miércoles, 8 de marzo de 2017

MUJERES PELIGROSAS





                     
                                                 Seguimos constatando actitudes machistas en la sociedad actual, de tal forma que el fenómeno parece aumentar en lugar de ir avanzando en sentido contrario a medida que progresan los tiempos. Y es que tal vez se mantengan vestigios de ancestros misóginos que desde la manzana de Eva no han desaparecido, alentados por una educación que ha favorecido ese comportamiento a lo largo de la historia. Así que les sigue resultando difícil a las mujeres en general, pero, sobre todo, a las más singulares y sabias -de las ciencias y las letras-, desarrollar su potencial y sus valores personales para lograr una presencia activa en la realidad social del momento y contribuir al progreso y evolución de la cultura. Sin embargo, algunas mujeres de siglos pasados de la época moderna, pese a cortapisas, prohibiciones y prejuicios, procuraron adentrarse en el estudio y la investigación aun apartadas del saber en razón de la inferioridad atribuida a su sexo, por lo que debieron a veces travestirse de hombres, dejar de utilizar sus verdaderos nombres, sufrir las denuncias de sus colegas varones que se atribuían para sí los trabajos de estas tenaces mujeres, o incluso ser castigadas hasta la muerte. Excepcionalmente, alguna fue influyente, pero en general, quedaron relegadas al olvido. Los conventos fueron el único acceso de las mujeres a la educación, pero con su disolución por la Reforma protestante, su lucha por el estudio -en especial de las ciencias- fue constante. Hasta la aparición de los salones científicos posteriores, siempre dependieron de la mediación de padres, maridos y hermanos para integrarse en las distintas formas del saber. Eran mujeres que sólo debían mirar, mujeres peligrosas...

         

                    Atendiendo a diferentes razones (religiosas en la Edad Media, naturales en el Renacimiento, económicas en el Barroco...), los libros que instruían acerca de la conducta de la mujer, nos ilustran lo suficiente como para comprender sus actuaciones y los modelos que debía seguir, algo que también reflejó la literatura en todos los géneros. Los Manuales de instrucciones, escritos casi exclusivamente por hombres y en el contexto de épocas convulsas de crisis sociales, tenían en común la obediencia ciega y el respeto absoluto al hombre como ser superior, y el reconocimiento de "cualidades" como la castidad, laboriosidad, inmovilismo, maternidad, honradez, riqueza, apariencia o compañía: el único trabajo de la mujer es estar junto al hombre, esa es su función social. En la Edad Media no existieron tratados de educación como tales, sino sólo unas notas de urbanidad para niñas en Las Partidas de Alfonso X, y los "Castigos (consejos) que un sabio dio a sus hijas", manuscrito del siglo XIII, muy significativo: se trataba de conocer la manera de conseguir que una mujer fuera querida por su marido y, entre otras recomendaciones, se propugnaba darle siempre la razón y aguantarse sin decir nada a nadie si le pegaba. El primer texto considerado de educación femenina es del siglo XV, en catalán, el Llibre de les dones, en el que se aprecia cómo la mujer castellana no podía disponer de sus bienes, pues el marido era el poseedor de la dote de su mujer. Los humanistas dirigen sus libros a las damas nobles con la intención de que las mujeres de extracción social inferior las imiten. Lo trascendente de estos textos de educación es que pretendían convertirse en un instrumento de control social, en que las mujeres se convencieran de su lugar secundario, marginal, respecto al mundo, y de sometimiento al hombre, subrayando la obligatoriedad de supeditar lo inferior a lo superior.







