martes, 24 de mayo de 2016

La voz iluminada de SARA COMÍN



                    El que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, no debe quejarse si se pasa.

                                                                  Miguel de Cervantes


                                                            Pero el viajero que huye
                                                            tarde o temprano detiene su andar
                                                            y aunque el olvido, que todo destruye
                                                            haya matado mi vieja ilusión
                                                            guardo escondida una esperanza humilde
                                                            que es toda la fortuna de mi corazón.

                                                                  Carlos Gardel, ("Volver")


                La música es sinónimo de libertad, de tocar lo que quieras y como quieras, siempre que sea bueno y tenga pasión, que la música sea el alimento del amor.

                                                                    Kurt D. Cobain

                                                           
                                                   "...Quisiera morir como Kurt Cobain, de sentimiento."

                                                                   Enrique Bunbury, ("Decadencia")



                         
                                    Para vivir hacen falta las pequeñas cosas, esas tan hermosas que a veces nos trae el perfume de un viento humanizado que canta a la libertad, y nos sumerge en un remolino de sensaciones que huelen a nostalgia del recreo de la infancia, o hace que nos dejemos llevar por el seguro refugio de un amor correspondido... A este universo nos traslada la voz de Sara Comín.

                  En el principio fue la jota: el sentimiento, la emoción y la pasión por la tierra. Recuerdo cómo las paredes del vetusto edificio del Instituto de Calatayud vibraron cuando se produjo el silencio tras la jota que Sara nos cantó a Alfonso Zapater y a mí en el despacho de dirección, espectadores privilegiados de tan inédita actuación. Yo creo que hasta Alfonso XIII que diariamente nos observaba imperturbable desde su retrato con rostro hierático, esbozó una entusiasta sonrisa que seguramente todavía mantiene... Desde entonces la voz de Sara Comín forma parte de la banda sonora de mi vida. Ya con pocos años, Sara se abrazaba al mantón de la tatarabuela y se inventaba funciones ante la concurrencia familiar -a la que luego pasaba la bandeja en la que obtuvo sus primeros laureles-, pero a la que, sin embargo, no permitía asistir como público cuando empezó a participar en los iniciales concursos de jota, por eso de los nervios... En esos certámenes consiguió importantes galardones, y eso que siempre ha preferido no competir sino sólo vivir la magia del escenario para disfrutar todavía más de lo que siente, esa esencia que traspasa el alma de los oyentes... Entonces cantaba con Nacho del Río ("su amigo del alma" y "su maestro", así, por separado) y con Yolanda Larpa, el gran trío jotero bilbilitano. Después, el inigualable Jesús Gracia le aportó más conocimientos, absoluto respeto por la historia de la jota, y todo el cariño y la generosidad del mundo...






                  Esa voz comunicadora, enérgica, cadenciosa y dinámica a la vez, apuntaba sus primeros pasos profesionales en la locución radiofónica de Calatayud, así que entonces ya cantaba y contaba, eso que ha constituido para siempre el núcleo profundo de su vida, lo que ama intensamente y le permite exprimir el momento tanto de sus quehaceres como de sus deleites y hasta arrinconar las contrariedades de la rutina diaria. Pero además, Sara Comín, soñadora y emprendedora valiente, siempre buscó nuevas experiencias musicales, adentrarse en lo desconocido, enriquecerse con nuevos proyectos, perseguir otros ideales creativos, reinventar retos y metas, dibujar esperanzadores estados de ánimo en los demás, pasear por el tiempo a través de la música, viajar hacia melodías con las que arriesgar y tal vez ganar, y encontrar esa misteriosa "gracia" compartida entre su voz y los que la escuchamos...


               Así que a los 17 años consiguió una beca de la DPZ y se fue al Conservatorio de Madrid, en una diferente aventura confiada en su talento vocal. Los aspirantes interpretaron canciones líricas y ella cantó la jota de "La Bruja", provocando el aplauso de todo el jurado. El presidente, el gran Pedro Lavirgen, recordó que estaba prohibido aplaudir. Pero aprobó. Estudió vocalización y base de solfeo, y su voz no se vio perjudicada por la dualidad canción lírica-jota, pues como ya le había comentado Pedro Lavirgen, Sara cantaba "con el estómago", alcanzando de esa forma las notas más altas sin gran esfuerzo y la mayor potencia en esa expresión musical ancha, amplia, de soprano. Su aspiración en aquella época era ser cantante de ópera, a la manera de las figuras a las que admiraba, Pavarotti, Plácido Domingo, Pilar Lorengar y, más tarde, Miguel Fleta, al que tanto ha estudiado. Las ayudas prometidas se convirtieron en humo y Sara continuó en su empeño musical ampliando modernos recorridos y crecientes anhelos.






              Su andadura profesional se decantó hacia el periodismo del relato y sus gustos musicales a los que ya provenían de la infancia, esos que extraían del alma las emociones y los sentimientos más íntimos, los que buscaban con la melodía y la letra la mayor complicidad con el público: tango, copla, bolero, canción de autor, música de ayer y de hoy, siempre que su poesía le permitiera cantar y contar con los ojos cerrados... canciones que invitaran a vivir o lamentaran amores imposibles. Por eso le resulta difícil la elección de los temas para sus conciertos, porque quiere que las historias que canta sean las que más corazón contengan, así que las jotas a veces son tristes, a los tangos les añade mucho desdén o enaltece el tremendismo de coplas como alguna que puede parecer anticuada, "Y, sin embargo, te quiero". Pero ya lo dijo Gabriel García Márquez: el bolero es la mejor novela, en su brevedad existe una historia, y, ¿qué decir de una copla jotera?, si su ímpetu arrastra allá o aquí, como aquella vez en que una mujer en Turquía no paraba de llorar después de escuchar cantar una jota a Sara Comín, sin haber entendido nada de la letra...


               Sara Comín no se prodiga demasiado en destapar el tarro de las esencias. A veces, sólo los muy íntimos saborean la versatilidad y transparencia de su voz, su pasión viva por el arte. Hace unos años ofreció un memorable concierto en el Auditorio de Zaragoza (acompañada al piano en esa ocasión), y yo tuve la suerte de asistir el pasado día 20 al que tuvo lugar en el Centro Joaquín Roncal, y ella sabe que fue mi mejor regalo de cumpleaños: la guitarra de José Luis Arrazola hizo el resto. En Aragón se valora el prestigio, mérito y profesionalidad que Sara Comín se ha ganado por personalidad, categoría y experiencia en el riesgo esforzado. Es una artista que se encuentra a la altura de las excelencias musicales aragonesas que triunfan por el mundo, otra genuina seña de identidad de nuestra cultura. Ilumina con su voz honesta, intuitiva, inspiradora, esas canciones, esas pequeñas cosas que todos necesitamos y que nos hacen escapar de la mediocridad hacia un horizonte infinito, que nos hacen vivir que nuestra casa es el mundo, que lo que sentimos con la verdad no lo mata el tiempo ni la ausencia, que la música es el alimento del amor...






           
                   
                                                                       

           

         

               

         

         

miércoles, 11 de mayo de 2016

CELA




                                     ¿Qué locura o qué desatino me lleva a contar las ajenas faltas teniendo tanto que decir de las mías?

                                                                                     Miguel de Cervantes



                                     La muerte es una amarga pirueta de la que no guardan recuerdo los muertos, sino lo vivos.

