó su vida en Zaragoza por amor, ha cuidado estos recuerdos con tanto mimo como la exposición de fotografías y firmas de personas de prestigio y renombre del mundo de la cultura, que ya forman parte del acervo aragonés en uno de sus lugares más icónicos. Al mismo tiempo, Daniel profundizó en el estudio del proceso de destilación del whisky, observando la fermentación y utilización de los cereales que daban lugar al agua de vida que ya se conocía desde tiempos remotos por pueblos antiguos y lejanos. Y pudo, ahora sí, apoyar económicamente las ilusiones y necesidades profesionales y vitales de quienes se lo requirieron con una capacidad ilimitada de compartir y solidarizarse con los otros envidiable. Ya dijo Ortega y Gasset que la bondad debe prevalecer siempre sobre la inteligencia.


            Comenzó a viajar hasta lo más recóndito. Surcó mares, montes y cielos. Sobrevoló espacios por muy pocos transitados. Conoció papas, presidentes, poderosos empresarios y gentes de negocios, grandes artistas y personajes de la cultura. Indagaba sobre la verdad de la vida, la certidumbre de las presencias y la realidad de las ausencias y soledades. De Bali a Punta del Este, de las cataratas del Niágara a las del Iguazú, de El Cairo a Isla Mujeres, de Acapulco a Phuket, de la Isla de la Tortuga a las Islas Vígenes, de Tailandia a Santo Domingo, de Canadá a Escocia, del Viejo Almacén a La Mamounia, de Venezuela a Estambul, de Finlandia a Madeira, de norte a sur y de este a oeste, Daniel observaba el cielo, todos los cielos, y se preguntaba qué habría soñado su padre para él. Y un día, en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York, el hotel considerado como "la gran experiencia de toda una vida", se encontró con Frank Sinatra, que le cantó:

                                                   Fly me to the Moon

                                                   let me play among the stars

                                                   let me see what spring is like

                                                   on Jupiter and Mars

                                                   You are all I long

                                                   For all I worship and adore

 

              Y entonces comprendió que la respuesta estaba en su propia historia. Que en la aventura de su superación personal había cumplido un proyecto de vida, con voluntad, esfuerzo y entusiasmo. Que por allí, en Júpiter, Marte o la Luna jugaría entre las estrellas en primavera, y que por allí se perdería hasta hallar lo que anhelaba y amaba desde que nació en un pueblo en el que aprendió a soñar con volar alto.

              

            Daniel se ha ido como se van los grandes. Sin molestar. Sólo doblegó su vitalidad inextinguible una guerra que no era su guerra. Tampoco pudo soportar otro dolor y otra soledad, la ausencia definitiva de Carmen desde hacía seis meses. Ha sido su último viaje sin retorno, en silencio. A los que lo conocimos nos enseñó el arte de saber vivir. Celebremos su vida bebiendo estrellas espumosas, y brindemos por él con un vino eterno.

     

 

 

                                                                             Gardel       Por una cabeza

                      



 

 

 

 

 

 

                                                                    Una mattina.    (Ludovico Einaudi)

    



           

 

             

 

              


              

         

      

       

 

       

            

 

           

           

          

         

          

          

            

       

           

       

 

 

martes, 29 de diciembre de 2020

CARMEN

 

 

                                                                                     Todos los mares de la Tierra son igual que tú...


                                                                                     El amor es el dolor de una ausencia


                                                                                    Mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura 

                                                                                                    (San Juan de la Cruz)




                                                                                                          Sit tibi terra levis

 

 

 

 

 

 

                                   Carmen, aunque hace unos días habías empeorado -quizá no por tu patología sino porque nos echabas de menos-, no esperábamos lo repentino de tu fallecimiento. A veces, las personas mayores sois seres que sólo aportáis vida a los que hemos conocido vuestras virtudes.

 

                   Yo recuerdo que tú querías mucho a tus sobrinos, al perrico "Benito" que tenías cuando eras pequeña, y a tu marido, con el que ejercitabas la paciencia, como él contigo, ¡cómo no hacerlo después de más de setenta años juntos!



            





                    Recuerdo tu envidiable energía y lo que te gustaban la música, las jotas que te cantaba Nacho y sobre todo, bailar: tus hijos no hemos heredado por desgracia esa habilidad tuya, ni yo pude comprender nunca cómo conseguías cocinar como no he conocido en ninguna parte del mundo. Por no hablar de tu belleza. Y de tantos sacrificios sin cesar.

 

                   Carmen nació accidentalmente en Biota, a unos 12 kilómetros de Sádaba, porque su madre se encontraba por casualidad en esa población realizando sus faenas laborales habituales, pero a los quince días ya figura bautizada en la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora de Sádaba, diócesis de Jaca. Fue la pequeña de ocho hermanos (y de alguno más que se perdió por el camino), los tres mayores habían nacido de la primera mujer de su padre y el nuevo matrimonio junto a esos tres niños se trasladaron desde tierras sorianas buscando un mundo nuevo.

 

                  Un mundo imponente por sus extensos cultivos de cereal que abarcan la famosa comarca de Las Cinco Villas (Tauste, Ejea de los Caballeros, Uncastillo, Sos del Rey Católico y Sádaba), por la riqueza de sus monumentos artísticos y arquitectónicos y por unos enclaves paisajísticos absolutamente idílicos.