                    La desigualdad se miraba desde todos los puntos de vista. A la mujer se la consideraba un ser diferente, en primer lugar, biológicamente (es la fórmula más antigua que, como sabemos, todavía hoy se mantiene), por lo que se refiere a los aspectos físicos, pero también lo era moral e intelectualmente y, como consecuencia, jurídicamente. Enrique de Villena mantuvo que la mujer debía "sostener al mundo", en el sentido de procrear hijos sin descanso, a ser posible uno al año, pues ahí radicaba su fortaleza, hasta que fallecía muchas veces y, paradójicamente, de debilidad... El famosísimo Examen de ingenios de Huarte de San Juan, es un libro muy interesante de lectura obligatoria, que aportó ideas muy modernas en este tema. Por primera vez el autor otorgaba base científica a los temperamentos humanos, aunque en el caso de la mujer se caía en los tópicos consabidos porque, en lugar de basarse en la experimentación, volvió a apoyarse en la tradición, afirmando que Dios dotó a la mujer de menos ingenio que al hombre y de un cerebro más pequeño, por lo que no podía caberle la misma inteligencia y sabiduría, aunque eso no implicaba (¡menos mal!) que la mujer fuera mala, sino sólo diferente. Dios le había adjudicado las cualidades de fría y húmeda, proclives a la fecundidad y la procreación, y el hombre debía buscar una mujer no demasiado sabia -que eran ariscas y desabridas- sino "una medianía" que no aprendiera letras, y ambos debían procurar tener un hijo varón, para lo cual daba las correspondientes normas de actuación (¡no me digan que no es moderno el tal Huarte de San Juan!). Fray Hernando de Talavera aún añadía que la mujer debiera ser baja, delgada, ancha y "corcovada" (por la costilla de la que nació), para poder ser "regidas por los mayores"...



                        Pero las más importantes diferencias con el hombre provienen de conceptos morales e intelectuales. La misoginia del Antiguo Testamento defiende una sociedad patriarcal porque la mujer posee una naturaleza malvada, y hasta San Pablo dudaba del alma inmortal de la mujer. En la división organizativa del mundo, tras el primer lugar ocupado por Dios, aparecían los ángeles, el hombre, animales de tierra, aves, animales de aguas, árboles, otras vegetaciones y la mujer, eso sí, antes del último puesto, el de las piedras... Tras los Concilios, hombre y mujer se igualan ante Dios. La tradición medieval discriminatoria consideró a la mujer un foco de vicios y pecados de tal forma que el hombre debía dominarla siendo su "dueño y su cabeza". Algunos Santos Padres la consideraron una esclava y de ahí que se le taladraran las orejas para ponerles un eslabón de una cadena en señal de esclavitud. Martín de Córdoba opinaba que la mujer se dejaba llevar por los apetitos carnales (comer, dormir, folgar y otros peores), porque en ella era débil la razón y la constancia y nada podía hacer sin la voluntad del hombre. Luis Vives incidió en la mayor gravedad de los pecados de la mujer por su tendencia natural a la maldad, por eso siempre estaría pensando en cualquier vileza. Continúa con la idea de que es hija del marido porque salió de su costado y debe ser amparada, así que lo peor que podía pasarle era quedarse viuda. El amor hacia su marido ha de ir acompañado del acatamiento a él, no es libre de hacer nada por sí misma ni debe usar la dote sin su permiso.






