Tratar con quien se pueda aprender
Baltasar Gracián
El origen del cuento es muy remoto y su procedencia, oriental. Tras los últimos descubrimientos arqueológicos y las consiguientes investigaciones, se reconoce que los cuentos más antiguos conocidos son los de Egipto, datados en los siglos XIII o XIV antes de la Era Cristiana y que en algunos de ellos se encuentran los antecedentes de Las mil y una noches. El cuento es fabulación, relata un suceso de forma oral o escrita que enseña a la vez que entretiene con una técnica narrativa propia que, no sólo adquiere relevancia en la literatura infantil, sino que -creados también "para mayores"- se convierten en un elemento imprescindible en ese manual de supervivencia necesario en tiempos de crisis que transmite un arte de vivir, de vivir bien, de vivir feliz.
Alfonso Zapater fijó el nacimiento del cuento aragonés en los moriscos de la ribera del Jalón y de la sierra de Vicort, y uno de los más reputados cuentistas aragoneses, Mariano Baselga, recordaba que algunos fragmentos de la crónica de San Juan de la Peña parecerían hoy hechos para amenizar las noches de invierno en una majada de pastores. Juan Domínguez Lasierra - referencia actual más relevante sobre el tema-, ha profundizado en su análisis y estudio en los exhaustivos Aragón legendario, El cuentacuentos aragonés (fábulas, agudezas, teatrillos y narraciones para la gente menuda y la que no dejó nunca de serlo), y !Chufla, chufla...!,cuentos, recontamientos y conceptillos aragoneses, entre otras obras. El escritor cita a Pedro Alfonso (el judío oscense Rabí Moseh Saphardí nacido en 1062) como el autor que daría un libro de gran influencia en Europa, la Disciplina Clericalis, el origen más remoto del cuento en la literatura española, colección de "exempla" que sería recurso común a escritores de muchas lenguas y siglos, como el Isopete historiado (versión castellana de las Fábulas de Esopo), editado por primera vez en Zaragoza en 1489 por mandato del infante don Enrique de Aragón en la imprenta de Juan Hurus (es sabido que los comienzos de la implantación de la imprenta en España, Zaragoza alcanzó gran predicamento editorial, destacando la de Jorge Cocci). Juan Domínguez recoge en su antología fragmentos de Marcial, Ibn Gabirol, Ibn Paquda, Timoneda y del alcañizano Juan Lorenzo Palmireno, pionero en los tratados educativos para la infancia y la juventud. Muy curiosa resulta la incorporación de un cuento que aparece en el Quijote apócrifo de Alonso F. de Avellaneda.
En el siglo XVI, con el florecimiento de la literatura española, el cuento en Aragón pasó de la tradición oral a la escrita. El primer libro sobre este género fue Doce cuentos de Juan Aragonés, sin que se sepa nada del autor que firmó con seudónimo. Desde entonces, múltiples son las menciones a lo aragonés, incluso desde perspectivas foráneas. Por ejemplo, el navarro Antonio Eslava con Noches de invierno, editado en Pamplona y Zaragoza en 1609, que contiene hermosas y sugerentes fábulas, una de las cuales se dice que inspiró a Shakespeare para escribir "La tempestad". También el sevillano Juan de Armijo incluyó en su colección de cuentos uno localizado en Zaragoza. José Mª de Mena, del Instituto de Estudios Sevillanos publicó Leyendas y tradiciones sevillanas, donde recoge un hecho que puede explicar en parte la vinculación aragonesa con Sevilla. Cuenta nada menos que el apóstol Santiago llegó a tierras andaluzas y en ellas conoció, bautizó y consagró obispo a un escultor llamado Pío, al que pidió que le acompañara en su viaje a la región tarraconense y "habiendo llegado a Zaragoza la Virgen María se les apareció a los dos sobre una columna de piedra. Santiago le encargó a Pío que labrara una estatua o imagen sobre un pilar y que la colocase sobre el altar de su iglesia en Sevilla, teniéndola por Patrona". Explica José Mª de Mena cómo la Virgen del Pilar fue así la primera patrona de Sevilla hasta que desapareció con la invasión musulmana. El relato concluye:
En el siglo XVII, habiéndose encontrado en el Reino de Aragón una imagen escondida en una cueva, acompañada de un pael que decía "Soy de Sevilla, de un templo que hay cerca de la Puerta de Córdoba", su hallador, el caballero aragonés Mosen Tous, la trajo a nuestra ciudad, y dado que la iglesia más próxima era la de san Julián, allí quedó depositada, dándosele el nombre de Nuestra Señora de Hiniesta, porque en Aragón es el nombre de la retama. El Ayuntamiento de Sevilla, queriendo honrar a esta antiquísima imagen, la designó patrona suya.