                                                                                       Camilo José Cela
                                         




                                              El 11 de mayo de 1916 nació en Iria Flavia (Padrón, La Coruña) Camilo José Cela Trulock, otro gigante de la literatura española, clásico universal, que recibió el mayor número de reconocimientos otorgados a un escritor español (entre ellos, el Príncipe de Asturias, el Nobel y el Cervantes). Este Primer Centenario se ha calificado como un "acontecimiento excepcional de interés público" por las instituciones estatales, aunque no parece que los actos conmemorativos estén a la altura de tal merecimiento, tal vez por la coincidencia con la efeméride cervantina. La Fundación Pública Gallega Camilo José Cela, sin embargo, ha preparado numerosas actividades de gran interés acerca de su vida y obra que deberían constituir el punto de partida para el mayor conocimiento de una figura de la envergadura de un Premio Nobel de Literatura, que vio la posteridad como "algo que no puede lograrse más que a cambio de irse dejando, poco a poco, la vida misma prendida en las zarzas del camino", que consideró que debía devolverle a su país lo mucho que este le había dado, y por ello, creó la Fundación que lleva su nombre a la que legó todo lo que había ido guardando a lo largo de su vida, que fue mucho: manuscritos, ediciones y traducciones de sus obras, medallas, nombramientos, colecciones diversas, su hemeroteca, el epistolario (con 72.000 cartas), objetos personales..., porque creía en la función social de la propiedad, en las bibliotecas, en las aulas y en la cultura "ese motor de los pueblos que separa la prosperidad de la miseria". Allí, en ese lugar idílico lleno de paz que atesora tantas joyas artísticas, descansa desde 2002 al pie de un olivo del romántico cementerio, con flores siempre frescas, como quería, el autor que, ya marqués de su tierra, acomodó para siempre el lema de su vida: "El que resiste, gana". O el de su exlibris "Un libro y toda la soledad. Soy de CJC", con dibujo de Picasso.







                      Lo conocí con ocasión de su visita al Instituto de Calamocha (Teruel) en respuesta a mi invitación para dar una charla de literatura a los alumnos- la mejor clase de literatura que pudiera soñarse-, cuando hacía muy poco que le habían concedido el Premio Nobel. No confiaba demasiado en que aceptara por razones obvias, pero dijo "sí", y desde entonces se me rompió el esquema, el de esa fama que le acompañaba de una personalidad controvertida cercana en ocasiones al despotismo y al exabrupto. Cela era un hombre verdaderamente emotivo, aunque tratara de disimularlo muy bien. Había sido un niño mimado en exceso al fallecer dos hermanos y tuvo "una infancia dorada", en la que se mostró siempre travieso; era un hombre que aparecía ante los demás como un lobo feroz pero que encubría su ternura, un hombre de maneras bruscas a veces, impetuoso, que vivió la vocación literaria apasionadamente y al que encantaba provocar y escandalizar con sus declaraciones y actuaciones como ocurrió alguna vez en el Parlamento cuando, como senador por designación real, incurría en actitudes comprometidas...



                 




                   Aquel día no pidió nada y se fue agradecido. Los alumnos quedaron admirados por la lección tan atrayente y divertida. Cela afirmó que su obra estaba más reconocida en el extranjero que en su propio país y que su linchamiento había comenzado el día que le dieron el Nobel. Opinó acerca del mal uso que los políticos y los medios de comunicación hacían del lenguaje, despreciando el diccionario, y les recordó que había sido mal alumno, lo expulsaron de varios colegios y no terminó ninguna carrera: el inglés se lo aprobaron porque su madre era inglesa y el latín porque su padre conocía al profesor..., que el Quijote era una obra redonda, tan perfecta que se le perdonaban los errores y que no había que imponerlo a los niños. Para él, sin embargo, el más grande era Quevedo. Afirmó que no le importaba lo que los críticos dijeran sobre su obra ni las ediciones, porque lo importante era el hecho literario. Y criticó duramente a los políticos por no leer y despreciar la cultura, ¿cómo poder arreglar el mundo así? "Dados los gobernantes en general, donde cualquier mediocre puede llegar a ministro, no se extrañe usted de la fama que tenemos los escritores. El escritor es un ser incómodo y debe estar contra el poder del Estado, sea este cual fuere". Habló mucho de poesía -geometría y ajedrez-, que fue su primer contacto con la literatura aunque se pasó a la prosa pronto porque no le habían tomado en serio, pero la seguía cultivando: "En este país no se pueden hacer bien dos cosas, es un país tan pobre que no permite tener dos ideas...". No consintió que se le preguntara por los autores contemporáneos a los que no quería juzgar, y a quienes se oponían al uso de tacos alegando pureza cultural los catalogó de ñoños, mientras que él sólo repetía los empleados por Quevedo o el Arcipreste de Hita, "palabras de gran prosapia", palabras ya aparecidas en los diccionarios del XVIII... "¿Vendrá otra vez?, !qué encantador!", me decían los alumnos. La localidad se volcó en agasajarle todo lo posible y así, le dedicó una calle que él inauguró satisfecho llevándose una réplica de la placa con su nombre para su colección de calles... Los joteros de Torrijo del Campo con el gran Jesús Benito a la cabeza le cantaron durante toda la jornada jotas con letras alusivas a sus novelas y a su vida que le divirtieron a la vez que emocionaron y que se aprendió de memoria. No se habría ido. Seguro que Joaquín Carbonell, que nos acompañaba, recuerda el día y la comida festiva. Él recogió -como el resto de los medios de comunicación- la estancia de Cela en el Instituto y en Calamocha, zona que había visitado al ir a ver las grullas de Gallocanta. Joaquín le recordó que su obra teatral María Sabina se había representado en Zaragoza, lo que él desconocía, aunque no se olvidaba del sonoro pateo que recibió en Madrid, al que respondió con mucha educación, como es natural. En el Carnegie Hall de Nueva York, por el contrario, consiguió un éxito apoteósico.












                      A su regreso a Guadalajara, donde entonces residía en una preciosa casa aislada en medio de una pradera, me comentaba: "!Qué alumnos tan estupendos!, ¿Te has fijado en esa chica que me ha preguntado qué es la vida...? !Ah, si yo lo supiera...! !Qué ganas tienen de aprender! !Cómo se han portado conmigo! Dales las gracias, no se te olvide". En su casa de "El Espinar" aparecía flamante el escudo de armas de la familia Cela, con un moro decapitado, y rápidamente contaba cómo un antepasado suyo se cruzó con uno que no parecía gallego, lo mató y se llevó sus chilabas... Acostumbraba a tomar el té de la tarde y a escuchar música clásica o tangos, que le entusiasmaban, mientras recordaba que él también los había cantado en "El Viejo Almacén" de Buenos Aires, acompañado a la guitarra por Edmundo Rivero. Desde ese día se forjó una amistad mutua que se mantuvo hasta su fallecimiento. A lo largo de esos años me demostró continuamente su lealtad, afectuosidad y su grandeza espiritual. Aprendí a desterrar el tópico en torno a su imagen: sólo se había colocado la coraza para defenderse de parte del mundo y era perfectamente consciente de que su actitud podría suscitar la antipatía personal, pero su acusado sentido del humor lo impulsaba hacia el deseo de epatar ("es que la gente es muy epatable") como forma de divertimento... Pocos lo conocían íntimamente y era en la intimidad donde se encontraba el hombre con la misma profunda dimensión que el escritor: siempre comentaba que el título que más respetaba era el de amigo, porque pensaba como Gracián que no hay mayor desierto que vivir sin amigos. Así lo escribió en su "Loa a la amistad": Un amigo puede justificar toda una vida. Para Francisco Umbral había algo de "enfant terrible" en esa apariencia de dureza que ocultaba en realidad la esencia de un "gamberro inmisericorde" ("mi secreta vocación es la de gamberro", bromeaba). Lo definía como un singular "profesor de energía", que comunicaba vitalidad, optimismo, ilusión, que nunca estaba decaído ni resentido, por eso "después de estar con él, uno se queda más eufórico. Y siempre va de ida". A lo que se podría añadir su educación inglesa, por la que fue criado en la ausencia de la demostración externa de la emoción, algo que no pudo evitar, sin embargo, cuando recibió el Premio Cervantes, tan largamente esperado, a pesar de que en una de sus boutades lo había desdeñado absolutamente, y después fingiera afirmando que no se deben romper las tradiciones en España pues quedan pocas, y como ya era una tradición que no le otorgaran el premio, no se había alegrado por la concesión.
           








