domingo, 8 de octubre de 2017

PEDRO MONTÓN PUERTO





                                                       Y aun con la luz artificial de tus ciudades
                                                       o sólo con brillo benéfico de luna,
                                                       hace ya tiempo que te quiero
                                                       en la humedad antigua que nos une.


                                             Raúl Wenceslao Fernández Moros, Cábala de la memoria
                                         (Premio "Santa Isabel de Aragón, Reina de Portugal", de Poesía)





                                                                  A Wenceslao, como yo lo llamaba..., in memoriam.





                                            He recibido con enorme satisfacción la noticia de que el Ayuntamiento de Calatayud ha adquirido el legado bibliográfico del inigualable escritor, periodista y Cronista Oficial de la ciudad de Calatayud, Pedro Montón Puerto, tras un acuerdo alcanzado con sus herederos. Es de suponer que la impresionante obra por cantidad y calidad recopilada en su biblioteca -de las mejores de Aragón-, podrá a partir de ahora consultarse, al tiempo que sirva para el estudio y divulgación del autor, en un acto de justicia y reconocimiento que llega cuando va a producirse, el mes próximo, el 25 aniversario de su fallecimiento, a sus jóvenes aún 67 años. El escritor, que desarrolló su labor -iniciada en Madrid- desde 1955 hasta 1992, conservó una amplia colección de prensa de ámbito local y nacional, en las que colaboró permanentemente: una hemeroteca privada imprescindible para el conocimiento de esa época que constituye una fuente histórica de primer orden, y que desde el Archivo municipal se pretende impulsar. El tiempo termina por colocar a cada cual en su sitio, y así va a ser en el caso de este escritor, al que probablemente la preceptiva literaria calificaría como "un raro" por lo insólito de su obra y personalidad un tanto bohemia, romántica y polifacética. Pedro Montón Puerto perteneció a la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, al Centro de Estudios Bilbilitanos y a la Asociación Internationale des Critiques Littéraires. Cultivó todos los géneros literarios, destacando también en su labor investigadora e historiográfica, sobre todo del ámbito que tan bien conocía, su propia tierra. Recibió importantes galardones y premios como el otorgado por la Dirección General de Prensa por su artículo "En España no es papel de plata" (que fue reproducido en todos los diarios españoles), el San Jorge de Periodismo o el Premio Amantes de Teruel de Poesía, por este magnífico soneto:


               
                          Mudan los tiempos su perfil en vano,
                          siembra generaciones varia gente,
                          y en un suspiro el rizo adolescente
                          se ciñe nieve de cabello cano.
                          Pero un mismo temblor en nueva mano,
                          y un igual pensamiento en otra frente,
                          vuelve, retorna esplendorosamente,
                          para afirmar el corazón humano.
                          De iluminada sangre, la pastora
                          voz del Amor, transita la cañada
                          siempre de eterna flor recién vestida.
                          Ello fue entre los muertos y es ahora,
                          que no acogen las tumbas desatadas
                          la cadena de Amor que hizo la Vida.







       
                       Pedro Montón Puerto me honró con su desinteresada y honesta amistad, fraguada en diarias conversaciones que me mostraban a un hombre cultísimo y de una gran y modesta maestría literaria, que tenían lugar habitualmente en la penumbra del tenebroso, entonces, Casino de Calatayud, espacio en el que yo me adentraba temerosa porque sólo podían entrar los socios y nunca vi a ninguna mujer, al menos, a ciertas horas de la tarde. Pero él siempre me esperaba en uno de los butacones del oscuro salón, con sus algodonosas patillas que casi le ocultaban el rostro, y, tal vez de esa atmósfera surgieran tantas confidencias y reflexiones, que fueron para mí clases magistrales de sabiduría. Conocía las críticas con las que muchos lo denostaban, pero también la admiración que provocaba su vasta cultura y su envidiada biblioteca. Era, además, el acompañante perfecto de mesa y mantel y, sobre todo, de sobremesa, donde se desataba ese ingenio natural y pasión vitalista de la que fue testigo un día el escritor Julio LLamazares, al que, tras su charla a los alumnos del Instituto, invité a comer junto a Pedro y a otros dos grandes bilbilitanos, José Verón Gormaz y Antonio Sánchez Portero. Recuerdo el asombro en el rostro de Llamazares ante los juegos de gracejo inteligente y la agudeza de talento de ese trío de lujo que con el café, copa y puro, se disparaban sin remedio ("De la salud no quiero ocuparme", me escribía cuatro meses antes de su muerte). Así lo recogí, con la foto que pude hacerles a los cuatro, en la entrevista para "Heraldo de Aragón" que realicé a Julio Llamazares:

   
              Una mañana, Julio Llamazares recaló en Calatayud acompañado de su inseparable perro, camino de Ainielle, su paraíso particular, el pueblo oscense protagonista absoluto de La lluvia amarilla. Por allí cerca lo esperaba una mujer y los siguientes días se le presentaban nostálgicos, únicos. Pero no se habría ido de Calatayud: el tiempo -ese tiempo que le angustia tanto por no poderlo parar- le jugaba otra vez una mala pasada, como siempre que se va de una ciudad.
            Allí compartió mesa y mantel, palabras y sabiduría con los escritores bilbilitanos Pedro Montón Puerto, Antonio Sánchez Portero y José Verón Gormaz, ya amigos hasta lo eterno. Con ellos comprobó lo que ha manifestado en alguna ocasión parafraseando a Pavese, que "la verdadera literatura es provinciana", que se debe escribir desde la tierra en que se ha nacido, desde la tierra que a uno lo sustenta.






                                                                       (Fotografía de José Verón Gormaz)


                     La figura de Pedro Montón Puerto prestigiaba (y ahora ya no desde la remembranza sino desde la autoridad de la realidad de su obra recuperada) el paisaje humano y cultural de Calatayud, con su amor profundo por sus tierras y sus gentes que extendía a todo Aragón, tanto como escritores de la talla de Gómez de la Serna, Emilio Carrere y sobre todo, César González Ruano lo hacían con Madrid, por eso ha pasado a engrosar las páginas ilustres de la cultura aragonesa, de esa "hermosa historia de ausencias", en expresión que él mismo acuñó, que tan bien conocemos los aragoneses. Hasta lo reconocemos como personaje literario en una obra de José Verón, La muerte sobre Armantes, como el mismo autor confirmó asegurando que aparece en momentos importantes del relato, por ejemplo, en la explicación a los lectores del significado de la asociación "Los Hermanos del Yermo". Los dos cronistas lo aclararon en las famosas "Crónicas vivas de la ciudad" del diario bilbilitano "La Comarca", con las que, a veces, Pedro Montón, según sus palabras, no se reconocía por la ausencia de la reproducción fideligna y exacta de sus relatos... Javier Barreiro consideraba cómo era necesario el reconocimiento del escritor, al que no le importaba demasiado publicitarse ni se afanaba por medrar con ostentación, sino continuar viviendo en su capacidad para la sensibilidad y la estética sin menosprecio de su gusto por lo popular, sin resentimiento, con distanciamiento respecto a la trascendencia social o no de sus intereses, sin sujetarse a la mediocridad o el convencionalismo, era su dedicación a la cultura una necesidad que emanaba de su sensibilidad y su pasión por la estética. El mercado literario no podía tener sitio para él porque no calculaba sino que dejaba expandirse su corazón y sus necesidades no eran las del reconocimiento sino las de aquel que vive, necesaria pero no vicariamente, en la literatura.






                                                                              (Fotografía de A.Utrera)



                      En este sentido contestaba a mis preguntas para "Heraldo de Aragón", a propósito de la publicación por la Institucion Fernando el Católico de su último poemario Himno local: "No se puede vivir de la literatura si no estás con las fuentes del poder".


       -¿Tu obra poética trasciende la dimensión localista a la que alude el título del último libro?

          - Ni la palabra "himno" ni "local" resultan muy atractivas hoy, pero están elegidas intencionalmente como una reacción de rebeldía ante algunos afanes demasiado cosmopolitas de la literatura actual. De ahí, como ha comentado Ildefonso-Manuel Gil, el "atrevimiento" del título y la consideración de este libro por algunos autores como mi testamento poético. Evidentemente, ciertos poemas son como el carnet de identidad de Calatayud (así, el dedicado a la Virgen de la Peña, "Ascua nuestra"), pero en ningún caso se trata de poemas descriptivos. Por otra parte, en literatura están ya todos los temas agotados.

