sábado, 16 de enero de 2016

MUJER Y TOROS

                           



                                                  Se ha dicho hartas veces que el problema de España es un problema de cultura. Urge, en efecto, si queremos incorporarnos a los pueblos civilizados, cultivar intensamente los yermos de nuestra tierra y de nuestro cerebro, salvando para la prosperidad y enaltecimiento patrios todos los ríos que se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la ignorancia.

                                                                                 SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL




                            Bien sé lo que es valentía, que es una virtud que está puesta entre los dos extremos viciosos, como son la cobardía y la temeridad; pero menos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de temerario, que no que baje y toque en el punto de cobarde.

                                                                  Miguel de Cervantes (El Quijote)



                                "Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad. !Cuando las cosas llegan a los centros, ya no hay quien las arranque!"

                                                                 Bodas de sangre, F. García Lorca


                                "Mi memoria taurina es mi padre. Él me hizo aficionada a los toros y aprendí que un buen aficionado siempre ve algo, un detalle, un momento, aunque la corrida sea aburrida..
."

                                                                                  Almudena Grandes

                         




                                         Suele desconocerse el impacto económico de las actividades relacionadas con la tauromaquia en el PIB español. A pesar de que el Estado reconoce en los toros "un Patrimonio digno de protección en el territorio nacional", son escasas, por no decir, inapreciables, las ayudas concedidas, mientras que, por el contrario, el beneficio producido es tal que supera con creces a los ingresos que generan otros campos vinculados a la cultura, si exceptuamos el deporte. Los últimos estudios realizados tanto por la ANOET, la Universidad de Extremadura, o el propio lobby antitaurino como es el caso de ERC, así lo confirman. El Producto Interior Bravo o taurino duplica el valor de la producción de la industria española del tabaco y triplica el de la fabricación de ordenadores y equipos periféricos. La Administración grava al sector taurino a través de impuestos, tasas y cotizaciones sociales, lo que no hace con otras industrias culturales, mientras que obtiene tres veces más de recaudación que con el conjunto de las artes escénicas, por ejemplo, como consecuencia de la creación en el ámbito taurino de miles de puestos de trabajo directos e indirectos en amplios sectores de la economía española.


                     En tal complejo escenario y en el contexto tradicionalmente masculino - y demasiadas veces, machista- del universo del toro, la mujer ha formado y forma parte desde hace cientos de años de la realización de múltiples funciones en el marco taurino -con más protagonismo del que se le reconoce-, en ocasiones superando todo tipo de obstáculos en el camino, sobre todo cuando ha desempeñado la labor de torera (la RAE define el término como "persona que por profesión ejerce el arte del toreo"). Pero ahí están también las mujeres empresarias, ganaderas, periodistas, fotógrafas, veterinarias, modistas o sastras, profesoras de escuelas taurinas, historiadoras, poetas y novelistas (por citar algunos de los campos en los que contribuyen a hacer historia de la tauromaquia). Se pueden recordar importantes escritoras como Elena Quiroga, María José Barrera, Noelia Jiménez, Lea Kauffman y Fanny Rubio, que han reflejado este mundo junto a José Luis Sampedro, Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Javier Aguirre, Ricardo Vázquez-Prada, Carlos Reyles, Fernando Quiñones, Guillermo Pilía o Henri de Montherland, que novelaron las peripecias taurinas en relatos de amplia extensión (pues los cuentos escasean, aunque sí se han escrito también romances en verso). En 2011 se llevó a cabo una exposición en Madrid "Una mirada femenina en el toreo", que homenajeó a las mujeres de vocación taurina que expresaron su sentimiento en distintas facetas. La escritora Muriel Feiner hizo lo propio en su obra La mujer en el mundo del toro, recibiendo la Medalla al Mérito Taurino de la Real Federación Taurina de España. Actualmente, distintas profesoras universitarias han realizado sus tesis doctorales y publicado libros de análisis e investigación sobre un tema que les apasiona, como Cristina Padín, Marilén Barceló y Olga Pérez.


