No hay Fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por particular providencia de los cielos, y de ahí lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura. Yo lo he sido de la mía... Atrevíme en fin; hice lo que pude; derribáronme, y aunque perdí la honra, no perdí ni puedo perder, la virtud de cumplir mi palabra.
Miguel de Cervantes (El Quijote)
¿Has llegado al límite de la luz?
Miguel Labordeta, Espejo.
En estos tiempos en los que pocos apuestan por la ética y a algunos escritores sólo les importa publicar aunque no lo merezca su calidad literaria, recordar a un hombre que ha sido un ejemplo de escritor comprometido, interesado en los valores de libertad y conciencia moral, resulta como una bocanada de aire fresco y de pureza en un caso claro de eterno inconformista. Miguel Labordeta Subías, la voz poética más original y brillante de Aragón durante el siglo XX, cumpliría noventa y cinco años el próximo julio si no hubiera fallecido repentinamente con tan sólo 48 años en 1969. Con la publicación de sus Obras Completas en 1972, la ampliación en 1983 a cargo de Clemente Alonso Crespo y, sobre todo, con la reciente edición de Miguel Labordeta. Obra Publicada por los profesores de la Universidad de Zaragoza, Antonio Pérez Lasheras y Alfredo Saldaña, así como de los Epistolarios Inéditos, Miguel Labordeta-Gabriel Celaya, y su correspondencia con Pablo Serrano, rescatados por Jesús Rubio Jiménez, disponemos de una obra que, en su momento, pasó inadvertida para muchos, fundamentalmente en el contexto literario nacional en el que el escritor apenas obtuvo demasiado eco. Se ha tratado así de normalizar a un autor clave en la historia contemporánea de la literatura aragonesa.
La poesía de Miguel Labordeta, elaborada calladamente al margen de cenáculos y escuelas, insuficientemente conocida y valorada salvo por algunos estudiosos o entidades como la Institución Fernando el Católico -que le ha dedicado un seminario hace poco-, constituye uno de los logros más singulares, "una de las aventuras más hermosas de nuestra literatura", en palabras de Ricardo Senabre. En 1994, coincidiendo con la efeméride del 25 Aniversario, se celebró en Zaragoza un Congreso-Homenaje a su figura que supuso un paso adelante en el acercamiento a su obra en un acto de justicia poética que completaba la bibliografía existente hasta el momento y la entrañable reividicación que siempre llevó a cabo su hermano José Antonio Labordeta, cantando su grandeza y su soledad, expresando su frustración existencialista y su sátira social, "para todos los hombres universalmente", gritando "las verdades eternas del hombre",
Dime Miguel: ¿quién eres tú?
¿dónde dejaste tu asesinada corona de búfalo?
¿por qué a escondidas escribes en los muros
la sojuzgada potencia de los besos?
¿qué anchura de canales han logrado
tus veinticinco años visitantes?
¿adónde has ido?
¿qué dioses hermanaron tu conducta de nadie?
¿y tus sueños hacia qué lejanos ojos
han conseguido hondos de fracasadas copas
donde sorbiste el trance de la culpa?
¿has llegado al límite de la luz
donde el último nombre se dispone a nacer?
...
¿mas qué te queda criatura perpleja
qué te resta si no es tu cerviz cortical
seca de ciudades y limo
propicia a la aventura fracaso
y al ardiente paso de tus noches
por el ecuador de los vientres
transportando el mórbido mensaje de la espiga y de la muerte?
Miguel ¿quién eres? ¡dime!
En los años de la posguerra -como recuerdan, entre otros José Carlos Mainer y Guillermo Carnero-, la voz de Labordeta pasó desapercibida teniendo en cuenta la forma de edición de sus libros en tiradas mínimas que distribuía generalmente entre sus amigos. Tampoco su colaboración en revistas poéticas, a veces semiclandestinas, de capitales de provincias, realizada con ilusión pero con verdaderas dificultades, supuso un mayor conocimiento de su obra, a lo que habría que añadir la acción de la censura que entorpeció constantemente sus publicaciones. A pesar de ello, mantuvo siempre una inquebrantable fidelidad a sí mismo testimoniando en sus versos y prosas la "autobiografía espiritual de un alma solitaria". En esos años de penuria económica y feroz represión, su poesía se caracterizó por un "ensimismamiento" que le hacía ser destinatario de su propio mensaje, mostrándose solo en medio de la insolidaridad humana. En una sociedad instalada en un aburrimiento intelectual generalizado, Miguel Labordeta intentó estimular un movimiento cultural renovador en torno a las tertulias del antiguo café Niké de Zaragoza, entonces situado en la calle de Requeté Aragonés (hoy Cinco de Marzo), en reuniones miradas con reticencia por la cultura oficialista. Así, algunos de los poemas recitados en la radio por Pedro Dicenta de su artículo Poesía revolucionaria arman un gran revuelo en la sociedad zaragozana. Con los amigos de la peña "Niké" saca adelante varias revistas, pero hasta 1968 no es autorizada, por ejemplo, una de ellas en la que colaboraba Antonio Fernández Molina, Despacho poético Internacional de la OPI.