                  Desde el punto de vista psicológico, estos tratados manifestaban prácticamente lo mismo: la necesidad de que la mujer fuese perfecta. Las ideas erasmistas, difundidas por toda Europa, luchaban contra la ignorancia a través de los Diálogos que defendían la igualdad pero continuando con el papel secundario de la mujer, que debía cubrirse la cabeza aún en señal de sumisión al hombre. Aunque desaparecen los ataques a la mujer como encarnación del demonio, la creencia reaparecerá en Gracián y otros barrocos. San Pablo ya había escrito que el hombre es el alma y la mujer es el cuerpo y este tiene que obedecer al alma. En esta línea se publican "Exemplum" de casos reales o imaginarios, con consejos educativos, de "Claras Mujeres" (en Zaragoza aparece uno de los primeros textos de este tipo, en el siglo XV). Así, se propone un caso concreto, didáctico, práctico, que dice que si el marido tiene una amante, su mujer nunca debe rebelarse ni pedirle cuentas, sino cambiar de conducta y ser más dulce y más callada... Son ejemplos de muy buena construcción literaria. La obediencia se fundamenta en la fama social del hombre, que no puede dejarse mandar por alguien que nació para obedecer, es decir, la mujer ni siquiera es libre de obedecer o no. En cuanto a las leyes de los mandamientos son iguales, pero las leyes humanas hacen al hombre libre y a la mujer no, en ese momento. Se trata de conseguir transformar al hombre en buen cristiano. Todo esto se muestra relacionado con el silencio de la mujer, que sólo habla con otras mujeres, desarrollando un vocabulario muy particular con unos campos semánticos privativos de ellas para defenderse, lo que hace que se las califique de "parleras" e insoportables, de ahí que se les aconsejara "morderse la lengua". No se rechazaba la elocuencia en las pocas mujeres que se acercaban a la cultura. En todo caso, era preferible ser buena y honesta antes que saber leer y escribir. Las mujeres que se salían de la norma, podían ser maltratadas y encerradas, y las que tenían mal genio, castigadas, pero "moderadamente". Y es que si el hombre se dejaba dominar era culpable por mentecato y simple. El castigo corporal era una costumbre más bien de padres a hijas, que incluso en la ley castellana eximía de culpa al padre que llegaba a matar a una hija. Si el padre era generoso, la mandaba a un convento, donde se encontraban también las no casadas, viudas y religiosas. En algunos, las damas se retiraban con su dote y criadas y llevaban una vida diferente, con más vanidad. También se recogían en los conventos, las mujeres legas que no querían amancebarse ni vivir el mundo de la picaresca o marginación. Mujeres peligrosas...







                     En el Barroco, el mundo cambia, se pierden los valores estamentales existentes hasta entonces y aparece la obsesión por la honra. Todo se desordena y es necesario volver a las jerarquías por el riesgo de anarquía y disolución del Estado. Uno de los mayores miedos ante el problema de la desmembración moral es la actitud de las mujeres. El honrado es el que tiene dinero y el que tiene una mujer o hija honrada. La sociedad carga sobre la mujer la obligación de mantener el estatus social de la familia: cuando una mujer se deshonra, no se deshonra sola, sino toda la familia. Pero las costumbres se liberan y esto nos lo cuentan los libros de los viajeros y de los espías, que nos hablan de lo que hacían las mujeres, en la corte o en la vida cotidiana del pueblo llano. La corte (en Valladolid, en concreto) muestra una gran apertura: las mujeres van al teatro, a los toros, se tapan para no ser conocidas, pasean en coches y meriendan con criados a la orilla del río, son descaradas, deslenguadas, ingeniosísimas, "pedigüeñas"..., mientras que en las clases medias, el encerramiento de la mujer es total. Se controla la jerarquía en la familia y se extrapola al resto de la sociedad y, en definitiva, al Rey (como observamos en el teatro). Una mujer era tenida por honrada según la honestidad y fidelidad que manifestaba al hombre, aunque mostrara otros defectos. Todo esto hace cambiar los consejos de los libros de educación, que se convierten en más severos desde pequeñas, no sólo con buenas palabras sino también con azotes. Estos son unos cuantos significativos:


- las niñas no deben salir a jugar a la calle con los niños.
- la mujer no debe abrazar y besar poco, para no acostumbrarse.
- debe realizar labores como hilar o labrar para no entretenerse hablando porque no es capaz de reflexionar.
- aprender a guisar y no jugar a los naipes.
- debe tener una tutora a la que temerá y prestará reverencia. Si es hombre, que sea mayor y casado con joven hermosa de la que esté enamorado.
- tiene que estar siempre encerrada, manteniendo el cuerpo y el ánimo castos para su futuro esposo. Incluso los hombres más corruptos, con una esposa casta, tienen miedo a corromperla y entonces la respetará y tratará bien. Si es liviana, le perderá el respeto. Si pierde la virginidad, será el escarnio de la sociedad y el padre puede degollarla. En la mujer sólo se busca la castidad y prefiere morir antes que perder la virginidad, porque ya estará muerta socialmente.
- que no se asomen a la ventana ni lean libros de amor ni de caballerías.
- ha de disciplinar mucho su cuerpo, con ayunos, comidas sin especias ni sal, beber sólo agua (o como mucho, sidra, cerveza o vino de agua con especias que previenen las infecciones, aunque se ha comprobado que se "calentaban" mucho).
- nada de perfumes ni ropas nuevas ni telas suaves que acaricien la piel, ni visitas de hombres.
- dormir en cama dura y austera con sábanas tejidas en casa.
- prohibidos los "afeites". Se pintaban mucho, no se lavaban y se dice que olían mal. Se tienen que lavar pero no bañar para no verse desnudas; el pelo, recogido y el traje, largo y simple.
- si salen, acompañadas de la madre o de jóvenes vírgenes vergonzosas. Mucho cuidado con las criadas  que no están "educadas" y saben cosas que no tienen que oír, y traen cartas y embajadas.
- que no aprenda a bailar y se dedique a rezar.
- la castidad la hace hermosa, rica y noble.
- dejar el matrimonio en manos de los padres. Ellas no eligen. Hay que enseñarles cómo son los hombres y cómo deben tratarlos.






                El amor  no existía para estas mujeres. No era lo que decían los poetas, tan falso y fugaz, sino que consistía en esa gratitud, respeto y obediencia al marido, una especie de ofrecimiento a Dios. Después, la vida de casadas debería ser como indicaban los textos, siguiendo encerradas en casa para así conservar mejor la honra, alejándose de cualquier idea de lujuria y sin demandar de su marido ningún acto de amor ni disfrute para no pecar. Si la mujer se quedaba viuda, se le aconsejaba la entrada al convento y que vistiera de negro para siempre. Si recordaba al marido, los cilicios o azotes con la disciplina, solucionarían el problema. Podían volver a casarse para ayudar a los hijos con la condición de no hablar jamás al nuevo marido del anterior. Sin embargo, el hombre podía hacer lo que quisiera para ser cuidado en la vejez y en la enfermedad y, aunque tuviera criados, ser servido y atendido por la mujer de su hogar. La actitud de la mujer hacia su marido es de absoluta subordinación: debe conocer sus costumbres y flaquezas, consolarlo y relajarlo, cubrir sus faltas y alabarlo siempre en público. Si es insoportable, tiene que verlo como un hijo. Si le pega, no llorar ni quejarse. Debe hablarle suavemente y con los ojos bajos y, aunque no tenga razón, pedirle perdón. Si ella es más rica, debe darle el dinero a él. Las leyes humanas obligan sólo a la mujer a este comportamiento, porque se lo debe al hombre. Así lo explica Fray Luis de León en La perfecta casada y lo mismo Exímenis. Por supuesto, la mujer no puede gastar nada, sobre todo, en trajes. Los obispos excomulgaban a las que vestían verdugados o guardainfantes, porque, dada su amplitud, eran causa de pecado, de abortos, y provocaba lujuria con la tela apretando las caderas y enseñando el pie con el movimiento, lo que se consideraba como pecaminoso, además de facilitar la posibilidad de ocultar a un paje debajo: eran trajes engañosos. Si la mujer se lo ponía para agradar al marido, entonces era pecado venial, lo mismo que el uso de afeites que cambiaban a la mujer, contradiciendo la voluntad de Dios y de la naturaleza. Ahora bien, si al marido le convenía parecer rico, por obediencia se pondrían trajes lujosos (es la apariencia barroca). Con los elevados chapines, las damas no podían andar y debían ir apoyadas en criadas que siempre las acompañaban, el caso es que nunca se viera el pie. En cuanto a la vida cotidiana, la mujer encerrada vivía apartada del hombre en una sala con ventanas a un patio pero no a la calle y una alcoba sin ventanas, con la compañía de un cofre o arcón donde guardaba todo, poca ropa (ni siquiera ropa interior), pero sí especias y papeles. Se sentaban en un estrado, aunque cuando asistían al teatro no se disponía de sillas para ellas. Comían solas. La que salía a la calle iba a la iglesia donde se veía con los hombres con los que se comunicaba a través del lenguaje de gestos. Las que disponían de más libertad recibían a amigas en casa para las tertulias y algunas, también a caballeros. Otro tipo de mujeres son las que se dedican a la vida disoluta, la prostitución, la picardía... Se pretende entonces regresar al mundo medieval, por lo que los textos barrocos sólo hablan de la decencia, la moralidad y el orden. No son libros de educación femenina, sino de moralidad. Gracián, extraordinario escritor y gran misógino, comentaba que no había ni una mujer buena porque las costumbres se habían relajado: la madre vicia a los hijos, la esposa engaña al marido y la hija espera la muerte del padre para heredar. Consideraba que la mujer era la culpable de todos los males del mundo: "la mujer ejecuta, luego piensa", llegando a tacharlas de más feas que los hombres...
                   


