jueves, 22 de febrero de 2018

WENCESLAO







                                                                                A Mª Jesús Gaceo, por su generosidad




                                     La ciudad de Calatayud homenajeó el pasado mes de diciembre en un acto organizado por su Ayuntamiento, al escritor y director del hospital "Ernest Lluch", fallecido recientemente, Raúl Wenceslao Fernández Moros. El médico bilbilitano fue recordado tanto por su trayectoria como poeta como por su labor profesional, con emocionadas palabras de familiares, compañeros escritores, amigos y autoridades. Ya días antes, el Cronista Oficial de Calatayud, José Verón Gormaz, escribía en las páginas de "Heraldo de Aragón" que estaba siempre dispuesto a ayudar a quienes lo necesitaban, tanto con sus colaboraciones poéticas en libros de asociaciones benefactoras como por medio de acciones personales en organizaciones "no gubernamentales", y que no era ningún presuntuoso que utilizara la obra poética como elemento publicitario. Para este acto, al que fui invitada a participar, elaboré el escrito que expongo nuevamente a continuación, con el fin de que sus poemas se divulguen lo más posible, como corresponde a un premio de la categoría del Santa Isabel de Portugal de la Institución Fernando el Católico de la D.P.Z. y para seguir honrando la memoria de un amigo inigualable...:



     




                             "No quiero dejar de contribuir con mis palabras al recuerdo de Raúl Wenceslao Fernández Moros como el gran poeta que fue, aunque no nos haya dejado muchas obras publicadas -que no por cantidad un escritor único adquiere tal categoría. Conocí a Raúl cuando yo trabajaba como profesora de Lengua y Literatura en el Instituto de Bachillerato, entonces denominado "Miguel Primo de Rivera". Un buen día se presentó ante mí con sus poemas bajo el brazo -con el entusiasmo que lo caracterizaba-, requiriendo una opinión acerca de ellos, y si era favorable, la posibilidad de participar en la presentación al público de lo que era su primer poemario: La pasión cercenada. Me comprometí a hacerlo, aunque desconocía su identidad, y pensé que si se trataba de unos primeros poemas, probablemente pecarían de falta de madurez estética, a pesar de que, según me contó, escribía desde niño. No tuve ninguna duda, tras la primera lectura, de que estaba ante una poesía diferente: inicial, sí, pero que podría constituir el germen de uno de los poetas del momento con voz propia.



             





                          El 25 de noviembre de 1994, en la sede de la UNED, esas poesías eran recitadas por Luis Andrés y Manolita Gracia, con la compañía a la guitarra de Amor Muñoz Gutiérrez, la presencia de un numeroso público que permaneció absorto en un clima mágico, y la de un autor emocionado y nervioso, como el niño que enseña a todos sus zapatos nuevos: ¿te gustan?... No me había equivocado: a los tres años, en 1997, recibía el Premio Isabel de Portugal de Poesía por el poemario Cábala de la memoria, obteniendo, además, una Mención del Jurado otorgada a Maríe, extenso poema que debería figurar entre los mejores de la literatura española contemporánea en cualquier antología nacional (con hermosos versos -como comenta apropiadamente José Verón- que tanto se aproximan a la poética de Yves Bonnefoy). Aunque Raúl W. Fernández Moros creía que el primer libro tal vez no había llegado lo suficiente al lector, la opinión de sus amigos poetas, así como la mía, según me comentó, lo animaron a continuar en el esfuerzo de robar tiempo al tiempo para seguir expresando esa "misteriosa afición de escribir versos que luego nadie lee", como alguna vez se quejaba, aunque el ejercicio de la actividad poética lo revitalizaba y contrapesaba sus diarios desvelos profesionales. La poesía fue para Raúl el refugio de sus inquietudes más íntimas, la afirmación de su existir, porque desde el principio, no fue el de la publicación su afán inmediato, sino la satisfacción personal que encontraba escribiendo lo que lo movió al acto poético.