 

                  Biota es un municipio por descubrir. Con un urbanismo medieval de irregular entramado de calles que todavía podemos contemplar, ideado por Sancho Ramírez de Aragón en el siglo IX, posteriormente fue ampliándose con palacios y edificios nobles, como el de los Condes de Aranda. La iglesia, románica, se erige sobre un anterior monasterio benedictino a semejanza de San Juan de la Peña. En su Museo se conserva un magnífico cuadro de Vicente Berdusán. El 15 de mayo se celebran solemnes fiestas en honor de la Virgen del Rosario (y por eso, yo me llamo así) y cerca, se practican deportes acuáticos y actividades al aire libre, próximo el prepirineo aragonés.

 

                 Sádaba (la antigua Sobabriga) sufrió tres asedios por las tropas del archiduque Carlos en la guerra de Sucesión, mostrando permanente lealtad a Felipe V y un heroico comportamiento de sus habitantes, merecedores de los privilegios que les concedió. Hoy es muy visitada por su cercanía al yacimiento arqueológico de Los Bañales, por su sinagoga "El altar de los Moros", por el majestuoso castillo del siglo XIII y, sobre todo, por la iglesia de estilo gótico levantino que luce una preciosa portada y original torre campanario. En su interior, todos los apasionados de la mar admiramos la imagen del Cristo Marinero, cuya devoción arranca del siglo XVI, cuando Tiburcio Xinto, hijo de Sádaba, lo encontró flotando sobre las aguas del mar, dentro de una caja de cristal. Me ha resultado curiosa la anécdota de que la abuela de la reina Fabiola de Bélgica residió en un noble edificio de la localidad.

 

               En 1915, se inauguró el tramo del Ferrocarril de vía estrecha Sádaba-Gallur. Los ocho hermanos vivíamos felices en plena naturaleza, en una casilla solitaria, sin agua ni luz -carburero y balsa-, al borde de la vía del tren, camino a Sádaba. Entonces nevaba muchísimo y los inviernos parecían eternos, pero nunca fallamos a las clases de la escuela aunque tuviéramos que caminar con la nieve hasta las rodillas durante horas. Padre, capataz de la brigada de obras y conservación de la vía, y madre, encargada del paso a nivel con cadenas en el cruce, consiguieron que el tren parara allí mismo, sólo para nosotros, y nos recogiera, primero, para asistir a la escuela y no pasar tanto frío, y luego, para aprender a coser y bordar, y los chicos mayores, para ir a trabajar. Después de la jubilación de padres, un hermano permaneció con sus tres hijas en la casilla hasta la desaparición del ferrocarril en 1970. Allí pasé una guerra, allí disfruté del campo y de los animales, allí me abrazaba a Benito cuando bajaba del tren y venía corriendo a buscarme, allí estuvimos todos los hermanos unidos, allí, padre, me enseñó a mejorar mi letra con una caligrafía llena de arte y me enseñó a amar la cultura. Luego, me fui a la ciudad.

 

             Ayer se fue, tomó sus cosas, se despidió y decidió descubrir una forma diferente de vivir. Se durmió, y en sus sueños, la noche le gritó ¿dónde vas?. Zaragoza significaba la emoción de otros espacios y la energía que sabía permanentemente sobreponerse al drama. En ella todo sería posible: desarrollarse, asentar ilusiones y una carrera de fondo. Era el territorio del comercio y la gastronomía, de la música, el cine y los barrios, la ciudad de la aventura, del acogimiento, de la creatividad, de un hipotético trabajo y tal vez, quizá, del amor. Probaría un futuro laboral, intentaría un porvenir, un mañana provechoso. Despertó sin su perro y sin el bullicio de los bailes del pueblo, en medio de una enorme cocina en la que, día a día, fue perfeccionando habilidades culinarias y adquiriendo la sabiduría de guisos de colores, sabores de manjares únicos y aromas de seducción. Y encontró la sublimación de la gastronomía llevada al terreno de la experiencia total: no bastaba con servir comidas ricas, había que mimar la presentación, el entorno, el servicio..., creando una fórmula compleja, compuesta por variados elementos de concepto contemporáneo y virtuoso. Arte de vida en estado puro, porque donde no hay prepotencia, hay grandeza humana.

 

              Y una voz le preguntó, ¿cómo estás?. Y Carmen la escuchó. Y mucho tiempo después, contestó con Araceli, Charo, José Antonio y Cristina. Se quedó acompañando esa voz toda su vida, entregada, y así encontró lo desconocido, diluida en olor a vino, embriagada de promesas, de luchas, de un feliz destino. Ya dijo Ortega y Gasset que la bondad debe prevalecer siempre sobre la inteligencia. Comenzó a viajar hasta lo más recóndito. Surcó mares, montes y cielos. Sobrevoló espacios por muy pocos transitados. Conoció papas, presidentes, poderosos empresarios y gentes de negocios, grandes artistas y personajes de la cultura. Indagaba sobre la verdad de la vida, la certidumbre de las presencias y la realidad de las ausencias y soledades. De Bali a Punta del Este, de las cataratas del Niágara a las del Iguazú, de El Cairo a Isla Mujeres, de Acapulco a Phuket, de la Isla de la Tortuga a las Islas Vírgenes, de Tailandia a Santo Domingo, de Canadá a Escocia, del Viejo Almacén a La Mamounia, de Venezuela a Estambul, de Finlandia a Madeira, de norte a sur y de este a oeste, Carmen observaba el cielo, todos los cielos, y se preguntaba qué habría soñado su padre para ella.

