Se ha dicho hartas veces que el problema de España es un problema de cultura. Urge, en efecto, si queremos incorporarnos a los pueblos civilizados, cultivar intensamente los yermos de nuestra tierra y de nuestro cerebro, salvando para la prosperidad y enaltecimiento patrios todos los ríos que se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la ignorancia.
Santiago Ramón y Cajal
Incluso quienes afirman que no se puede hacer nada para cambiar nuestro destino miran antes de cruzar la calle.
Stephen Hawking
Siempre que paseo por el centro histórico de Zaragoza, me detengo en las numerosas esculturas, monumentos, estatuas y bustos que decoran callejuelas, plazoletas y los rincones más pintorescos y, a veces, poco conocidos, que recuerdan a los mejores aragoneses que ha dado una tierra pródiga en el mejor talento. La recoleta plaza de San Pedro Nolasco (antes de San Lorenzo) conserva el memorial dedicado a dos hermanos, los Argensola, que deberían actualizar su valor como unos de los exponentes culturales de la época dorada más floreciente de España, con un legado y una influencia en los ámbitos histórico y literario que traspasaron fronteras a partir del siglo XVII, por lo que no deberían caer en el olvido ahora que parecen atisbarse renovados aires en el fomento del conocimiento de los genios aragoneses que abrieron nuevos caminos en distintas disciplinas, ejemplificando modelos a seguir y marcando unas señales de identidad únicas. El monumento original se erigía en el centro de la plaza y fue esculpido por José Bueno Gimeno en 1922, el mismo autor que también creó el de Joaquín Costa. Más adelante, se modificó ligeramente tanto la localización -en un lateral-, como la parte escultural que lo compone, hasta que en 1991 Alberto Pagnussat Pérez realizó la figura actual -una matrona clásica que apoya su brazo derecho sobre un infolio- tomando como modelo la figura anterior (la talla de una mujer sedente con los retratos de los hermanos en medallones a ambos lados), cambiando la situación del libro y colocando la cara de la musa Talía en la base, grabando en caracteres griegos la palabra "comedia", y con una leyenda similar a la inicial: "Zaragoza a los hermanos Argensola", en un conjunto que queda denominado como "monumento biblioteca", muy original y significativo, para el que utilizó mármol de Carrara.
La placita -dentro del primitivo recinto romano donde el trazado urbano conserva la morfología medieval de espacios estrechos y quebrados-, se encuentra muy cerca de la calle dedicada también a ellos (tal como existen en las principales ciudades españolas) donde se alza majestuoso el Palacio Argensola (hoy denominado también Casa Mercadal), declarado BIC en 2002, edificio señorial del siglo XVI, construido como residencia de la familia Albión, donde nacería en el siglo XIX el arquitecto y urbanista Fernando García Mercadal, que consta de sótano, tres plantas y doble ático. La estructura exterior se ha recuperado cuidadosamente en las obras de rehabilitación con ladrillo a cara vista, que presenta la habitual galería de arquillos de medio punto doblados bajo el alero, en origen de tradición gótica, que evoca formas renacentistas. El interior permite disfrutar de un patio articulado por columnas jónicas, al que se accede por un conducto con arco de medio punto. En la planta principal, un amplio salón que se destinaba a los bailes y reuniones sociales, aparece cubierto con una magnífica techumbre de madera decorada. El palacio respondía en lo formal a la influencia renacentista italiana y en lo funcional a la tradición de la vivienda mudéjar, organizando las estancias en torno a un patio central: fue uno de los edificios palaciales más completos de los construidos durante el siglo XVI y la residencia del matrimonio formado por Lupercio Leonardo de Argensola y Mariana Bárbara de Albión. Además, en Zaragoza, existe un "Pasaje Argensola" y desapareció no hace mucho, lamentablemente, como muchos recintos emblemáticos zaragozanos, el "Teatro Argensola". Pero también la huella de "los Leonardos" -como eran llamados inicialmente debido al origen patronímico de su apellido real-, permanece visible en Barbastro (Huesca), su localidad natal, donde un instituto lleva su nombre y se conserva la casa natal (BIC), el Palacio de los Argensola, en la calle dedicada a los hermanos. Este palacio constituye uno de los mejores ejemplos de casa solariega del Renacimiento aragonés, con su alero labrado en madera y gran fuerza plástica de su espléndida decoración clásica, y en ella nació asímismo uno de los grandes militares europeos del siglo XVIII, el General Ricardos.