                    Defendió a muerte a los que le guardaron fidelidad y para ellos su comportamiento no podía ser más exquisito, pero se ensañó con los que lo atacaban; nunca perdonó, por ejemplo, a quienes no le votaron para su entrada en la RAE. Claro que recordaba aquella famosa carta dirigida al comisario general de Investigación y Vigilancia de 1938 en la que se ofrecía de delator de los "rojos", y de su trabajo como censor en la Delegación Nacional de Prensa, un puesto que fue vital para la publicación en 1942 de La familia de Pascual Duarte, novela atacada por la Iglesia y prohibida en su segunda edición, "nunca censuré nada, ¿qué iba a censurar yo en un boletín de huérfanos?", así que nunca se arrepintió ni pidió disculpas por ningún hecho del que tuviera que avergonzarse. El libro lo escribió en las peores condiciones, en la cocina del Sindicato Nacional Textil, poniéndole punto final cuando creyó que se moría, enfermo ya, en casa de sus padres (por cierto, Cela rechazó la palabra "tremendismo" para calificar la obra por su connotación peyorativa, le parecía una voz "para uso de sacristanes"). Al único grupo que estuvo adherido antes de la guerra fue a "Paneuropa", porque soñaba con una España unida: encontraba los nacionalismos estúpidos y desfasados. Explicaba Cela cómo se le conminó para que en el primer número de Papeles de Son Armadans (ese foco cultural imprescindible en la historia del arte español, donde todo y todos cabían) se dirigiera un saludo al Jefe del Estado, lo que no cumplió, publicando poemas en catalán y gallego y ninguno en vasco porque no encontró. Era una ventaja editar la revista lejos de Madrid, aunque alguna vez se le abrieran pequeños expedientes sin mayores consecuencias. Prefería no comentar que cuando Franco realizó los últimos fusilamientos, le envió un telegrama pidiéndole la conmutación para siempre de esa pena. Pero sí recordaba como el momento más dramático de su carrera cuando, recién finalizada la novela La familia de Pascual Duarte, deprimido por la enfermedad y sin encontrar quien la editase, se sumió en la angustia y pensó en quitarse la vida. Algo parecido le ocurrió con la prohibición de La colmena, que incluía la desaparición de su nombre de la Asociación de la Prensa por su "falta de profesionalidad", cuando entonces sólo subsistía por las colaboraciones en los medios. En los últimos tiempos de Franco lo readmitieron sin solicitarlo y cuando murió, le mandaron un diploma como "Asociado de Honor". La tenacidad lo impulsó a seguir escribiendo a pesar de todo...






                     Su vinculación con Aragón fue muy estrecha y entrañable a lo largo de su vida, desde que permaneció un tiempo en Gallur como soldado segundo de Artillería en la guerra, donde se hizo la única fotografía de militar que guardaba como oro en paño. Allí se le dedicó un paseo y se descubrió una placa conmemorativa en la casa en la que vivió, en la que le dio generosa hospitalidad la señora Julia, la borjana, "una benemérita mujer, agobiadoramente maternal". "Siempre he sentido cerca todo cuanto se relaciona con Aragón", confesaba, vinculando nuestra tierra a figuras históricas como Fernando el Católico, Miguel Servet, Joaquín Costa, Ramón y Cajal, Luis Buñuel, Goya, y su amigo, el escultor Pablo Serrano. Uno de los personajes de La familia de Pascual Duarte fue un camionero de Casetas, barrio zaragozano donde tiene otra calle con su nombre. Cuando le informé de la existencia de esta calle, que desconocía, me pidió que le consiguiera una copia exacta de la placa "para incluirla entre las que ya conservo en mi Fundación. Ni qué decir tiene que los gastos que pueda producir deben correr a mi cargo". En la provincia de Huesca grabó un anuncio de Campsa y en el jardín aledaño al Parador de Monte Perdido una glorieta se llama "Camilo José Cela". En Fuendetodos visitó la casa natal de Goya, con el que le habría gustado "tener algo en común", al que definió como "uno de los pilares de la pintura mundial desde las pinturas de Altamira". Viajó a Zaragoza en innumerables ocasiones, la mayoría para ver a su gran amigo Alfonso Zapater, asistiendo a todos los actos en los que era requerida su presencia, como cuando visitó la Expo en la que el pabellón de Aragón le pareció uno de los mejores. La gran cabeza en bronce del escultor Pablo Serrano que inicialmente presidía el salón de su casa de Palma de Mallorca se yergue hoy en una plaza de Iria Flavia, próxima a la Fundación. Con "Heraldo de Aragón" la relación fue especialmente intensa hasta el punto de que el diario contó con sus colaboraciones entre 1992 y 1994 y, en su afán coleccionista, solicitó al "Periódico de Aragón" un retrato que le había hecho Postigo que le había entusiasmado. Cuando se le preguntaba por el número de calles que le habían dedicado, calculaba que podría tener unas cincuenta, además de incontables monumentos y múltiples recuerdos a su figura desperdigados por todos los caminos patrios que recorrió. En la Universidad Complutense, por ejemplo, se erigió una escultura con una de sus frases célebres: "Para el éxito sobra el talento. Para la felicidad no basta". No he averiguado aún si en Logroño, donde fue atendido como herido de guerra durante un mes en el hospital instalado en la antigua Escuela Industrial de Artes y Oficios (hoy Esdir, que también sirvió de cárcel para presos políticos), figura alguna placa alusiva al acontecimiento. Sus avatares durante la Guerra Civil quedaron inmortalizados en Mazurca para dos muertos. El alzamiento lo vivió al principio estudiando en Madrid con 20 años y enfermo de tuberculosis. En 1937 escapó a la zona sublevada y se alistó en el ejército franquista. Destinado a Logroño, combatió en el frente de Aragón donde resultó herido de gravedad. Después de recibir el alta, aún enfermo, fue declarado inútil total para el Servicio Militar.








                       Al año siguiente de su estancia en Calamocha, lo invité a visitar el Instituto de Calatayud, y nuevamente dijo "sí". Durante todo el curso, los alumnos prepararon con ilusión el recibimiento que se merecía, pero por cuestiones de salud no pudo hacer acto de presencia. Sin embargo, quedó como recuerdo de esa espera una joya que lo emocionó profundamente por provenir "de tan párvula mano", como me dijo, y que hoy se conserva en un lugar preferente de la Fundación de Iria Flavia, según me había prometido y pude comprobar con gran asombro. Casi todo el alumnado del Instituto participó en la copia manuscrita de un ejemplar de La familia de Pascual Duarte, con magníficas ilustraciones alusivas realizadas por los profesores de dibujo, y primorosa encuadernación en piel de las monjas de clausura de Santa Lucía de Zaragoza. En la sala de la Fundación dedicada exclusivamente a todas las ediciones existentes de la novela, sala que lleva su nombre, se puede admirar como una edición de las más destacadas por el propio escritor, que la calificó como "una maravilla", por la que dio las gracias a todos los colaboradores, "actitudes como la vuestra, reconfortan y dan ánimo para seguir al pie del cañón", me escribía...









