... pues no había sido otro mi deseo de poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale.
Miguel de Cervantes (Don Quijote)
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.
San Juan de la Cruz
Y así vamos adelante, botes que reman contra la corriente, incensantemente arrastrados hacia el pasado.
F. S. Fitzgerald (El Gran Gastby)
En los próximos días saldrá a la luz una nueva novela de Luis Landero, tras la publicación de El balcón en invierno, en 2014. ¿Qué sorpresa nos deparará en esta ocasión? "Quién sabe lo que surgirá. Ha habido una época de mi vida en que me he esforzado y he escrito cosas que hoy no hubiera escrito. Mi padre se me colaba por todos lados en los libros. Creo que, al desenmascarar la ficción, o enmascararla de otra manera, lo he conjurado", declaraba a propósito del repentino cambio narrativo producido en esa novela en la que, después de una trayectoria caracterizada por una narratividad reflexiva, contando historias de otros -personajes reales o no, trasuntos velados del autor casi siempre-, el escritor, esta vez protagonista, nos daba cumplida noticia del comienzo de su vida recordando lo que la memoria le ofrecía en el mismo momento de la escritura, cual Lázaro moderno. Pero tal vez, el anónimo "por extenso" se prolongue ahora en la siguiente entrega, teniendo en cuenta que la última edad exacta y precisa que cita Landero en El balcón... es la de veintiún años, por lo que quedarían evidentemente momentos esenciales, fundacionales, iniciáticos, de su vida, pendientes del recuerdo y de ser escritos, aunque muchos aparezcan entreverados en otros libros o de forma más nítida, como en El guitarrista y en Retrato de un hombre inmaduro, -en este caso, reflejando trazos caracterológicos identificadores de su personalidad.
Pero aun suponiendo que sean otros los disfraces, las aventuras, las dudas y los miedos, las paradojas, los afanes y los conflictos, los sueños o los mitos..., ¿con qué encantamiento malabar nos asombrará?, ¿cuál será la música de la sintaxis, el tono de su voz?... Con El balcón en invierno las palabras se convierten en cantarinas, naturales, como si en lugar de leerlas las estuviéramos escuchando, como si la autenticidad y verdad del íntimo y cálido impresionismo invisibilizara cualquier clase de técnica o estilo (ese "no sé qué"), o más bien, como si lo peculiar consistiera en que esa genuina sencillez y finura conseguidas a ritmo y compás, con jeito y sin apuro, transparentara la melodía de la oralidad milenaria de la tierra extremeña en que nació y se crió. Con la manera clásica del "escribir como se habla", Landero acierta así en convertir sus circunstancias biográficas -la infancia como patria personal y paraíso perdido- en motivo literario para conseguir la perdurabilidad que persigue dando testimonio cultural de su familia, de lo rural, de lo que tal vez se pierda sin remedio en un entorno en el que parece que importan poco los valores morales humanos. Al fin y al cabo, la narración compartida es, para él, el único medio de acceso a una relativa plenitud existencial, una estética de la salvación y del ejemplo. El balcón en invierno sintetiza el universo literario proyectado en Juegos de la edad tardía, germen, a su vez, de las siguientes ramificaciones narrativas que han configurado un sistema literario propio (fantasía más ensoñación más realidad).