Lupercio Leonardo Tudela, el mayor, nació en 1559, dos años antes que su hermano, Bartolomé Juan, y vivió 54 años, 16 menos que su hermano, por lo que su producción fue menor y tal vez, la calidad de su obra lo fuera también. Renunciaron a su extracción plebeya para lucir la de la nobleza "De Argensola". Su bisabuelo, Pedro Leonardo, italiano de Rávena, estuvo al servicio de los Reyes Católicos y participó en la conquista de Granada. Más tarde, fijó su residencia en Barbastro, y un nieto suyo, Juan Leonardo, se casó con doña Aldonza Tudela de Argensola, de la nobleza catalana, y llegó a obtener la secretaría de Maximiliano II. Lupercio y Bartolomé mantuvieron el apellido Leonardo paterno, mientras que modificaron el materno de Tudela por el de "de Argensola". Por eso "los Leonardos" terminaron siendo "los Argensola" para todos, aun muy arraigados en los valores de su tierra natal - referente continuado-, a la que volvían siempre y que apareció constantemente en su obra. Siguieron una trayectoria paralela, con la excepción de que Bartolomé abrazó la carrera eclesiástica (en Zaragoza, fue canónigo de la Catedral de La Seo y rector de la parroquia de Villahermosa del Río en Valencia). Gustaron de la arqueología y dominaron la lengua latina. Fueron llamados por Fernando de Aragón, duque de Villahermosa, para nombrarlos secretario y rector. Muerto el duque, pasaron al servicio de la emperatriz María de Austria, retirada en el monasterio de las Descalzas de Madrid, convirtiéndose Lupercio en su secretario y Bartolomé en su capellán. Viajaron juntos a Italia cuando el conde de Lemos fue nombrado Virrey de Nápoles, para hacerse cargo de las secretarías de Estado y de Guerra. Juntos se dieron a conocer literariamente como poetas clásicos barrocos, fieles los dos a Horacio, Marcial, Juvenal y Persio, y como historiadores. Lupercio fue nombrado Cronista de Aragón y, a su muerte, le sucedió su hermano. Sólo entonces llegó la separación física de los Argensola, ya que no la derivada de su actividad. Los años de 1591 y 1592 quedaron marcados por los sucesos de las alteraciones aragonesas, en las que participaron los hermanos dada su relación de dependencia con la casa de Villahermosa. Si Lupercio se mostró muy activo en la defensa del duque, no menos colaboró Bartolomé en la redacción de informes y cartas que los diputados dirigieron a Felipe II y enviaron a la corte, con lo que intentaron justificar el motín del 24 de mayo de 1591. Heredaron de sus antepasados la independencia económica y las dotes intelectuales que favorecieron, sobre todo en el caso de Lupercio, el poder alcanzar puestos de gran influencia social y unas comodidades de las que pocos hombres de letras podían disfrutar en esa época.
Los dos fueron considerados de los mejores representantes de la poesía clasicista a caballo de los siglos XVI y XVII. Yo encuentro una mayor relevancia todavía en el manejo magistral del lenguaje en cuanto al mejor y correcto uso de la lengua castellana, en su labor recopiladora e investigadora de la historia no sólo aragonesa sino universal, del pasado y contemporánea, en la defensa de unos valores éticos absolutamente actuales en que censuraron principalmente la falsedad de una sociedad viciosa y corrupta, creyendo en la función social de la sátira y en una poesía vinculada a la filosofía moral, y en el caso concreto de Lupercio, en la iniciación de una dramaturgia clásica que ha señalado la mejor época del teatro español y sus bases fundamentales. Su autoridad e influencia literarias fueron tan trascendentales que no hubo artista destacado del momento que no alabara la altura de sus obras, exaltaran su ingenio, o elogiaran sus destrezas literarias, en una Corte en la que, a pesar de todo, manifestaban no sentirse a gusto. Así, Lope de Vega escribió:
Parece que vinieron de Aragón a Castilla a reformar en nuestros poetas la lengua castellana que padece por novedad frases horribles, con que más se confunde.