                   Siempre ha existido el debate acerca de la conveniencia o no de proporcionar instrucción a la mujer. Alfonso X el Sabio creía que debían aprender letras y leer libros provechosos de religión. También Exímenis, con enorme sentido práctico -por si la mujer se casaba con un mercader-, entendía que era positivo el aprendizaje, aunque, en general, se pensaba que era más fácil guardar a una mujer iletrada para evitar sus deseos de autonomía y libertad o protegerlas del gran trabajo que suponía estudiar, sobre todo, ciencias. Por su parte, muchas mujeres mostraban afán por el saber, lo que, para algunos, sólo significaba una forma de suplir sus defectos. Los erasmistas quisieron que la mujer supiera leer, pero no veían tan necesario que aprendiera a escribir. Luis Vives dice que si son suficientemente listas pueden llegar a saber latín, retórica y dialéctica, siempre encauzando su inteligencia para que no hagan nada malo, con las lecturas adecuadas, como los libros de santos, pero nunca novelas ni libros de caballerías como el Amadís, donde hay caballeros y amores, que podrían "emponzoñarlas". La mujer siempre debía ser instruida en casa y sin varones. En el siglo XVI ya existe un reducido público femenino capaz de leer y algunas mujeres sabias comienzan a expresar sus opiniones, como María de Cartagena, que escribió un libro de tipo moralizante que escandalizó tanto que le obligó a redactar otro para justificar que no quería en modo alguno igualarse a los varones, o Santa Teresa de Jesús, que utilizaba conscientemente el estilo sencillo para ocultar su sabiduría a los inquisidores. Las monjas son las que mejor educación recibieron y, en algún caso, pudieron manifestar, con reservas y matices, ideas de corte feminista, como Sor Juana Inés de la Cruz. La literatura que no era moralizadora no debía ser consumida por las mujeres porque sólo incitaba a pecar (aunque leer a Garcilaso de la Vega, por ejemplo, era pecado venial) con sus malos ejemplos, sobre todo la que mostrara a una mujer activa y con voluntad propia en el terreno amoroso o en la vida diaria, pero como a veces se las arreglaban para leer lo que les entretenía, muchas obras se vertieron "a lo divino" para remediar el desaguisado.