                       Su adoración por el libro-objeto y por escribir a mano y con pluma -a ser posible una Montblanc gigante que sujetaba con el dedo corazón como abrazándola- encontraron en este singular libro el regalo perfecto. A Cela le gustaba el  "papel de hilo o papel tela" ligeramente granulado donde imprimir su letra precisa, clarísima y firme en manuscritos apenas sin márgenes para poder tener ante la vista lo ya redactado y así corregir o añadir palabras o fragmentos que por medio de líneas que semejaban meandros sinuosos colocaba en el lugar adecuado, de tal forma que sus borradores son susceptibles de contemplación estética  como si se tratara de un dibujo o pintura, con rúbricas estilizadas y elegantes: "las letras son hermosas y legítimas al margen de las palabras que finjan y las ideas que pregonen. Uno quisiera inventar un abecedario bellísimo y de color de flor...". De joven, aseguraba, "tenía la enfermedad de la letra negra sobre el papel blanco y necesitaba leer a toda hora". Cuidadoso del detalle hasta el límite, para las ocasiones especiales empleaba el membrete de la Real Academia o de Iria Flavia y en los sobres aparecía el matasellos de "Cartero Honorario". Son tantas las dedicatorias en libros o fotografías que me brindó que me resulta difícil elegir alguna más curiosa que otra. Quizá la que estampó en un libro que le sorprendió al verlo pues no se esperaba que yo lo tuviera, uno de esos libros inclasificables, originales, indefinibles, que él tenía en mucha estima porque su entusiasmo por la labor filológica y lexicográfica era de tal intensidad que esos libros a modo de diccionarios que suelen ser los más desconocidos del escritor, le producían especial ilusión dedicar: Rol de cornudos. En su "Prooemium" recomienda "No pienses y no serás cornudo". Y la dedicatoria dice: "A Charo Serrano, para que se entretenga en clasificar al vecindario"... Un libro muy divertido, sin duda. Gavilla de fábulas sin amor, con 32 dibujos de Picasso, o la edición ilustrada por Antonio Saura de La familia de Pascual Duarte constituyen algunos ejemplos de la combinación imagen/palabra que tanto fomentó, también en sus revistas "Papeles de Son Armadans" (con la colaboración de un gran técnico de imprenta y grabador catalán, Jaume Pla), y "Extramundi y los papeles de Iria Flavia". "Me acuerdo de una edición de bibliófilo del Viaje a la Alcarria. Yo le dije a Jaume Pla: ¿Qué te parece si pusiésemos todas las capitulares? Haces un grabado... Y nos dimos cuenta de que se repetían muchísimo las letras, y entonces yo le cambié todas las entradas a los capítulos, y no pasó nada porque el texto es el mismo, y si una línea en una página determinada quedaba corta, me decía: Necesitaría dieciocho espacios, o treinta y dos; y yo se los añadía exactamente"... Fue un editor meticuloso en la búsqueda de la perfección de la obra bien hecha y en ese sentido alabó la obra de Max Aub, "escritor químicamente puro, que amaba desde la palabra que se dice hasta el tipo y cuerpo de letra con que se dice",  pero a la vez procuró con la editorial "Alfaguara" incentivar una apertura cultural que acercara las novelas "populares" a cualquier rincón español...








                    Camilo José Cela Trulock ("Camilino Josesiño" como le gustaba, y no "Camipé") presumía de casta bravía y genealogía variopinta en cuyo origen se encontraban piratas, beatos, comerciantes, campesinos y hasta un torero, de diferente ascendencia: inglesa, italiana y gallega. Era un hombre tremendamente familiar. Cuando en 1983 murió uno de sus tíos en el incendio de su casa, declaró: "El fuego derriba las casas y siega las vidas pero no puede matar el recuerdo ni el sentimiento". Su tatarabuelo materno fue gobernador de Parma y se vio obligado a huir de Italia por razones políticas uniéndose en Barcelona a las tropas carlistas. Uno de sus hijos, Camilo Bertorini, se casó con una galesa, a la que Rosalía de Castro dedicó unos versos en memoria del general inglés John Moore, muerto en la batalla de Elviña. Este Camilo I trabajó como gerente del ferrocarril que él mismo construyó entre Santiago y Carril, y levantó su casa cerca de Padrón, donde nació Nina, la abuela de Camilo José Cela. Nina contrajo matrimonio con John Trulock, descendiente de una familia de piratas que más tarde se convirtieron en comerciantes, y trabajó también como gerente del ferrocarril. Tuvieron a Camila Emmanuela que se casó con un funcionario de Aduanas gallego, José Cela. La línea gallega por parte paterna incluía a fray Juan Jacobo Fernández, tío abuelo del padre de Camilo José Cela, que contaba con regocijo la fiesta de celebración de su ascenso a los altares: el beato murió martirizado en Damasco en 1860 y por ello los familiares tenían el privilegio de entrar a la iglesia bajo palio, pero como eran tantos no cabían todos, así que a uno de los tíos se le ocurrió llevar a un perro mastín lobero de aspecto feroz, al que achuchó contra los parientes venidos de fuera menos contra Camilo José Cela y su padre, que huyeron despavoridos. En la obra de Cela no faltan alusiones al tal fray Juan Jacobo: a la parte gallega campesina de los Moranes atribuía la cara de caballo y los dientes separados de todos los Cela.



                  Otro de sus ilustres antepasados fue el mariscal Pedro Pardo de Cela -emparentado con Emilia Pardo Bazán-, partidario de la Beltraneja, que perdió la vida en la lucha con la Reina Católica. En cuanto a su antepasado torero, se trata de Alfonso Cela Vieito "Celita", nacido en Carracedo (Lugo) en 1887, al que siguió en vocación el mismo Cela, que toreó como maletilla por los pueblos recibiendo dos cornadas, experiencia que recogió en El gallego y su cuadrilla. Se retiró de los toros por miedo a que la Guardia Civil lo llevara a la cárcel por negarse a matar a un toro, así que nunca llegó a vestirse de luces. Por mandato de su padre, Cela preparó oposiciones al Cuerpo de Aduanas a las que nunca se presentó. Estudió un poco de todo: medicina, derecho y filosofía, amparado por Pedro Salinas y María Zambrano, y aunque no se licenció, llegó a ser nombrado catedrático de Universidad y recibió el doctorado "honoris causa" por varias universidades. Pedro Salinas le corrigió "con un cariño sin límites y una paciencia absoluta" sus primeros poemas, que perdió en la guerra, algo que siempre lamentaría Cela. Su madre fue una persona decisiva en su vida y en su vocación, se llevaban muy bien y fue su gran aliada: "Por fuera no, porque ella era una mujer bellísima, pero por dentro nos parecemos mucho". En fin, una vida de novela, excesiva, intensa como su obra, a través de la cual hemos ido conociéndole más. Y es que con lo que soñaba Camilo José Cela era con ser escritor...







