Siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas para dar remedio a ellas.
Miguel de Cervantes (El Quijote)
"Cualquiera que sea mi suerte en el lugar bueno o malo a donde me lleve..., me gusta pensar que siempre seré aquel chico de Huesca un poco tonto y un poco loco de los años veinte".
Ramón J. Sender
Tres semanas después de la boda volvieron Paco y su mujer, y el domingo siguiente se celebraron elecciones. Los nuevos concejales eran jóvenes, y con excepción de algunos, según don Valeriano, gente baja... Al saber esto Paco el del Molino, se sintió feliz, y creyó por vez primera que la política valía para algo.
Réquiem por un campesino español
Un 3 de febrero de 1901 - hoy se cumplen, pues, ciento quince años-, nacía en Chalamera (Huesca), Ramón José Sender Garcés, el mayor escritor aragonés del siglo XX y uno de los primeros narradores españoles de referencia indispensable cuando se trata de la vinculación de lo español al pensamiento más globalizador. La mayor parte de su vida vivió muy lejos de su tierra natal , aunque sin perder contacto sentimental con ella: sabía que la verdera patria del hombre -el lugar de un hombre- es su infancia y la suya había sido sucesivamente Chalamera, Alcolea de Cinca, Tauste, Caspe, Alcañiz, Zaragoza, Huesca, la sierra de Guara o Monte Odina, y por eso los hizo perdurar bellamente en su memoria -a veces como enclaves mágicos-: de ahí el localismo trascendido de su amplísima y variada obra en géneros, temas, estructuras y estilos, muy propicia para la traducción a otras lenguas (es uno de los novelistas más traducidos junto a Cela y Delibes después de Cervantes). Sender guardó con amor el recuerdo físico y moral de su tierra aragonesa pero se sintió libre y del mundo, por eso es un clásico de la literatura universal de todos los tiempos y fue propuesto para el premio Nobel, tras alcanzar el Premio Nacional de Literatura (en 1935, por Mister Witt en el cantón). Los estudiosos más señalados de su figura, con José-Carlos Mainer a la cabeza, reivindicaron convenientemente su exclusividad poniendo en valor y reconocimiento uno de los grandes nombres del patrimonio aragonés con ocasión de su centenario. Continúan la labor en esta línea la Universidad de Zaragoza, que ha editado recientemente su obra de teatro completa, así como el Centro de Estudios Senderianos del I.E.A. oscense. Y la editorial "Libros del Asteroide" acaba de presentar Viaje a la aldea del crimen. Documental de Casas Viejas, que recupera el reportaje que en 1934 realizó Sender sobre la represión en Casas Viejas (Cádiz), un relato que alimentó la leyenda negra contra Manuel Azaña y contribuyó a su dimisión al frente del Gobierno tras la muerte de 25 campesinos anarquistas, un texto fundamental del periodismo español del siglo XX. Asímismo, el escritor Javier Barreiro ha descubierto la primera publicación a nivel nacional Cocoliche y Tragavientos, firmada por "Sendercito", ficción cómica infantil formada por seis cuadernos aparecida en la revista "Charlot". Se trata de una especie de "guion de una novela gráfica" en tiras cómicas que escribiría con 16 o 17 años, seguramente en unas Navidades pasadas en Caspe, en la que destaca más precisamente el texto que las ilustraciones, realizadas por un dibujante de la revista. Javier Barreiro encontró este trabajo recientemente en una librería de Barcelona, de cuyo hallazgo y análisis da cuenta convenientemente en la revista "Turia".
En los tiempos convulsos actuales, y a pesar de que el contexto histórico difiere por fortuna del vivido por Sender, su compromiso vital ejemplificador, su integridad, y la coherencia con el desarrollo ideológico que mantuvo desde niño, merecen de nuevo la evocación: vivió las luchas sociales de su época padeciendo un largo exilio de 43 años hasta su muerte en Estados Unidos donde sobrevivió sintiéndose un perseguido político y con el permanente recuerdo de su primera mujer, su hermano y otro ilustre oscense, su amigo Ramón Acín, fusilados vilmente, porque la de Sender es una historia individual y una historia colectiva. En las Conversaciones con Marcelino C. Peñuelas reflexionaba:
Me doy cuenta de aquello de los griegos cuando condenaban a un hombre al exilio y le daban a elegir entre el exilio y la muerte. Cuando yo leí eso a los treinta años pensaba: ¿cómo es posible? Con lo interesante que es el mundo, correr por él y verlo... Pero después, al llegar a mi edad y haber estado en la mayor parte del mundo que podemos considerar interesante, se da uno cuenta de que tenían razón.