                      En cuanto al toreo, desde siempre la mujer ha adquirido un papel relevante como espectadora y aficionada, pero como lidiadora tuvo que librar batallas con gobiernos y regímenes de distintos colores que atribuían al sexo masculino la exclusividad del toreo. Existía - y existe- además, el prejuicio de que la fuerza física del hombre era el elemento principal e imprescindible para la lidia de un toro, sin reconocer como fundamentales otros aspectos como los conocimientos técnicos, habilidad, destreza, dominio, decisión, valor e inteligencia, cualidades que han caracterizado a casi todas las mujeres entregadas a su afición y sensibilidad por el arte en una de sus manifestaciones estéticas esenciales y más emocionantes. Así, Ramón Pérez de Ayala ya escribía: "Un torero puede ser muy valiente y muy habilidoso y, sin embargo, no gustar, divertir ni emocionar, porque le falta algo: sabor, gracia, qué sé yo, un "quid divinum" que hace que las corridas de toros, además de ser tan repugnantes, bárbaras y estúpidas, sean tan bellas".


             Los antiguos ritos religiosos mediterráneos fueron trasplantados a la Península Ibérica (denominada más tarde metonímicamente la "Piel de toro"), dando lugar en su desarrollo histórico a las actuales corridas de toros. Se sabe que durante la Reconquista constituían el entretenimiento de la realeza, por lo que se calcula que los toros ya estaban incorporados a nuestras costumbres hacia los siglos IX y X. Quizás el documento más antiguo que así lo atestigua sea un cronicón de don Pelayo, obispo de Oviedo en el siglo XI, recogido en la Historia de Ávila del Padre Araiz, que dice:

                     
             E lo tal fecho, el señor Conde y la señora infanta, e Urraca Flores con Sancho Destrada e demás viajaron a la morada de Sancho Destrada, onde yacía el talamo e las tablas para yantar; detollidas las tablas, montaron en sus rozinos e viajaron al coso onde se había de festejar con lidias e torneos e lidiar toros... E Gometiza Sancha, fija de Martín Muñoz, iba e zaga, bien arreada y acompañada de la mujer de Fortún Blázquez e de Sancho Destrada, e montaron en un tablado, e los hombres montaron en otro, e se lidiaron ocho toros.


          Como se verá, ya entonces las mujeres eran espectadoras de excepción en festejos taurinos de origen caballeresco. La lidia a pie llegaría varios siglos después. Más que torear, se alanceaban toros. Lo recuerda Nicolás F. de Moratín: "Es opinión común a nuestra historia que el famoso Cid Campeador fue el primero que alanceó toros a caballo". El caballeresco ejercicio fue despertando tanta afición que el rey Alfonso de Castilla y León mandó escribir a Gonzalo de Argote y Molina la curiosa obra Discurso sobre el libro de la montería, en la que se dedica un capítulo a las "monterías de toros en el coso", uniendo así lo taurino a lo cinegético: "el correr y montear toros en coso es costumbre en España de tiempo antiquísimo, y hay algunas instituciones anuales, por voto de ciudades, de fiestas ofrecidas por victorias habidas contra infieles en días señalados. Es la más apacible fiesta que en España se usa". El citado Moratín recordaba que "durante el reinado de Felipe II se sabe que una señora de casa de Guzmán casó con un caballero de Jerez, llamado por excelencia "El Toreador". Don Francisco de Pizarro, conquistador de Perú, fue un rejoneador valiente. Felipe III  renovó y perfeccionó la plaza de Madrid en 1619, y también el rey Felipe IV fue muy inclinado a estas bizarrías". El aludido coso madrileño no es otro que la plaza Mayor, en la que cabían sesenta mil personas. Las crónicas de la época resaltan la presencia de mujeres en los espectáculos taurinos que en tantas ocasiones suponían un estímulo y acicate para los caballeros rejoneadores, dispuestos a desafiar el riesgo para ganarse la admiración de sus damas. Tal fue su expansión que hubo necesidad de una reglamentación a través de una "Reglas de torear" adecuadas para ese "ejercicio". La costumbre de alancear toros pasó de España a Italia y cuentan que hasta el mismo César Borgia la cultivó. Estos espectáculos inician su decadencia con el advenimiento de los Borbones, por lo que, en los albores del siglo XVIII, quedaron en manos del pueblo liso y llano. No obstante, Fernando VII funda el Real Colegio de Tauromaquia en Sevilla, posible antecedente de las Escuelas Taurinas actuales, en una decisión polémica, puesto que, por motivos políticos, se habían suspendido las actividades docentes en la Universidad.