                       En Páginas escogidas se recogen las ideas de Cela sobre el oficio de escritor, su auténtico ejercicio profesional comprometido consigo mismo y en la búsqueda permanente de la soledad adecuada para encontrar el ámbito de trabajo que le permitiera continuar fiel a su naturaleza creativa y artística. Analiza el papel del escritor en España, su función social, la relación con la crítica literaria y los poderes públicos, su responsabilidad como autor..., en una serie de reflexiones muy actuales que compartirían seguramente la mayor parte de escritores de ahora. En el discurso de entrada en la RAE sobre la faceta literaria del pintor José Gutiérrez Solana (que intentó reivindicar sin conseguirlo, según admitía), expuso las claves de su inclinación desde la infancia hacia el gusto por la escritura por encima de cualquier otra preferencia vital, y su dedicación a ella de forma exclusiva: Cela soñó con ser un escritor profesional e independiente: "Escribir es, para mí, una profesión y una absoluta necesidad. Escribo con mucha dificultad, con mucho esfuerzo y mucho trabajo. Sufro y disfruto escribiendo, porque estoy absolutamente implicado en la literatura. Porque he descubierto que en este oficio, no hay nada que importe más que la creación". Confesaba que durante siglos, la literatura fue la única mercancía totalmente exportable en España, un país ingrato y proclive a ningunear a sus hombres más dotados, y creía que era preferible ser un modesto escritor en español que un novelista de tercera mal traducido del inglés. Ni sus más encarnizados enemigos le discutieron la potencia de su palabra como forma de reafirmación de la propia identidad literaria de una época crucial de la historia española, el malabarismo verbal que caracterizó su dignidad intelectual. Al principio del primer tomo de sus Obras completas consideraba en este memorable párrafo:


                       "Al niño imaginativo que compone poesías, le riñen en el colegio y lo desprecian en su casa; al adolescente con una mínima personalidad que se niega a seguir el rumbo que, irrogándose unos derechos que no le pertenecen, le marca la familia, se le suele llamar perdido o mal hijo y se le cuelga el siniestro y culpador sambenito de ser el causante de todas las desgracias que acaecen en el hogar y de todos los sinsabores que culminan en la desaparición de los padres, muertos -ellos piensan que lógicamente- a disgustos; al joven que hace sus primeras armas en el oficio y que sueña, !con cuánta inútil nobleza!, con ver su nombre en letra de molde, se le conmina, con más odio que amor, a que siga la ruta de sus primos Mengano, Fulano y Zutano, hombres de provecho que han conseguido licenciarse en ciencias naturales u obtener, con toda brillantez, según afirma el diario local, el título de aparejador, el despacho de teniente o la credencial de funcionario público; al hombre que escribe en los periódicos o que publica libros, se le controla por la sociedad. Y cuando aquel niño imaginativo y poeta, aquel adolescente rebelde, aquel joven iluminado, aquel hombre escritor llega a viejo y tiene un sólido y acreditado nombre guardándole las espaldas, se le tolera, al tiempo que soterradamente se le envidia y se le desea la muerte, pero ni se le lee, ni se le reconoce como guía y espejo en que mirarse".



                            En la autobiografía de 1993, Memorias, entendimientos y voluntades, detalla sus vivencias durante la Guerra Civil española, que le inspiraron numerosos episodios en varias obras como San Camilo, 1936, que aborda con desenfado tabúes vigentes en las horas que precedieron al estallido de la guerra. La novela, su obra cumbre para muchos, presenta a un joven de mirada fogosa y triste a la vez, al que vemos en el hormigueo de la ciudad o delante del espejo amargo de la reflexión. El relato es en parte un exorcismo y una invocación, y en esto enseña el camino del escritor hacia su obra más oscura, Oficio de tinieblas 5, con la que decidió aparcar los caminos del iberismo y de los apuntes carpetovetónicos que le resultaban muy fáciles y muy rentables: "En cada novela mía ha habido una pirueta en el vacío..., intento abrir nuevos caminos..., con una gran honestidad". Cela salió de Madrid, que era zona roja, por el pasaporte que le proporcionó Indalecio Prieto, amigo de su padre. Sólo pudo llegar a cabo "habilitado", vamos, que ni cabo era. Y contaba cómo unos milicianos quisieron matarlo en un montecillo pero no le dieron bien. Se alistó a la Legión cuando pasó del bando republicano a las líneas nacionales y, según Giménez Caballero, no lo admitieron en una bandera de la Falange por enfermedad. Cela se detiene en Madrid para relatar que la llamada "zona neutral" se había acordado que no fuera bombardeada, lo que no se cumplió. Recogió notas sobre los cuarteles, los centros militares y en una Orden de la División redactó el guion de una novela sin título que no publicó. Contó la guerra desde una visión personal pero sin errores en los datos porque un capitán de su batería, en el Regimiento 16 Ligero de La Coruña, le dio una copia del diario de operaciones, algo así como el cuaderno de bitácora entre los marinos. "A los que tenemos la edad que yo tengo, que teníamos en el 36 tan sólo veinte años, la guerra nos marcó para siempre. Hay un antes y un después, pero al menos yo procuro desmitificar los hechos de un lado y de otro".



               Y en Mazurca para dos muertos narra cómo un leonés falangista mató a un tío suyo y al acabar la guerra "se lo cargaron" echándole dos mastines loberos (que, como se ve, han dado mucho juego en la vida de los Cela, sea fabulación o realidad, porque hablando con Cela siempre quedaba la duda), y después de robar el cadáver, se lo dieron a los cerdos... Tras la guerra, resguardado en un remoto confín de Galicia, no tenía nada para leer y sólo encontró un prospecto de medicina que se leía una y otra vez, sentado en una piedra, hasta que llegó a aprendérselo de memoria... Así que con el tiempo, Cela se consideraba "intelectualmente, de izquierdas; políticamente, de centro y liberal; y socialmente, de derechas". Le gustaba el socialismo de Besteiro, de Machado, pero ya en su momento le apenaban la decadencia de los partidos y la corrupción. Monárquico en la clandestinidad, según Óscar Bernat, participó en la revista "El barrendero" con un artículo en defensa de don Juan , "Cara a cara y sin careta", y también intervino en reuniones conspirativas en el sur de Francia con exiliados y antifranquistas. De los políticos esperaba paz, trabajo y seguridad y se lamentaba de no tener ni seguridad social ni pensión. Tampoco entendía a los coleccionistas de dinero como Mario Conde, cuya causa encontraba en el enviciamiento originado por el exceso de poder. En fin, ya en 1996 declaraba que en España nadie estaba en su sitio: los periodistas se dedicaban a investigar la corrupción, los diputados no ejercían el control adecuado y los jueces "politiquean", un fenómeno histórico puramente español: en tiempos de Franco, los gobernadores civiles eran militares, "¡de locos!"...








                Camilo José Cela, polifácetico creador, trabajador frenético, fue un excelente periodista, oficio que sentía como propio. En 1993 trazó los "Doce mandamientos del periodista" basados fundamentalmente en el uso de la verdad como objetivo básico, recibiendo el premio "Mariano de Cavia" por el artículo "Soliloquio del joven artista". Al fin y al cabo, según Cela, periodismo y literatura comparten la palabra como instrumento, aunque el periodismo se encuentra mediatizado por la rapidez del tiempo pero cuenta con  la ventaja del inmediato contacto con el lector. El periodista debe denunciar las anomalías que puedan darse en la sociedad, mientras que al escritor le correspondería indagar en el origen de esas disfunciones y debería conformarse con una página genial, aunque le molestaba que grandes escritores como César González-Ruano se vieran perjudicados por utilizar el soporte periodístico prácticamente de forma exclusiva, lo que limitaba su expansión literaria.  En el artículo premiado, Cela insistía en la independencia, en la necesidad de soñar igual que cuando se era niño, en la ausencia de renuncia, en la fantasía que nos nutre y nos da valor "para morir a solas". O sea, recordando a su abuela y el lema de los Trulock "Ne iudices, ne murmures, ne timeas": nunca juzges ni murmures ni tengas miedo, algo que él procuraba llevar a cabo en su vida, de la misma forma que nunca había permitido "limar las asperezas del carácter".