Café Niké. Zaragoza
En 1956 se estrena en el Teatro Argensola de Zaragoza Oficina de Horizonte, obra de teatro escrita un año antes, que es recibida con el más absoluto desdén. Se conservan manuscritos previos que tienen sus raíces en su propia niñez (para la adecuada contextualización de la vida y obra de los dos hermanos es muy interesante la visita a la Fundación José Antonio Labordeta). Hacía 17 años que no había publicado obra poética: Miguel Labordeta, profesor, guardaba silencio. Oficina de Horizonte, con escenografía de Agustín Ibarrola, es adaptada para la televisión por el director zaragozano Antonio Artero, que presenta al escritor como el "creador maldito español". Se la considera como una obra poética más que refleja el mismo mensaje humano de sus poemas: la búsqueda del sentido de la vida del hombre perdido en el universo cuya esperanza se cifra en la alegría que, encerrada en una botella "navega y navegará hasta el fin por los mares del mundo"... La obra no tuvo demasiado recorrido, pero marcó un cambio artístico hacia lo más estrictamente estético. El protagonista aparece caracterizado como un hombre inmaduro, con un enorme tormento interior por su exacerbada sensibilidad, en conflicto permanente con la realidad, con una gran inseguridad ( sólo quiero encontrar la ruta de mi vida hacia un no sé dónde), con la sensación casi cernudiana de alguien que quiere estar siempre de viaje y en constante huida, y obsesionado con el deseo de ser el guía de su pueblo hacia la paz y la libertad, hacia el límite de la luz... Se muestra como un revolucionario contradictorio: a veces adopta la vida burguesa y otras, protesta por ese destino ( te escupo, estúpido Miguel Labordeta). En un tremendo final en que tras una ráfaga de metralla cae "el Poeta", el eterno incomprendido manifiesta su espíritu místico y existencial: ...No hay solución a la vista, pero cada hombre debe inventar su propio camino de purificación, reforzando así lo que en 1950 propugnaba para la poesía,
"Necesitamos una poesía catártica, depurativa, en que el poeta se dé por entero en holocausto verídico"
Fundación José Antonio Labordeta
Los recuerdos de infancia (con el caballito de cartón como elemento recurrente) y adolescencia son como jalones en el camino tenaz hacia el conocimiento de sí mismo, de su independencia e individualidad. Algunos críticos han querido ver en esa exaltación del Yo la justificación de su pertenencia a la tierra aragonesa caracterizada genéricamente por aspectos como el pesimismo estoico, el humor sarcástico y satírico y el sentido ético y desengañado de la vida, que lo habrían conducido a un ostracismo voluntario ( rasgos que se reconocerían en Jarnés, Sender, Buñuel, Seral y Casas...), pero yo creo más bien que se trata de una personal cosmovisión poética y de una ironía ( o "socarronería somarda") consustancial a ella, que se acentúa con el paso del tiempo y la evidente evolución de su obra hacia un mayor compromiso social que corre paralelo a una nueva realidad histórica: el paso del subdesarrollo económico a la revolución industrial y la sociedad de consumo. El poeta "pide la palabra" para arremeter contra todos los estamentos sociales sin excepción y satirizar la civilización moderna con imágenes apocalípticas con las que protesta, rechaza y condena una época miserable, para la que quizá pueda haber un después más esperanzado: la poesía debe entrar al servicio del hombre; pero de esto a que la poesía deba ser popular hay un abismo,
Dame
vida mía única
tu imposible verdad.
Dame
mi soledad
tu repleta cosecha de denuncias.