             En la Cartilla de torear de Nicolás Rodrigo Novelli, publicada en 1726, ya se describen algunas suertes del toreo de a pie, y por los datos aportados, podemos deducir que este había nacido en Aragón en el siglo XIV: Carlos II de Navarra contrató a dos toreros de Zaragoza, uno cristiano y otro moro, para lidiar en Pamplona en 1387, mientras que, posteriormente, Carlos III llevó a Olite a tres lidiadores aragoneses. Más adelante, en las fiestas de Reus, se lidiaron quince toros a cargo de dos cuadrillas, una de seis toreros de Aragón y otra, de tres valencianos. Fue una mujer, María Martín, la que recogió aquel singular acontecimiento en el libro Relación de los sagrados alborozos en que prorrumpió la siempre insigne villa de Reus los días 25, 26 y 27 de septiembre de 1733, que demuestra cómo estaba calando en el pueblo el toreo, y es de resaltar el hecho de que, ya en aquella época, fuera una mujer la que se decidiera a escribir de unos espectáculos taurinos calificándolos nada menos que de "sagrados alborozos".

             El toreo fue evolucionando con sucesivas innovaciones en todos los aspectos, incluída la indumentaria. El vestido de luces nació inspirado en los trajes de la plebe, majos y chisperos, de fines del siglo XVIII, trocando la pasamanería y el azabache del vestido popular por bordados en oro y plata y profusión de pedrería. Y es que los toreros de a pie llevaban calzón y justillo de ante, correón ceñido y mangas atacadas de tercipelo negro para resistir las cornadas. Hasta que el diestro Cándido consideró que era un traje "poco galán" -refiere Estébanez Calderón-, introduciendo el vestido de seda y el boato de los caireles y argentería. Permaneció la coleta, eso sí, mechón de pelos que los toreros se dejaban crecer para tejerlo en los días de fiesta y añadirle una moña, hasta que llegó Juan Belmonte y acabó con esa tradición, cortándose la coleta y transigiendo únicamente con el añadido. La mujer tardó en vestirse de esta forma, porque inicialmente toreó con falda y alguna hubo que hasta se disfrazó para que le permitieran lidiar. ¿Hasta qué punto influirían las tradicionales sastras taurinas en las renovaciones progresivas de los vestidos de torear?, pues el caso es que siempre hubo más sastras de toreros que sastres, y tal vez influyeran sus gustos por los cambios en las modas y su reflejo en casi siempre modelos masculinos...


                 Por lo general, las mujeres que reinaron a lo largo de la historia de España fueron aficionadas y defensoras de los toros, si excluímos a Isabel la Católica que, desde Aragón, escribió a su confesor fray Hernando de Talavera: "allí propuse con toda determinación de nunca verlos en toda mi vida, y no digo prohibirlos, porque esto no es para mí a solas". Gonzalo Fernández de Oviedo refiere cómo algunos cortesanos, para aplacar el disgusto de la reina, sugirieron que envainaran las astas de los toros en otras más grandes para que, vueltas las puntas hacia dentro, se templaran los golpes, en lo que ha sido visto como un antecedente del toro embolado. Sin embargo, la reina Amalia de Sajonia, esposa de Carlos III, tras hacer su entrada en Madrid procedente de Nápoles y asistir al agasajo taurino de rigor, manifestó "una gran satisfacción", "porque aunque los extranjeros, que no han logrado verla, juzgan cosa bárbara, la reina sentenció de muy diverso modo, conforme a la vivacidad de sus potencias, que no era sino diversión donde brilla el valor y la destreza", según señaló fray Enrique Flórez en Memorias de las reinas católicas de Castilla y León.

                Es sorprendente comprobar las justificaciones que en épocas pasadas se emitían como alegato en contra de los toros. En el periódico más importante del siglo XVIII, El Pensador, se podía leer que las incidencias que se producían en las plazas de toros " se reducen a la promiscuidad con que ambos sexos se acomodan en la plaza, a las apreturas y contactos sospechosos y a ciertas vislumbres y parciales descubrimientos que se ofrecen, según las mujeres suben en busca de sus asientos", donde sobra todo comentario. Más recientemente, el escritor Ernest Hemingway en Tarde de toros, achacaba la afición taurina de las mujeres a que "siempre van detrás de los toreros, unas veces por ellos mismos y otras por su dinero, y la mayoría de ellas por las dos cosas", afirmando "más cornadas dan las mujeres". Al hilo de este planteamiento, el torero Luis Miguel Dominguín confesó que casi todas las cicatrices de su cuerpo tenían nombre de mujer. ¿Quiere ello decir que un torero se arriesgaba más por agradar al público femenino? ¿O que el recuerdo de una mujer determinada como pensamiento fijo podía hacer que se distrajera en la plaza y quedara así a merced del toro? ¿O que una relación sentimental le haría perder facultades?...

