viernes, 17 de julio de 2015

TOROS. II





                                                          Tardará mucho tiempo en nacer,
                                                          si es que nace,
                                                          un andaluz tan claro,
                                                          tan rico de aventura.

                                                                         Federico García Lorca
                                                           (Llanto por Ignacio Sánchez Mejías)
                                                                         
                                                                                   


                            El toro es escritura (biografías, memorias, filosofía, historia, libros de viajes, sociología, revistas, novela, poesía), imagen (pintura, fotografía, cine, televisión), materia (escultura, cerámica), representación (teatro, ballet) y música. "El toro es la música", para Antonio Ordóñez. Así pues, la más alta y completa cultura.
          Cualquier país conserva en sus museos representaciones taurinas. En España, quiero destacar el Centro de arte de la Tauromaquia de Málaga, un espacio reciente absolutamente mágico no muy conocido aún, que posee una colección sobre el mundo taurino catalogada como la mejor y más completa existente hasta el momento que complementa a la ubicada en La Malagueta. Muy original, contiene cartelería antigua, espectaculares diseños de indumentaria taurina, tapices y cerámicas, junto a creaciones de Goya, Picasso, Dalí, Carnicero, y artistas internacionales desde el siglo XVIII al XX, que reflejaron esa convergencia de curvas y rectas que supone la plasticidad.




             Sin la literatura, ¿qué sería de la vida?..., escribía Charles du Bos. Señalados autores han intentado expresar sobre el papel la compleja emoción que les ha proporcionado esa mezcla de sensualidad, inteligencia, belleza y en su caso, destino trágico, que puede llegar a transmitir el toro. En las obras de los grandes nombres clásicos de la literatura española aparece el toro con mayor o menor relevancia estética (en algunos casos, como el de Quevedo y Torres Villarroel con tintes de crítica social), hasta que algunos de los ilustrados dieciochescos, con Jovellanos a la cabeza, atribuyeron a los toros todos los males de la patria. Más lúcido, José María Blanco White, aun siendo antitaurino, consideró, sin embargo, que los males de España provenían de la religión y el mal gobierno, mientras que Nicolás F. de Moratín dedicaría solemnes versos al toro. Algunos románticos, como Espronceda, ven al toro como símbolo de la pasión erótica contrariada. Unamuno y otros autores de la denominada generación del 98 en su afán de "regenerar" la vida española recogen el antitaurinismo de sus antecesores, aunque Valle-Inclán, por ejemplo, lamentara no haber sabido trasladar la estética taurina  a sus escritos para crear un teatro heroico al estilo de La Ilíada. Tampoco Antonio Machado fue ajeno al mundo taurino, -como tantas veces se ha creído y así nos lo recuerda Andrés Amorós-, participando en las tertulias taurinas y dejando ejemplos en poemas y artículos.

            A través de los poetas de una de las mejores épocas de la lírica española, la generación del 27,  la poesía  del toro alcanza una dimensión universal. El precursor de estos escritores, Miguel Hernández,  pudo incluso sobrevivir durante un tiempo trabajando en labores de documentación y redacción para la enciclopedia de Cossío, dirigida por Ortega y Gasset, con "cuarenta duros" de la época. Cossío salvó al poeta de un fusilamiento cierto consiguiendo que la pena de muerte se cambiara por cadena perpetua, aunque tal vez fuera ya demasiado tarde...

                Como el toro he nacido para el luto
          y el dolor, como el toro estoy marcado
          por un hierro infernal en el costado
          y por varón en la ingle con un fruto.
       ...
               Como el toro te sigo y te persigo,
          y dejas mi deseo en una espada,
          como el toro burlado, como el toro.


              Varias novelas han reflejado la temática taurina con diferentes estilos y repercusión. El naturalista Vicente Blasco Ibáñez escribió Sangre y arena, con la objetividad y el detalle excesivo que caracterizan al autor. La obra tuvo varias versiones cinematográficas, una de ellas dirigida por el gran Raoul Walsh y otra, en 1941, protagonizada por los artistas más famosos del momento, Tyrone Power  y Rita Hayworth...