Alfonso Zapater deduce que tal vez como recuerdo de este bello suceso, la Virgen de la Esperanza, la Macarena de Sevilla, lleva en su peana una pequeña imagen de la Virgen del Pilar, de igual manera que esta el 12 de octubre luce una imagen en miniatura de la Virgen de la Esperanza sevillana.
Mariano Baselga opinaba que hay tantos cuentos como cuentistas y que habrá cuentos mientras existan mujeres que hablen de los hombres y al revés, sea en el campo o en la ciudad, en la huerta y el monte "en el rincón del fuego invernizo y bajo el sol que quema a los segadores", en la bundancia y en la miseria, pues así es de real esa frase de Aragón, "comemos mal pero nos reímos mucho", un día es Braulio Foz, traductor e historiador, quien nos sorprende con el famoso cuento de Pedro Saputo, otro Eusebio Blasco, poeta lírico y dramático, nos extasía con narraciones con asunto de la tierra como el cuento de las judías, que no pueden comerse por lo saladas que salieron de su privilegiado puchero, y otro, Mariano de Cavia, periodista y crítico, lanza aquel que hizo época que titulaba "A Canfranc o al charco".
Hasta Bartolomé Leonardo de Argensola se apuntó al cuento, fabulado en verso, intercalándolo en sus epístolas. Y lo mismo hizo Baltasar Gracián en El discreto y El criticón, en los que se aprecia una de las características propias del cuento aragonés: la agudeza, no exenta de fina ironía, de sarcasmo, así como el ingenio, aunque en algún caso desprovistos de buen gusto: "¿Aragonés y tonto? !Pa quien lo crea!", dice uno de sus personajes. En la Vida de Pedro Saputo encontramos la primera muestra de literatura regional aragonesa en la que se integran cuentos de diversa procedencia, notas de costumbrismo, paisajes y referencias históricas y jurídicas, que convierten a esta obra en un caudal muy rico para el conocimiento y estudio del folclore aragonés. Algunos de sus cuentos se repetirán en cuentistas posteriores, como el de la balsa de la culada, el milagro de Alcolea, la justicia de Almudévar, el pleito del sol, el tesoro de la cueva... El turolense, de Fórnoles, Braulio Foz, recopiló en parte los curiosos sucedidos de un personaje del que ya se tenían noticias, al menos desde el siglo XVII, al que situó en el paisaje aragonés otorgándole color local. Y más pintoresco aún resulta que Goya sea considerado precursor del cómic o tebeo en las seis tablitas que cuentan " la historia del fraile Zaldivia y el bandido maragato" que hoy posee el Art Institute of Chicago o las singulares aportaciones al mundo literario infantil de Ramón y Cajal, Benjamín Jarnés, Ramón J. Sender o del amigo de Buñuel y Dalí, Pepín Bello, del que en 2010 se publicó el relato infantil Un cuento putrefacto.
Para Juan Domínguez, "el cuento aragonés, o lo que nosotros entendemos como tal, historias de baturros, tiene un origen relativamente cercano. Es un producto de finales del siglo XIX y hay que adscribirlo al movimiento de la literatura costumbrista surgida en España con un afán de recuperar tradiciones, usos, maneras de nuestros pueblos, es decir, de nuestros campesinos, y que formaron aquellas colecciones narrativas de Estébanez Calderón y Mesonero Romanos en las que, románticamente, se pretendía rescatar del olvido todo lo considerado típico y aun pintoresco". El costumbrismo literario comenzó a manifestarse con fuerza, estimulado por Braulio Foz, junto al renacer de una conciencia aragonesa auspiciada por una burguesía liberal en busca de sus valores autóctonos. Sería el caso de Ricardo Royo Villanova o Manuel Bescós ("Silvio Kossti"), por citar algunos nombres.