                 Ramón Pérez de Ayala aclaró:

                            Por encima del valor y de la habilidad, que son cualidades comprobables por evidentes, están las cualidades estéticas, lo que en la jerga taurina se denomina estilo. La esencia del valor no está en el acto que se ejecuta, sino en el móvil que lo ha determinado. Es un acto de valor el que se ajusta a un concepto. Ser valeroso consiste en medir la vida por conceptos, que no en alardes seminales.

                 Es decir, que para ponerse delante de un toro no es preciso "tenerlos bien puestos". No es preciso...¡ni tenerlos!...

                 La primera referencia sobre una mujer torera procede de un escrito al Consejo de Castilla de 1654 y la imagen de una alanceadora aparece decorando un plato de cerámica de Talavera de la Reina. El toreo pie a tierra se desarrolló de manera menos relevante que el de a caballo en su vertiente femenina, quién sabe si por la prohibición tajante en sucesivas épocas, que impedía a la mujer bajar al ruedo como lidiadora. ¿Fue también Aragón la pionera del toreo femenino de a pie? La primera picadora de toros que se cita en la historia la inmortalizó Goya en la plaza de Zaragoza en uno de sus grabados: Nicolasa Escamilla "La Pajuelera"( Mariano Cifuentes recuerda que no toreó en esta plaza aunque Goya quiso que así constara en el lema de su Tauromaquia: "Valor varonil de la célebre Pajuelera en la Plaza de Zaragoza").


            En el siglo XVIII aparecen las "señoritas toreras", profesionales aprobadas en el reinado de José I Bonaparte. La crítica especializada volcó sus elogios en estas toreras que recorrieron en triunfo muchas plazas españolas y americanas. En 1778, José Daza menciona mujeres de procedencia y oficios varios presentes en el mundo del toro, por ejemplo, una que pasó la tarde toreando becerros con el hábito antes de meterse a monja. En 1774, Francisca García fue a Pamplona para actuar como rejoneadora y debió cursar una instancia al Ayuntamiento: "que por particular espíritu torea a caballo con rejoncillo y ha logrado muchos aplausos en los diez últimos años en Cádiz, Valencia, Murcia, Granada y otras capitales". Se le negó el permiso por no parecer decoroso. Y lo mismo al año siguiente. En esta época vestían de forma muy variopinta: de sultana, turca, aldeana, valenciana... Los escritores taurinos sentían una gran animosidad contra las señoritas toreras, que según ellos representaban una parodia del toreo y degeneraban los gustos del público.


                    Pero cuando el toreo femenino adquirió gran popularidad fue en el siglo XIX con las mojigangas, novilladas festivas de carácter carnavalesco. Se contrataban en cuadrillas, como la de "Las Noyas", en su mayoría catalanas. Se observan en grabados de la época como los de Gustavo Doré. Dolores Sánchez "La Fragosa" deja de torear con la faldilla corta y viste el traje de hombre con el que el toro se enganchaba menos. Llevaba cuadrilla de hombres. La que más fama alcalzó fue Martina García que tuvo que conseguir avales para hacer su primer paseíllo; a partir de entonces comenzó a circular como los toreros de cartel y su triunfo se extendió a las plazas más importantes de España. Los cronistas señalan que carecía de arte, pero suplía este defecto con extraordinario valor y permaneció en activo hasta los 64 años, hecho verdaderamente insólito, sólo superado por Pedro Romero. Otras lidiadoras de esta época fueron las oscenses Rosa Inard -que banderilleaba metida en un cesto- y Dolores Salinas "La Aragonesa".