Ramón J. Sender ofreció el testimonio del hombre ante la injusticia social y política -que conocía personalmente por haber pasado por la cárcel, la guerra, un campo de concentración, la utilización partidista de unos y otros, y hasta la "caza de brujas" americana (que le obligó a firmar un manifiesto anticomunista declarándose apolítico para preservar su supervivencia)-, en las novelas, prensa de todo color y en su pintura, como un claro exponente de la rehumanización del arte que modernizó las concepciones artísticas del momento. La guerra civil española acabó con la ilusión de cambio y renovación de la sociedad produciendo un exilio masivo que supuso una fractura total en la evolución de la cultura española, que se vio privada de importantes nombres. En la literatura, la ausencia de escritores como Juan Ramón Jiménez, Salinas, Guillén, Cernuda, Ayala, Aub, María Zambrano, Larrea, Alberti..., la férrea censura y el control ideológico gubernamental explican que, salvo excepciones (Dámaso Alonso, Aleixandre, Cela, Buero o Torrente), lo mejor se publicó fuera de España. Así ocurrió en el caso de Sender.
Alcolea y Tauste fueron testigos de la infancia de Sender. Los dos pueblos conforman en parte el escenario de Crónica del alba (una bildungsroman o novela de aprendizaje del protagonista José Garcés -el propio nombre de Sender), aunque el tratamiento literario conduce a una superposición de ambos, creándose así lo que denominó el territorio: espacio mítico del mundo novelesco relacionado con su pasado, un "espacio novelístico" imaginario de alguna manera. Con él recupera el mundo idílico de sus primeros años infantiles y de la adolescencia, un mundo generado desde el exilio en el que parece buscar un enraizamiento deliberado en su tierra natal, es el "realismo mágico" de Sender. Se trata de unos recuerdos sin pretensiones de exactitud, evocadores de paisajes, anécdotas y personajes, que, en sus últimos años se detallan en una serie de libros de memorias. Los materiales de su experiencia vital se organizan de una manera instintiva según posean una utilidad literaria: la memoria retiene lo que merece la pena ser recordado, y esto le facilita la reutilización y trasvase de una obra a otra de los componentes tanto autobiográficos como imaginativos que acomoda y reorganiza según va madurando su obra: este es el "imaginario" senderiano, subrayado por los aragonesismos léxicos o semánticos. La geografía aragonesa en las novelas de Sender no siempre es realista, sino que responde, pues, a una síntesis poética, ejemplo de la capacidad mi(s)tificadora del escritor:
"Para mí no existe la nación, sino el territorio y el mío es Aragón y a él me atengo".