          El norteamericano Ernest Hemingway, enamorado de los sanfermines, trató su pasión en varios libros, siendo el más relevante  Fiesta, novela propia de la "generación perdida" a la que perteneció, con la plasmación del misterio, majestuosidad y el sueño eterno que significaron para él los toros. La película correspondiente, con Ava Gadner y Errol Flynn, se rodó con todos los intérpretes en los estudios,mientras que sólo los técnicos grabaron en Pamplona, según el historiador de cine Carlos Fernández Cuenca.

           Los periodistas Dominique Lapierre y Larry Collins aplicaron las técnicas más refinadas del best-seller en ...O llevarás luto por mí, un relato periodístico novelado que obtuvo una importante resonancia internacional con un protagonista que fue erigido en un símbolo de la España de Franco: el torero "El Cordobés". El Premio Nobel de Literatura Camilo José Cela ofreció con su Toreo de salón -ilustrado con duras fotografías de Oriol Maspons- una trágica visión de los infelices que desean ser figuras del toreo, evocando el antecedente valleinclanesco Viva mi dueño. El libro de relatos El gallego y su cuadrilla muestra una imagen del torero degradada, con estética que sigue claramente las de Goya, Solana, Zuloaga, Quevedo, Buñuel..., una estética "celtibérica", que ignora el equilibrio y se mueve entre la mística y el esperpento.
         Los ensayistas, por su parte, han intentado analizar qué es eso de torear y por qué se habla del arte del toreo, misión dificilísima porque- gusten o no los toros-, es evidente que la lidia, el toreo, constituyen  un hecho efímero y a la literatura taurina le corresponde eternizar lo fugaz con la palabra otorgándole una dimensión estética, y eso -gusten o no los toros- es arte. José Bergamín en La música callada del toreo contagia al lector de una sensibilidad extraordinaria para vivir la unión de toros y cultura. Una peculiar visión aporta Sánchez Dragó.


            En cine los toros han tenido menos fortuna que en las artes plásticas y en poesía. Se calculan en medio millar los filmes que tocan el asunto (la relación de todos ellos aparece en varias investigaciones), lo que da idea de su interés pero no avala la calidad. Dos películas resultan imprescindibles, según los expertos: Torero, del mejicano Carlos Velo y Matador, de Almodóvar. Habría que añadir los cortometrajes, documentales, dibujos animados, series de televisión, guiones, programas divulgativos, docudramas... Todavía permanecen rodajes sin ver la luz, así como reportajes taurinos de toda índole sin estrenar. Para el recuerdo quedan Juncal, de Jaime de Armiñán, o algunos guiones de Paisaje con figuras de Antonio Gala. Dejemos que sea la Universidad española la que, con sus cursos en la Menéndez Pelayo y en la Complutense, nos ilustren convenientemente como lo han hecho hasta ahora en Sevilla, Santander, Ronda, El Escorial y Almería. 



             El tema taurino ha sido ampliamente tratado en nuestro teatro. Hay referencias de juegos de toros en La Celestina. Lope de Vega describe algunos festejos taurinos de su época, al igual que Tirso de Molina, sin mucho entusiasmo en ambos casos, realmente. Ruiz de Alarcón y Calderón de la Barca se ocuparon de lo que entonces constituía el entretenimiento ecuestre. Hacia la mitad del siglo XVII se publica en Zaragoza una colección de entremeses teatrales entre los que se encuentra "El toreador" con escenas muy animadas y divertidas mientras que los sainetes de don Ramón de la Cruz -siglo XVIII- reflejan abundantes tipos relacionados con los toros. Un siglo más tarde, son las zarzuelas y otras obras líricas las que versionan el tema, como la ópera "Carmen" (versión teatral de la novela de Merimée, a la que pone música el francés Bizet). Y ya en el siglo XX los mejores autores ambientan algunas obras en espacios taurinos: Benavente, los hermanos Álvarez Quintero, Arniches, Muñoz Seca, Manuel y Antonio Machado, García Lorca, Miguel Mihura (en tono humorístico), Alfonso Sastre y Francisco Nieva, entre otros.