Y Miguel de Cervantes en el "Canto a Calíope", de La Galatea:
Serán testigo de esto dos hermanos,
dos luceros, dos soles de poesía,
a quien el cielo con abiertas manos
dio cuanto ingenio y arte dar podía.
Edad temprana, pensamientos canos,
maduro trato, humilde fantasía,
labran eterna y digna aureola
a Lupercio Leonardo de Argensola.
En santa envidia y competencia santa
parece que el menor hermano aspira
a igualar al mayor, pues se adelanta
y sube, do no llega humana mira.
Por eso escribe y mil sucesos canta
con tan süave y acordada lira,
que este Bartolomé menor merece
lo que al mayor, Lupercio, se le ofrece.
No debe extrañarnos, pues, que, en la actualidad, continúen saliendo a la luz nuevos estudios, investigaciones, ediciciones y publicaciones críticas acerca de los Argensola, y que las diferentes entidades culturales aragonesas colaboren y participen en la difusión de creadores tan prestigiosos que fueron vistos, nada menos que por Cervantes como "dos soles de poesía". Recientemente, en 2016, la Institución Fernando el Católico, ha publicado un manuscrito inédito de Bartolomé L. de Argensola titulado Comentarios para la historia de Aragón, en edición crítica a cargo de Javier Ordovás Esteban, que narra acontecimientos históricos europeos desde 1615 a 1626, obra que se había dado por perdida y se localizó en la Biblioteca Municipal de Zaragoza, lo que demuestra la vigencia de estos personajes tan reconocidos en su tiempo en toda Europa. O la reproducción de su testamento en 2009 por Jesús Gascón Pérez.
Como es de suponer, la formación de los dos hermanos se inició en Barbastro para proseguirla en Huesca y Zaragoza, en cuya Universidad serían discípulos del Maestro Andrés Scoto y posiblemente de Simón Abril, conocido traductor de Plauto y Aristóteles. Ninguno fue partidario de publicar su obra (lo mismo que les ocurrió a Góngora, Quevedo o fray Luis de León), pero eran muy conocidos, y sus poemas circulaban en forma de abundantes copias o manuscritos. En 1605 aparecieron antologizados en Flores de poetas ilustres de Pedro de Espinosa. Lupercio llegó hasta a quemar sus papeles poéticos en Nápoles, lo que mereció unos tercetos de Bartolomé:
...abrasó sus poéticos escritos
nuestro Lupercio, y defraudó el deseo
universal de ingenios exquisitos...
Sin embargo, no difería demasiado de la opinión de su hermano, y dejó a su sobrino Gabriel Leonardo de Albión sus poemas expresando su idea de que le sirvieran nada más que "para sí y su entretenimiento, sin que se esparzan y vayan a manos ajenas, que en fe de esto no mando que se quemen todos", porque estaba convencido de que sus obras tendrían mayor aprecio "andando retiradas que si por la imprenta se hacían comunes". Por fortuna, Gabriel Leonardo no respetó esa cláusula testamental de su tío ni la voluntad tan gráficamente expresada por su padre y en 1634 publicó el volumen titulado Rimas de Lupercio y del doctor Bartolomé Leonardo de Argensola, (Zaragoza, Hospital Real y General de Nuestra Señora de Gracia), en cuyo prólogo expresa las dificultades que tuvo para recopilar los papeles de uno y otro: de su padre reunió 94 poemas y de su tío, 190. Sorprende comprobar cómo la fama de los Argensola se había extendido ya previamente, pues se sabe que muchos conservaban sus manuscritos, los admiraban y su influencia literaria, siendo tan poco dados al aplauso, fue públicamente admitida antes de que su producción llegara a ser editada. Se tenía muy presente el consejo de Lupercio: "Lean mucho, escriban mucho, amén de borrar mil veces cada palabra, que por no hacerlo así yerran los poetas". Y así lo reconoce su mayor estudioso, el profesor José Manuel Blecua, comprobando que su estilo respondía más a los ideales del Renacimiento que a los de su generación: "Está lleno de naturalidad y corrección, sin violencias sintácticas y sin comparaciones ni violencias inusitadas". Lupercio elaboró muchos de sus poemas y trabajos históricos en una finca que poseía en el zaragozano barrio de Monzalbarba, a la que dedicó estos versos en clara alusión al tópico de "menosprecio de corte y alabanza de aldea":
En esta enfermedad tan importuna,
alivio fue venir a nuestra aldea,
que cual ella no pienso que hay ninguna.