 

             Esa mujer que tú ves ahí, de gran estilo y elegancia, hermana de una miss, amante de las películas y las novelas de amor, devota de San Antonio y de la Virgen del Pilar, a cuya Corte de Honor perteneció, impenitente viajera y asidua tertuliana de El Ateneo de Tobed, se enamoró más todavía de Daniel  cuando bailó con Frank Sinatra en el Hotel Waldorf Astoria de Nueva York, fly me to the moon, let me play among the stars, let me see what spring is like, on Jupiter and Mars..., recordando que un día su paraíso estuvo en una casilla, desde la que sólo veía la luna y las estrellas. 

 

             Carmen se ha ido como se van los grandes. Sin molestar. Celebremos su vida bebiendo estrellas espumosas, y brindemos por ella con un vino eterno.

 

             Tal vez esa rapidez nocturna con la que fallecéis en estos momentos muchas personas buenas, pueda servirnos de cierto consuelo, porque ya has alcanzado lo que yo deseo encontrar pronto.

          

 

 

                                                                                   Yo te propongo...

                                                                                    (A. Manzanero)

                      

                                   



                


                                                                                     Fly me to the moon

                       



 

 

 

 

                                                               Silvia Pérez Cruz           Pequeño Vals Vienés

                                   



 

 

domingo, 2 de febrero de 2020

EL PRIVILEGIO DEL TALENTO





                 

                                             Se ha dicho hartas veces que el problema de España es un problema de cultura. Urge, en efecto, si queremos incorporarnos a los pueblos civilizados, cultivar intensamente los yermos de nuestra tierra y de nuestro cerebro, salvando para la prosperidad y enaltecimiento patrios todos los ríos que se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la ignorancia.

   

                                                                                              SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL





                                                                                                                A Kamal

                                                                                                               A los grandes que en 2020 celebran diferentes aniversarios:
                                                    Delibes, Galdós, Benedetti, César Manrique, Carolina Coronado, Beethoven, Bécquer, Andresa Calatayud, Federico Fellini, Ortega y Gasset, Manuel Azaña, Moctezuma, Concepción Arenal, Margaret Mitchell, Julio Palacios, Ernest Lluch, Eugenia de Montijo, John Lennon, Dickens, Clarice Lispector, Mariano de Cavia, Luis Punter, Rafael de Urbino,... 



                 
                              
                                             Recorriendo el parque del Retiro madrileño, me encuentro con el monumento escultórico que Victorio Macho dedicó a Ramón y Cajal, ese que despreció por aparecer con el torso desnudo sin su permiso y el motivo por el cual se ausentó en la inauguración a cargo del rey Alfonso XIII: ya  nunca volvió al parque. No debió entender mi admirado científico y artista que el escultor homenajeaba no sólo a la medicina y a la vida situándolo en el centro de un idílico estanque, sino a su poderío físico -que lo ayudó a superar graves enfermedades-, ejercitado en sus años jóvenes en la naturaleza aragonesa que tanto amaba, y lo hizo asemejarse, dicen, a un héroe clásico, o a un dios, una imagen muy diferente a la que se conserva en el Museo Provincial de Zaragoza, en cuadro de Sorolla. ¿Quién se iba a imaginar que el investigador español de mayor proyección internacional serviría en estos tiempos de musa para los espectaculares diseños que se acaban de presentar en la pasarela de la alta costura de París? La colección de la holandesa Iris Van Herpen se ha inspirado en los dibujos con los que Cajal representaba las mariposas del alma, o sea, unas neuronas sensoriales individuales que, conectadas entre sí, formaban la obra maestra de la vida, como así se reconoció en la concesión, en 1906, del Premio Nobel de Medicina. Por cierto, un premio compartido con el médico italiano Camillo Golgi, quien, según el escritor y también médico aragonés Santiago Lorén, mostró escasa categoría humana al querer atribuirse el mayor mérito, al contrario que Cajal, que se deshizo en alabanzas hacia su colega.









