miércoles, 19 de agosto de 2015

QUERIDA DULCE MARÍA




                                   "Si dices una palabra más, me moriré de tu voz"



                       La poesía debe tener instinto de altura. La poesía debe llevar en sí misma una fuente generadora de energía capaz de realizar alguna mutación por mínima que sea. Poesía que deja al hombre donde está, ya no es poesía.

                                                                                           Dulce María Loynaz





                              Se llamaba María de las Mercedes. Cuando la vi deslizarse por los salones en penumbra de su hermosa residencia en el barrio de El Vedado de La Habana, vestida en seda como para un baile de época, de frágil figura, casi minúscula, etérea y transparente, flotando por entre los antiguos pero ricos muebles y objetos de valor sin tropezar con ellos - pues ya no veía apenas-, cuando entonces, intuyéndome, me preguntó por mi procedencia con voz suave y delicada, comprendí por qué desde pequeña la llamaron Dulce María y con ese nombre se había quedado. Sin embargo, su vitalidad desprendía una firmeza y seguridad que dejaban intuir un carácter poderoso y profundo que no menoscababa su gentileza y refinamiento. Al pie de la solemne escalinata de mármol, en uno de los salones, el Colonial, había tocado el piano que aún presidía la estancia, Federico García Lorca, durante su estancia en Cuba, donde compuso El Público. En el salón Dorado -el Francés- todo brillaba, aunque igual que el jardín de la entrada, la mansión era ya una sombra del esplendor pasado, el pasado de la hija de un General del Ejército Liberador cubano que compuso el Himno Invasor, Enrique Loynaz del Castillo, de ascendencia vasca, gran amigo de José Martí, que prefirió que sus hijos no estudiaran en la escuela sino en casa hasta la entrada en la Universidad, donde Dulce María cursó Derecho Civil -su secretaria siempre la llamaba "doctora" en nuestra conversación. Con vocación de escritora, tras la Revolución Cubana se aisló en ese entorno para escribir sobre todo poesía, con esa perfección suya que le hacía romper innumerables poemas, pero también prosa (que consideraba esencial) y ensayos, cartas, artículos, traducciones o tratados, siempre con altibajos y épocas de mayor producción debido, seguramente, a las circunstancias de su vida... Entonces, al oír Zaragoza , comenzó a recitar : "Y de Aragón en España, tengo yo en mi corazón, un lugar todo Aragón, franco, fiero, fiel, sin saña", emocionándose con los versos de José Martí , quien, como sabrán, realizó parte de sus estudios universitarios en Zaragoza, y con el recuerdo de su propia visita a la ciudad de la que se trajo una reproducción "chiquita" de la Virgen del Pilar -"que la tengo guardada, o la tenía, porque ya yo no sé las cosas que tengo o he dejado de tener...", por lo que cuando recibió mis regalos de Zaragoza que tanto le gustaron, le comentó a su secretaria: -Póngamelos a buen recaudo, que ya sabe usted cómo es la cosa. Se aprovechan de que yo no veo...


                Al otro lado del Malecón, en el palacete las estatuas aparecían mutiladas por el paso del tiempo y la falta de medios para efectuar reparaciones. A la entrada, una cabeza en bronce de Enrique Loynaz se apoyaba en una de las columnas de orden corintio que sostenían el amplio porche donde las viejas mesas y mecedoras metálicas recordaban mejores épocas. Los árboles del jardín -tal vez el Jardín de su mejor novela, ese cuya plasticidad tan cercana a la técnica cinematográfica, hizo que Luis Buñuel pensara llevarla al cine-, crecían al ritmo de la tierra tropical, altos y frondosos, en un silencio que Dulce María, niña siempre, no osaba turbar en ningún momento. Al cabo de muchos años de revolución, seguía habitando su mansión entre versos, la ilusión de recibir los mejores premios y reconocimientos- cubanos y españoles- por su obra, y los sueños acerca de un mundo ya lejano, más allá del mar...