              Federico García Lorca elevó la emoción humana a la máxima categoría en el lamento poético que compuso a la muerte de su amigo Ignacio Sánchez Mejías. Todos conocemos este llanto, un canto inmenso de dolor ante una tragedia inmerecida , la elegía de las elegías de la literatura española y mundial. Afortunadamente, se sigue leyendo y aclarando -porque no es un poema fácilmente comprensible dadas sus imágenes surrealistas- en los centros de estudio en clase de literatura. Intelectual y culto, escritor, asiduo de las tertulias taurinas de la época, mecenas de poetas, piloto de aviones y presidente del Betis, Sánchez Mejías fue un hombre singular que,además, toreaba. No era un torero cualquiera, "tenía perfil", y no se sabía, dice Cossío, si "lidiaba versos y conceptos o si eran los toros el eje de su actividad". Cuanto emprendió fue una aventura que le llevó a riesgos hasta dar en la muerte , representaba "la naturalidad de lo imprevisto" y en palabras de su amiga, la escritora francesa Marcelle Auclair " no intentaba seducir. Era la seducción misma. Un nostálgico de la ternura." Se entiende esta alabanza cuando Sánchez Mejías, al conocerla, le lanzó: - Una mujer como tú es lo que a mí me ha recomendado el médico para todos los días de mi vida. A él le gustaba repetir estos versos de Federico: "No quiero decir por hombre/las cosas que ella me dijo./La luz del entendimiento/me hace ser muy comedido".
                                               
                                     
             Ignacio Sánchez Mejías escribió una obra de teatro de corte freudiano Sinrazón, con esta impresionante frase de Nietzsche como comienzo: "Aquello que vivimos en sueño, siempre que lo vivamos con frecuencia, pertenece, al fin y al cabo, a la totalidad de nuestra alma, como cualquier otra cosa realmente vivida". Con su siguiente obra, Zaya, entra de lleno en el tema taurino, pero su posterior evolución le lleva hacia otros empeños, como el de dignificar el flamenco puro en los escenarios de la mano de su amante, la artista "la Argentinita". Entre los dos concibieron el espectáculo Las calles de Cádiz , firmado por Jiménez Chávarri, el propio Sánchez Mejías. Asesorado por García Lorca, que aportó varias canciones populares salvadas del olvido, se concretaron estampas de auténtico sabor, para las que Argentinita (Encarnación López) creó una bellísima y original coreografía con música de Falla, lo que se denominaba una "ópera flamenca", que obtuvo un gran éxito de público y crítica.
           Defendió una tauromaquia personal en las numerosas conferencias que impartió por todo el mundo con conceptos tan curiosos como el que habla sobre el toro bravo: "Es de vital importancia para la ignorancia extranjera (sic) aclarar esto: al toro bravo se le cambia de terreno y a los veinte años nace manso. Por el contrario, al inofensivo se le lleva al terreno donde se cría el bravo y a los veinte años es una fiera. Al toro bravo de Andalucía, de Castilla, de Navarra, se le lleva a Inglaterra o Norteamérica y acaba a los veinte años por dejarse acariciar por el hombre. Está civilizado. Y a la inversa, al astado inglés o norteamericano se le lleva a los cortijos andaluces y en varias generaciones embiste como si fuera de Miura...".
           El 13 de agosto de 1934 fue corneado por un toro bravo de Ayala en Manzanares. El toro se llamaba "Granadino". Se acercaban las cinco de la tarde. El toro era negro, bragao, corniapretado y algo bizco del derecho, pero era "el más bonito del encierro" con la calificación de "superior". El torero sustituía a Domingo Ortega, accidentado. Había regresado al toreo después de seis años retirado, tenía más de cuarenta años y no muy buenas sensaciones previas. Prefirió ser trasladado a Madrid para ser tratado de la herida y posiblemente eso le costó la vida.