"La aldea estaba cerca de la raya de Lérida, y los campesinos usaban a veces palabras catalanas": se ha aceptado esta afirmación, por tanto, pensando en Alcolea, lo que parecía confirmarse por elementos topográficos -saso, pardinas, ontina- propios de la tierra llana y algún dialectalismo característico. Sin embargo, esta localización entra en conflicto con la cronología (la reflexión en este caso va referida a Réquiem por un campesino español). La incongruencia se explica desde el universo narrativo del autor, en el que elementos paisajísticos, lingüísticos y culturales forman esa geografía inventada, en la que se integran los lugares más significativos de su primera juventud, territorio que adquiere su máximo desarrollo en la obra del exilio relacionada con su pasado, procedimiento que ya apuntaba en su primera novela Imán y que nos invita a recordar a Valle-Inclán y su Galicia mítica, la Comala de Juan Rulfo, Macondo de García Márquez o Yoknapatawpha de Faulkner. Así contesta a la pregunta de Francisco Carrasquer acerca de qué ciudad escenifica el Réquiem: "Es una aldea imaginaria hecha con memorias líricas y dramáticas de Alcolea, Chalamera y Tauste y de tantos otros lugares donde viví (siempre en Aragón)". No cabe plantearse por tanto una identificación exacta del lugar. Por otra parte, Antón Castro aclara que Crónica del alba tiene el mérito de convertir Zaragoza en una ciudad literaria de primer nivel, algo que harían años después con gran fortuna José María Conget, Cees Noteboom, Félix Romeo, Alfonso Zapater, Félix Teira... Tal vez arrojen luz a esta actitud de Sender sus propias palabras:
A mi mujer la mataron los fascistas y luego resultó que los comunistas estalinistas querían matarme a mí, en Francia. Yo necesitaba vivir para mis hijos. Y los tres nos salvamos, de milagro. Hasta hoy. Uno ha vivido desde entonces en la frontera. No la frontera geográfica sino la otra, la que separa la vida de la muerte. Al borde del abismo.... Al borde del precipicio vivo todavía, ahora,... con mis niños... Y aquí estamos los tres. Yo soñando con el pasado y ellos con el futuro. En una frontera sin aduanas ni policías... En la frontera que todos cruzamos cada día.
El clima político que se vivía en España durante el exilio de Sender no era especialmente propicio para su retorno ni puntual ni definitivo. Además, impuso como condición para volver la edición no censurada de sus obras. En 1965, la editorial Destino publicaba El bandido adolescente, sucediéndose diferentes títulos importantes como Crónica del alba mientras se aprovechaba la "apertura" cultural instada por el entonces ministro de Información, Fraga Iribarne; no obstante, sus obras más conflictivas como Réquiem, El lugar de un hombre o Imán seguían censuradas. En 1963 se jubila como profesor aunque sigue impartiendo cursos extraordinarios en distintas universidades americanas. En 1967 se le concede el Premio de Novela Ciudad de Barcelona por Crónica y en 1969 -año de una amnistía política- obtiene el Planeta por una obra de escasa trascendencia literaria, En la vida de Ignacio Morel. En 1975, la censura libera definitivamente su obra y en 1980 solicita la nacionalidad española renunciando a la estadounidense. Fallece en San Diego (California) dos años después. Sus cenizas, según sus deseos, serán aventadas en el Pacífico.
En la primavera de 1974, tras treinta y cinco años de exilio, Sender regresa a España en un primer viaje que levantó una fuerte polémica. Lo hace a Barcelona acompañado en calidad de secretaria, enfermera y amiga, por Luz Watts, su antigua alumna. Volvía de París, donde había asistido al rodaje de la versión de su novela El rey y la reina. Sabía que iba a sobrevolar los Pirineos y quería adivinar los primeros valles aragoneses. Entonces entonó una jota por lo bajo mientras lloraba de la emoción. Fue a recogerlo el escritor José Luis Castillo Puche, que le acompañó durante su estancia de veintiún días según un programa organizado por la Fundación Mediterránea que corría con todos sus gastos. Tantos deseos tenía Sender de venir a España que no se ocupó de averiguar que estaba en manos de una empresa del Opus Dei; de haberlo sabido, quién sabe la reacción que habría tenido... Aunque siempre se mostró pacífico manifestando que no estaba contra nadie ni quería resucitar fantasmas del pasado. Tan sólo deseaba ver su tierra, pisarla, confundirse con ella y hablar con los suyos.