                    Como consecuencia de su profesionalización, surge una oposición social al toreo femenino, que se ridiculiza y denigra. Algunos toreros se niegan a torear con mujeres o en plazas donde hayan toreado mujeres; así, Rafael Guerra "Guerrita" con "La Guerrita", hasta que llega la definitiva prohibición de Juan de la Cierva, ministro de Antonio Maura. Pese a ello, algunas continúan toreando, como "La Reverte", que fue tachada de "marimacho", y debió cambiarse el nombre por el de Agustín Rodríguez. Interpuso recurso contra la Real Orden y entonces se descubrió que no era un hombre, hasta que abandonó el toreo, cansada de presiones. También "La Atarfeña", que quiso mantener la memoria de su marido torero y cuando fue obligada por las fuerzas del orden a torear un novillo imposible, lo dejó para ser actriz en Hollywood...



                  La prohibición se levantó años más tarde pero por poco tiempo, si bien cada una de esas oportunidades sirvió para alumbrar nuevas toreras, con mayor o menor fortuna. Con la Segunda República, se produce un avance social en el reconocimiento de los derechos de la mujer, y en 1934 se autoriza de nuevo el toreo a pie femenino. Reaparece "La Reverte" con 60 años, y fracasa. En 1933, Juanita Cruz comparte cartel con Manuel Rodríguez "Manolete" y se convierte en un ídolo de masas, tanto en España como en Sudamérica, a donde emigra con la Guerra Civil. Juanita Cruz medía 1,56 cm y pesaba 43 kilos. Sus comienzos fueron casi clandestinos, aprovechando la vista gorda de los gobernadores, hasta que el ministro de la Gobernación exigió cumplir el Reglamento. Cuando se cambió al ministro, empezó a torear con gran éxito siendo la primera mujer que tomó la alternativa. Invito al aficionado -y también al que no lo es- a visitar su preciosa tumba en La Almudena de Madrid, un mausoleo del escultor Luis Sanguino con ella a tamaño natural brindando al cielo y la inscripción:

                   A pesar del daño que me hicieron en mi patria los responsables de la mediocridad del toreo de 1940 a 1950... !Brindo por España!




               Con la caída de la República, el toreo a pie de la mujer desapareció, aunque la prohibición legal se produjo en 1961. En cambio, renace el rejoneo femenino, en el que la figura más destacada fue Conchita Cintrón, a la que pronto le salieron imitadoras como Amina Asís, último y trágico amor de Juan Belmonte. En España sólo pudo actuar como rejoneadora aunque toreaba también a pie, y así lo hizo en su retirada con Antonio Ordóñez y Manolo Vázquez, los tres artistas del más puro toreo. Triunfó en América, Francia y Portugal. Es cierto que algunas toreras de la época, procedentes de la farándula, brillaron más por su aspecto que por su seriedad. Otras, lucharon para levantar la prohibición del toreo a pie, como la torera Ángela, que inició un largo proceso hasta conseguirlo en 1974. Mientras, se toreaba a caballo en España y a pie en Francia. Además, encontraban grandes dificultades para alternar con sus colegas masculinos, hasta que se veían obligadas a dejar su vocación, cualidades y conocimientos para dedicarse a otros menesteres. A Maribel Atiénzar  le propusieron renunciar a la alternativa y torear sólo novilladas, así que se fue a París a estudiar Bellas Artes para ser con el tiempo una gran pintora y escultora. O Alicia Tomás, que había sido actriz, volvió a los escenarios al no poder superar los obstáculos que encontró como novillera.


                   Las Escuelas de Tauromaquia cambiaron algo el panorama con la aparición de nuevos nombres de toreros y toreras, desligados de las más tradicionales familias taurinas, aunque de forma insuficiente. Cristina Sánchez fue la primera mujer que salió a hombros en la plaza de Las Ventas, pero debió también soportar los desplantes, faltas de respeto y envidias de sus compañeros, que se negaban a compartir cartel con ella, alguno de los cuales llegó a manifestar "las mujeres, a la cocina". Tampoco encontró apoyo en el público, excesivamente conservador, ni en los organizadores que la ningunearon boicoteando su aparición muchas tardes de toros. Yolanda Carvajal se dedicó al atletismo siendo campeona de maratón, por las mismas razones, y a muchas otras les ocurrió algo parecido, como a Mari Paz Vega, que en 1994 salió a hombros por la Puerta Grande y por primera vez en Zaragoza, una plaza de primera categoría, aunque ella siempre declaraba: "Por el hecho de ser mujer lo tengo igual de difícil que mis compañeros, ni más ni menos, una cosa está clara: si no vales para el toreo, no vales, seas hombre o mujer"... La mejor torera de la historia de los últimos años, para algunos, es la mejicana Hilda Tenorio, también banderillera, que fue la primera mujer en tomar la alternativa y salir a hombros en la plaza más grande del mundo, la de Méjico, pero al final se encontró también con grandes problemas para seguir adelante. Aragón -que lleva en su ADN la virtud de la creación artística- ha tenido su presencia en este periodo con la gallurana Carmela, entre otras.