Así, por ejemplo, los momentos transformadores de la vida de un personaje se articulan no sólo a través de la contingencia sino también del detalle, de la observación detenida con paciencia de algo concreto, de la funcionalidad de las primeras veces, reales o no, en unas novelas de aprendizaje y educación del que huye permanentemente en búsquedas sometidas a la sorpresa maravillosa. Son experiencias mínimas, simples en la superficie, hechos cotidianos de poco relieve en apariencia pero que arraigan en el alma, que cobran densidad en el fondo, momentos mágicos en los que los personajes toman conciencia de sí mismos o de su realidad y excusas insignificantes que ponen en marcha la maquinaria narrativa (la epifanía joyceana o el McGuffin de Hitchcock). El texto que sigue pertenece a Retrato de un hombre inmaduro. Aunque no existen protagonistas femeninas en las novelas de Luis Landero (yo espero anhelante todavía una Madame Bovary landeriana), la galería de secundarias es abundante y sobre todo, significativa, puesto que aparecen continuamente rodeando al personaje principal, a veces, como mujer fatal, otras, como protectora o burladora, o bien, mostrándose como inalcanzables..., papeles muy apropiados para completar la caracterización del personaje inseguro emocionalmente. No obstante, el protagonista podría cambiar el nombre por el de una mujer y sería indiferente, o tal vez no, tal vez el hombre de las novelas de Landero sea incapaz de relacionarse con mujeres que no cumplan con los rasgos de estas secundarias (aunque, a veces, sean secundarias de lujo por la magia de las palabras):
Y, por cierto. Al relacionar el amor y el comercio se me ha venido a la memoria algo que me ocurrió la mañana del 2 de enero de 2002. Fue mi primera transacción en euros. Para la cajera del supermercado era también su primera experiencia. Había un nerviosismo placentero por parte de los dos. Aquella mujer -de mediana edad, vestida malamente con una bata azul, siempre fea y antipática- aquel día sonreía como una niña y al sonreír el rostro se le iluminaba de tal modo que transparentaba una capa hasta entonces oculta de encanto, de belleza, de erotismo, yo diría que hasta de lascivia. Tenía desplegadas ante sí las piezas del nuevo puzle monetario. Yo le di un billete de veinte. Ella emitió un gritito. Dijo: "Quizá sea un billete demasiado grande para alguien inexperta como yo". Yo le dije:"Tranquila, serénate, no tengas prisa, ya verás como nos sale bien". "Es que estoy muy nerviosa", dijo ella. "Es la primera vez". "También yo", le dije. Al recibir el cambio, retuve sus manos y la miré intensamente a los ojos. "Cómo te llamas?". "Charo". "¿A qué hora sales de trabajar?" Apenas tenía aire para hablar: "A las ocho".
Y esa tarde, a las ocho en punto, allí estaba yo esperándola, con unas flores en metálico para negociar la nueva transacción que el azar, y el lenguaje, nos habían concedido.
En la vuelta al pasado recordando con nostalgia y melancolía pero con un tono contenido a su padre, en El balcón en invierno, Landero marca el cambio del signo de los tiempos contraponiendo el campo a la ciudad y la forma de vivir de una época condenada al olvido que debemos tener presente para seguir disfrutando de lo natural pero sin repetir sus momentos trágicos. La evocación se produce rememorando, entre otros detalles, el primer viaje de su padre. Un viaje a la guerra y sus escenarios. Por lo general, las novelas de Landero se han desarrollado en una abstracción espacio-temporal del mundo mítico representado por su universalización, excepto cuando el lugar concreto de la historia se ha referido a Madrid, Extremadura, Castilla o La Rioja. El recuerdo de sus héroes le permite al autor preservar un diálogo con los familiares y amigos fallecidos y así mantenerlos vivos en su memoria, y para siempre, en los libros. La relación con su padre fue muy dura y, quizá, habiendo sido la musa primera de su obra, si lo ha conjurado como uno de sus fantasmas o demonios interiores, es para finalmente ser dueño de sí mismo y de su libertad, comprendiendo en este momento por el poder extraordinario de la palabra, (... a mi me gusta abrir al azar queriendo oír en la escritura la voz vibrante de mi padre leyéndoles a los segadores...), la razón de su actitud con él:
Mi padre, por ejemplo, como muchos otros, viajó por primera vez por el servicio militar, y más le hubiera valido quizá, dicho sea de paso, no haber salido nunca del lugar olvidado del mundo en que nació. Le tocó en Seu d´Urgell, y estando allí estalló la guerra, y entonces comenzó para él una experiencia esencial, que forjaría su carácter y lo marcaría para los restos.(...) Cuando por fin llegó una carta suya, ya estaba en el bando nacional en Zaragoza, sano y salvo, pero ahora los otros lo habían condenado a muerte, y en cualquier momento podía cumplirse la sentencia. Entonces mi abuelo Luis, el pionero, partió de urgencia a Zaragoza con cartas de acreditación y llegó con el tiempo justo de salvarle la vida.(...) En Zaragoza va a los toros y se queja ante su padre de la poca casta del ganado y de la mala actitud de los toreros de hoy, que solo vienen a llevarse el sueldo. Cuando escribe en plena batalla de Teruel, cuenta que son las dos de la mañana, que han hecho una gran fogarata para calentarse, que están bebiendo un café riquísimo y que quizá mañana, si hace buen tiempo y no hay que combatir, salga con la escopeta a dar una vuelta por la retaguardia. Había visto muchos horrores, y en sus cartas dice que ya los contará a la vuelta, si es que hay palabras para contarlos, así dice, pero añade que ya se ha acostumbrado al horror (...) Su itinerario fue: Barcelona, Zaragoza, Teruel, Lérida, Castellón, Tarragona, Barcelona otra vez (donde vio por última vez el mar) y Madrid, por no mencionar poblaciones menores como Cariñena, Manresa o Alcalá de Henares.