                  Hoy esa mansión es Monumento Nacional, Centro Cultural "Dulce María Loynaz" del Instituto Cubano del Libro y museo que conserva el legado de la escritora. La Junta de Andalucía y el Ministerio de Cultura de Cuba rehabilitaron el palacete y lo transformaron en uno de los escenarios culturales más significativos de la cultura hispánica. Se cumplen veintitrés años de la concesión del Premio Cervantes de Literatura en España a Dulce María Loynaz. Fue la segunda mujer en recibirlo, tras María Zambrano, y le fue otorgado superando las candidaturas de Cela, Vargas Llosa, Rosa Chacel y Miguel Delibes. Para entonces, ya había obtenido el Premio Nacional de Literatura en Cuba y era miembro de la Academia Cubana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española. Su discurso -que ya no pudo leer, aunque sí recogió el premio en España-, versó sobre la función y el papel de la risa en la vida y en el Quijote, risa que reivindicó como algo fundamental e imprescindible en la literatura y en la forma de vivir. El Centro Cultural  Dulce María Loynaz  albergó la sede de la Academia Cubana de la Lengua, que presidía ella misma, y que se encuentra en la actualidad en otro edificio de la Habana Vieja. A los dieciocho años de su muerte, la residencia, que fue un foco intelectual pionero por iniciativa de la escritora, se ha renovado manteniendo el espíritu de los mejores artistas que pasaron por allí ,como Juan Ramón Jiménez, Alejo Carpentier, Gabriela Mistral, Luis Cernuda, Azorín, Carmen Conde y García Lorca, entre otros, siempre amigos. Ahora soplan nuevos aires de energía creadora, con el afán de seguir avanzando en la dignidad literaria que construyó Dulce María Loynaz, que se muestra así vencedora del tiempo y la memoria.





                 Ya Juan Ramón Jiménez definió su poesía y a ella misma como "increíblemente humana, de letra fresca, ingráfica, rica de abandono, sentimiento y mística ironía", y su obra ha sido señalada entre las más representativas de una exquisita sensibilidad, de carácter estetizante y con vetas impresionistas, comparada con la mejor poesía iberoamericana como la de las escritoras Gabriela Mistral, Juana Ibarburu o Alfonsina Estorni. Dulce María Loynaz, siempre al margen de la política, declaró en 1992 cuando recibió el Premio Cervantes: "Las autoridades revolucionarias no me han tratado ni bien ni mal, pero me han respetado". A mí me confesó -aunque procuraba no entrar en ese tema- que el gobierno cubano aún sabiendo cómo pensaba se comportaba con ella con mucha consideración, por eso nunca pensó en marcharse de Cuba, no tenía interés en obtener mayor compensación económica por derechos de autor, y sobre todo, necesitaba irremediablemente ese calor para vivir. Pasó una época de ostracismo para después ser reeditada en múltiples versiones a medida que iba siendo reconocida su proyección literaria fuera de la isla, que manifestaba su orgullo y admiración por elevar y trascender el nivel cultural cubano.


             Ajena a grupos y modas literarias, los estudiosos de las letras cubanas reconocen su diferencia, una nueva forma de expresión sin las influencias de todo tipo que se han querido ver y que ella rechazó en una independencia y rebeldía artísticas que le gustaba mantener. La obra de Dulce María Loynaz es valorada en estos momentos por la plasmación eficaz de los valores universales y esenciales del hombre con autenticidad lírica y excepcional dominio idiomático del habla de Cuba, "el país hispanoamericano donde mejor se habla el español, sin que ello signifique hacerlo a la perfección". Dulce María nunca admitió el hermetismo de su obra, por el contrario, defendió su voluntad de transparencia y accesibilidad al gran público, aunque sí reconocía la fuerte impronta de los grandes autores clásicos y contemporáneos en su bagaje cultural. Junto a una constante inquietud metafísica hay un alma de mujer que transmite sensorialidad teñida de añoranza por el paso del tiempo, en una búsqueda del intimismo más puro junto al deseo de rebelión y huida del mundo, generalmente, en plena libertad formal.









                     Inclasificable resulta el poemario escrito en su juventud Bestiarium, que fue editado después de permanecer inédito durante décadas y que, de no haber sido así, ocuparía un lugar preferente como precursor de la corriente vanguardista en la poesía cubana. Es una colección de poemas breves, "Lecciones", correspondientes cada una a una especie zoológica, que escribió para sus profesores que la suspendieron en Historia Natural por no hacer una serie de ejercicios sobre la materia, requisito que ella desconocía. La autora crea unos universos mínimos, insólitos en la poesía cubana de la época y en el contexto de su obra. Recuerdan a la tradición de tratados de zoología medievales, los Physiologus, que pueden rastrearse posteriormente en Borges o en el novelista aragonés Javier Tomeo. La escritora aporta un gran dominio técnico presentando su fauna personal en un original manual de historia personal, con enorme gracia e ingenio. Por fortuna, se rescataron aquellos cuadernillos que han vuelto a ver la luz en edición facsímil:


                                   LECCIÓN SÉPTIMA
                                        Bombix mori
                                     GUSANO DE SEDA

                    Él se crea su mundo y se lo cierra:
                    (¡Sueña en romperlo pronto con dos alas¡)
                    Mas, luego viene el hombre y de aquel hilo
                    -mínimo mundo, vuelo en la promesa-,
                    hace un vestido para su mujer.