                                                               
            Ignacio fue el promotor de la generación del 27. Él llevó a sus jóvenes componentes a la tribuna del Ateneo de Sevilla para proclamar la validez de la conmemoración gongorina que celebraban. La explosión lírica que generó la muerte de Ignacio fue el mejor favor que le devolvieron los poetas y amigos con sus inolvidables composiciones de exaltación y recuerdo del héroe. Con ellos, el aragonés Pepín Bello, el llamado "fotógrafo" de la generación, al que todos adoraban. De Rafael Alberti, entonces en Moscú, son los famosos versos con los que cierra su poema de homenaje:

                                Verte y no verte.
                              Yo, lejos, navegando;
                              tú, por la muerte.

   Y Gerardo Diego en  Presencia de Sánchez Mejías,

                              Así es como yo te quiero,
                             siempre, sí, banderillero.
                             Como lo que eras, Ignacio.
                             Como lo que eras y eres.
                             Gloria y pelea de hombres, 
                             cuchillo de las mujeres.
                             Porque así es como te quiero,
                             como lo que eres, Ignacio.
                             Siempre tú, banderillero.

 
             García Lorca se encontraba en Santander con "La Barraca" representando a Cervantes el día de la muerte de su amigo y debió de empezar a idear el llanto,que terminó en unos meses. José Bergamín le pidió el poema para publicarlo en su editora de la revista "Cruz y Raya" y apareció con ilustraciones de José Caballero, escenógrafo y figurinista de "La Barraca". Para la portada, García Lorca le indicó que sobre el retrato de Ignacio un letrero dijera: "Lo mató un toro de la ganadería de Ayala". No quería nombrar a "Granadino"... Cuando se lo leyó a sus amigos, le conmovió que lo comparararan con las coplas de Jorge Manrique. El borrador, autógrafo, se lo regaló a Cossío quien lo mandó encuadernar con las tapas adornadas en relieves de oro y las guardas con ilustraciones inspiradas en viejas láminas de una colección de Las principales suertes de una corrida de toros, publicada en 1790 por Antonio Carnicero. El manuscrito, con la dedicatoria de Federico y un dibujo suyo -un arlequín llorando-, se conserva en la casona de Tudanca, donde Cossío guardó tantos tesoros bibliográficos.
           El Llanto, en parte por la espantosa muerte de su autor, alcanzó una difusión única. Al principio, lo recitaron los más afamados rapsodas del momento con gran dramatismo y desgarro. Los compositores de músicas aportaron melodía al poema para cantata, guitarra, orquesta de cámara o flamenco. También se escenificó en forma de ballet, y fue traducido a numerosísimos idiomas como el griego, en que el lamento adquiría una excelente sonoridad.
           La elegía se estructura en cuatro tiempos comenzando por la hora-símbolo de todas las tragedias imaginables:

                         !Eran las cinco en todos los relojes!
                         !Eran las cinco en sombra de la tarde!

            Una hora mitificada por esta poesía. La escuela de Pitágoras ve en el número cinco un signo de unión, es un número nupcial, es el centro, la armonía, el equilibrio, la hora en que el toro y el torero pueden crear una simbiosis nacida del arte, una conjunción estética y emotiva en el centro del ruedo, según los aficionados a la lidia taurina. El cinco es también el número del centro en China, es el número de la Tierra. En el simbolismo hindú representa la unión del dos (número hembra) y del tres (número macho), es el principio de vida, el instante en que el mito crea. El cinco es, además, una cifra sagrada en América Central para los mayas, y representa un símbolo de perfección para quien el quinto día se consagra a las divinidades terrenas. En su significación esotérica, se refiere a la clase sacerdotal y guerrera, al sacrificio. En las tradiciones orientales el cinco es vida presidida por la muerte. También los números tres y diez, tan presentes en el mundo taurino ofrecen claves simbólicas: organización, esencia, círculo, eternidad... Piénselo el lector.
           En la segunda parte, García Lorca elogia las virtudes del amigo en las distintas parcelas de su personalidad:

                          No hubo príncipe en Sevilla
                          que comparársele pueda,
                          ni espada como su espada,
                          ni corazón tan de veras.
                    ...
                          Aire de Roma andaluza
                          le doraba la cabeza
                          donde su risa era un nardo
                          de sal y de inteligencia.
 
          El tercer tiempo, de mayor oscuridad, termina con estos versos memorables:
                       
                          Vete, Ignacio; no sientas el caliente bramido.
                          Duerme, vela, reposa. !También se muere el mar!