                          Y es que don Santiago nunca perderá actualidad -aunque tal vez hoy sólo pudiera encontrar en algunas personas poco más de media neurona- y era tan honesto, tan humano y tan moderno, que, oponiéndose a la concepción de la vida como un don divino, seguramente no quiso aparecer en un monumento tumbado al sol de manera displicente. He tenido la ocasión de ver directamente sus dibujos, de una precisión milimétrica y de una destreza artesanal tan bella, que podrían catalogarse como verdaderas obras de arte, joyas que hacen honor a su profunda afición por las artes plásticas, por la imagen y la palabra exacta y a la vez poética. Parece que muchos genios suelen ser jovencitos rebeldes y traviesos y Cajal no escapa a la tradición: alguna vez debió estar recluido y castigado por su comportamiento y entonces dibujaba e inventaba, y a veces, trabajó de aprendiz de zapatero y de barbero, lo que le aportaría la habilidad necesaria para la minuciosidad en el detalle y el recoveco, para la creación de mares sensoriales, de bosques de árboles perfectamente estructurados, así que no extraña que sus descubrimientos sigan teniendo repercusión e influencia no sólo en el mundo científico actual sino también en el artístico. Una reciente y nueva biografía (Cajal. Un grito por la ciencia, de José R. Alonso y Juan Andrés de Carlos), revela nuevos datos sobre la personalidad de Cajal. Por ejemplo, cómo renegaba de la enseñanza que se impartía en su época, cómo en clase se fumaba y se jugaba a las cartas y cómo le gustaban los alumnos críticos y amantes de la literatura, porque eso les  fortalecía, aunque no lo pareciera. Lo que no soportaba era que se enseñara a base de golpes ni que la base del aprendizaje fuera la memorización. Recojo unas expresiones representativas de la novedad de su pensamiento: "Todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro", el cerebro es "la enigmática organización del órgano del alma", y las neuronas independientes son "besos"... (o sea, lo que los neurocientíficos de ahora proclaman como el gran descubrimiento: el amor reside en el cerebro, algo así como que deberíamos decir a nuestro/a amado/a, "!te quiero con el cerebelo!" -y no con el corazón, que ahora pinta un poco menos en esos menesteres...). Además, The Beautiful Brain; the drawings of Santiago Ramón y Cajal, editado por Abrams, presenta 80 dibujos como el "Retrato de una chica joven", que pintó a los 16 años para su clase de arte en Huesca. Mientras se formaba como médico y anatomista comprendió que su pensamiento se basaba en la visualización y el dibujo, pensaba con los ojos: "soy lo que se llama un tipo visual", con un estilo que podríamos denominar como "expresionismo científico", como en la Italia del Renacimiento. Dalí, García Lorca y Buñuel quedaron fascinados por los dibujos de Cajal, viéndolos como un camino para acceder al significado de sus sueños obsesivos, aunque él renegara de las vanguardias artísticas por renunciar a la reproducción respetuosa de la naturaleza con el fin de comunicar ideas y sentimientos. Sus dibujos no han sido superados en expresividad, belleza y en capacidad para explicar conceptos esenciales.













                                                                               Diseños de Van Herpen




                             ¿Qué está ocurriendo con el legado de Ramón y Cajal? Es vergonzoso y lamentable que todavía no exista un museo dedicado íntegramente a su figura, quizá el único Nobel que no lo tiene. Los Ministerios de Cultura y de Ciencia e Innovación del Gobierno actual ya pueden ponerse manos a la obra y solucionar el entuerto, porque esto no ocurre en ningún país del mundo. El Instituto Cajal es el depositario del Legado Cajal, que comprende 22.000 piezas mal guardadas, aunque se van acondicionando lo mejor posible: lo de más valor se ha consignado en el Banco de Santander, y existe el propósito de mejorar el espacio del CSIC, y la creación de un Museo Cátedra Ramón y Cajal en la calle madrileña de Santa Isabel, en la que impartió clases y donde se realizan visitas teatralizadas. El Instituto Cajal está cerca del estadio "Santiago Bernabeu", así que para los amantes del fútbol, además de la ciencia y la cultura en general, entre los que me encuentro, resulta cómodo el trayecto. El Paraninfo de la Universidad de Zaragoza ha acogido una muestra-exposición con objetos cedidos por el CSIC y la familia, especialmente de su hermano, Pedro, con ocasión del 150 Aniversario de Cajal. Pero como ocurre a veces en temas importantes en que puedan crearse intereses crematísticos, los familiares no han estado unidos en sus actuaciones, así, algunos de los objetos se vendieron, otros se recuperaron de mala manera, su vivienda -donde permanecía parte de su biblioteca- se ofreció a una inmobiliaria para vender pisos de lujo y en cierta ocasión, se recogieron firmas para la creación del museo y se solicitó al Gobierno, infructuosamente. El legado ha sufrido desde la muerte del científico muchas vicisitudes y cambios de sedes y nunca los interesados consiguieron un resultado adecuado a la trascendencia de la figura. La biblioteca científica  no contiene originales sino réplicas y ocupa un espacio ridículo en el CSIC; por su parte, el Colegio de Médicos anunció en 2019 la creación del Museo Cátedra "Ramón y Cajal" en parte de su espacio*. Si a ello añadimos que existen otros ámbitos de muestras sobre el personaje, en concreto en algunos lugares en que vivió (Petilla, Valpalmas, Ayerbe, Linás de Marcuello, Huesca, y otras capitales), el estado de la cuestión es complicado, teniendo en cuenta que nos estamos refiriendo a un español de la categoría de Einstein, Galileo, Darwin o Newton. El Weisman Art Museum de Minneapolis organizó una exposición itinerante que recorrió las principales ciudades americanas, españolas y canadienses, para reconocer, entre otros valores, que los dibujos de Cajal constituyen el comienzo de la neurociencia moderna (fármacos como la morfina o el diazepam deben sus efectos al descubrimiento del mecanismo de la neurotransmisión).