            Quedan textos inéditos todavía, pero quizá la obra más conocida de Dulce Mª Loynaz sea su novela lírica Jardín, en prosa poética, para algunos caracterizada por un "realismo mágico" que para otros no existe. Se trata de la biografía simbólica de una mujer que sueña con que el amor le dé libertad y no esclavitud. El propio jardín y el mar son los símbolos de la Poesía. Dulce Mª me dedicó varios de sus libros. En Jardín: "A Charo, que tiene un espíritu claro que puedo ver a través de mi sombra". Escribía las dedicatorias con caligrafía de grandes caracteres, ya que la mano era guiada por el cerebro y el corazón más que por los ojos. Estaba casi ciega pero llegaba a conocer la dimensión de la página fácilmente, y su letra se ayudaba para poder plasmarse en el papel con los dedos de las dos manos que formaban círculos precisos y exactos; al fin y al cabo, siempre había escrito a mano. Queda para siempre un jardín "sagrado, infinito, misterioso, como una continuación de sí misma". El Ballet Nacional de Cuba se inspiró en el libro para estrenar un espectáculo del mismo nombre, interpretando a la protagonista Alicia Alonso.

             Su obra es, relativamente, poco extensa. Cuando la repasaba con ella, se emocionaba comentando Un verano en Tenerife, o La novia de Lázaro ("!qué tragedia la de esa mujer!, usted me comprenderá"...), la personalísima, desconcertante y vehemente Carta de amor al Rey Tut-Ank-Amen ("un encaje tejido con los más sutiles hilos de la fantasía") y, sobre todo, el libro que más le entusiasmaba, Poemas sin nombre, de gran pureza, intensidad y fuerza, donde para ella podía encontrarse "su poesía más plena y perdurable", una poesía desgarrada, nada convencional, con versos autobiográficos reflejo de un alma angustiada en continuo enfrentamiento o convivencia entre el erotismo más profundo y la espiritualidad más elevada:


                                       POEMA LXI
                                                                                                 ...

       Hombre del sol, sujétame con tus brazos fuertes, muérdeme
       con tus dientes de fiera joven, arranca mis tristezas y mis
       orgullos, arrástralos entre el polvo de tus pies despóticos.
       !Y enséñame de una vez -ya que no lo sé todavía- a vivir
       o a morir entre tus garras!




                 Gran parte de la sensibilidad poética de Dulce María Loynaz se nutre de los paisajes caribeños, de su vegetación y del agua, eterna, principio generador de vida, agua misteriosa que rodea a esa tierra, la recorre y la ilumina. Hoy, la figura de Dulce María mantiene el eco poético que nunca debió quedar en silencio, sigue enraizada a su tierra cubana con la lealtad propia de sus orígenes, irradiando luz permanente, como su isla, "la tierra más hermosa que ojos humanos contemplaron",


                            Rodeada de mar por todas partes, 
                            soy isla asida al tallo de los vientos...
                            nadie escucha mi voz si rezo o grito:
                            Puedo volar o hundirme... Puedo, a veces,
                            morder mi cola en signo de Infinito.
                            Soy tierra desgajándose... Hay momentos
                            en que el agua me ciega y me acobarda
                            en que el agua es la muerte donde floto...
                            Pero abierta a mareas y a ciclones,
                            hinco en el mar raíz de pecho roto.
                            Crezco en el mar y muero en él... Me alzo
                            !para volverme en nudos desatados...¡
                            !Me come un mar batido por las alas
                            de arcángeles sin cielo, naufragados!

             Dignísima Dulce María, luminosa Cuba... "Tú te ofreces a todos aromática y graciosa como una taza de café; pero no te vendes a nadie". Libre, querida, que todo vuelva a empezar...




                                                      Los Jubilados de Cuba. Puro arte, maestros de los jóvenes
       




                                                                                               

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