                                                                     Sor Juana Inés de la Cruz (México)



                    Con el paso del tiempo, algunos libros de instrucción femenina llegaron a verse más bien como un peligro, lo que provocó su parcial desaparición. La mujer instruida no interesa porque ponía en peligro la obediencia debida al marido y con ello podría tambalearse el orden social establecido. El manual El espejo de la perfecta casada de Alonso de Herrera es el que más se utiliza, pero son los sermones, el teatro y los textos de educación general los que instruirán a la mujer. Por otra parte, mujeres que no vivían en conventos empezaron a quejarse de la situación en que se encontraban, como Mariana de Carvajal o María de Zayas, que ya hablan de igualdad intelectual, aunque probablemente no se trataba tanto entonces de ideología sino de lograr su objetivo literario: contar historias de otra forma persiguiendo un modelo de género, algo que continuó hasta el final del siglo XIX. Moralistas como el Padre Astete, criticarán los bailes de la época -que iban acompañados de letras muy fuertes y formaban parte también de las obras teatrales-, por indecentes y lascivos, y para inducir a la buena conducta escribió su catecismo cristiano. Aunque el teatro proyecta la imagen de una mujer libre, aparece sometida a las costumbres morales de la época, teniendo como modelo a la iletrada. Algunas obras eran auténticos manuales de instrucción en vivo y en directo, porque se consideraba que la felicidad no debía ser novelable y sólo servía para la poesía (por su estatismo). Molière satirizó a las mujeres sabias, burlándose de ellas y mostrando que la sabiduría no era consustancial a la naturaleza de la mujer, aunque hoy se cree que la intención del autor, dada la mentalidad más adelantada de su país, quizá no sea tan evidente y clara. Si bien es cierto que en el Renacimiento se comprendió la capacidad intelectual de la mujer, en el Barroco se llega a la esperpentización convirtiéndolas en despreciables, así que la mujer, en su mayoría, lo que aprende es que es mejor no instruirse para no llegar a convertirse en ese prototipo ridículo: se habían convencido de que el problema estaba en ellas mismas. El hombre y la sociedad habían conseguido su objetivo.








                     La novela picaresca reflejó muy bien el mundo de valores en que surge el género y el lugar que ocupaba la mujer en esa sociedad. El protagonista de estas novelas (obviando la versión femenina del personaje) es un hombre con la visión de la vida real del autor, desengañada y pragmática, en la que el amor no existe y el matrimonio por interés económico sólo se lleva a cabo como la mejor forma de medrar. En este contexto negativo, la mujer aparece en un plano superficial, peyorativo, y también utiliza el engaño para sobrevivir. El género es realista, pero también didáctico y moralizador. Si en el Lazarillo de Tormes, por contenido y brevedad, la mujer apenas tiene relevancia, en la novela que se ha considerado el primer best seller de la historia de la literatura española, El Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, se presentan las características de la mujer "educada" en su papel social para evitar ser el peligro del hombre. El autor (descendiente de judíos conversos, no lo olvidemos), posee el mismo concepto misógino de la  mujer que conviene y así lo desarrolla en el argumento contando su vida: su primer matrimonio es pactado por dinero, vende después a una esclava morisca, y a su segunda mujer la "coloca" en su beneficio, aunque parezca arrepentido a continuación: al fin y al cabo, el mundo barroco es un claroscuro, se enseña el vicio pero la moraleja es evitarlo si se puede (o si el natural cinismo barroco deja) y el hombre puede tener a la vez dos papeles contradictorios, de burlador del honor ajeno y defensor del propio:


                   "Nunca me pasó por la imaginación considerar que aquel sacramento lo debiera procurar para sólo el servicio y gloria de Dios perpetuando mi especie, mediante la sucesión; sólo procuré la delectación".