La "Revista de Aragón", fundada en 1878 por el periodista Baldomero Mediano y José María Matheu, fue vivero de innumerables y destacados cuentistas aragoneses. En una primera etapa participó también Mariano de Cavia y, tras diez años desaparecida, resurgió liderada por Eduardo Ibarra y Julián Ribera y Tarragó. La Revista inició una larga serie de "Cuentos infantiles", firmados por Z, del que se desconoce su identidad, caracterizados por la fantasía, pero también por la fácil concesión al chiste y al chascarrillo localista. "Pues, señor"... (este era el principio de todos los cuentos), para llegar al final con el popular dicho: "Cuentico contao, por la chimenea se va al tejao". Y en ocasiones se añadía: "Y del tejao al coso, pa que no lo vea ningún mocoso". O en versión completada:
Y cuentico contao,
de la ventana al tejao,
y del tejao a la calle,
pa que no lo vea nadie,
y de la calle al coso
para que no lo aprenda
ningún mocoso.
En la advertencia preliminar se leía: Los cuentos que voy a contar no son míos, son de Juan, de Pedro, de Diego, de todo el mundo, andan por ahí de boca en boca, los he oído contar a viejas, a curas, a maestras... y yo no pongo en ellos mis manos pecadoras más que para ponerlos por escrito, echándolos a perder seguramente, por no acertar a contarlos con la sinceridad y sencillez con que los cuentan de palabra. Y no es que me proponga pulirlos, no, que mi deseo se reduce a que no pierdan el sabor popular, hasta infantil, que todos tienen.
Se harían famosos cuentos como "El barbo de Utebo", "Entrando por uvas", "Filosofía baturra", "Lo que sale a la cara", "Cantares y bofetadas", "De re bibliográfica", "Escenas domésticas y populares", "La venganza de un pescador de caña"... Y entre los escritores, María Pilar Sinués, Marcos Zapata, Joaquín Gil Bergés...
Ya en el siglo XX aparecen colecciones y antologías de cuentos interesantes como la de José María Mercadal, Cuentos aragoneses en prosa. En la editorial Babel, fundada por el mismo autor, se creó la "Colección Argensola" dedicada exclusivamente a autores aragoneses. Pese a que la literatura infantil no se ha prodigado en exceso tradicionalmente en Aragón, en 1978 se publica la antología Cuentos infantiles aragoneses, de Juan Domínguez Lasierra, que destaca la de Romualdo Nogués y Milagro, de seudónimo "Un soldado viejo natural de Borja", con cuentos "para gente menuda" de diablos, brujas, hechiceros, gigantes y dragones, y anteriormente, "Crispín Botana" (Cosme Blasco y Val) escribió libros de "anécdotas, cuentos, fábulas y ejemplos morales para los niños", así como Gabino Enciso Villanueva, los "Aragoneses ilustres", un libro no exactamente de cuentos pero en el que se utiliza el lenguaje propio del género "para dar a conocer a los niños aragoneses los hombres que, habiendo nacido en su misma patria, han conquistado una gloria tan legítima como imperecedera". Y así, eran glosadas las figuras de Marcial, Prudencio, Zurita, Jerónimo de Blancas, Lastanosa, Latassa y Josefina Amar y Borbón, entre otros. Algunos escritores extranjeros han recorrido las tierras aragonesas con la finalidad de recoger relatos infantiles populares y sería deseable una recopilación lo más completa posible, dado que existe una importante tradición oral, como pude comprobar en la zona del Valle del Jiloca, en concreto, en Calamocha, cuando los alumnos a los que impartía clase de literatura realizaron una ingente labor de complilación del floclore de la zona.
Otras figuras relevantes en la historia del cuento aragonés son el oscense Luis López Allué, que ambienta las historias en escenarios del Somontano, con sus giros dialécticos y tradiciones; los bilbilitanos Juan Blas y Ubide, Sixto Celorrio, Vicente de la Fuente y Pedro Montón Puerto, que reflejan el costumbrismo de la comarca; el turiasonense Gregorio García-Arista, y Alberto Casañal Shakery, gaditano de ascendencia aragonesa, creador del "romance baturro" con el que estructuraba sus cuentos. Teodoro Gascón, de Ojos Negros (Teruel), ilustró la mayor parte de los cuentos de principios de siglo, entre ellos los de Eusebio Blasco y Agustín Peiró. El género empezó a decaer notablemente finalizado el primer tercio del siglo XX y llegó agónicamente hasta la época de la guerra civil de 1936. Sin embargo, la nómina de los cuentistas aragoneses actuales es amplia y, generalmente, muchos de los novelistas sienten especial predilección por la narración breve o el cuento, aunque algunos escapen a la clasificación clásica de "cuento aragonés", en los que la localización geográfica suele ser determinante, pues los hechos suceden en lugares muy concretos de Aragón y los personajes son extraídos de la entraña popular. No faltan reediciones de obras de los cuentistas más representativos ni escritores de interés como Salustiano Yanguas con sus Cuentos y relatos aragoneses. Fernando Lalana, Ana Alcolea, Daniel Nesquens, Begoña Oro, Roberto Malo, Javier Barreiro, Antón Castro, Ana María Navales, José Luis Melero, Pepe Verón... y un largo etcétera, sin olvidar a los grandes ilustradores como José Luis Cano y Francisco Meléndez, son nombres imprescindibles del momento. Yo disfruto enormemente con los "Cabezudos" de Michel Suñén y las narraciones de Pilar Hernandis.