                   Cela no creía en la separación radical entre los diferentes géneros de la escritura, sólo la palabra le proporcionaba el ajuste con la realidad necesario, se sentía libre escribiendo a su aire y eso tampoco favoreció que fuera tolerado por un sector de los colegas que lo consideraban incómodo, aunque fuera sobrellevado, excepto por el famoso grupo de los "ciento cincuenta novelistas" denominados por Francisco Umbral los "angloaburridos", de los que previamente Cela había afirmado no estar interesado en conocer. Tras la concesión del Premio Cervantes, Julio Llamazares confesaba su distancia radical ética y estética con Cela, separándose así no sólo de él sino de la generación del medio siglo que ya no importaba. En realidad, se trataba de la reactualización de la querella clásica antiguos/modernos de otros tiempos. Los nuevos escritores opinaban que su lengua literaria era obra del pasado, pero no es menos cierto que recreó un país que por desgracia fue cierto y que el lenguaje escatológico -por el que ha sido tan denostado- parece un juego inocente comparado con la falta de inhibición de los que tanto le criticaban. No comparto la afirmación de que su orgullo le impidiera hacerse querer o admirar por los jóvenes, idea que sólo puede provenir de quien no lo conoció. Lo que sí que hubo es una indiferencia mutua en cuanto a los gustos literarios respectivos.






                           El Premio Nobel renovó las letras españolas del siglo XX tendiendo el primer puente con la modernidad con su enorme despliegue de recursos novelísticos. Echo de menos una tesis global integradora que suponga una valoración generalizadora de toda su obra, aun reconociendo las dificultades que ello impilca. "De mí se harán tesis dentro de cien años pero de un ministro no se acuerda nadie a los quince meses", opinaba recordando cómo la censura había intervenido también en La colmena (en la que para él no había mensaje sino el reflejo de un momento histórico concreto) y en Viaje a La Alcarria, que bajo el título de Las botas de siete leguas había comenzado a aparecer en serie en "El Español", hasta que viendo que le tachaban lo que les parecía a los censores, dejó de publicarla en ese medio. Y eso que tanto el jefe de la censura Juan Aparicio como Dionisio Ridruejo eran más condescendientes. Para la cuarta edición de La familia de Pascual Duarte, en 1945, Cela debió recurrir a Gregorio Marañón para que le firmase el prólogo, pues Baroja rechazó el encargo, "Si lo que quiere es ir a la cárcel vaya usted solo". No fueron nada fáciles sus comienzos, no, y en una carta a un amigo le confesaba: A veces desespero y pienso entonces que mi novela no merece los honores de la edición; paso entonces por momentos amargos en que la desazón me invade y el más cruel de los desalientos... se apodera de mí. También le eliminaron un capítulo de Mrs Caldwell habla con su hijo. En la Fundación se guardan las cartas que la censura escribió sobre el Pascual Duarte, como una de Pedro Rocamora al Director General de Prensa en la que le dice:


             "Camilo José Cela me parece un hombre anormal. Tengo la satisfacción de haberle suspendido en Derecho Civil", y, un poco más adelante, confiesa que tras leer la novela "me sentí enfermo y con un malestar físico inexplicable".









                         Fue un maestro de la retórica, tal como la define el Diccionario, arte del bien decir, de embellecer la expresión de los conceptos, de dar al lenguaje, escrito o hablado, eficacia bastante para deleitar, persuadir y conmover. Escribió con las palabras "contra las palabras", buscando con sus artificios la verdad, así que su arte es esencialmente lingúístico: "El español no es sólo nuestra lengua sino también nuestro orgullo", proclamó. Si el gran protagonista de su obra es el lenguaje, no es menos cierto que la novela debía "coger la vida y estrujarla contra nuestro corazón". Dominaba todo tipo de jergas y argots, como en Cristus versus Arizona, en que retrata el lenguaje del sur estadounidense, combinando el castellano de los primeros conquistadores españoles con el indio de los papagos y la parla de los colonizadores yanquis. Al estudio de estos lenguajes así como al de los estilos de muchos escritores dedicó demasiado tiempo en el que se dispersó con mucha frecuencia, y eso es algo que tampoco se le ha reconocido, según Antonio Fernández Molina. Una visión muy particular de la obra de su padre, corresponde a Camilo José Cela Conde, que acuñó el término "nomadismo" para describir los lugares diferentes de creación de cada novela, el que exigía cada una, tal como él pudo observarlo durante un tiempo. Cela no acudía a fuentes literarias sino que se nutría del objeto inspirador de la época: un anuncio, un envoltorio, un prospecto, una cajetilla de cigarrillos..., excepto en Oficio de tinieblas 5 -su novela más difícil- para cuya escritura se encerró entre unos biombos de tela negra a modo de ataúd y de ahí no salió hasta que terminó. Era un hombre de ritos y los mantuvo hasta el final para el acto de creación; pretendía así "probar" la palabra, sus posibilidades, protegerla y cuidarla en su uso... En eso fue único.



                          Casi todos coinciden en afirmar que los libros de viajes ofrecen una autenticidad que les confiere al personaje del vagabundo, peregrino o viajero unas marcas peculiares que resultan de lo más atractivo y cautivador para el lector. Para Francisco Umbral el vagabundo, de estirpe cervantina, tiene mucho más de humanidad, poesía y realidad que los múltiples personajes logrados por Cela: es un roussoniano con boina que cree en el hombre natural y solitario del campo y de los pueblos, como un Quijote de alpargata, que no hay que confundir con el autor Cela, según su opinión. Lo que es evidente es que Cela en estos libros no se conforma con la visión oficial de los lugares sino que se aventura en geografías físicas y humanas reinventando el espacio con palabras nuevas que funden las fronteras reales y literarias: viaje, palabra e imaginación. Cela inauguró un modo de viajar y ver (con el modelo en su memoria de Josep Pla), un estilo definido y definitivo del libro de viajes. Insaciable e incansable en conocer, inventa y escarba en lugares, gentes y sucesos, aportando una óptica insólita, una amalgama totalizadora de lo que somos y no vemos. Como su vida, que fue un viaje largo, profundo, un "viaje sentimental" al centro de sí mismo, de su escritura y su literatura, estos libros resultan un antídoto contra el olvido y memoria de las cosas. Viajar, para suscitar con la palabra las emociones vividas con anterioridad por el lector, con un estilo narrativo que hoy encomian los cultivadores de más éxito del género. A Juan Marsé le gustaba Viaje a la Alcarria, pero en el fallecimiento de Cela denostó duramente al escritor. Viaje a la Alcarria es una metáfora de la vida, un texto sensitivo de gran penetración psicológica pleno de exhibición de colores, olores y sonidos, que atrae y roza la piel del lector, en el que Cela utilizó un lenguaje preciosista pero sin florilegios sentimentales, un tratado de sociología, paisajismo y ecología a la vez, un viaje que realizó, como todos los suyos, "con una mochila al hombro y una paz infinita en el corazón".








                      La actividad filológica de Camilo José Cela como recopilador sistemático de materiales folclóricos, lexicográficos y enciclopédicos merecería por sí misma todos los reconocimientos posibles. Esa pasión por los repertorios de palabras, "ejercicios de erudipausia", como los denominaba, le acompañó desde la publicación del primer artículo más o menos sistemático que escribió poniendo en práctica su afición: "El coleccionista de apodos", en 1947. Estos ejercicios de taxonomía lingüística se generaron en su mayoría en lo que bautizó como "Department of Philology" de la "University of La Bonanova", según rezaba una placa en la puerta de su despacho de Palma de Mallorca. El primer proyecto fue el Diccionario secreto, al que siguió la Enciclopedia del erotismo, el Diccionario del erotismo y el Diccionario geográfico popular de España, así como otros bocetos de obras similares, algunos de los cuales no llegaron a cuajar en ese tiempo por problemas de financiación, aunque Cela siguió escribiendo prólogos, notas, artículos, vocabularios, referidos a cuestiones filológicas, incluyendo las enmiendas lingüísticas a la Constitución como senador durante el periodo constituyente. Se enorgullecía especialmente del cambio efectuado en la palabra "hembra" que fue sustituida por "mujer", así como de su lucha por introducir expresiones de origen popular en la lengua española cuando fue miembro de la RAE. También en ese "Department" se editaron clásicos modernizados.





