Quien quiera conocer en profundidad la psicología, la mente y el alma humanas, puede darse una vuelta por la narrativa española y europea del siglo XIX. Tal vez encuentre lo que algunos libros de los denominados actualmente "de autoayuda" no alcanzan a analizar y transmitir más allá del discurso tópico con fines comerciales. Hace unos días, se conmemoraba el 165 aniversario de Lepoldo Alas "Clarín", que aunque nació en Zamora un 25 de abril de 1852, vinculó su vida a tierras asturianas, sobre todo, a Oviedo, ciudad magistralmente retratada en La Regenta para la eternidad. No quiero olvidarme de su paso por Zaragoza, como catedrático de la Universidad, durante el curso de 1882-1883, plaza otorgada por el primer gobierno liberal de Sagasta, ya que no le había sido concedida la de Salamanca como profesor de Economía Política y Estadística, a pesar de haber ganado las oposiciones. Tras su estancia en Zaragoza, fue destinado a Oviedo, donde residió hasta su muerte en 1901, trabajando como catedrático de Derecho Romano y más tarde, de Derecho Natural. Aunque falleció con 49 años, tuvo tiempo de ser testigo de la revolución liberal de 1868, la restauración de 1875 y el desastre de 1898, acontecimientos que marcaron su espíritu crítico reformador, aunque siempre fue fiel a ciertas tradiciones populares. Educado en el krausismo, podríamos definir su pensamiento como la permanente búsqueda de la autenticidad, la preocupación por la ética y los valores morales y la crítica al catolicismo español, siguiendo esa constante inquietud espiritual y religiosa que lo caracterizaba. Defensor de unos ideales de justicia y verdad que no se correspondían con la realidad del mundo, desde su retiro provinciano cumplió su vocación de moralista en la crítica, el cuento y la novela.
A pesar de que Leopoldo García-Alas y Ureña cursó el bachillerato en Oviedo, realizó los estudios superiores en Madrid, y fue allí donde empezó a ejercer como periodista, actividad en la que pronto empezó a ser conocido. El director del periódico "El Solfeo" le propuso tomar como apodo el nombre de un instrumento musical y él eligió el de "Clarín", y así, el primer día que lo utilizaba, escribió:
Voy a inaugurar en verso
mis revistas de Madrid,
con un moderno romance
que tenga su retintín;
y voy a decir a ustedes
lo que les quiero decir,
mediante Dios y mediante
el gobernador civil.
Fue el comienzo de sus duras críticas llenas de ironía contra la clase política de la Restauración. A la manera de Larra, su maestro, utilizó otros seudónimos en diferentes soportes escritos ( LA, Zoilito, Zoilo, Clarinete), y otro escritor de significativo apodo "Azorín", destacó su relevancia en cuanto a la claridad de su pensamiento. Las críticas literarias le procuraron no pocas antipatías y polémicas y enfrentamientos con escritores contemporáneos, sobre todo, a partir de la publicación de La Regenta, pero como ya manifestó Gonzalo Sobejano, su intención era alentar a los mejores y "propagar el conocimiento de la mejor literatura". Los artículos periodísticos se recogieron posteriormente en volúmenes de conjunto, pero si exceptuamos las novelas largas que escribió, podríamos decir que el periodismo fue su principal modo de producción escrita, pues en la época, el periódico era la forma más representativa y de mayor fortuna para la difusión literaria, en concreto, para géneros breves como el cuento, en cuyos contenidos y estructura se observa su influencia. Como señala la profesora de la Universidad de Zaragoza, Ángeles Ezama Gil, la prensa contribuyó a que el cuento se fusionara con otras formas literarias con las que llegó a confundirse. Por tanto, el relato breve es, en Clarín, anterior a la novela (aunque existan semejanzas inevitables), y en principio fueron escritos de forma rápida, sin haber sido corregidos y revisados con detenimiento, al estar supeditados a la publicación periodística, importante fuente de ingresos para el autor, no lo olvidemos. La figura literaria de Clarín ha sido contemplada por la crítica con una atención que se ha ido acrecentando con el transcurso del tiempo, a pesar de su desigual calidad artística y, aunque centrada inicialmente en la creación novelística, se ha incrementado el interés por la obra cuentística, por ser la que mejor representa el proceso de novelización en la literatura del siglo XIX. Gonzalo Sobejano lo ha considerado "el modelador" de la novela-corta española de tipo moderno y por eso con el "cuento novelístico" realizó su mejor labor literaria de influencia posterior (Baroja, Francisco Ayala, Max Aub, Delibes, Ignacio Aldecoa, Fernández Santos, Martín Gaite...).
