martes, 19 de febrero de 2019

LA VIDA COMO ES




                                                                                                                   A Julen






                                          "El don más hermoso es la verdad, pero en tiempos de Franco, no se podía decir". "No merece ningún respeto un régimen que trata a los escritores como carreteros". Así hablaba el escritor vasco, fallecido en 1982 y nacido en Portugalete con el siglo, Juan Antonio de Zunzunegui, un autor todavía hoy no reconocido lo suficiente porque la crítica lo valoró atendiendo a su obra inicial, costumbrista e ideológicamente reaccionaria, sin reparar en la evolución que experimentó tras la guerra civil, tal como muestran sus palabras, y menos todavía en su importancia literaria, con altibajos ciertamente, como a veces ocurre con los novelistas prolíficos. Zunzunegui es el único escritor que ha recibido todos los premios literarios relevantes de este país, incluyendo por dos veces el Premio Nacional de Literatura (en 1948, por La úlcera y en 1960 por El premio). Desde 1957 ocupó en la RAE la vacante dejada por Pío Baroja. El prestigio de Zunzunegui decayó tal vez porque no hemos sabido leerlo bien.








                            Machacado por la censura del momento, testimonió la hipocresía y la inmoralidad de la vulgar y mediocre sociedad de la posguerra, a la vez que mostraba sus miserias y penalidades fruto de la injusticia y frustración de la vida española de la época describiendo sus escándalos y retratando su decadencia, así que habrá que superar la etiqueta de autor tradicionalista de su juventud y considerar que en la mayor parte de su vida y producción literaria fue un novelista incómodo para el régimen, aunque se limitara a expresarlo a través de su obra y no se convirtiera en un disidente activo como algunos coétaneos, o su crítica y recursos formales novedosos no alcanzaran esa otra fórmula aplicada a la nueva generación, la de J. Fernández Santos, Juan Goytisolo o Luis Martin-Santos, los del realismo crítico, ni se le contemple como miembro de la generación del 27 o perteneciente a alguna otra clasificación con que nos obsequia la historiografía literaria en su afán esclarecedor (exceptuando la del realismo tradicional decimonónico de sus comienzos). ¿Moralista? Su denuncia y la defensa de la necesidad de una novela social le acarrearon problemas continuos con el aparato de la dictadura. En el referéndum sobre la ley orgánica de 1966 pidió públicamente la abstención con el fin de que el proyecto de Franco no perpetuara su gobierno. Perfecto conocedor del mundo del capital, las finanzas y el comercio, supo emanciparse de una familia relativamente acomodada intuyendo en la vida bilbaína lo que había de dramático y lo literario de ese paisaje. Luego vinieron el conocimiento profundo de otras lenguas, otros lugares, las amistades salmantinas y Madrid. Se le reprocha que retratara la decadencia de una burguesía tradicional en la que se mantuvo de alguna manera, que no modernizó al país dejando esa responsabilidad a arribistas corruptos que propició el régimen franquista, así que las clases medias emergentes ya no entendieron su sátira.










                        Ahora mismo no recuerdo otra película que me haya mostrado mejor la vida de un país, de una ciudad, de un barrio de la España de los sesenta, decía Jonás Trueba en 2010 a propósito de El mundo sigue, película de Fernando Fernán Gómez, basada en la novela homónima de Zunzunegui, escrita en 1960, y adaptada en 1963. Era la novela que más le gustaba a su autor, aunque Fernán Gómez, cineasta poco proclive a ciertas veleidades ideológicas, habría querido rodar La vida como es, una obra muy compleja dada la presencia de múltiples personajes y la apología del hampa de barrio que no habría tolerado la censura, lo que le obligó a desistir en el empeño, pero que presentaba un trasfondo social parecido a la que llevó finalmente a la pantalla. Aunque se estrenó clandestinamente en 1965, después de ser censurada correspondientemente, no fue hasta 2015 cuando, restaurada, se dio a conocer al gran público con gran éxito. Hoy es considerada una película de culto indispensable en la historia de de la cinematografía española. Fernán Gómez  invirtió todo lo que tenía y había conseguido aceptando algunos trabajos menores sólo porque lo había deslumbrado esta novela. En ese año, la crítica especializada reconocía que la película reflejaba uno de los cuadros morales más aterradores e inmisericordes jamás realizados por el cine español de la España del Franquismo. Este drama en clave neorrealista es valorada como "la" película de Fernán Gómez. Para él, Zunzunegui llevó a sus obras la realidad de la posguerra, la vida como era, frente a un régimen que vetaba la libertad de expresión. Ambientada en el barrio madrileño de "Maravillas" (hoy Malasaña y Chueca), dos hermanas se odiaban movidas por la ambición, el lujo y la envidia hasta llegar a un desenlace trágico. Las interpretaron Lina Canalejas y Gemma Cuervo, acompañadas de otros grandes actores como Agustín González o Pilar Bardem.