Sobre el polémico tema del baturrismo en el cuento aragonés, Alfonso Zapater ya defendía que debía evitarse el chascarrillo zafio, la caricatura o la ridiculización del hombre de esta tierra, entendiendo el término como sinónimo de aragonés sin intenciones peyorativas. Para el vocablo "baturro" existen varias etimologías posibles. Desde el griego batto (rural, tonto, de pocos alcances), al señalado por Romualdo Nogués: bat en vascuence significa uno o primero; ura, agua, y la terminación us, entre los romanos, indicaba pueblo. En el norte de España, el Ebro es el mayor río; bat ur us (baturros) eran los pobladores de la primera agua grande, y "si no gusta la etimología, se busca otra", añadía el autor. Y las hay, claro. Para Corominas, baturro viene de bule, tonto, rústico, probablemente sacado de batueco "huevo huero", derivado de batir, por el ruido como de golpes que produce este huevo al sacudirlo dentro de la cáscara. Oscanio, en su Diccionario Etimológico aragonés se refiere a "batuere" (batir, pelear, vencer), en relación con el carácter batallador del oriundo de Aragón. Incluso la procedencia de sentido puede ser árabe, de ma´nuw (pronunciado mañur, soportar, sufrir), calificativo de los mudéjares aragoneses para denominarse entre ellos como compañeros de infortunio, como pueblo sometido, mientras que para los cristianos designaba al hombre del pueblo en general, donde tanto abundaban los maños.
En cualquier caso, si el origen del cuento aragonés está en el pueblo, el tratamiento literario posterior canalizó en algunos casos la tradición oral por encima del chiste -vigente en el mundo rural-, pero en otros, el costumbrismo desembocó en el ámbito descalificador del baturrismo de mal gusto, lo que marcó de alguna manera la decadencia del género en un momento determinado de su evolución, por lo que a veces se ha preferido distinguir entre lo baturro y lo aragonés. Los cuentistas crearon unos estereotipos o tópicos inamovibles que pintaban ladinas y astutas a las personas de nuestras sierras, egoístas y avaras a las de la montaña y embusteras y fanfarronas a las de la ribera del Ebro, convirtiendo al cuento en sátira y burla con frases acuñadas, modismos y refranes largamente vigentes: el barbo de Utebo, la procesión de Marlofa, los gaiteros de Lumpiaque, el salmón de Alagón, la gorrina de Cuarte, los galgos de Lucas o la justicia de Almudévar. Tampoco faltaron personajes convertidos en legendarios para bien o para mal de sus pueblos de procedencia: el tonto Pichotes, el bruto de Alfocea, Chichapán el de Longares, Jesucristo el de Morés, el tío Calasparra, el maestro Ciruela...
Gregorio García-Arista estableció la distinción entre el cuento-chascarrillo y el cuento-cuadro de costumbres: "Este es pintura de tipos, de caracteres, de usos, de costumbres, de paisaje, un trozo de vida llevado al papel; aquí, el aragonés es el actor, al revés que en el cuento-chascarrillo, en que es el autor. Autor que se complace en tomar por asunto el fondo de sus graciosidades, casi siempre chanza -a las que tan aficionado es el baturro, por no dejar dormir su ingenio-, toda cualidad o condición -torpeza, testarudez, tacañería- que puede hacer comezón al vecino, "a beneficio" del cual se exprime el caletre, acentuándose hasta la sátira cuando de rivalidades entre pueblos, bandos y personas, se trata". De ahí el "A Zaragoza o al charco", el "Tarazona no recula", los "distraídos de Belchite, que de nada se enteran", los "músicos de Lumpiaque, que amanecieron templando", "De Alcañiz, ni conejo ni perdiz", "A Montalbán no vayas sin pan"..., y algunas veces se cruzan las comarcas y dicen: "De Navarra, ni mujer ni tronada", y replican los navarros: "De Aragón, ni hembra ni varón". Para Alfonso Zapater, el "chufla, chufla" hizo demasiado daño como para seguir riéndole la gracia...