Entre el modelo naturalista del cuento de Clarín y el cuento tradicional hay una gran distancia, no sólo formal sino también temática. El cuento tradicional está ligado a sociedades de escaso desarrollo que muestran una imagen simplificada de la realidad, el escenario que representan está muy poco elaborado y lo exótico o lo mágico aparecen con frecuencia y los personajes se estereotipan según una tradición. Aunque el cuento moderno respeta los términos de condensación, síntesis y brevedad, los personajes se moldean sobre la concepción particular de cada autor. Si nos fijamos en uno de los cuentos más conocidos de Clarín, El rey Baltasar, la figura del "cesante" no es un figurón formado en la tradición literaria sino que refleja la realidad de su tiempo, un hecho documental de la España decimonónica, ejemplo del influjo de la actualidad que plasma la prensa, en este caso. Las técnicas del relato oral se sustituyen, igualmente, por recursos de la escritura como la tipografía o la posibilidad de aparecer junto a ilustraciones. En el caso de las novelas cortas, si bien en un principio no está muy clara la distinción con el cuento, más adelante el escritor asume una clara conciencia de género, llegando a denominar "nouvelle" a Doña Berta, y en carta de 1891 a Manuel Fernández Lasanta comunica: "Deseo que en la portada se lea Doña Berta con letras mayores y después con otras menor Cuervo y Superchería, y nada de decir allí que son novelas cortas; el público dirá lo que son".
Oviedo
El rey Baltasar es un cuento clasificado como de tipo moral y en él se describe la conducta y el comportamiento de un personaje con sus acciones, es decir, la preocupación de Clarín es la de reflejar "el hombre interior", con sus pensamientos, sentimientos y voluntad, aunque se muestre, además, su mundo exterior, a la manera de un "cuadro costumbrista". El tema dominante es el del amor paterno: el protagonista es un funcionario irreprochable que al fin cede ante un chantaje por comprarle un juguete para reyes a su hijo; es descubierto y despedido de inmediato. Pero a la vez se critica el orden social, la cesantía, un problema muy común de la época que muchos españoles sufrían... Y el estado de cosas: la situación que se nos presenta de la "cosa pública" muestra un gran estancamiento en el orden político y administrativo del momento, que lleva a sentir una cierta ironía cruel al ver el desenlace del relato: el único funcionario válido y honrado es el primero en ser despedido al cometer un error debido a la "Justicia de Enero". En palabras de Clarín sobre la cuestión:
En España hemos llegado a la anestesia en punto a vanidades cortesanas y otras por el estilo; cualquier hombre de algún mérito positivo, que ha conseguido, por sus fuerzas y sin aparato de cancillería ni cosa semejante, un puesto de honor en la opinión pública, está curado de la manía de los olores y oropeles políticos y otros de su especie. Tanto imbécil ha sido cuanto hay que ser, que ahora aquí las grandezas humanas sólo pueden desearse si llevan anexos buen sueldo y derechos.