       -Tras la renovación formal de poemas anteriores, vuelves a una poesía de corte clásico, con sonetos al más puro estilo gerardiano.

          - Aquella poesía experimental hubo que escribirla en su momento, pero para mí no dejaba de ser un ejercicio artificioso. Mi poesía, aunque desgarrada y también difícil a veces, pretende llegar al nivel normal del público. Me identifico más con el clasicismo, sin dejar de lado cauces diferentes. En Himno local, aparece algún poema, como el dedicado a la portada de la iglesia de Santa María "Oratorio de los ángeles músicos", que está en la línea de la solemnidad y musicalidad de Rubén Darío, pero junto a él se encuentra el "Villancico que dicen de Calatayud", por ejemplo, y otros poemas con forma libre al lado de sonetos.

        De haber seguido residiendo en Madrid quién sabe si habría llegado a ser un digno premio nacional de poesía, pero las 310 pesetas que ganaba trabajando en un banco y que le hicieron perder veinte kilos, lo convencieron de la necesidad de ser un poeta bilbilitano para siempre. Se jugó la fama a cambio de la admiración y la gloria.

       - Llevar cincuenta años escribiendo, ¿imprime carácter?

          - No se puede vivir de la literatura si no se está cercano a las fuentes del poder político del momento o se tiene un talento y una personalidad extraordinarios, que a veces no son fáciles de conocer. Yo escribo porque es una forma de singularizarme, de autocomplacencia. Los premios que he recibido a lo largo de la vida me han impulsado a continuar con mi vocación. Y la vida literaria bilbilitana también ha cambiado. Yo siempre he tenido maestros, hoy los jóvenes no los reconocen.








          - Estás en posesión del premio San Jorge de Periodismo por unos artículos sobre Aragón.

              - Me siento más próximo al artículo periodístico que a la poesía. Como todo aragonés, quizá tenga poca fantasía. Ha habido muy pocos buenos poetas aragoneses, pero sí historiadores, eruditos, periodistas. El rigor, la seriedad, la investigación parecen más adecuados a nuestro temperamento o al menos, por no caer en el tópico, al mío. Creo que mi libro de artículos periodísticos Puertas de Zaragoza es el mejor que he escrito.

           - Como cronista, ¿pones el dardo en la palabra?

             - Aunque es un cargo honorífico, supone la recompensa a una labor de conocimiento profundo y difusión de Calatayud desde hace muchos años. Procuro ser muy certero en la palabra y a veces renuncio a esta ciudad que me completa tanto, pero que no sabe apreciar mi esfuerzo en ocasiones. A pesar de eso, mi matrimonio con Calatayud es indisoluble, quiero ser su cronista siempre.


               Concluía mi entrevista con un "Siempre lo será, este "Poeta de aquí", como titula ese gran soneto de Himno local, el poeta que quería dejar bilbilitana huella, pero también una poesía de lo absoluto. Con la afectuosidad que lo caracterizaba, Pedro Montón Puerto me escribió poco después: "El tiempo que duró la entrevista es uno de los ratos más felices que recuerdo en los últimos años" y, a propósito de uno de los artículos que me envió del que recojo palabras esenciales que cito a continuación, en otra carta del amplio epistolario personal tan esclarecedor para profundizar en el conocimiento de su pensamiento, revelaba con su espíritu cariñoso de siempre: "El mundo está lleno de imprevistos. Uno, mayor, mi encuentro contigo. Otro, secundario, que un artículo que te envié por encontrarlo repetido entre las páginas de un libro, pueda alcanzar tan buena fortuna". Y en ese artículo, "El tiempo y la pluma", confesaba:


           Opino que el ideal máximo de un escritor es la intemporalidad -que sólo la da el alma-, aunque dedique su obra íntegra a hacer el retrato de sus vecinos del segundo.



             Pues bien, el tiempo no pasa para clásicos eternos como Pedro Montón Puerto, ahora más cerca con toda su obra a nuestra disposición en homenaje a él y en beneficio de la cultura aragonesa y de nuestras señas de identidad. Tras 25 años, otro gran poeta bilbilitano, Wenceslao (Raúl Wenceslao Fernández Moros) forma ya parte también de esa hermosa historia de ausencias...