Los periodistas buscaban declaraciones comprometidas pero no lo consiguieron. Incluso Sender llegó a afirmar que renegaba de alguno de sus libros anteriores como Siete domingos rojos, pero seguramente se trataba más de una táctica defensiva que de una convicción, o de miedo ante la presencia en su hotel de personal de seguridad, que a quien realmente vigilaba era al entonces ministro de Hacienda, Antonio Barrera de Irimo. Llevaba fama de intemperante y cascarrabias, pero a mí me pareció más bien que su mal genio respondía a una coraza con que defender la ternura de su corazón, su sensibilidad y el exceso de emociones, y también a su condición de asmático, que le hacía contener su respiración agitada. Además, poseía un sentido del humor finísimo, el mismo con el que dotó de comicidad a muchas de sus obras. José-Carlos Mainer lo definía como el hombre de los "prontos" (o de los "barruntos", como el Sabino de "El lugar de un hombre"), pero fue también el hombre que se vio desposeído de todo: territorio, afectos, idioma. Apenas le quedó otra cosa que el recuerdo de la infancia y la nostalgia de los héroes solitarios, los que dibujó José Luis Cano en el certero SENDER y sus criaturas. En cualquier caso, no le faltaban motivos para ser así tras una penosa vida de lucha y trabajo que no le había dado más compensaciones -aun siendo un escritor prestigioso y reconocido- que las de seguir igual para subsistir en un humilde apartamento de San Diego en el que debía arreglárselas él solo pues su amiga Luz Campana no podía atenderlo demasiado, ya que residía en Los Ángeles con su esposo, el prestigioso abogado Mr. Watts. Camilo José Cela lo visitó allí y después comentó no sin cierta malicia: "Entré al servicio a lavarme y preferí secarme con el faldón de mi camisa". Aquella visita motivó a Cela a invitarlo a su casa de Palma de Mallorca, donde Sender le sugirió -con poco tacto- lo bien que vivían los escritores fieles a Franco. Así que no es extraño que en determinados casos y con según qué personas, su temperamento se sublevara fácilmente. La Fundación Mediterránea quiso celebrar el acontecimiento de Sender en España organizando una conferencia sobre sus recuerdos, en la que fue anunciado como "futuro premio Nobel". Cuando lo escuchaban expectantes, empezó a disertar sobre la Atlántida, yendo del mito a la realidad, de la leyenda a la historia, con abundancia de datos y bibliografía, mientras el público no daba crédito. En Barcelona pasó tres días con su familia, dedicándose a satisfacer su curiosidad por la situación española, sin que llegase a pronunciarse ni una vez sobre el tema ni a favor ni en contra (se traía la lección muy bien aprendida para no comprometerse en sentido alguno).
Por fin, se dirigió a Zaragoza. Al llegar a Fraga, su mirada se perdió en la ribera del Cinca hasta que se detuvo en un punto fijo: "!Allí está Chalamera!, y aquello que está en lo alto son las Ripas de Alcolea!", exclamó emocionado. Sobre las Ripas estaba El lugar de un hombre, el mismo desde el que Pedro Saputo predicara sus proezas, que no cumplió, según la descripción de Braulio Foz. Sin embargo, Sender no pudo visitar esos lugares en esta ocasión. En Bujaraloz fue homenajeado por Luis Horno Liria (crítico literario de "Heraldo de Aragón), Santiago Lorén (premio Planeta) y Eduardo Fuembuena, creador del premio de periodismo "Ramón J. Sender" en el periódico "Aragón Exprés". En Zaragoza impartió conferencias y asistió a múltiples visitas a instituciones y a homenajes multitudinarios. No entró en política, lo que originó el reproche de algunos intelectuales aragoneses que criticaron el hecho mientras que a él lo único que le importaba era sentirse feliz en su tierra. Enrique Lascaso, sabedor de la otra faceta artística de Sender, la pintura, le obsequió con un dibujo de Alcolea de Cinca, en el que de pronto, observó que una reja había cambiado: hasta ese punto llegaban sus recuerdos del pueblo de sus mayores y suyo también, aunque naciera accidentalmente en Chalamera, donde su madre ejercía de maestra.