     




                             Recuerdo que escribí unos artículos en el periódico "La Verdad" y en la revista "Turia" sobre La pasión cercenada, en los que comentaba cómo su poesía reflejaba la cotidianeidad más honda de la existencia, llena de presencias y ausencias, de ilusión y soledad, de las pasiones de la vida, unas veces alejadas y, otras, salvadas, sobre todo por el poder de la palabra poética y el verso (permanezco/adherido a la palabra,-escribe), capaces de conseguir el regreso al recuerdo o a la infancia como señales de esperanza, en definitiva, de su gran amor por la vida, que, para mí, fue la esencia de su ser, la del niño Raúl, la del Raúl ético, la del Raúl entregado. Es cierto que este pensamiento poético ha destacado por encima de imágenes y metáforas efectistas: le importaba más la sinceridad del sentimiento, poetizar la vida, o buscar "lo que no dicen las palabras" a veces. Referencias culturales al arte en general, pero, sobre todo, a la música, acompañan a sus versos junto a ecos de la estética de Luis Cernuda o de Gil de Biedma, entre otros, y a ese ritmo solemne, jubiloso, de cadencia clásica, grandiosa, de su última época, o más coloquial de sus comienzos. Así se recordaba el poeta cuando era niño:


                                                            COLEGIAL


                                              El mirar fijo y serio del niño
                                              en su fotografía escolar.

                                             -Inquietas, correteaban
                                             las monjitas al recibir visitas-

                                             Más allá de la pizarra y el clarión:

                                             El aura gris de la miseria,
                                             los cuartos oscuros, amenazantes
                                             desconocidos y nunca visitados,
                                             la ascensión a los pisos superiores,
                                             tras el conocimiento la intrépida aventura
                                             o el final raíz de otros pasillos.

                                             Y el niño de siempre
                                             con su batita de rayas azulinas
                                             abrumado precoz por lo intangible
                                             y el impúdico dialecto de los fuertes.


                                                                                  (de La pasión cercenada)



   
                              Releyendo la amplia correspondencia que mantuve con él, a través de la que pudimos conservar nuestra amistad después de mi traslado a Zaragoza, he alcanzado a comprender cuánto le importaba la poesía en el más amplio sentido del concepto, la génesis de algunos poemas o su preocupación e inquietud por depurarlos lo más posible para que fueran del gusto del lector. Esto es lo que distingue a un poeta mayor: el testimonio de su "ars poética", que lo retrata exactamente. Como si se tratara de la autocrónica literaria del poeta Raúl W. Fernández Moros, reconoce que le gusta más Maríe "con sus imperfecciones y sus posibilidades cercenadas, con ese aire simbólico y misterioso", o solicita un comentario académico "para aliviarme de esa desorientación que todo creador tiene", o se refiere a que su poesía va lenta: "siempre ha sido pausada y muy discontinua, a veces, con escribir cinco o seis poemas que me satisfagan al año me doy por satisfecho...", llegando a señalar con ironía, "a este ritmo quizás consiga el Nobel cuando tenga novecientos cuarenta años"... (cuarenta tenía, entonces, el poeta).



                               Sobre La pasión cercenada afirmaba: La publicación me causó una gran depresión y un curioso vacío creativo de más de un año y medio; quizás fue una locura o una "depresión puerperal" como decimos los médicos, aunque ciertamente ya sabía que ese primer poemario iba a pasar con más pena que gloria, pero es que me dio la impresión que el libro no gustó a nadie, y naturalmente uno tiene sus inseguridades, máxime alejado, como estoy, de cualquier cenáculo o grupo literario en que apoyarme. Definía Maríe como "una suite poética inacabada", y se lamentaba de que quizás estaba escrita desde un punto de vista muy masculino y "no gustaría a las mujeres"... Fue concebido como un poema sinfónico a dos voces y con varios movimientos, "se me estaba apoderando y me estaba volviendo loco, en los pocos momentos que desafortunadamente puedo dedicar a la poesía. Se alejaba de lo que, en mi línea habitual, estaba haciendo, eso me rompía el ritmo constantemente...". El cambio en las bases del Premio Isabel de Portugal lo obligaron a reducir el número de versos y a alargarlos, calmando así su desasosiego creador, al menos momentáneamente. Siempre creyó que Maríe debía haber sido el poema ganador:



                                      III


Oh rotas mañanas de naufragios y avenidas,
petulante gorjear de gorriones pervertidos,
desprevenido cerco de sábanas ajenas,
de memorables hoteles sin memoria.