                                                                     

                         Santiago Ramón y Cajal sacó de su estancamiento a la ciencia española y la inscribió en la modernidad. Vio lo que otros no veían. Circunstancialmente nació en la localidad navarra situada en la provincia de Zaragoza, Petilla de Aragón, donde permaneció hasta los dos años y a partir de ahí su vida transcurrió hasta ya entrada la época adulta en tierras de Aragón. De ascendencia oscense, estudió en la Universidad de Zaragoza, fue nombrado senador vitalicio, cargo sin sueldo, y reconocido como la cabeza de la denominada "Generación de Sabios". Hoy un cráter lunar lleva su nombre, así como un asteroide. Hablaba más arriba de su humildad, esa virtud que sólo adorna a los más grandes, y por ella renunció a ser ministro de Salud, no le otorgó una beca a su hijo aunque era presidente de la JAE y se rebajó él mismo el salario asignado por el Gobierno. Prefirió no ser médico rural como su padre, lo que le costó enemistarse con él, porque quería dedicarse a la investigación y a la enseñanza, y así, cuando descubrió que el bacilo causante del cólera quedaba inactivado si se cocía, la Diputación Provincial de Zaragoza le regaló un microscopio que no utilizó para observar cerebros de animales de adultos sino embriones. Pero España, como ha sido norma histórica casi habitual, no reconocía sus descubrimientos y fue Alemania la que lo encumbró, formando parte a partir de entonces de las Academias y asociaciones científicas más importantes del mundo de aquel momento. Mientras, en España, donde las cátedras se repartían por méritos políticos, se sometía a la mayoría de sus discípulos y colaboradores a depuración ideológica. Como escritor fue tan prolífico como en las demás facetas personales y profesionales -un hombre intenso, no olvidemos que tuvo siete hijos-, dejando libros de memorias, autobiográficos, hermosísimos, además de los de carácter científico, y uno especial para mí, Psicología de Don Quijote y el quijotismo. Actualmente, algunos de sus descendientes siguen su estela como catedráticos de Universidad.










                        Se había criado entre labradores analfabetos  y como a él de pequeño también le gustaba más el campo que estudiar, un día, castigado en la clase a oscuras, comenzó a fijarse en sombras y claroscuros que darían lugar al descubrimiento de la cámara oscura, así que a los 18 años inventó las placas para mejorar la sensibilidad y la rapidez de la instantánea fotográfica y ensayó su invento con éxito en una corrida de toros, pero se le adelantó Edison en el registro de la patente. Parece que Cajal manifestaba en ocasiones una ingenuidad o falta de astucia que por su carácter bondadoso tal vez le perjudicara a veces, pero fue un gran fotógrafo, otra de sus facetas artísticas en la que sobresalió. Mejoró el gramófono o fonógrafo, y se conservan cientos de fotografías estereoscópicas impresionadas en placas de cristal, con bastantes autorretratos. Cajal se vio obligado a participar de la guerra de Cuba como médico militar y allí pasó una serie de amargas peripecias que desembocaron en la declaración de un Consejo de guerra y como "inutilizado en campaña" pudo regresar a España. Resulta curioso comprobar las concomitancias vitales entre Ramón y Cajal y el héroe cubano José Martí, que como sabemos, estudió en Zaragoza. Si paseamos por las calles del casco histórico de la ciudad, encontraremos enseguida el lugar en que vivió Martí en la calle Manifestación. Los dos estudiaron en la Universidad de Zaragoza, uno Medicina, el otro Derecho y Filosofía. A Martí le dedica un busto el Paraninfo y la ciudad el nombre de una calle. Compartieron valores humanos y patrióticos y los dos llegaron a ser personalidades de proyección universal y expresión de las mejores cualidades de dos pueblos hermanados por la historia. Vivieron la caída de la Primera República Española. Martí, tras 19 meses en Zaragoza, vuelve a Cuba, siente la derrota de los liberales de Zaragoza y funda "Patria" y el PRC. Cajal regresa de la Guerra de los Diez Años después de una difícil estancia y vuelve a la Universidad. Coinciden en Zaragoza entre 1871 y 1873, muy aficionados ambos a la literatura, la filosofía y los paseos por el Ebro. A los dos los acompañó un sentimiento antiimperialista. Unos rastros sentimentales e históricos que vinculan a Cuba y Aragón...



             
                       




                   ZARAGOZA ES ALGO MÍO, MUY ÍNTIMO, QUE LLEVO EMBEBIDO EN MI CORAZÓN Y EN MI ESPÍRITU Y PALPITA EN MI CARÁCTER Y EN MIS ACTOS.



                De esta forma, Santiago Ramón y Cajal manifestaba su cariño hacia una tierra en la que vivió muchos años. Sabemos que había pasado su infancia en Larrés, Luna, Valpalmas, Ayerbe, Huesca y Jaca, y el amor a lo largo del tiempo ha sido recíproco: 148 municipios de Aragón llevan en sus calles su nombre, por delante de Goya y Cervantes. Si visitamos el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza podemos admirar la estatua que Mariano Benlliure creó para su imponente escalinata. Obtuvo las condecoraciones y distinciones más relevantes oficiales, pero a él la que más le emocionó y conmovió especialmente fue la Medalla de Oro de los Estudiantes de Zaragoza, lo que provocó que en su testamento dejara instituido un premio de 25.000 pesetas para el estudiante anual más destacado. Y es que podemos realizar un recorrido o ruta por la ciudad desde que llegó de adolescente al barrio del Arrabal, de donde pasó a vivir a la calle Méndez Núñez, en cuyo número 13 una placa recuerda su estancia y de ahí, a la calle San Jorge. Junto a su padre, realizó prácticas de disección en el Hospital de Santa Engracia, época en la que seguía ejercitándose en el deporte y la gimnasia como el buen atleta que fue (!hoy se habla de Cajal como pionero del culturismo!), aunque con cierta gracia advertía en la deliciosa obra Mi infancia y juventud, que el ejercicio debía ser moderado y breve "sin traspasar la fase de cansancio", o se describía en Recuerdos de mi vida: "Ancho de espaldas, con pectorales monstruosos, mi circunferencia torácica excedía de 112 centímetros y al andar mostraba esa inelegancia y contoneo característico del Hércules de Feria". Tras su estancia en Cuba, enfermo del cólera, vuelve a Zaragoza donde se repone con una buena alimentación, los cuidados de su madre y el "aire de la tierra" (quien lo probó, lo sabe). Pero no fue su única grave enfermedad. Jugando al ajedrez, actividad en la que también destacó, en el jardín del café Iberia, se le desencadenó una tuberculosis. Su padre lo mandó a Panticosa y San Juan de la Peña, pero él, rebelde, como ocurre también con algunos grandes médicos, confesó: "mi plan curativo consistía en hacer todo lo contrario de lo aconsejado por los médicos; grandes médicos son el sol, el aire, el silencio y el arte".