                        A partir de los años sesenta, con la influencia del "boom" sudamericano, Cela abandonó el realismo e inventó una prosa experimental, más arriesgada y vanguardista que dividió a críticos y lectores, pero lo que no faltó nunca en sus obras, sobre todo en las novelas iniciales, es el humor -que cada cual ve de un color diferente-. Le sirvió para atenuar algunos de los crudos momentos que enmarcaban a los personajes, y que es considerado en parte como una influencia de su tierra de origen, tal como aparece en otros autores gallegos con los que coincide en una visión burlesca o grotesca de la vida, a veces de corte esperpéntico valleinclanesco. Un humor irónico, cruel, deformador, expresionista, con el que Cela extremaba la caricatura y que ha sido tradicionalmente frecuente en el campesinado gallego como actitud defensiva frente a una cultura extraña que enfocaba con actitud recelosa. Así lo reconoció el escritor, cuya socarronería personal era uno de los rasgos más significativos de su peculiar carácter, de ahí que a lo largo de su amplia existencia formara parte de agrupaciones tan singulares como  la de "Los sátrapas de la Patafísica"... El sarcasmo puso en evidencia una crítica social que de otro modo no habría encontrado la complicidad adecuada en una sociedad muy conservadora que sólo comenzaba a transformarse. También se fijó Cela en la literatura española del pasado, sobre todo la barroca, en los abundantes ejemplos de humor implacable y atroz con los que reforzar la mirada satírica sobre la condición en tantas ocasiones, miserable, del ser humano. Así lo reflejó igualmente en los "Apuntes carpetovetónicos", con un humor impregnado de lirismo que caracterizó a algunos cuentos y conjuntos de artículos, hoy ignorados, como "Esas nubes que pasan" y "Once cuentos de fútbol", donde se encuentra la capacidad fabuladora y el germen de su narrativa lírica que se desarrollan en novelas más extensas como Madera de boj, para Cela, " la mejor novela que he escrito, con diferencia", un relato mágico que recuerda a las obras de navegación del siglo XIX, verdadero testamento literario.



                         Se ha discutido su ideología, se le ha negado capacidad para construir edificios narrativos de envergadura, se ha dicho que sólo tiene tres o cuatro ideas que reitera constantemente..., pero nadie se ha atrevido a negar su calidad de prosista eminente. Cela tiene una voz propia porque una página suya se distingue de inmediato de la de cualquier otro escritor, aunque pueda atraer más o menos: "Es lo primero que hay que tener, una voz propia. Si no la tienes, entonces cambia de oficio". En él siempre hubo una voluntad de tentar nuevos caminos tanto en la estructura como en el estilo porque le horrorizaba el encasillamiento; cambiaba de registro según le convenía o se lo pedía el propio texto, en un proceso de barroquización de la prosa que en principio fue más sencilla: nunca repitió los tratamientos formales, creando libros distintos en su concepción pero unidos por una conciencia de estilo. Al mismo tiempo, se desdoblaba en los sucesivos personajes que iba necesitando. Explicó su método de escritura, cómo era "una novela por dentro": tomaba muchas notas, las ordenaba sin hacer esquemas y dejaba que los personajes cobraran autonomía propia. Este Cela camaleónico ha sido calificado como un "titiritero de la lengua": su concepción del lenguaje es esencialmente poética, con una cadencia musical y un ritmo en la frase que consiguen que si el texto se lee en voz alta parezca música, sobre todo en sus relatos galaicos: el prosista estaba impregnado del poeta desde la niñez, contribuyendo a conformar un mundo misterioso, esotérico, dulce y soñador, con un fondo de ternura piadosa, a pesar de la crueldad manifiesta, como en Mazurca para dos muertos, cuyo antecedente se ha visto en Divinas palabras de Valle-Inclán: "No se es impunemente de un sitio determinado. El ser gallego y el hablar gallego es una gran ventaja para poder escribir después en castellano, puesto que el gallego, según me comentaba Menéndez Pidal, es una especie de para-castellano antiguo, esto es, hay formas vivas en gallego que han desaparecido ya en castellano".










                        En el terreno de la creación teatral, Cela se afanó en romper con los moldes teatrales al uso creando nuevas formas expresivas que no fueron entendidas por el público. María Sabina se representó como ópera con bronca en el teatro y división de opiniones en la crítica. Escribió en 1968 El carro de heno o el inventor de la guillotina, en homenaje al universo pictórico de El Bosco, que fue relacionada con el teatro de la crueldad de Antonin Artaud, con el surrealismo y el esperpento, y tuvo su prolongación en 1999: Homenaje al Bosco II; la extracción de la piedra de la locura o la invención del garrote. La obra la encargó Ruiz Gallardón para conmemorar el centenario del 98, pero el proyecto quedó parado por el excesivo coste de la producción y la dificultad de crear una tramoya escenotécnica desmesurada, así que a Cela se le pagó parcialmente y la Comunidad de Madrid retuvo los derechos de la obra. En 1974 hizo la versión de uno de los textos claves de Bertold Brecht, La resistible ascensión de Arturo Ui, que cuenta cómo el ascenso de Hitler al poder pudo haber sido frenado. De nuevo, las embestidas del fascismo celtibérico y residual, y pese a todo emergente, se estrellaron en Cela, el adaptador. Los Guerrilleros de Cristo Rey reventaron la función, asaltaron el teatro Lara y la obra tuvo que ser suspendida. Cela confesó que lo de escribir teatro fue como "la necesidad de perder la virginidad, que la daba por perdida gustosamente" y que ahí quedaba todo, ni quería que nadie interviniera en el texto una vez escrito. Con éxito adaptó La Celestina. Su teatro puede ser leído con un poco de imaginación, por muchos elementos oníricos o simbólicos que lo componen. De la misma forma que la poesía, enriqueció su prosa convirtiendo la trama argumental en un gran teatro del mundo.





                                          Sala de Pascual Duarte. Fundación Pública Gallega Camilo José Cela




                         En cuanto a su relación con el cine obtuvo éxitos significativos y momentos para olvidar. Cela fue actor, escribió guiones, subtituló cintas y adaptó series para la televisión. La versión en 1982 de La Colmena recibió el Oso de Oro en Berlín, bajo la dirección de Mario Camus, en la que hizo un cameo el mismo Cela, como "inventor de palabras". También fue soberbia la adaptación de La familia de Pascual Duarte en 1975, dirigida por Ricardo Franco. El protagonista, José Luis Gómez, fue galardonado con el Premio de Interpretación en Cannes. Antes hubo intentos frustrados por la censura de llevarla al cine, uno a cargo de Fernán Gómez, que escribió el guion con Jesús Fernández Santos, un guion prohibido siendo ministro Manuel Fraga. Ricardo Franco introdujo modificaciones en la historia, acrecentando la dureza y el significado sociopolítico de la historia, así que Cela no se sintió cómodo con la versión. Pero mucho antes, en 1949, Cela fue protagonista de "El sótano", de Jaime de Mayora, siendo él mismo el autor de los diálogos. La película, de corte experimental, fue un fracaso, provocando protestas y hasta un conato de incendio en las salas en que se exhibió. Ha pasado a la historia del cine por una secuencia en que la cámara sigue con todo detalle el vuelo de una mosca... Un año antes, Cela había intervenido de forma episódica en Hoy no pasamos lista, de Raúl Alfonso.