                                                                               (Fotograma de elpais.com)









                                                   José Manuel Caballero Bonald, arriba, segundo por la izquierda





                                    Se habla de la "película maldita" de Fernán Gómez por las vicisitudes que debió pasar continuamente. El ministro G. Arias Salgado la rechazó; en un segundo intento, y añadiendo que el autor era miembro de la RAE tampoco se consiguió su admisión, hasta que con Fraga se permitió rebajando el tono malsonante de los diálogos y con una calificación artística inferior, la C, lo que impedía su distribución en circuitos importantes. Se salvó con el objetivo de poder importar películas extranjeras, pero a veces, los milagros suceden y en 2015, el milagro sucedió. La temática refleja la injusticia reinante en un mundo sin piedad, la pobreza y la miseria españolas que impiden medrar de forma honrada, la miseria moral de los personajes y aspectos tan actuales como la violencia machista, la ludopatía, el aborto, la prostitución, el maltrato a la mujer, el suicidio y, en definitiva, el poder del dinero. La protagonista es ama de casa, sumisa y obediente a las órdenes de su marido, guardia municipal, muy autoritario, que se gana el temor de toda la familia. El profesor aragonés experto en cine, Luis Alegre, comenta que se trata de un melodrama al más puro estilo del Neorrealismo italiano con esa obsesión por el honor, el histerismo de los momentos trágicos y las familias destrozadas. Gemma Cuervo se quejaba de que no hubiese podido ser vista en su momento, de que ella nunca volvió a repetir un papel así y de lo que significaba ser mujer en aquellos años: objetos, pero que la película siguió manteniendo su grandeza y actualidad. Si reparamos en el título, advertiremos su modernidad y universalidad; efectivamente, el mundo sigue, preso de un eterno retorno en el que casi nada cambia. Hay que ver esta película de imágenes impresionantes y potentísimas, pero también leer la novela de Zunzunegui, de escenas narrativas no menos valiosas y certeras.







                                                                       (Fotograma de elconfidencial.com)






                                                                                        Luis Goytisolo




                    
                                 En 1954 se publica La vida como es, declarada mejor novela del año, en la que aparecen unos seres marginales a los que las estructuras del poder hunden en la pobreza. No es que Zunzunegui juzgue, sólo presenta un mundo picaresco madrileño de personajes desarraigados caracterizados por una concepción materialista de la vida: aprovechados y degenerados. Profundo conocedor de la psicología de este tipo de personajes, prefiere aportarles un toque de humor y ternura que mitiga el pesimismo, ofreciendo cierta esperanza en la humanidad. Aunque la miseria moral de la sociedad es la misma que en El mundo sigue, tal vez el autor no quisiera mostrar grandes denuncias, ante unas clases medias que se imponían sobre la burguesía tradicional, lo que garantiza la imparcialidad sobre la realidad de su época, así que más bien se trata de una visión nihilista del hombre y la sociedad con una alusión final muy clara al 14 de abril de la República. Rozando el esperpento exhibe vidas difíciles, desgarradas, llenas de desengaños y dolor, destinos frágiles, a la manera de una docuficción o falso documental: son múltiples vidas dialogadas que rozan la línea lírico-absurda de Mihura o Jardiel, una "colmena " de la delincuencia (que coincide, precisamente, en el tiempo con la de Cela). Es "la" novela de Madrid, una teoría de la ciudad, que es una nada.









                                                             











                             En los recursos lingüísticos, Zunzunegui brilla como nunca en esta novela. No faltan greguerías, argot del lumpen, coloquialismos y vulgarismos en desuso (que explica en los mismos diálogos), estilizaciones de corte valleinclanesco, lirismo de aire lorquiano, y expresiones escuetas barojianas. Si de lo que se trata es de mostrar la dureza de la vida, la ausencia de solidaridad, el aislamiento y la falta de libertad, la desigualdad y la intolerancia, la búsqueda del interés personal y el egoísmo, el sometimiento, la plasmación de un único mundo posible: el del dictador, el del ordeno y mando, el de quien abusa del poder, el de quien se siente ganador, el del maltrato y la humillación, el del dominio y el trato despectivo, el de la intimidación y el engaño, es decir, el del autoritarismo y la pérdida del respeto, la agresividad y el afán de superioridad, el de la manipulación, acoso y opresión, el de la exigencia de obediencia ante el miedo a la violencia o de la ira, el del antidemócrata y la negación del diálogo, el del que exige "a mi manera" y "sin condiciones", o sea, el de quien quiere ejercer el control fruto de la debilidad y el despotismo, el de quien no sabe vivir sin mandar ni sabe lo que es la empatía..., si Zunzunegui deseaba transmitir, entre otros, estos aspectos de la vida como es (a veces), qué mejor que la utilización del imperativo para desvalorizar la existencia. El lenguaje expresivo de la picaresca le surtía de abundantes fórmulas coercitivas, en las que la lengua española es pródiga: interrogaciones (¿vas a hacer lo que yo te diga?), elipsis y presente de indicativo (a las tardes, de cinco a ocho, adelante... y ya sabes dónde vivo), infinitivo (no hacer nada, ¿me oís?), presente de subjuntivo (que no vuelva a ocurrir), gerundio (andando, pollo), futuro y perífrasis (pues tendrá usted que pagar o cerrar, no debía usted haber abierto, tú no me hagas caso a mí y verás), expresiones coloquiales (¡largo de aquí!, ojo, ¡eh?, bueno, pues a ello, ¿vale o no vale?, qué, ya vale, ¿no?) o bien otras especificaciones contextuales y factores extralingüísticos. Zunzunegui vierte su mirada de alguna forma, a pesar de todo, compasiva, con el oprimido. Muestra la represión, sí, pero la vida es como es, y hasta el mandato adquiere en alguna ocasión tonalidades apreciativas con ciertas modulaciones subjetivas mitigadoras del horror.



             






                                                         A medias. Tú no quieres igualdad  (La niña del Cabo)