                       El arte taurino femenino ha sido recogido en la pintura, escultura y la literatura, pero es Picasso quien refleja la figura de la mujer torera de una forma más original y profunda, con el conjunto de catorce piezas de óleos, dibujos y grabados que mantuvo sin dar a conocer al público en su privacidad, culminado en La Minotauromaquia e iniciado en 1933 con el óleo "La Corrida: la muerte de la mujer torero" y que hay que analizar en función del contexto y la vida de Picasso. En estas obras, el toro, la mujer torero y el caballo son elementos simbólicos que representan al propio pintor, a su entonces amante Maríe Thérèse Walter y a su mujer Olga Koklova y los conflictos que tenía con ella. Por ese tiempo, Picasso y su amante mantenían una relación secreta y clandestina ya que ella era menor de edad (conocemos ahora el futuro de ese romance) y sentía como una pesada carga esa especie de trío amoroso del que entonces no podía salir, lo que plasma en imágenes taurinas sin que impliquen una alusión directa  a una corrida de toros, sino que se propuso contar su vida personal, una autobiografía pintada a través de su particular tauromaquia y mitología. De ahí que el toro aparezca antropomorfo -sereno y mirando con gran ternura a la mujer torero-, convertido en minotauro; la torera, desnuda, y el caballo encima de los dos como un peso inmenso que el toro se ve obligado a llevar sobre su lomo, pero sin representar contenido sexual -como anteriormente en Picasso-, ni morir entre las astas del toro, como en las corridas de toros. El tema artístico de la mujer torero entronca con distintos motivos de la mitología como el rapto de Europa y la iconografía de Goya con "El caballo raptor". Pero Picasso quiere expresar una situación que le preocupaba haciéndola visible y oculta a la vez: por eso lo enmascara bajo el tema de una corrida de toros que le parecía el más adecuado y tanto se acercaba a su pasión por lo taurino. El juego de los tres elementos le sirve para establecer una concepción estética diferente. En la última imagen de la mujer torero de 1935, aparece embarazada. Por cierto, este grabado se ha considerado el más importante de la historia de Picasso y en 2010 se subastó en un millón y medio de euros, récord mundial obtenido por un grabado en una subasta.


                     En el siglo XXI, la conquista de los derechos de la mujer ha evolucionado hacia la consecución de la plena igualdad con el hombre, aunque no sea así totalmente en todos los casos y ámbitos sociales, laborales y productivos. Se trata de conseguir que no haya diferencia de oportunidades por cuestión de sexo, y ser capaces de ver a todas las personas valoradas por su aptitud y su actitud. Si se quiere modernidad, la tauromaquia debe verse libre de recelos de todo tipo y no puede quedarse al margen de esa evolución, debe abrir las puertas a las mujeres que deseen libremente una participación activa en cualquiera de sus campos, y que el aficionado se acostumbre a ver a unas mujeres inconformistas y creadoras, vestidas de luces, si es el caso de sus méritos (las que en épocas pasadas habrían sido las "heroínas" de los grabados de Zuloaga o Benlliure). La historia de la tauromaquia - en la que épica, lírica y drama se abrazan- es como todas las historias importantes, una historia inacabada, poliédrica. El escritor Luis Landero refería hace poco que la tauromaquia "es belleza y horror, donde el torero crea una obra de arte ante un animal indómito. Inspira el mismo miedo y admiración profunda que lo más misterioso de la vida...". Puede que la presencia de la mujer posibilite y asegure la continuidad y el desarrollo de una sensibilidad cuyo sentido es -como suele decirse- "la verdad con amor". Para el aficionado: de arcoíris y oro puro...


                                 
                                                             Tania Libertad canta a Mario Benedetti
                                               
                                                                          ("La vida, ese paréntesis")