Porque si, ausente, la ciudad desea
el que huye de ella, la tendrá en una hora,
como quien por el campo se pasea.
Pues el camino, ¿es malo? Si Pandora
tuvo patria, esta fue, porque el deseo
aquí, con la experiencia, se mejora.
De Monzalbarba a Zaragoza creo
al fin, no hay un camino en todo el orbe
de más comodidad y más recreo.
Tampoco faltan otras referencias a Aragón en su obra, como este romance que escribió a Lupercio Latrás, capitán de Infantería española:
Por las montañas de Jaca,
furioso baja al través
el valiente Lucidoro,
Rodamonte aragonés.
A Zaragoza camina
sobre un celoso interés:
que se le casó su dama
por el ausencia de un mes...
Lo mismo ocurre con Bartolomé, que escribió un soneto por el cual "persuade a un señor aragonés a no desamparar su tierra":
...por mostrarte a la mar ¿propias raíces
trocar piensas por áncoras ajenas,
y al Áfrico arbolar vientos y antenas
entre votos dudosos o infelices?
...No injuries tus invictos Pirineos;
cedan sobre ti mismo los honores
a la decrepitud, no a la fortuna.
Tan unidos en la vida como en su obra, en la finca de Monzalbarba, Bartolomé pasó igualmente largas temporadas, así como en Zaragoza, donde transcurrieron los últimos años de su vida, dedicado a retocar su obra poética y a sus tareas históricas, sin dejar de asistir al coro y otras obligaciones del Cabildo. Él fue quien casó a su sobrino con Juana del Barrio en 1620 en la parroquia de San Juan y San Pedro. Llevó a cabo una labor importantísima editando el mapa de Labaña, Cosmógrafo mayor de Su Majestad, mientras trabajaba en los Anales, siempre fiel a una estética ajena a tentaciones culteranas o gongorinas propias de sus contemporáneos. Más bien al contrario, recomendaba la imitación de los clásicos y denostaba igualmente a esos conceptistas baratos que sólo sabían jugar con los vocablos. Se conservan retratos de Bartolomé en el Museo de Huesca, de cuerpo entero, realizado por Luis Muñoz Lafuente en 1788 y en la DPZ, de Marcelino de Unceta, realizado en 1868.
Durante su estancia en Italia como servidores del rey de Nápoles, los hermanos dispusieron de poco tiempo para dedicarlo a la literatura y la historia. Así lo recuerda Lupercio en carta a Martín Bautista de Lanuza:
Quien se da enteramente a los negocios, halla en ellos mismos lugar para respirar: yo lo he hecho así, porque no vivo en Nápoles sino en mis aposentos. No como ni amediodía; acuéstome a las once; despierto antes de las cuatro y hasta las seis soy absolutamente mío, porque entonces callan mis aposentos: en todo lo demás del día son campo de batalla. Estas dos horas de silencio las ocupo en la historia.
No obstante, tuvieron el suficiente para crear la "Academia de Ociosos", a modo de parnaso, donde hasta el propio rey recitó un día una comedia de sus invención. Vivieron con su tiempo...
Gabino Enciso Villanueva, autor de una de sus biografías, afirma abiertamente: "Brillaron con esplendente luz y sus Rimas han sido y son el encanto de cuantos buscan en las obras poéticas profundidad en el pensamiento, naturalidad y fluidez en la versificación, pureza en el estilo, corrección en la frase y fuerza en las imágenes; en la Historia formaron parte de esa pléyade excelsa de historiadores de la región aragonesa, que no sabe cuál es su mayor honra, si contar en la vida nacional los hechos gloriosos que la esmaltan, tanto en armas como en religión, política, ciencias y artes, o haber producido hijos que, como los Zuritas, Blancas, Argensolas, Dormer y Ustárroz, le erigieron el monumento histórico de los Anales, donde la verdad, la imparcialidad y la exactitud más minuciosa se dan la mano para retratar al pueblo aragonés: en Literatura llegaron a un tan alto grado que el mayor elogio de estos insignes compatriotas nos lo dan hecho dos hombres tales como Lope de Vega y Cervantes, nombres ambos que, por su valía, y además no ser aragoneses, valen más que cuanto pudiéramos decir nosotros".