Algunos escritores, sin embargo, se mantuvieron al margen del chascarrillo baturro, aunque demasiados intelectuales cedieran a la tendencia de moda. "Crispín Botana" en La gente de mi tierra ofrece una colección de chascarrillos vulgares, en lenguaje pedestre, incorrecto y chabacano con que se expresaba a menudo la gente del pueblo. No obstante, obtuvo gran éxito porque el público veía retratado al baturro sin grandes dosis de arte. Cundió el ejemplo, y los hermanos Mariano y Manuel Domeque publicaron, con el seudónimo de "Tío Jorge", varios tomos de "agudezas baturras", y lo mismo otros autores cultos que parecían avergonzarse de escribir del tema. (Años más tarde, Fernando Lázaro Carreter creó la comedia "La ciudad no es para mí", protagonizada por Paco Martínez Soria. Cuando el actor quiso reponerla, se encontró con la negativa del académico, que no le concedió la oportuna autorización, lo que molestó mucho al actor, "con el dinero que yo le he dado a ganar", decía. ¿A tal punto llegó el arrepentimiento de Lázaro Carreter por su veleidad cazurra-baturrista? ). En otros casos, más bien minoritarios, como el de Agustín Peiró -que firmó como Antón Pitaco, Antón Pirulero, Riqui, Tintín, Manga Verde y El Royo-, los cuentos no cayeron en la zafiedad ni en el mal gusto, limitándose a reflejar la gracia y simplicidad de los campesinos de forma muy natural, con gran ingenio y conocimiento del dialecto de la tierra aragonesa -si podemos llamarlo así, (apunta Ramón de Lacadena)-, dominando como nadie la fraseología, prosodia y sintaxis que la caracterizan (hoy abundan los cuentos en aragonés).
En la década de los treinta del siglo XX se había alcanzado tal punto en la burda caricatura de lo aragonés que se levantaron justificadas voces de protesta, pero su práctica se había extendido de tal manera que desde fuera de Aragón comenzaron a vernos a imagen y semejanza del baturrismo imperante, empañando así la realidad. Después de la Guerra Civil sólo resistieron unos pocos autores de cuentos y chascarrillos baturros trasnochados, dedicándose los más al cuento exclusivamente literario, sin buscar su fuente de inspiración en el pueblo ni hacerlo protagonista. Quizá Santiago Lorén rastreó esa motivación abiertamente , a través de los cuentos publicados en Heraldo de Aragón y recogidos, posteriormente, en "La rebotica".
Juan Domínguez Lasierra recuerda cómo el cine ha llevado a la pantalla, argumentos y personajes aragoneses, procedentes en muchos casos de la literatura costumbrista. Este tipo de cine nace en 1908 con "La Dolores", pero será en los años 1915-1917 cuando tenga lugar la aparición del tipo baturro con la serie "Cuentos baturros, ilustrados en cine", protagonizada por el tío Isidro, campechano, bonachón e ingenuo, pero que no se deja engañar por nadie. "Nobleza baturra", uno de los mayores éxitos del cine mudo, incluyó la famosa secuencia del "Chufla, chufla...", procedente del cuento de Romualdo Nogués. Se realizaron versiones zarzueleras como "Gigantes y cabezudos" o "La Dolorosa" y, más adelante, series para la televisión. Probablemente, quedará para siempre en la memoria "La ciudad no es para mí", en la que triunfó el tipo baturro, pese a que la literatura baturra hacía décadas que había desaparecido. "Tata mía", de José Luis Borau, evoca , igualmente, aspectos floklóricos y costumbristas de su tierra natal. Podrían citarse muchos más ejemplos hasta llegar al cine independiente actual en el que el costumbrismo también ha tenido presencia en cortometrajes basados en cuentos de Luis López Allué. No podemos obviar en este sentido, naturalmente, las letras de jota, la poesía , el teatro, el cómic y los textos en prensa, donde Fernando Soteras "Mefisto", ha sido el gran cronista de las virtudes y de los vicios del pueblo aragonés con sus coplas diarias en el Heraldo. Y en su momento, la novela regional, culminación del costumbrismo literario con las dos grandes figuras: López Allué y Blas y Ubide.