(...) El viaje a Zaragoza fue el único de importancia que hizo mi abuelo Luis en toda su vida. Asombra pensar en cómo ha cambiado el mundo en tan poco tiempo y en cómo los viajes, incluso a lugares exóticos y remotos, se han convertido ya en una rutina y un capricho.
Desde pequeño, Luis Landero quiso ser escritor, o mejor, narrador, contador de historias. A ello se fue aplicando con la lectura de los libros que podía adquirir, pero sus primeras veces fueron poéticas, componiendo poesías para sus amores infantiles, reales o imaginarios -porque se confiesa enamoradizo-, y escribió poemas según transcurrían sus desengaños amorosos. Para él, la poesía es el género central de todo lo demás: ella nos permite franquear la puerta del misterio de la vida. Sin embargo, sólo lo cultiva para consumo propio. A través de ella, se enamoró inicialmente de la connotación de las palabras y luego le importaron más su funcionalidad y significación, alcanzar el equilibrio con la belleza. De la mágica y misteriosa materia evanescente está hecho lo esencial del arte, lo inefable. La poesía le ha ayudado a cultivar el imposible, a depurar las secretas vivencias, a jugar con los trucos del lenguaje y saber lo que no se debe escribir, a seleccionar lo memorable, a aspirar a mejorar y perfeccionar su obra para llegar a ser el artista que quiso ser y obtener el merecido nombre de escritor. Dice en El balcón...: La poesía me hizo fuerte y me asignó un lugar en el mundo... aquella Amada de ficción resultó ser la verdadera, la perdurable, el único amor auténtico que he llegado a conocer en la vida. Por tanto, no ha publicado poemarios y sólo encontramos alguna leve muestra poética dispersa inserta de forma funcional en sus narraciones. Pero así como de tapadillo, tímidamente, como simples travesuras poéticas, para ver si no nos damos cuenta o las encontramos jugando, aparecen dos poemas que, dada la trascendencia del autor reproduciré, como únicos ejemplos publicados del poeta Luis Landero:
Por la oscura cañada
el zorro de la fábula se acerca,
baja a beber el agua tan callada
que desborda la alberca,
donde la higuera acuna
el sueño general de los lirones
y la culebra teje un laberinto
que confunde a la luna,
y en oro de limones
traza la oscura trama de su instinto.
Bajamos a la huerta.
Recuerdo bien que mi madre vestía,
como al desgaire, una rebeca abierta,
y era tan claro el día
que sólo la ternura nos pesaba,
mas el jazmín dolía con su fragancia
y la edad era un duelo.
"¿La belleza va a crédito?", pensaba,
"derrochemos la efímera abundancia,
ahora que es nuestro el cielo".
Cuando se ha asentado el vértigo ante la condición humana, de pronto, brota la creación, la invención, la sustancia moral y la belleza verdadera. A veces, ante el fracaso de vivir para morir, se descubre la paradoja y el sabor agridulce de la suerte, el humor, o la ilusión que se crea ante una página en blanco o un vacío tapete donde se tiran dados o se echan naipes a ver qué pasa... Entonces, sólo la palabra tiene el poder: sólo el hechizo vertebra la esperanza.
Carlos Cano ("Habaneras de Cádiz")
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