                      Obtuvo el título de practicante en el Hospital Nuestra Señora de Gracia (hoy Hospital Provincial), de donde más tarde fue profesor auxiliar interino, en la calle del Hospital, como se denominaba entonces, en la que también vivió, ya casado, y que en 1901 recibió su nombre: calle de Ramón y Cajal (de resonancias personales muy especiales para mí). El Hospital fue sanatorio de pobres en principio y en 1906 se unió a la Facultad de Medicina para las prácticas de los médicos. Allí Cajal trabajó como ayudante de anatomía en 1876. Quien quiera admirar una de las Farmacias más bonitas y antiguas de España, la encontrará en este Hospital, el futuro Museo de la Farmacia Aragonesa alberga también los objetos de la emblemática Farmacia Ríos que se situaba hasta su cierre en la plaza de España y a cuyas tertulias asistía el hermano de don Santiago, el también afamado médico y profesor, Pedro. La calle del Hospital se había denominado calle de la Victoria, por el convento de frailes menores, y también calle de la Campana, y transcurre desde la calle Boggiero hasta la actual avenida de César Augusto. Desde su casa Cajal se acercaba al Hospital y de ahí a la cercana Facultad de Medicina (hoy Paraninfo). Durante sus estancias en Valencia, Barcelona, Madrid y Alemania, Cajal volvía a tierras aragonesas para veranear en Jaca o ver a sus familiares. Si prefirió la cátedra de Barcelona a la de Zaragoza fue porque creyó que allí sería más fértil su labor. Cuando viajaba, su padre acogía a su mujer y sus hijos, ayudándolo económicamente cuando fue preciso a pesar de sus encontronazos con él, pero el hijo siempre lo alabó.








                          ¿Cómo era su temperamento? ¿Cuáles fueron sus virtudes intelectuales y morales? ¿Por qué se dice de él que fue un "aragonés de pura cepa"? Se conocen de siempre los rasgos que se atribuyen al hombre de esta tierra, ¿tópico o realidad?, sería un debate interminable. Parece, en cualquier caso, que un aragonés no suele asemejarse a un andaluz, por ejemplo, pero, ¿hay fundamento científico en esta apreciación?, ¿se trata de una superficialidad? Lo ignoro, seguramente el propio Ramón y Cajal podría aclarármelo. Lo cierto es que él ponderó a los aragoneses más insignes como Marcial, Gracián, Servet, Zurita, Goya, y tantos otros, así como alabó la geografía aragonesa que conoció bien. En un atinado estudio el profesor, doctor y escritor aragonés Fernando Solsona destaca las virtudes que adornaron y potenciaron el privilegio de su inteligencia y sabiduría: la tenacidad, perseverancia, fe en el trabajo, pasión indomable, energía sin límites, fidelidad, afán didáctico, independencia de juicio, voluntad ante la adversidad (esa gloria del intento quijotesca), y sobre todo, lo que en mi opinión más definió su temperamento y actitud: el gusto por la esencia, fue un hombre auténtico e íntegro que buscó -y encontró- la verdad de la vida. Un hombre de bondad infinita en el más amplio sentido del término. Hasta parece que el tono de su voz - y eso sí es objetivo- lo caracterizó como aragonés puro: sus alumnos valencianos subrayaban la "hermosa voz" como de "cantante de jota", siempre preciso, siempre conciso, ausente de oratoria florida... El profesor Solsona señala cómo han sobresalido en Aragón figuras del derecho, pero no se recuerda tanto a los matemáticos, los filólogos, los naturalistas, en especial los botánicos (Lagasca, Loscos, Zapater, etc.), biólogos como Félix de Azara, Odón de Buen, Fernández de Luna, histólogos como el propio Cajal y su hermano Pedro, Francisco Tello, Galo Leoz, Sanz Ibáñez, Isaac Costero... Y es de justicia el reconocimiento de nuestras señas de identidad cuya repercusión es universal, de progreso y desarrollo, y eterna.