"Baltasar Miajas" (fijémonos en la simbología del nombre y apellido) evoluciona a lo largo del relato, no en cuanto a su moral y a su naturaleza física, sino que su cambio de actitud es provocado por las circunstancias concretas de su entorno. El personaje posee un perfil ideológico fijo y un código ético muy estricto, pero lo transgrede porque los acontecimientos y el amor hacia su hijo lo conducen a esa necesidad, lo que le ocasiona esa transformación de oficinista en cesante. El autor, en un claro signo de modernidad, se identifica con él con el fin de atraer al lector y hacerle partícipe de sus valores. Para ello exagera y ridiculiza de forma caricaturesca al protagonista, siempre desde un tono comprensivo, por ese estricto sentido del honor y la visión simplista del mundo que le rodea. Resulta satírico que Baltasar se convierta en el propio "rey" para conseguir que su hijo tenga el regalo que desea, pues a partir de ese momento, pasa a la cesantía, perdiendo los ingresos y el modo de subsistencia de la familia, y el escritor consigue este efecto con los recursos lingüísticos cultos o conversacionales, que a veces manipula para lograr el objetivo, como la incorporación a su escritura de marcas que derivan de otros discursos literarios previos (la denominada intertextualidad), por ejemplo, la referencia a Víctor Hugo "pintando el tormento de un sapo", o a la mitología griega, en las alusiones a "Andrómaca", esposa de Héctor, o a "Argos", príncipe argivo que, según la Fábula, tenía cien ojos de los que no cerraba jamás sino cincuenta, pasando su nombre a la lengua como símbolo de vigilancia... El humor, en nuestro cuento, es compasivo y refinado, tal vez con esa mezcla de idealismo y naturalismo, que es una suerte de "correctivo al exceso de idealismo que el español lleva en el alma", pero también ese que consiste en buscar "la grandeza de lo pequeño". La actitud del narrador ante el relato lo conduce a tratar la materia narrativa de modo lírico, situándose en una estrecha proximidad empática con respecto a los personajes, creando una prosa poética que Clarín siempre reconoció. El estilo, sencillo, natural, huye de la afectación y del retoricismo decimonónico, aunque no siempre se haya querido reconocer en Clarín esa preocupación. El cuento representa pues, un ejemplo de caracterización psicológica como forma de exposición del pensamiento y la actitud de un personaje, dirigido a un lector al que el narrador pretende suscitar una reflexión o su propio juicio moral.
En el periódico "El Liberal" apareció Boroña, recogido en 1896 en el volumen Cuentos morales. En una carta dirigida a Sinesio Delgado de 1985 le dice que está recopilando cuentos pero este no lo encuentra, así que a través de su correspondencia conocemos cómo fue el proceso de selección y la datación de los relatos. Algunos se agrupan para que no estén aislados y sólo publicados en prensa (con lo que los inconvenientes de la divulgación periodística en cuanto a erratas, etc. se subsanan en la edición libresca), y otros tienen cierta homogeneidad, sobre todo en cuanto al concepto de "moral", que, como hemos visto, adquiere en Clarín un sentido más amplio que el de la simple oposición bien/mal, abarcando una concepción introspectiva del hombre. Muchos relatos tienen en común lo autobiográfico y la añoranza de Asturias (quien lo probó, lo sabe...), que se vive como una pérdida del paraíso. En la transcripción al libro, se mantiene el uso de la letra cursiva, de origen periodístico, que se convertirá en un rasgo de su estilo personal así como los signos de puntuación originales, ya que la prosa decimonónica es una prosa de cualidades rítmicas que derivan del influjo de la oratoria y funcionan como pausas de lectura y unidades de entonación. En Boroña, un indiano que ha hecho fortuna regresa a su tierra natal (Prendes, en Asturias), gravemente enfermo, para morir en compañía de su familia y sus recuerdos infantiles. Pero sólo encontrará la codicia y la avaricia de sus familiares, que desean su rápido fallecimiento para quedarse con toda la fortuna que no ha podido conseguir el cuñado, otro indiano fracasado, el típico oportunista que quiere comer de balde, un personaje sin escrúpulos.
Boroña apenas presenta acción y los personajes son escasos. Lo que importan son las pasiones. Y para mostrarlas, Clarín centra la narración en el espacio, un lugar geográfico real muy bien conocido por él, y en un elemento de la feliz infancia del protagonista que adquiere un papel simbólico: el pan, la boroña (en castellano "borona", torta, migajas...), que le sirven al autor para ejercer su crítica de un mundo que parece ideal y nostálgico pero en donde se esconden las pasiones más miserables. Se descubre un lugar y un tiempo en los que no se apuesta por la ética ni los valores morales sino sólo por el interés, el poder y el dinero, pero no por la solidaridad. Observemos a un escritor inconformista, comprometido moralmente, que opone un ambiente lírico y poético a la conducta "contaminada", y que, en definitiva, refleja la indisolubilidad entre el arte y la moral y echa en falta una convivencia fecunda entre los españoles de su época. El protagonista debe marcharse de su casa siendo niño por el hambre y la "codicia aldeana": o emigraba o debía elegir el sacerdocio para el que no tenía vocación. Con el tiempo se da cuenta de la inutilidad del dinero que no puede suplir la melancolía por la patria abandonada ni la ausencia de la madre. Piensa que el "aire natal" y la boroña de su tierra, le devolverán la salud, la alegría, la esperanza... El desencanto que sufre al encontrar el hogar familiar "frío" se ve intensificado por la crueldad con que Clarín describe a los parientes que son unos "salvajes" y en el clímax final, en que el indiano, agonizante, pide a la madre boroña, mientras sus familiares entran a saco en los baúles y hablan en voz baja para "no resucitar al muerto".