En el trayecto a Huesca, mostró el deseo de visitar un pueblo de colonización para conocer de cerca cómo se había llevado a cabo la transformación de la tierra, y se detuvo en Ontinar de Salz, primer núcleo urbano que se creó en el antiguo desierto de la Violada. En Huesca prefirió ver la calle y el edificio donde residió su familia antes de acudir a la conferencia prevista, a la que llegó muy tarde ("!Que esperen!"), deteniéndose en la evocación de las habitaciones a las que correspondía cada ventana o balcón. Ya en la charla, miró al público y de inmediato se levantó: "!Vámonos, aquí no hablo! No puedo hacerlo estando aquí presente el asesino de mi hermano, lo he visto entre el público". Resultó que el hombre señalado era a su vez hermano del que había participado en el fusilamiento de Manuel Sender Garcés, aunque él nada había tenido que ver con aquel desdichado y trágico suceso. Particularmente grato fue el encuentro con un antiguo redactor de "La Tierra", periódico de la Asociación de Labradores y Ganaderos del Alto Aragón, que tuvo como director a José Sender, padre de Ramón, del que sería más tarde redactor jefe. Sólo ahí habló de política, pero para rendir tributo al recuerdo como algo pasado, impregnado de nostalgia. Carmen Sender se llevó a su hermano a Altea (Alicante), y Ramón Sender llegó a confesar que cuando arreglara sus cosas pendientes en América -en 1946 se había hecho ciudadano de Estados Unidos, después de su dilatada época mejicana- regresaría definitivamente a España y que se quedaría quizás a vivir en la costa alicantina, un bello sueño... Tras pasar por Madrid, se fue lleno de promesas y buenos deseos y con el asma mejorada...
Más tarde, en el prólogo al libro de Alfonso Zapater, Aragón, ruta de la sed, relataría:
Yo recuerdo haber escrito una narración recientemente autorizada en España -Réquiem por un campesino español-, recuerdos de mi infancia, cuando ayudaba al cura de mi pueblo a llevar la extremaución a un agonizante que vivía en una cueva. Era invierno y no había fuego -sólo unas piedras en el suelo sobre cenizas frías- ni agua. Ni aire apenas. En cuanto a tierra, la única que iba a tener aquel pobre jornalero agonizante era la de la sepultura (que ni siquiera sería suya, sino una "fosa común"). Yo creía que todo eso había desaparecido en los últimos cuarenta años. En la era en la cual el hombre viaja a la luna y es capaz de colonizarla (aunque no hay en ella ni agua ni aire), los seres humanos tienen que comprar en mi tierra natal el agua para beber, a pesar de tener a veces el río a doce kilómetros de distancia. Uno no acaba de comprender. ¿Es que el capitalismo español es incapaz de construir canales y acequias, o conductos de doce o quince kilómetros, mientras en otros países (California, por ejemplo) se hacen de tres mil kilómetros, sin alarde alguno y como la cosa más natural? Ya sabemos que en España los ingenieros pueden hacerlo también, pero ¿por qué no lo hacen?: "No es rentable". ¿Pero hay renta mejor para todos que una conciencia tranquila y un poco de contento en el corazón viendo también como gozan de ello nuestros amigos y vecinos? Ni siquiera los cafres sufren esas miserias, porque hace tiempo que en Suráfrica las han resuelto.
Sender se refería al increíble destino de los Monegros del Alto Aragón, que él esperaba ver resecos y agonizantes, y sin embargo se le mostraban tamizados de verde un mes de junio de casi cuarenta años después, pero no porque los riegos los hubieran redimido por completo, sino por los efectos de la lluvia oportuna caída sobre los sembrados, con los trigos lozanos y las cebadas, más adelantadas, empezando a dorar ya para la siega.
Fallecido Franco, Sender regresó a España en 1976 aceptando la invitación de Camilo José Cela para pasar unos días en su finca "La Bonanova". No terminó bien la relación de los dos escritores. Cuando volvió a Zaragoza, Sender apareció con un pie escayolado. "Un mal paso", dijo sonriendo. Luego confesó su discusión con Cela, su diferencia de ideas y opiniones, "es un escritor de régimen". El propio Cela, por su parte, dio su versión: "es un desconfiado, hasta el whisky se ha traído metido en la maleta porque no quiere beber del nuestro, pues dice que está falsificado. Ya he tenido que aguantarlo bastante con sus manías de viejo verde, persiguiendo a mi mujer e intentando meterle mano...". Tras una buena comida, Sender se puso insolente, y comentó las ventajas de haber vivido de colaboracionista con Franco, a diferencia de otros como él que habían sufrido las consecuencias del exilio por no haber querido doblegarse al dictador. Cela se defendió criticando la política y la falsa moral de Estados Unidos, con los que Sender se avenía tan bien, ya que incluso justificaba hechos tan lamentables como haber arrojado la bomba atómica. Se cruzaron los insultos, cada vez más duros y elevados. Sender llegó a tirar del mantel de la mesa cayendo la vajilla al suelo, hasta que Cela no pudo contenerse y le echó las manos al cuello: "aquel día me di cuenta de que podía haberlo matado". Sender se fue a recoger sus cosas para irse, y entonces resbaló y cayó por las escaleras fracturándose el tobillo.