Dame
muerte mía
tu relámpago de abrasado total.
...
y tu lindo caballito de cartón de mis sueños de niño
destripador,
...
dadme en seguro trance
vuestro centro inexorable
de palpitar dulcísimo;
...
A ver si así
solo y con todo
compongo de mi sed indecible
el tremendo suceder de la Totalidad.
Se han señalado múltiples influencias estéticas en el mundo poético de Miguel Labordeta, así como el reflejo de tendencias y corrientes artísticas contemporáneas que hoy se cuestionan en muchos casos porque no importan tanto las etiquetas como su personalísima innovación, marcada por la audacia renovadora y el estilo inconfundible de su lenguaje en libertad, que va desde lo más coloquial y cotidiano hasta una lírica del "ex abrupto", las creaciones más arriesgadas, las visiones cósmicas más surrealistas, la plasticidad pictórica (sus libros fueron ilustrados por los grandes pintores y dibujantes Mingote, Viola, Antonio Saura, Natalio Bayo o Santiago Lagunas), o el realismo rehumanizador de aire desgarrado que marca el paso de un tono épico y oratorio inicial al experimentalismo de la poesía visual: me importa un pito que mi poesía pueda ser comprendida por pocos o por muchos o por nadie; escribo lo que puedo, como puedo... Y de ese "puedo" surgen los diferentes vanguardismos, el dominio de la ciencia-ficción y los ecos orientales, hispanoamericanos y franceses que, aunque al poeta le importara un pito, no dejaban ni dejan de conmover y de inquietar...,
En lo alto del Faro,
viendo ir y venir
a las pobres gentes en sus navegaciones de un día.
En lo alto del Faro,
contemplando el abismo de las criaturas y el vértigo de los astros.
En lo alto del Faro,
escuchando llegar a los rostros futuros
y oyendo en lo hondo de las aguas las voces de los muertos.
...
En lo alto del Faro.
La voz del poeta.
Incansable holocausto.
Una pieza insólita de carácter alegórico prácticamente desconocida de Miguel Labordeta presentaba las mismas claves temáticas del resto de su obra: Exactamente perdido, "Poemoide radiofónico", para la que no pude encontrar referencia cronológica precisa. Se trata de un diálogo en el que un personaje, el "Buzo", encarna la fraternidad universal al tiempo que se alude a la guerra con imágenes bélicas y galácticas, mientras se sigue añorando la infancia soñada (yo también perdí mi caballito de cartón). El poeta insiste en la liberación personal que predicaba en Poesía revolucionaria, y en el poema "Catarsis del buzo" nunca publicado por el autor, debido, parece ser, a la mala opinión que tenía de él su amigo Carlos Edmundo de Ory,
Ahogado.- ¿Ves aquellas masas de hombres combatiendo? Aquellos cascos relucientes son los nuevos guerreros de 1914... Mira sus máquinas mortíferas...
Buzo.- ¡Ay... cuánto dolor... cuánta incapacidad de dicha... cuánto luchar en vano... cuánto soñar inútilmente por un camino de soledad que nadie comprende bien...!
Hijo.- Pero Padre, ¿qué hora es, que hablas así de una manera tan extraña?
Buzo.- ¿Qué hora va a ser, hijo mío? ¿qué hora va a ser, sino la de vivir, la hora de vivir siempre, con amor infinito siempre...? (Muere).
Labordeta se mantuvo siempre fiel a esa idea tan quevedesca de que la vida es sólo un paréntesis entre los inevitables trances del nacimiento y la muerte y aquí reitera su empeño en la solidaridad ante la guerra, su infinito amor por los hombres y su repudio al inmovilismo político y social de evocación costista. Recuerdo que, en esa misma línea, José Antonio leyó este poema de Miguel en el Congreso de los Diputados con motivo de la comparecencia de Aznar sobre la posición del Gobierno ante el ataque a Irak:
Mataos,
Pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna.
Invadid con vuestro traqueteo los talleres, los navíos, las universidades,
las oficinas espectrales donde tanta gente languidece.
Triturad toda rosa, hollad al noble pensativo.
Preparad las bombas de fósforo y las nupcias del agua con la muerte...
Inundad los periódicos, las radios, los cines, las tribunas,
pero dejad tranquilo al obrero que fumando un pitillo
ríe con los amigos en aquel bar de la esquina.