Todo el relato desprende un cierto aroma autobiográfico, desde la personalidad de Pepe Francisca hasta la plasmación de la propia ideología del autor. Era un hombre "enclenque" con "hondas complicaciones de un alma a quien faltaba vocabulario sentimental y sobraba riqueza de afectos", con "visiones" y "ensueños" y al que "le fatigaban las ideas abstractas, sin representación visible, plástica", con una gran fijación materna a pesar de ser un adulto, con dificultades para expresar lo más íntimo de la vida del espíritu: "su cerebro tendía a simbolizar todos los anhelos de su alma", y, además, "enfermizo". Como sabemos, la novela europea de la época se caracterizó por las referencias constantes a la enfermedad, sobre todo mental, que comenzaba a ser considerada desde un punto de vista científico, para cuya descripción con detalle minucioso, los autores se documentaron exhaustivamente experimentando los efectos en ellos mismos para dar la mayor impresión de realismo. Clarín padeció trastornos semejantes a los que refleja en su narrativa. El antagonista, por su parte, pertenece a un grupo social conservador y cerrado, exponente de los valores del pasado, con un nivel de alfabetización escaso y una limitada concepción del mundo. Es avaricioso, mal trabajador y egoísta, un "medio señorito", un individuo primario, instintivo, sin carácter moral, que niega la realidad de los demás y carece de simpatía, piedad y caridad hacia la gente (reconocemos en esta caracterización el pensamiento filosófico de Schopenhauer), "un indiano frustrado, de los que van y vuelven al poco sin dinero, medio aldeanos y medio señoritos, y que tardan poco en sumirse de nuevo en la servidumbre natural del terruño y en tomar la pátina del trabajo que suda sobre la gleba".
Así que el paraíso anhelado se convierte en un infierno, en un "martirio moral", en un sentimiento trágico de la vida que parece corresponderse con la crisis de fe que Clarín padece por esos años, tras la que llega a un catolicismo renovado a través de un conocimiento intuitivo y no racional. En este cuento critica el triunfo de una nueva clase social, la poderosa burguesía ultramarina de negocios que ya no se fundamenta en la posesión de la tierra, sino en la del dinero. En Boroña se observa que ese afán por el dinero invade el mundo rural y aldeano, reflejado en la casería, parte del entramado caciquil característico de la España de la Restauración. El escritor lamenta la desaparición del ideal pastoril (Pepe Francisca guardaba vacas de pequeño), que implicaba un menosprecio de corte y alabanza de aldea, tal vez asumiendo influencias literarias del Ramayana, las odas de Horacio y alguna novela de Pereda. Las "memorias dulcísimas" remiten al garcilasiano !Oh dulces prendas por mi mal halladas! como una constante clave temática recurrente en el relato. Clarín censuraba la anacrónica nobleza de viejo cuño que ya no tenía vigencia en un nuevo mundo dominado por el progreso material de una diferente clase social (el tranvía, la prensa, los bancos), así que siempre osciló entre la tradición y la renovación, pero deseaba una transformación profunda del hombre en el plano intelectual y para él, el sentimiento debía de ser el camino correcto como vía de conocimiento y acceso a la realidad. En Boroña, los personajes apenas dialogan, no se comunican a través del lenguaje verbal, dominados por el silencio: para el escritor, el hombre está solo en el mundo y no puede tampoco expresar lo inefable y los conflictos interiores, porque si lo hace esa transmisión íntima es parcial, incompleta o parece falsa. Sin embargo, el narrador describe los rasgos del hombre interior a través de términos relacionados con el pensamiento, el sentimiento, el deseo y la emoción, con expresiones propias de la lengua hablada ("el hígado hecho trizas"), cultismos ("bienquisto"), dialectalismos asturianos de sabor local ("llosa"), la metaforización con enorme poder de evocación visual ("vega mullida") y el lirismo estilizador que aporta un mundo de percepciones indudablemente moderno de gran riqueza plástica y cromatismo -de influencia modernista y simbólica. Yo destacaría en esta línea, la repetición obsesiva del color amarillo, el amarillo del pan (asociado a las correspondientes sensaciones físicas: ver el pan, oler el pan, tocar el pan, saborear el pan...), el amarillo de la ictericia, el amarillo del oro...