Casa Argensola. Zaragoza
La poesía de Lupercio L. de Argensola se caracterizó por el estoicismo y la expresión de un amor neoplatónico o satírico a modo de ejercicios de estilo, con tono más horaciano en las canciones, cuyo tema del "Beatus ille" trató en el soneto "La vida en el campo", de gran perfección clásica. Defendía que sus sátiras se dirigían no a las personas concretas sino a los vicios, para lo que utilizó un lenguaje de corte coloquial. El escritor Azorín admiró los tercetos con los que escribió la "Descripción de Aranjuez". La defensa de una poesía antisensual que no respondiera a sentimientos íntimos, como se observa en sus sonetos amorosos, lle llevó a criticar los poemas de Lope de Vega, quien le respondió:
El mismo amor me abrasa y me atormenta
y de razón y libertad me priva.
¿Por qué os quejáis del alma que le cuenta?
¿Que no escriba decís, o que no viva?
Haced vos con mi amor que yo no sienta,
que yo haré con mi pluma que no escriba.
Fundamentales para el conocimiento de los acontecimientos de los hechos históricos aragoneses son sus Anales de Aragón (desde la fundación de Zaragoza hasta casi el principio de los de Zurita) con adiciones posteriores, pero sus cartas latinas, discursos, fábulas y otros escritos también son destacables, aunque puedan calificarse de obra menor si la comparamos con el interés que suscita su teatro, del que Cervantes en el capítulo XLVIII de El Quijote diría:
"-Decidme, ¿no os acordáis que ha pocos años que se representaron en España tres tragedias que compuso un famoso poeta destos reinos, las cuales fueron tales, que admiraron, alegraron y suspendieron a todos cuantos las oyeron, así simples como prudentes, así del vulgo como de los escogidos, y dieron más dineros a los representantes ellas tres solas que treinta de las mejores que después acá se han hecho?".
Se refería a Filis, Isabela, y Alejandra, de un carácter moralizador evidente, variada polimetría y elevado nivel en el lenguaje y los diálogos, pero sin la vigorosa acción dramática de Lope de Vega, a quien nadie pudo hacerle sombra en ese aspecto. En Isabela, la acción transcurre en la Saraqusta del siglo XI, con las persecuciones de los mozárabes por el rey moro Alboacén, que remiten a las de Daciano a Santa Engracia y los "Innumerables mártires" de Zaragoza en el siglo IV. Se cree que es una denuncia del integrismo religioso y la expulsión de los moriscos de la época contemporánea a Lupercio. Se representó en Zaragoza entre 1579 y 1581 con gran éxito de público. Por su parte, en la Alejandra se critica la vida de la corte en el antiguo Egipto. La profesora de la Universidad de Zaragoza, Aurora Egido, reconoce la modernidad temática de estas obras al mostrar cómo el mal gobierno de los reyes "conduce a su propia desgracia y a la de todos sus súbditos, incluidos los inocentes". El mejor homenaje al dramaturgo habría consistido en representar en alguna ocasión sus piezas teatrales en el "Teatro Argensola", que, situado en pleno centro zaragozano en el Paseo de la Independencia, cerró sus puertas, ya como cine, a finales de los ochenta para ser destinado a pasaje comercial. El teatro, que había alternado representaciones teatrales con zarzuelas y festivales de todo tipo, era conocido como "La Parisiana" hasta 1938, cuando en plena Guerra Civil se determinó españolizar todos los nombres de lugares con denominación extranjera.