Se equivocó Cela invitando a Sender, sin duda movido por la notoriedad que en ese tiempo rodeaba al escritor aragonés, por el afán de apuntarse un tanto. Y también Sender aceptando la invitación del más relevante escritor del momento. Eran caracteres opuestos; nada les unía excepto su vocación literaria y su condición de artistas. Por lo demás, es posible que Cela exagerara en lo referente al acoso a su mujer, Rosario Conde, una mujer ya entrada en años y enferma. Aunque según los testimonios de los que pasaron bastante tiempo con él, coinciden en manifestar que a Sender le apasionaban las mujeres, casi todas o todas... En San Diego alternaba con grupos de jóvenes con los que se iba de bares y discotecas, siempre rodeado de mujeres, a las que se le iban las manos instintivamente más de la cuenta, pellizcándolas y haciéndose luego el desentendido para que las culpas se las llevara quizá el amigo de turno más cercano. Era su forma pícara de divertirse. Antón Castro lo califica como "un solitario cazador de corazones, un volcán de deseo, pero carecía de talento y capacidad para retener a las mujeres a su lado". En cambio, fue capaz de crear grandes personajes femeninos, como Valentina o su amiga Milagros Guerrero, que aparece en Crónica y que "le desordenó las emociones". Se casó tres veces, mantuvo otras relaciones y aún de anciano seguía estremecido por la belleza de las muchachas jóvenes, de las chicas de instituto...Tuvo siempre vocación de seductor, fue enamoradizo y obtuvo sus éxitos. En palabras de Antón, "era un fauno irreductible".
En noviembre de 1976, Sender expuso su pintura en la galería Multitud de la calle Claudio Coello de Madrid, asistiendo a la muestra antes de la clausura. Quizás sea la de pintor su faceta menos conocida. Así justificaba su vocación pictórica: "Yo hace algunos años que pinto para mí mismo, porque encuentro en la pintura elementos de expresión que completan los de mi novela, la poesía, el teatro o el ensayo. Se trata de crear formas de armonía estable con cada una de las cuales establecemos un fortín de defensa contra el vacío agresor. ¿Es perfecto ese fortín? Es eficaz y nos basta. La perfección no existe en este mundo. Nada hay en él perfecto sino la muerte interior que suele anteceder a la otra y a ella nos empuja la agresión de ese vacío. Como me asomo a la vejez, tengo necesidad de más diques. Yo no pensaba exponer estas pinturas, pero no caben en mi casa y quiero seguir pintando. Si no las compran, me cambiaré de casa, buscando otra que tenga muros más anchos y libres y seguiré peleando contra el vacío invasor como he peleado con mis libros y con otras formas de reacción".
Pintura de Ramón J. Sender
Se trata de una pintura entre lírica y surrealista, aunque hubo una primera etapa en la que rindió culto al cubismo; importan el símbolo y la intención por encima de todo en su variada temática. Para él, la pintura era una actividad más vital que la vida misma, dotada de esencialidad. En esta exposición, figuraban también cuadros de Alberti, García Lorca, Galdós, Moreno Villa y Cela. "Hay colegas a los que admiro -confesaba-, como Buero Vallejo o Alberti. Tengo la impresión de que si aprendo en una academia, lo que hoy es una broma divertida se convertiría en un oficio con sus leyes, reglamentos y normas profesionales, es decir, en una disciplina. Me gusta pintar y ver que de pronto aparece "una promesa misteriosa" que puede alcanzar alguna clase de calidad lírica. Me gusta tanto como la buena música, pero no sé por qué me he resistido siempre a aprender a pintar. Creo que si supiera no me divertiría tanto cuando pinto y hago pequeños o grandes descubrimientos por mí mismo. Como es natural, mi pintura es una prolongación de mis novelas y de mis versos".