       
                El antifeminismo de la picaresca barroca está condicionado por tanto, por la época y el ambiente de la Contrarreforma, más que por tradiciones previas de los cuentos medievales o de los novelistas italianos. Por eso, la aparición de una mujer virtuosa será excepcional, y de ahí que los niños nacidos de mujeres deshonradas vivieran en la miseria, abandonados, o entregados a la Cofradía que pagaba a familias para que los acogieran y los trataban fatal, empleándolos como criados semi-esclavos, futuros pícaros reales y literarios. El matrimonio será visto como una concesión a la flaqueza humana y la lección será inevitable: el hombre está mejor solo. En el Guzmán, se observan estos aspectos ascéticos cuando el protagonista habla de sus padres: obsesionado con la hermosura de la mujer, al padre le da igual que sea la querida de otro, no hay afectividad en ninguno de los dos, y por ello recibe su castigo con el desengaño y la muerte. Las mujeres son codiciosas y se sirven del matrimonio -que sólo es un contrato- para conseguir sus fines. El origen de Guzmán es, pues, la carencia de amor. El pícaro estaba predeterminado a no escoger ni sabiamente ni bien, porque tenía que ser un ejemplo de cómo no había que vivir, y esta novela es una artística mezcla de narración literaria y aspectos de la realidad y de la tradición.






                  En el Guzmán, la mujer engaña siempre. Sólo hay una excepción: el episodio en que aparece la esclava, que se enamora perdidamente de él y nunca lo engaña. Sólo le importa al pícaro la belleza de las mujeres y el provecho que puede sacar de ellas. Ni siquiera habla bien de su madre, porque "la mujer que a dos dice que quiere, a entrambos engaña" y "della no se puede hacer confianza" y, efectivamente, lo deja solo tanto de niño como cuando salió de la cárcel, ya adulto, "ni mi madre me acompañó ni quiso verme". Son unos hechos que relata con amargura y que lo marcan para siempre. Hasta su primer matrimonio, es burlado constantemente en sus aventuras amorosas sin amor, llegando a jurar que no volverá a tener relación con ellas, cosa que no cumple, incluyendo a la viuda aragonesa, porque, en Zaragoza, dice, "las damas della incitaban"... Son amores eróticos, juveniles, con mujeres secundarias. Todos sus encuentros amorosos con las mujeres están condenados al fracaso, hasta que llega su primer matrimonio con la hija del mohatrero, que le origina una dolorosa experiencia de la que culpa a su mujer. Es un matrimonio-negocio que se realiza por dinero, principal motor de las acciones de los personajes. Desde el punto de vista social, el dinero tiene la misión liberadora de independizar a los hombres, pero a la vez es el obstáculo principal de las relaciones humanas. El dinero está por encima de la amistad, de los lazos familiares y del amor. Mateo Alemán asiste a la bancarrota de la burguesía española, se ceba en sus vicios y en las huellas que dejan en una sociedad materialista. Se casa con una mujer sin nombre y tampoco se casa él, sino que un mohatrero "casóme con su hija". El contrato se establece así:


                             "Prometióme con ella tres mil ducados.
                              Dije que sí.
                              Tratáronse los conciertos y efectuáronse las bodas.
                              Ya estoy casado, ya soy honrado".


              Guzmán y su compinche suegro se dedican a agenciarse haciendas ajenas, hasta que empieza a tener problemas con su mujer y se siente engañado nuevamente: "padecí con mi esposa, como con esposas", y, tras su fallecimiento, se siente fracasado y cree que su matrimonio sólo ha sido una cruel experiencia. A partir de entonces, se introduce en el mundo de la teología hasta que aparece una nueva mujer con un nombre engañoso, Gracia, cuyos ojos lo enamoran inicialmente para después "volverse contra las almas". Comienza un camino recto por el que lo deja todo, sus estudios y la capellanía, pero su esencia lo traiciona al poner precio a su mujer y ansiar dominarla, como había hecho la primera con él. Pretende manejarla como un objeto, cosificarla, porque a él sólo le interesa vivir bien. El lector se sorprende cuando comprueba que ella entra en el juego de su conversión en prostituta sin protestar en absoluto de un trabajo al que se habitúa en contra de lo que indicaba su inocencia inicial. Hasta este punto llega la crítica de Mateo Alemán. Los dos tienen la misma naturaleza malvada, pero la mujer debe quedar en peor lugar que el hombre, que es abandonado y sustituido por otro: se ha mostrado vengativa y ha deshonrado a su marido, por lo que la conclusión es obvia: "parecióme que solo iría mejor que mal acompañado". Tal vez lo que nosotros podemos extraer del relato es la expresión velada de la inteligencia de la mujer... El autor se mueve entre dos aguas: el pícaro no es trigo limpio y las mujeres empiezan  a saber defenderse. La gradación en las terribles experiencias y aventuras del pícaro deshumanizado no puede tener otro final climático. El pícaro se encuentra solo y pobre, y sigue robando. Entra al servicio de una mujer que tenía una esclava blanca con la que tiene la última relación. Tras ser llevado a la cárcel, esta mujer es la única que va a sentir ternura por él, que se mantiene indiferente. Es el resultado de su "educación" por el mundo (observemos, en todo caso, que la esclava carecía de libertad...).