           Por fin, en "Alma ausente", el poeta reconoce que el amigo ha muerto "para siempre":

                          Yo canto su elegancia con palabras que gimen
                          y recuerdo una brisa triste por los olivos.
   
            Las variaciones en el esquema métrico acentúan los diferentes estados emocionales del autor al tiempo que remarcan la vivencia terrible del personaje y el recuerdo eterno de su amistad.


                   El toro es tratado en la poesía universal desde el año 2500 a.C., en que aparece por primera vez que se tenga noticia escrita en la anónima Epopeya de Gilgamesh, texto asirio que contenían las tablillas mesopotámicas descifradas por George Smith, donde se canta la lucha del hombre contra un toro en ritual semejante al de la corrida de toros actual. Se trata del gran rey de Uruk, personaje histórico, más tarde mitificado. Desde entonces, poetas, en distintas formas métricas, de todos los estilos y tendencias, de dispares nacionalidades y en idiomas tan alejados del español como el húngaro o el ruso, versificarán al inspirador animal. El rey David, el gran poeta de los Salmos ya lo convierte en protagonista y la mayoría de los clásicos greco-latinos cantan el rapto de la bella ninfa Europa por Zeus-Júpiter que, para esquivar a Hera, se transforma en un amoroso blanco toro. Así, el bilbilitano Marco Valerio Marcial:


                                           EL TORO Y EUROPA

                          Un toro raptó a Europa, y huyó por el dominio
                        fraterno, el mar. A Alcides, hoy un toro hasta el cielo
                        lanzó. Compara, oh Fama, esos toros, de César
                        y de Júpiter: ambos pariguales en peso;
                        pero el primero lo llevó más alto.


                Posteriormente, poetas tan variopintos como el cordobés Ibn Suhayd, el judío Salomón Ibn Gabirol, Alfonso X en verso gallego, Dante Alighieri en su gran Divina Comedia, Petrarca, el valenciano Ausias March, Luis de Camoens en su epopeya Os Lusiadas, el francés Pierre de Ronsard, el inglés Lord Byron, Víctor Hugo, el norteamericano Walt Whitman, los catalanes Jacinto Verdaguer o Joan Maragall, el alemán Rainer María Rilke, Guillaume Apollinaire, Juan Ramón Jiménez, el pintor Pablo Ruiz Picasso en sus "cuadros escritos", Jean Cocteau, el ruso Nikolai Asiev, Paul Eluard, Juan Larrea, el alemán Bertolt Brecht, Francis Jammes, el sudafricano Roy Campbell, Salvador Espríu, Ted Hugues y otros canadienses, belgas, palestinos y sobre todo, los componentes de la generación del 27 como el Premio Nobel de Literatura Vicente Aleixandre ("Mano inmensa que cubre celeste toro en tierra"), son algunos ejemplos más de escritores que trataron del toro en sus obras. Por supuesto, la muerte de Manolete resultó fuente de inspiración para la literatura así como para el cine.

                  Los toros son una manifestación de la cultura hispánica. Autores de los países hispanoamericanos lo han demostrado a lo largo de la historia, desde la mejicana sor Juana Inés de la Cruz pasando por Octavio Paz, José Fernández en su entrañable Martín Fierro o Pablo Neruda que incorpora al toro a su visión cósmica, de una fuerza extraordinaria. El soneto "Sangre de toro" canta: "Se convirtió la rosa en toro urgente:/la sangre se hizo vino navegante/y el vino se hizo sangre diferente./Bebamos esta rosa, caminante". Mayor información, finalmente, aporta la antología de Mariano Roldán. Por supuesto, existe poesía taurina en euskera y en época más cercana, sobresalen el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, y los magníficos poemas de Joaquín Sabina.


                 "Ante los toros -señala Tierno Galván-, los españoles revalidan la sabiduría irracional de que sólo el aventurero y burlador de la muerte vive de modo superior a los demás". Y es que la aventura puede significar la búsqueda del sentido de la vida, la esencia de las cosas...



                                                                    "De purísima y oro". Joaquín Sabina