El cuento aragonés tiene como rasgos esenciales el juego de ideas, la socarronería -la "caidíca"-, y el sentido común universal, frente al hiperbolismo del andaluz, rara vez filosófico y profundo, por ejemplo. El escenario es predominantemente campesino, donde el labrador observa el "progreso" con ironía . El hombre de campo tiene una razón natural por la que se gobierna y en lo nuevo sólo ve arbitrariedad, lo que se ha calificado como conservadurismo, pero actualmente la vuelta a una forma de vida más armónica con la naturaleza se ve por muchos como aspiración de la inteligencia. La civilización moderna no ha traído más felicidad por lo que en la reconquista de la naturaleza se perciben unas condiciones de vida más humanas. De ahí que para algunos el sentido común del cuento aragonés no sea tan descabellado. También el realismo, el sentido de la justicia, el didactismo, tan aragoneses, aparecen en estos cuentos. Por eso el "chufla, chufla", interpretado a veces torpemente como signo de cerrazón intelectual del baturro, revela en el fondo lo contrario: es un alegato de la razón humana frente a la prepotencia de la máquina. Para Juan Domínguez, "el sanchopancismo del labrador aragonés, del "pequeño filósofo" baturro, ofrece la otra cara, el quijotismo, el sentido de la rectitud, de la verdad, de la libertad. Sanchos y Quijotes, o como quiere la zarzuela, Gigantes y Cabezudos. Una íntima justicia poética cruza estos cuentos. El sanchopancismo disimula el quijotismo natural del baturro, la ternura íntima, que no parece bien por poco viril, y se esconde o enmascara con brusquedades externas. Otra cosa es el esquematismo de estos caracteres. Hay que distinguir entre productos genuinos y esas distorsiones espurias, hechas con afanes comerciales, que convierten el retrato en caricatura y degeneran el cuadro. Nuestro deber es acudir a lo verdadero y olvidar el resto".
Así son las manifestaciones de "lo aragonés" tanto en la literatura como en la vida. El baturro de los cuentos lleva a sus últimos extremos las virtudes aragonesas, lo que desemboca en la famosa tozudez que no carece de sentido, pues se apoya en el sentimiento de poseer la razón de acuerdo con la cual obra. Por esa utilización desmedida, el término baturro ha conocido el rechazo de los estudiosos cultos, que reivindican para la personalidad aragonesa la ponderación, el equilibrio, la exactitud y el desprecio por lo vulgar, oponiendo en este caso el aragonesismo al baturrismo. Sobre la tozudez aragonesa -degeneración también tópica de la tenacidad y tesón de su personalidad-, su atribución no fue creada por la literatura baturra, sino que tiene un origen antiguo y referencias literarias dispares. Se ha llegado a emparentar el chiste baturro con los "dezires" indios, próximos a los chistes árabes. El cuento baturro es una lección de sabiduría y de estar en el mundo, pero ocurre que se ha llegado a utilizar la gracia aragonesa de forma desproporcionada. Los aragoneses suelen ser voluntariosos, lo que no significa que sean testarudos: no lo es quien se apasiona por lo que cree justo y digno. Además de definirse por sus rasgos eruditos, de carácter científico, filólogo o historiador, el aragonés tiene una veta de fantasía que encuentra su eco en el humor socarrón, irónico y filosófico, y hasta surrealista ( pensemos en Buñuel). Pedro Saputo ejemplificó la sabiduría del pueblo frente a la creación moderna del baturro necio e ignorante.
Alfonso Zapater consideraba que el género debería ser reivindicado en el ámbito literario, pero siempre nutriéndose de las mejores esencias del pueblo, donde el sano costumbrismo fuera reflejo de la realidad cotidiana sin que se convirtiera en burda caricatura. No debería privarse al pueblo de su propia voz y de su ser. "Se llegó a aborrecer al costumbrismo por confundir lo baturro -que es lo aragonés de buena ley- con el baturrismo. Si el uso degeneró en abuso por lo que respecta a determinados escritores, la culpa fue de aquellos que celebraron de forma tan desmesurada como irreflexiva la caricatura de lo aragonés". Recoger las costumbres y tradiciones del pueblo y extraer de él personajes de carne y hueso, protagonizando los más variados y curiosos sucesos, es labor que corresponde a los cuentistas de hoy, apostando por el cuento aragonés en su plena acepción, como reflejo y testimonio de nuestra tierra.
Al fin y al cabo, el cuento nos habla de deseos, esperanzas, amores, frustraciones, rencores..., son, por tanto, una forma de conocimiento de una sensibilidad -en este caso de la aragonesa-, que es la de nuestros antepasados, y también la de ahora -no tan diferente-, porque el sentimiento y el placer que procuran la identidad narrada permanecen más allá del paso del tiempo...
Y cuentico contao...
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