Pintaba sus amuletos, como conjuro para liberarse de la muerte. Consistían en curiosos objetos como una tabla de embalaje, un trozo de mueble, una cerámica rota, una llave... que quizá habían tenido que ver con su vida. También "efemérides de calaveras", retratos con gatos, gaviotas y otros animales, y autorretratos con ardillas y cuervos. Siempre le había gustado un retrato que le pintó Picasso y nunca había conseguido que le regalara: un día le dio "el pronto" y lo copió con firma y todo. Su afición a la pintura le sobrevino en Nueva York cuando compró una casa que poseía varios cuadros naturalistas del pintor alemán Von Hassler. "El dueño de la casa me dijo, para animarme a comprar, que los dejaría allí y que su autor era un verdadero genio. Cuando le pregunté cómo lo sabía, respondió contundente: Porque siempre está borracho. Me sorprendió descubrir que aquellas telas hubieran producido también cierta embriaguez en un hombre sencillo y práctico como el comerciante que me vendió la casa, por lo que se convirtieron bajo mis pinceles en amuletos eficaces".
Pintura de Ramón J. Sender
En Zaragoza, expuso en la galería Berdusán con una muestra a la que no pudo asistir, pero sí volvió ese mismo año, 1976, tras su estancia en Palma de Mallorca y posterior visita a Madrid. En esta ocasión pudo acercarse a la ribera del Cinca, pisar la tierra amada y regresar a su territorio, asistiendo al homenaje de Chalamera, en unas jornadas apoteósicas muy distintas a las vividas por esta población cuando se apuntaba el proyecto de crear una central nuclear y se cantaba de forma reivindicativa: "En Chalamera, con Chalamera, venimos a cantar; en Chalamera, con Chalamera, !no queremos central!". Y siempre en su pensamiento el permanente recuerdo de Alcolea: "En toda mi obra literaria está presente Alcolea y toda la ribera del Cinca, aunque nada de ello se manifieste para el lector ignorante". También en ese momento nos habló del premio "Planeta", que había ganado con la novela La otra vida de Ignacio Morel, que él mismo consideraba mediocre. La editorial le ofreció el premio en San Diego cuando apenas había oído hablar de él. Debía de presentar un original inédito para el caso y aunque se mostró agradecido, alegó que no disponía entonces de ninguno. Ante la insistencia, y proponiéndole que escribiera lo que quisiera con la promesa de una edición de doscientos mil ejemplares, le hizo tanta ilusión la posibilidad de tener tantos lectores en España que recordó un ejemplar original olvidado en un cajón, que no le gustaba mucho. Según Sender, lo entregó a la editorial para que lo dejaran en paz. De esa forma, servido a domicilio, conquistó Ramón J. Sender el premio "Planeta" de novela, del que no se sentía orgulloso, aunque lamentaba no haber valorado suficientemente, un poco por ignorancia y otro tanto por la prisa que le impusieron, la importancia de tal reconocimiento en el mundo literario español, al margen tantas veces de la propia calidad de la obra.
Se cumplen cuarenta años de su último regreso. Y me resulta especialmente estimulante comprobar que las palabras de un escritor de esta tierra y del mundo -el lugar senderiano de un solitario-, siguen más vivas que nunca y pueden ilustrar algunas de las grandes elecciones que han hecho de la gran literatura del siglo XX un testimonio inolvidable, por ejemplo, la denuncia de la guerra, la grandeza consoladora de la memoria personal, la afirmación del valor supremo de la vida humana, la estremecedora idea de que todos podemos ser perseguidos sin motivo, el análisis de la libertad individual o la percepción de que una novela histórica es siempre una metáfora del tiempo presente:
" YO CREO QUE MIS LIBROS TIENEN, SÍ, ALGÚN ACENTO REVOLUCIONARIO GRACIAS AL CUAL SUPONGO QUE CRECERÁN EN EL FUTURO. HABRÁ PRONTO, QUIZÁ DENTRO DE CUARENTA U OCHENTA AÑOS, UNA EUROPA ORGANIZADA SOBRE BASES DE SOCIALIZACIÓN. Y EN ESE SENTIDO MIS MODESTOS LIBROS FORMARÁN PARTE QUIZÁ DE LOS CLÁSICOS DE ENTONCES".
(1969)
No hay comentarios:
Publicar un comentario