Casa Palacio de los Argensola. Barbastro
En el caso de Bartolomé L. de Argensola, la producción histórica resulta básica y relevante en nuestros días para la comprensión de los acontecimientos recogidos por el escritor, desde la Conquista de las Molucas, que ya se tradujo al inglés, francés y alemán en su época, hasta los Anales de Aragón desde 1516 a 1520, que narran con detalle los primeros años del reinado de Carlos I, con atención a los hechos americanos, obra de la que en 2013 se ha realizado una edición filológica a cargo de Javier Ordovás, publicada en la Institución Fernando el Católico. No sólo Bartolomé escribió varias obras más de carácter histórico, como una nueva compilación de los Fueros y Observancias del Reyno de Aragón, editada en 1624 con prólogo introductorio a mano, sino que destacaron otros trabajos como sus discursos, opúsculos, memorias, traducciones de salmos y odas de Horacio y composiciones poéticas de variada índole, al estilo de fray Luis de León, al que debió conocer y tratar en la Universidad de Salamanca y seguramente influido por Galileo en su estancia en Roma. Con un estilo culto y refinado, en sus poemas satíricos fustiga los vicios de su tiempo, algunas costumbres femeninas y a los abogados... A Bartolomé le agradaba la idea de llegar a ser tratado como un autor clásico en el canon de los poetas castellanos del momento, es decir, de dicción elegante, diáfana, no rebuscada, sin afectación ni vulgaridad y claro de pensamiento, siguiendo en todo caso el modelo horaciano. Así se refleja en la siguiente epístola "Don Juan, ya se me ha puesto en el cerebelo":
Al discernir palabras, bien sería
no entretejer las lóbregas y ajenas
con las que España favorece y cría;
porque si con astucia las ordenas
en frase viva, sonarán trabadas
mejor que las de Roma y las de
Atenas.
Con tal juntura, no te persüadas
que por humildes te saldrán
vulgares,
ni, por muy escogidas, afectadas.
José Manuel Blecua en La poesía aragonesa del Barroco, recoge el tema de las falsas apariencias, tan de moda, que aparece en el poema "A una mujer que se afeitaba y estaba hermosa", que ha sido conocido siempre como "de uno de los Argensola", porque no está clara su autoría ni aparece por ninguna parte el nombre de alguno de los hermanos. En la actualidad, muchos lo atribuyen a Bartolomé por el tono satírico y desengañado, pero Lupercio también ofrece ejemplos de invectivas epigramáticas, siguiendo a Marcial, como "Esos cabellos en tu frente enjertos". Así, el soneto más difundido de los Argensola, sigue siendo "de uno de los Argensola":
Yo os quiero confesar, don Juan,
primero,
que aquel blanco y color de doña
Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.
Pero tras eso confesaros quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella
aspira
belleza igual de rostro verdadero.
Mas ¿qué mucho que yo perdido
ande
por un engaño tal, pues que
sabemos
que nos engaña así Naturaleza?
Porque ese cielo azul que todos
vemos,
ni es cielo ni es azul. !Lástima
grande
que no sea verdad tanta belleza!
Transcurridos más de cuatro siglos de su nacimiento, no estará de más recordar que la biblioteca de los Argensola se conserva en el palacio que tiene en Épila la casa de Villahermosa, porque fue voluntad de la duquesa Pilar que el valioso legado volviera a Aragón, por lo que ordenó su traslado desde Madrid (por cierto, para quien quiera acercarse a ver lugares tan hermosos, recordaré que allí también se encuentra la silla en la que, según tradición, se sentó Cervantes cuando se hospedó en el palacio, tal como se refiere en la segunda parte del Quijote). Así que, a pesar del tiempo transcurrido, por todo lo comentado, sentimos que los Argensola, Lupercio y Bartolomé Juan Leonardo, los entrañables "Leonardos", continúan entre nosotros, después de que Barbastro los hiciera aragoneses dándoles cuna, y Aragón los hiciera universales difundiendo su obra. Dos hombres y un mismo destino: ser pueblo, tierra y arte aragoneses, ser cultura universal, como Gracián, Goya, Buñuel, Ramón y Cajal, Sender, Pablo Serrano, Miguel Servet, María Moliner, Juan de Lanuza, Pedro Laín Entralgo, los Labordeta, Raquel Meller, Miguel Fleta, Joaquín Costa, Ramón Pignatelli, Fernando el Católico, y tantos otros que simbolizan nuestra personalidad aragonesa. Brillantes como soles...
Beethoven. Claro de Luna
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