Asesinaos si así lo deseáis,
Exterminaos vosotros: los teorizantes de ambas cercas
Que jamás asiréis un fusil de bravura.
Asesinaos pero vosotros los inquisitoriales azuzadores de la matanza...
Pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna,
Al campesino que nos suda la harina y el aceite,
Al joven estudiante con su llave de oro,
Al obrero en su ocio ganado fumándose un pitillo
Y al hombre gris que coge los tranvías
con su gabán roído a las seis de la tarde.
Esperan otra cosa.
Los parieron sus madres para vivir con todos
Y entre todos aspiran a vivir: tan solo esto.
Y de ellos ha de crecer
Si surge una raza de hombres y mujeres con puñales de amor
inverosímil hacia
otras aventuras más hermosas.
Al final de su vida, toda la obra de Miguel Labordeta parece como un juego de espejos rotos que comienza con el título del primer poema de Sumido 25, "Espejo" y termina con el verso "tarde de juventud ya que nunca recobrada", de su último poema manuscrito. Una vida vivida a contrapelo por un ciudadano que rompe con todos los esquemas, con todos los corsés estereotipados de una provincianísima ciudad como la Zaragoza de aquellos años, donde discurre su quehacer vital y poético, para llegar a proclamar una poesía iconoclasta al margen del estereotipo, una insurrección del hombre aplastado por el signo de los tiempos para la que se presenta en mesiánica tarea de redención, durante una vida que fue consumiéndose en una soledad vencida sólo a veces por su explosivo humor, aunque llegara a gritar:
LLORO PORQUE SÍ. Lloro porque puedo y porque soy hombre. Lloro por mí y por cualquiera. Por nada y por todo. Por los que van a las oficinas con sus lomos de perro. Por los que van a la guerra. Lloro por Dios, por la raza humana perdida en las estrellas. Lloro por lo que pude ser, por lo que fui, por lo que no seré nunca. Por los que no nacieron aún, por los vivos, por los muertos. Lloro como un mendigo roto. Lloro por todo lo que ocultamos, tremendamente precioso, mientras matamos esta fuga, duda brevísima, en engañar, en ocultarnos, en chuparnos la calavera tras despreciados centavos, hasta que aquel lírico secreto maravilloso se corrompe y se transforma en cáncer apestoso. Lloro por mis enemigos, por las fuertes financieras y las pobrecitas hormigas. Lloro por los que nuna tendrán una mano que les lave la frente con su amor. Lloro por las noches de otoño, cuando un ataúd cruza los caminos. Por los enamorados y por los ebrios de tristeza y por los triunfadores y por los felices. Y mientras muero en el frente, vestido de guerrero romano, tras todo un día cumpliendo bajo el sol, a las nueve de la noche, cuando mi buena madre pone las albóndigas en la cocina del restaurante y mi pobre padre vigila los comedores desiertos, muero, muero y sollozo por todas las muertes, por todas las vidas, porque soy hombre y porque tú nos has abandonado mi tierna Berlingtonia amada. Y sobre todo, lloro, lloro por ti, eterna mía Berlingtonia amada inexistente.
Gime mi corazón. Gime de oro soñador perdido.
("Abisal cáncer", Obra completa, 1983)
Miguel Labordeta se adelanta a la aparición de nuevas promociones de poetas con el hallazgo de una nueva estética expresiva única, radical, humana, emocional, revitalizadora, de corte barroco-romántica, en la que el "náufrago que amó las estrellas" propone que la vida nos salva de la muerte y a la vez la muerte nos salva de la vida, que el desgarro vital de la identidad individual ( pero nadie me dice quién fui yo) en un mundo a la deriva se resuelve quizás en el enigma de "la terrible necesidad de infancia que pide ser colmada", como dijo André Breton y se detecta en tantos escritores. Con Miguel Labordeta, Aragón empieza a ocupar un lugar preferente en la poesía del siglo XX, iniciando un magisterio indudable que inaugura una tradición de poesía libre, audaz, regeneradora, inextricablemente pegada a esta tierra. Poesía del ayer, siempre nueva y permanente. Poesía para hoy de un hombre de palabra (como el otro Miguel), profundo espíritu crítico y canto libertario: Miguel Labordeta.
El poeta. Canta José Antonio Labordeta
No hay comentarios:
Publicar un comentario