                   Pero su primer trabajo fue en 1946, en Consultaré a Mister Brown, de Pío Ballesteros, basada en la novela El socio de Genaro Prieto. En la tercera película de Ballesteros, Facultad de Letras, de 1950, protagonizada por Fernán Gómez, volvió a aparecer brevísimamente. Siendo director Fernán Gómez con Luis María Delgado, Cela interpretó Manicomio, adaptación de una obra de Gómez de la Serna y otros autores, en que representa al Loco Asno, en compañía de Alfredo Marqueríe y otros contertulios del café Gijón. En 1952 escribió el guion de una película de cinco sketches, El cerco del diablo, en que colaboró como guionista Torrente Ballester. En 1971 actuó en un corto documental desconocido sobre el turismo balear, Impromptu Balear. De algunas de estas intervenciones, el escritor prefirió no acordarse, tal vez por el escaso éxito de público o por estar asociadas a creadores más o menos relacionados con círculos del franquismo. En 1991 TVE produjo la serie El Quijote, dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón, basada en guiones de Cela, aunque el director confesó que los había rehecho porque no le habían gustado. En 1976 TVE adaptó Viaje a la Alcarria y en 1979 Tito Fernández dirigió una película basada en una novela homónima de Cela, La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona, en la que el escritor se interpreta a sí mismo. Cela tuvo otros dos peculiares trabajos relacionados con el cine. En su época de funcionario, fue jefe de negociado de cine-clubs en la Secretaría de Cultura Popular. Y en 1974, fue el traductor y adaptador del subtitulaje en castellano de Lenny, película de Bob Fosse, protagonizada por Dustin Hoffman. Por último, una curiosidad prácticamente perdida de 1998, Full Cast and Crew for Spanish Fly, en la que intervino con Fernando Trueba.






                                                                       Camilo José Cela con Hemingway



                       Toda la crítica especializada en la obra de Camilo José Cela coincide en afirmar la trascendencia de la poesía como generadora o "matriz", según José Ángel Valente, de su prosa. En 1996 se publica su Poesía completa, que actualiza la Poética de 1962, una poesía que casi siempre apareció dispersa en diferentes soportes:


                      Mi padre quería, cosa bastante razonable, que yo estudiase algo que me permitiera amarrar un sueldo fijo que me diera de comer, pero a mí lo que me gustaba era leer todo lo que caía en mis manos y escribir versos.
                     -¿Pero tú te das cuenta, insensato, de que si sigues por ese camino acabarás heredando los trajes de los demás, criando caspa, fumando de prestado y dando sablazos de a peseta por los cafés?.


                     Así que no siguió por ese camino, al menos en la publicación de libros de poesía, y en el primero, Pisando la dudosa luz del día (un verso de Góngora), se mostró el inicio del camino en la búsqueda de una vocación, la de escritor, que decidió recorrería a través de la prosa, a veces poética, de la mayor parte de sus novelas. En esos poemas caben los ecos de Valle-Inclán, la influencia de Pablo Neruda, el homenaje a su lengua natal, la ironía o el surrealismo. Se trataba de una gimnasia mental como punto de cocción del habla, de la lengua y del ser. Camilo José Cela es un poeta auténtico y verdadero: "Yo nací haciendo poesía. Antes de saber casar las letras ya le dictaba versos a la señorita que me cuidaba". En Viaje a la Alcarria, cabría descomponer la prosa en unidades métricas y rimas interiores..., pero Oficio de tinieblas 5 es su mayor monumento poético, mientras que en Mrs Caldwell habla con su hijo cada breve capítulo es un auténtico poema en prosa... Le empujó a ser narrador Federico Muelas al pedirle un cuento para una revista. Cela le objetaba que él era un poeta y sólo sabía escribir versos. Muelas le hizo ver que podía escribir un cuento simplemente con narrar alguna de las interesantes anécdotas contadas por él en la tertulia del café. En los primeros meses de la Guerra civil, su novia fue destrozada en la calle por un obús; se cuenta que guardó un ojo y luego lo tiró al fogón de la cocina. A ella le dedicó el poema "Toisha V", con el tema de la muerte que le obsesionaba desde su nacimiento, colocando al amor como barrera contra esa muerte y la omnipotencia de la palabra como su triunfo final:


               ...
                        En este instante en que un dolor inmenso
                        Es incapaz de hacerme mover un solo dedo,

                        Yo te prometo, oh dulce esposa mía asesinada,
                        Oh madrecita sin haber parido, oh muerta,

                        Colgar tu atroz recuerdo cada noche de un pelo,
                        y que desiertos de tinieblas moradas

                        O amargas noches de insomnio y sobresalto
                        Sean incapaces de ahogarme como a un niño.


 
                     Víctor García de la Concha advertía que si Cervantes "condiciona la capacidad de ver a una previa educación de lecturas, Camilo José Cela ha señalado las que lleva de preferencia en su morral: el propio Cervantes, Quevedo, Baroja, Valle-Inclán... Pero en su excelente biblioteca quedan muchos otros autores releídos y anotados en miles de horas de oficio gustoso, coeducador, con la calle, de su sensibilidad", todo para "tirar de la vida", como diría el escritor, profundizando en la lengua hacia la esencia última, verdadera y objetiva del hombre: busca palabras creadoras que devuelvan al pueblo la realidad viva del arte, la "libertad de la palabra", según señaló Knut Ahnlund, en su discurso de entrega del Premio Nobel de Literatura. Cela ha sido una institución de la cultura española aunque no hubiera recibido ese premio, porque la obra, es, al final, lo que pervive de un creador, y esta ha constituido un punto de referencia central en la crónica de una determinada época de la historia española abriendo caminos y magias, mundos y secretos, y, como ocurre con los clásicos, lo seguirá siendo. Manuel Vázquez Montalbán observaba algo parecido: "Mientras que las incorrecciones o exageraciones que haya cometido como persona afortunadamente no tendrán ningún valor, su literatura permanecerá...". A su fallecimiento el 17 de enero de 2002, los medios de comunicación resaltaron "Muere Cela, un gigante de la literatura", "Desaparece un mago de la palabra", "No fue sólo un mito sino una mitología", en palabras de Fernando Arrabal. Hasta el cura que ofició el sepelio exclamó en la iglesia de origen románico de Iria Flavia: "Sus palabras durarán más que estas piedras"... Francisco Rico compuso este Epitafio "ex abrupto" para C.J.C.:



                        De mal genio vaporoso,
                        con un pronto genital,
                        fuiste, sin falla, genial
                        y, mil veces, generoso.
                       Puedes marcharte orgulloso
                       de haber ahormado a tu hechura
                       la literatura pura
                       con las mugres de posguerra.
                       Leve te sea la tierra, 
                       piadosa la sepultura.


         
                          Aunque no me he detenido en el asunto de los plagios en su obra ni tampoco en la figura de José Manuel Caballero Bonald y su relación con Camilo José Cela, aspectos que ya han sido tratados suficientemente por los analistas más sobresalientes, quiero significar el papel de las dos grandes mujeres de su vida que encarnaron el gran apoyo para que el escritor llegara a ser quien fue: la primera lo acompañó en su juventud y madurez literaria, "yo sin Charo no puedo, mi grito de guerra es Charo"; la segunda, Marina Castaño, le rejuveneció el corazón y fue el yunque en que se forjó su camino definitivo hacia la gloria... Camilo José Cela, el escritor total con sus luces y sus sombras, el que llevaba la literatura en vena, el del alma en permanente derroche, ha representado siempre para mí no sólo la gran literatura, la que ha unido la sabiduría natural y popular con la libresca, sino también el animador y dinamizador cultural necesario en el relato de la crónica testimonial de un país para que el mundo siga su curso...

                           


                                              Uno busca lleno de esperanzas
                                              el camino que los sueños
                                              prometieron a sus ansias.
                                              Sabe que la lucha es cruel y es mucha,
                                              pero lucha y se desangra
                                              por la fe que lo empecina.
                                              Uno va arrastrándose entre espinas,
                                              y en su afán de dar su amor
                                              sufre y se destroza, hasta entender
                                              que uno se ha quedao sin corazón...