                                                               Poema de Raúl Wenceslao Fernández Moros




                              Se ha dicho frecuentemente que el talento no lo es todo. Y es que Cajal descubrió que a veces existen vicios de la personalidad que se repiten como patrones atemporales en personas talentosas que nunca aportarán nada al mundo (aunque algunos se lo crean). En Consejos para un joven investigador habla de ello. Si bien es interesante soñar e imaginar, hay que pasar a otro estadio superior. Es el caso de los contempladores, los eruditos empedernidos, los discutidores de todo, los teóricos, el inadaptado social (o solitario), los adictos a instrumentos (hoy a tecnologías varias), y los megalómanos, que tienen un ego tan enorme que creen que con su inteligencia conseguirán éxito en todo, esos, dice Cajal, son más soñadores que talentosos. Nunca una persona ególatra encontrará ni conocerá siquiera la verdadera realidad en su más amplia concepción. No fue su caso. Él formó una escuela a la que de todo el mundo asistieron alumnos para conocer el sistema nervioso, de los que algunos rozaron el Nobel. ¿Ramón y Cajal machista? Semejante afirmación he podido constatar en muchos de los comentaristas de su figura, pero la realidad es que contó con la colaboración y presencia activa de varias mujeres, no sólo en la secretaría (Ketty Lewy, que trabajó también como traductora), sino en su propia escuela (Laura Forster, Manuela Serra, Soledad Ruiz-Capillas, María Luisa Herreros), así como en el laboratorio como ayudantes, bibliotecarias, o ilustradoras (Conchita del Valle, María García Amador). Debemos tener en cuenta que hasta 1888 no se reguló el acceso de la mujer a la universidad y sólo bajo enseñanza libre. El derecho a matricularse en enseñanza oficial se alcanzó en 1910. Anteriormente, como señala Elena Ginés, a la mujer no se le permitía entrar sola, siendo acompañada por un ujier desde la puerta hasta el aula, mientras que tenía que salir detrás de sus compañeros acompañada nuevamente por el ujier.





                       Con la guerra y su fallecimiento desapareció en parte el fruto de su trabajo, pero aún así, en 2017 se consiguió que la Unesco reconociera su legado dentro del Programa Memoria del Mundo, al mismo tiempo que el Archivo General de Simancas y el Códice Calixtino. Un Museo nacional debería seguir incidiendo en la importancia de los logros científicos y culturales, en el trabajo de la ciencia del siglo XXI, la neurociencia, porque junto a las exploraciones geográficas, el Derecho Internacional y el Quijote, es lo español más relevante. Las ideas de Ramón y Cajal se adelantaron a su tiempo y por eso tienen vigencia. Y es tal la modernidad, que algún estudioso cree que podría ser la solución al conflicto soberanista catalán. Manel Montolíu Bargallo sostiene que en El mundo visto a los 80 años expone Cajal su visión sobre la unidad de España y las manifestaciones catalanistas, francamente antifascistas, pero "la fuerza aplicada a las pugnas intestinas de un país no resuelven nada. Propondría la separación de las regiones rebeldes, amistosa y acompañada de algunas compensaciones fiscales". Y admitía:



                         TRISTE ES RECONOCER QUE LA VERDAD NO LLEGA A LOS IGNORANTES PORQUE NO LEEN NI SIENTEN Y DEJA FRÍOS CUANDO NO IRRITADOS A LOS VIVIDORES Y LOGREROS.




                                                            (Fotografías: Autorretratos, Legado Cajal)


                                 * Finalizado este artículo, el actual ministro de Ciencia e Innovación, Pedro Duque, se compromete a desarrollar "un proyecto de Museo Cajal". El CSIC anuncia que una parte del archivo se expondrá en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. El Instituto Cajal se desplazará al IMMPA en Alcalá de Henares. En el acto de conmemoración del primer centenario del Instituto se presenta la creación de un Centro Internacional de neurociencias.




                                                                                 Endings are beginnings


                         



                                                                                         Sobreviviré

                               
                   
                 


               


             


                     

viernes, 15 de noviembre de 2019

PITCAIRN








                               y avanza con decisión hacia la otra orilla de sus días, donde la espera el silencio inmortal.



                                                                                                            LUIS LANDERO, Lluvia fina





                                                                           Tengo miedo a perder la maravilla
                                                                           de tus ojos de estatua y el acento
                                                                           que de noche me pone en la mejilla
                                                                           la solitaria rosa de aliento...

                                                                      ...  no me dejes perder lo que he ganado
                                                                           y decora las aguas de tu río
                                                                           con hojas de mi otoño enajenado.



                                                                  F. GARCÍA LORCA (del "Soneto de la dulce queja")




             
                                       Más allá de la isla de Pascua, en mitad del Pacífico y cerca de Tahití, he podido encontrar el país más diminuto, el menos poblado del mundo, una tierra con olor a paraíso, en la que se entra como si fuera el pasadizo de un sueño: el que conduce a la única verdad. Pitcairn ha significado para mí en los últimos meses una colección de caricias, con ese halo místico de intensos placeres sin los que la vida no tendría sentido, una especie de licor que sin dejar resaca define la permanencia. Un puñado de islotes en el que el más habitado no llega a sesenta habitantes ni a cinco kilómetros cuadrados de superficie en plena Polinesia de Oceanía, han decorado definitivamente el encuentro más esperado. En Adamstown, la capital, perviven las señales de su pertenencia a territorio británico y por tanto, lo que define a este país (no soberano) como la única colonia que Gran Bretaña conserva en el Océano Pacífico, unas aguas que hacen magnífico honor a su nombre. Pitcairn constituye una extensión geológica del archipiélago Tuamoto de la Polinesia francesa, y ahora ya no es tan complicado visitar esta zona como cuando fue descubierta, porque numerosas embarcaciones, si el tiempo lo permite, acercan a algún curioso a la isla, impaciente por descubrir en esta parte remota del mundo lo que podría estar cercano a su desaparición (no en vano algunas especies endémicas de su original flora y fauna están en vías de extinción), a la vez que contribuyen al desarrollo económico de un lugar increíblemente romántico, tanto como su origen.