-Te crecerá, Maríe, la vida con la espuma
coronada de besos y de espigas
anhelada, feliz, definitiva,
te crecerá la noche coronada-

Tendremos emociones prendidas por la mentira inflamada de la música,
un quebrado surco de humedad tras una renovada canción irreverente.

Un breve trecho de abandono.
                                                   Un destello sin tiempo.

-En nuestro lecho profundo, como un inminente recuerdo funerario,
el breve anuncio del claustro original y un rumor de paraísos yermos-

Tendremos, ignorada o sabida, la danza macabra de la vida;

La misteriosa pasión de los reptiles
la dicha de un impúdico silencio
la sensación de una emergencia lúbrica
y un cielo encendido de lacerados senos.



                         Sin embargo, fue Cábala de la memoria el poemario que ganó el Premio y el poeta cuenta que, para conformarlo, seleccionó un conjunto de poemas que mantenían una coherencia temática formal, lo que hizo aumentar la intensidad poética, valorándolo así el jurado como el mejor. Raúl se mostró preocupado por las circunstancias de la publicación de los dos poemarios en uno, insistiendo en lo que suponía para él la novedad en la extensión de los poemas. Con su pasión habitual, siempre me animó a "disfrutar de algún verso afortunado si lo hubiere". Sólo los verdaderos artistas se muestran con modestia semejante. Y con toda mi emoción releo: este pequeño éxito literario es más tuyo que de nadie, agradecido, como estaba, a mi ánimo constante en su nacimiento a "poeta con obra publicada" para perseverar en su vocación. Así era el poeta Raúl, (Wenceslao -como yo lo llamo), Fernández Moros. Los bilbilitanos tienen que sentirse muy orgullosos de que un nuevo poeta de esta dimensión forme parte de la ya amplia nómina de los excelentes poetas de esta tierra. La obra de Raúl habla de presencias y de ausencias, de fracaso y generosidad, de amor y muerte, de vida continuada, de ese volver a empezar a pesar de todo... Su pasión contagiosa por la poesía -casi pedagógica-, lo mantiene presente entre nosotros y, para que él lo sepa, quiero compartir con todos los que tanto lo querían, un poema inédito que a él le gustaba mucho...






                                    LAS RATAS ABANDONAN EL BARCO


                                      Murmullos de epidemia.

                                      Tiempo infeliz, inevitablemente habitado
                                      por licántropos,
                                                                  vampiros,
                                      criaturas de la noche y de los días
                                      en su reconocida amenaza exangüe.

                                     Luctuosa jornada de la desolación
                                     impregnada
                                     por el hedor de la sangre coagulada,
                                     por cotidianos hábitos deleznables,
                                     por infecundos silencios avanzando
                                     en la tenue penumbra de las dársenas.

                                     Mi capitán
                                     la mañana es un piélago
                                                                          abierto al desconsuelo.

                                     Un viento pernicioso nos empuja,
                                     una fe entre palabras extraviada,
                                     los estertores de un ídolo perverso
                                     que, cauteloso, en la oscuridad alienta.

                                     Pero aquí, en nuestro puesto,
                                     permanecemos, mi capitán,
                                     asfixiados por la niebla del abandono,
                                     cansados de bogar contracorriente.

                                     Aquí, infestados, persistimos,
                                     cegados por la misteriosa luz
                                     que de una duda se desprende,
                                     atraídos
                                     por la espuma de un incierto horizonte,
                                     atrapados
                                     en el álgido reflejo de una luna cambiante,

                                     mas nunca entregados a la paz,
                                     al mísero remanso confortable
                                     del odio y de la ira."



                          Raúl W. Fernández Moros -"Wenceslao", para mí- era un ser de valentía que desbordaba humanidad, extraordinario fotógrafo artístico, hombre de poesía, irreemplazable presencia en mi vida...