                    Un caso diferente, en apariencia, es el de la matrona romana Fabia, señora principal y joven que permaneció fiel a su esposo, pero en el fondo se fingía rendida para burlarse después. La mujer es débil por naturaleza y recurre a las únicas armas del débil: astucia, hipocresía y engaño. Es una mujer virtuosa y honrada pero mujer al fin y al cabo, llena de malicia de la que no puede escapar. Intercaladas, al gusto de la época, como relatos al margen de la narración general, hay que tener en cuenta los cuatro relatos que también tienen como base a la mujer y cuentan una historia de amor con el mismo propósito: "deleitar aprovechando", denunciando la falsedad del honor como opinión y la influencia de la pasión en el ejercicio de la justicia. El punto de unión con la narración principal radica en los desenlaces con el motivo del premio o el castigo que para el pícaro representaban un ejemplo alentador o un aviso. Los cuatro tienen como tema común el amor, aunque visto desde enfoques distintos. El amor puro aparece en "Ozmín y Daraja", con una visión estilizada de la realidad en la que se lucha por la felicidad del encuentro inseparable con enorme finura, delicadeza de sentimientos y ausencia de palabras soeces y expresiones vulgares propios de la picaresca. Sin embargo, se ponen de relieve la maldad humana, el pesimismo, el desengaño y las reflexiones morales. El amor cortés se representa en "Dorido y Clorinia". El amor adúltero aparece en "El Condestable de Castilla", y la violencia carnal se refleja en "Bonifacio y Dorotea", narración más centrada en la caracterización de la psicología femenina. Se narra cuando Guzmán vuelve a España en un barco. La tempestad que se produce en el mar la interpreta como justo castigo de Dios por sus pecados y reconoce que su forma de vida lo merece. Dorotea es el prototipo de la mujer piadosa, profundamente casta y fiel, educada en un convento que abandona contra su voluntad, exponiéndose a los enemigos de la virtud: el mundo, el demonio y la carne, tres fuerzas poderosas y difíciles de vencer, a las que el autor hace proceder de otra fuerza arrasadora: el destino, pero ella permanecerá como "fortísima peña inexpugnable". Sólo cuando el engaño la pone en una situación en extremo dificultosa, se rinde a la tentación. En definitiva, no deja de mostrarse "mujer" y consiente en pecar, porque:


                                           "Era sola, mujer y flaca"


     La intención del autor es poner de relieve la doblez de la mujer, aun de la más virtuosa, para justificar la aparición de las críticas y los juicios desfavorables, demostrando lo que es norma en esta novela, en la literatura y en la vida:


                         "Su nombre traen consigo: mujer, blanda excepto de condición"


      Otro de los personajes, Sabina, presenta una psicología diabólica, brujeril y hechicera. Naturalmente, es mujer. Esta esclava berberisca, mezcla de agudo ingenio y astuta maldad, no pudo por menos que dedicarse al engaño y goza cuando contempla la corrupción de la inocencia.



        Mujeres peligrosas del ayer.

        Mujeres peligrosas y maltratadas de hoy...




                                                                     S.O.S.  ( Mayte Martín con Falete)