Prendes
Tanto en un ambiente urbano (El rey Baltasar) como en el rural (Boroña), Clarín comprende y nos transmite que la lucha entre la realidad y el deseo y la fantasía, se oponen sin remedio, que el dinero y lo material no tienen valor ante la enfermedad y la muerte, que probablemente el cariño íntimo (la boroña) constituya el valor humano básico preferente ante la estupidez humana de sociedades en crisis, y que alcanzar esta idea requiere una mente abierta a la sensibilidad y a la inteligencia y, por tanto, a la emoción compartida. Es la forma de "conocerse a uno mismo", transmitida a través de la creación artística como modo eficaz de generar literatura crítica aderezada con humor o belleza. La petición reiterada de "boroña" ("!Madre, torta!") por parte del protagonista articula esta narración de tal forma que le aporta una dimensión más significativa y profunda:
La cosa amarilla que tanto deseaba, con que soñaba en Puebla, en París, en Vichy, en todas partes, oyendo a la Patti en Covent Garden, paseándose en Nueva-York por el Broadway, la cosa amarilla que anhelaba saborear era... un pedazo de torta caliente de maíz, un poco de boroña, el pan de su infancia, el que su madre le migaba en la leche y que él saboreaba entre besos.
A pesar de la brevedad de este cuento, la intensidad y la tensión que también le conceden una modernidad indefinida, además de la temática, se consiguen por medio de la gradación ascendente en cuanto a la enfermedad que desemboca en un desenlace con la muerte final del indiano, y descendente en cuanto al desencanto progresivo que va sintiendo, desde la alegría inicial por el reencuentro con la tierra de la niñez, al conocimiento de los intereses reales de su familia. El contraste entre el paisaje idílico y la muerte junto a otras recurrencias (la madre, el recuerdo, el dinero, la boroña), y simetrías (los olores infantiles, la fiebre del principio y final ...), regulan el relato, junto a la oposición entre el deseo de probar la boroña y las náuseas que le produce a punto de morir, o la sensación -de gran efecto cinematográfico- de movimiento inicial (el viaje en coche) frente a la muerte en la cama, y la de la tarde calurosa mitigada por "una dulce brisa", que se transforma en delirio al amanecer del último día. El tiempo apenas aparece marcado para resaltar la vivencia del tiempo interior: el indiano vuelve constantemente atrás en el recuerdo y la nostalgia, añoranza que queda interrumpida siempre por el regreso a la realidad tras el pensamiento. Así, cuando parado en medio de la carretera, al llegar a su tierra, mira a su alrededor... Y recuerda...
Nosotros recordamos a Leopoldo Alas, Clarín, como uno de los mejores escritores realistas del siglo XIX, que soñó con tiempos mejores y con el progreso de la sociedad en la que vivió, lo recordamos como un claro periodista conocedor permanente de la actualidad y agudo articulista, muy poco alabado en general por sus dardos afilados hacia todo y todos, lo recordamos como un narrador profundo deseoso de innovar la forma del relato, con mayor o menor acierto en el intento, y lo seguimos leyendo actualmente por todo ello y por comprobar su especial capacidad psicológica para comprender, analizar y trasladar al lector los diferentes rasgos de carácter, comportamiento y actitudes humanas con objetividad en ocasiones, y otras, identificándose con los personajes que crea o re-crea, promoviendo en el lector la meditación, el razonamiento, la exhortación al pensamiento sobre la propia conciencia y los misterios de la mente y del alma, para poder actuar en consecuencia... Siempre será necesaria la lectura de Madame Bovary, pero en La Regenta se encuentra, en mi opinión, la mejor descripción de la psicología femenina que podamos admirar en la literatura, entre tantos buenos personajes femeninos literarios universales. Seguramente, hoy, además de buen escritor, Clarín habría sido... ¡un buen psicólogo!
Amar pelos dois
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