                           A principios del siglo XVIII todavía se desconocía gran parte del océano Pacífico, y franceses e ingleses rivalizaron en su descubrimiento. El inglés James Cook comienza en 1765 a navegar por la zona austral y a anexionar nuevas tierras para su país. Pero fue con Jorge III, en 1789, cuando el famoso barco Bounty -de tantas referencias literarias y cinematográficas que ya conocemos-, bajo el mando de William Bligh, fue enviado a las islas pacíficas para traer a Europa el árbol del pan. ¿Cómo definir el sabor, el olor, el color y la textura del "frutipán" o árbol de mazapán? ¿A qué asemejar su pulpa? ¿Cerezas, miel...? Sólo puedo ratificar la expresión con la que los nativos lo describen, un auténtico pan de Dios. Y en ese recorrido hacia lo ignoto y maravilloso, ocurrió algo frecuente en la época: algunos miembros de la tripulación, encabezada por el segundo de a bordo, Fletcher Christian, se amotinaron. Cerca de las islas Tonga, Bligh y sus seguidores fueron abandonados en una pequeña lancha, mientras que Bounty tomaba rumbo a Tahití, donde permaneció algún tiempo. Las relaciones entre los tahitianos y los amotinados se deterioraron rápidamente, por lo que decidieron ir en busca de una isla deshabitada y aislada del mundo conocido, llevándose consigo a varias mujeres tahitianas. Recorrieron las islas Cook, Tonga y Fiji para refugiarse, hasta que llegaron en 1790 a una isla desierta, Pitcairn, bautizada con ese nombre por ser el del marinero (un joven de 15 años) el que la vio por primera vez.









                            Los amotinados creyeron que eran los primeros en habitar la isla, pero existen restos arqueológicos de una antigua civilización polinésica. Tahitianas y amotinados tuvieron una gran descendencia, origen de la actual población, gente como su pan, dulce. En Bounty habían transportado todo lo necesario y más útil para la supervivencia, como animales, herramientas o plantas y terminaron por quemar la embarcación para cortar todo contacto con el mundo exterior. Christian fue respetado y considerado como el jefe y en 1800 sólo vivía uno de los amotinados, John Adams, con ocho mujeres tahitianas y un numeroso grupo de niños. En realidad, él puede ser considerado como el verdadero fundador de la comunidad isleña. Ocho años más tarde, un ballenero norteamericano, el "Topaz", descubrió la isla y en 1814 llegó el primer buque británico, pero la primera visita oficial, la que traía el perdón real para Adams, la realizó el capitán Beechey en 1825. La comunidad empezó a tener contacto con el exterior y la población creció rápidamente. Desde entonces, los habitantes de Pitcairn se consideraron miembros del Imperio británico, aunque los ingleses sólo proclamaron sus derechos sobre la isla en 1887. A partir de 1968, la población fue disminuyendo, pues muchos jóvenes comenzaron a emigrar a Nueva Zelanda y la vida se hizo cada vez más precaria, casi de subsistencia, a pesar de contar con la ayuda inglesa.









                        La intrahistoria de Pitcairn tiene mucho interés y suele ser desconocida. Y ocurre que, a pesar de su lógica endogamia, las mujeres consiguieron su derecho al voto en época muy temprana, en 1938, siendo uno de los primeros territorios en conceder ese privilegio como la democracia más pequeña del mundo. Pero a veces los espacios mágicos también poseen rincones oscuros: en 2004, varios hombres fueron acusados de abusos sexuales a menores, entre ellos el alcalde-gobernador. Me cuentan que durante muchos años se toleró la promiscuidad (¿qué puede ocurrir en un lugar aislado, casi perdido en medio de aguas sin fin y con tan pocos habitantes y un reducido ámbito educativo y cultural?), algo aceptado de alguna manera por todos los adultos que la entendían como costumbre, pero seis de los siete acusados fueron condenados a penas de prisión de hasta seis años, para lo que hubo que construir una cárcel que no existía. La sentencia suscitó una gran polémica entre los habitantes de la isla, especialmente entre las mujeres. Debemos tener en cuenta que allí son todos parientes en mayor o menor grado, así que el ambiente se tensionó enormemente...¡en cinco kilómetros a la redonda! La prisión se convirtió en hotel.







                     

                        Cuando se busca el espíritu de un lugar, no sólo se puede hallar el regalo de la felicidad o la pura razón de amor, probablemente se encuentre también la fascinación de una novelesca historia, el privilegio de una geografía con un cielo tachonado de estrellas fugaces, la certidumbre de un tierno incendio, una bucólica situación o una intimidad de olas que abona el mimo, pero también, sobre todo, el mayor valor: la banda sonora de una vida. Pitcairn, soy, sin resistencia, tu cautiva.









                                         (Para ese hombre suave, que tanto sabe de amor, de Aragón y de escribir)











                                                                       Donde pongo la vida pongo el fuego