viernes, 22 de marzo de 2019

De prosas y poemas en "LA VERDAD"







                                                                                                                    A Gonzalo Borrás





                                                                                           Dicen que es melancolía
                                                                                           y no es sino desengaño.


                                                                                                         Góngora




                                 
                                               Y con esto, regresaron para subir en Clavileño, y al subir dijo don Quijote:
                                               Tapaos, Sancho, y subid, que quien envía de tan lejanas tierras por nosotros no será para engañarnos, por la poca gloria que le puede redundar engañando a quien se fía de él. Y aunque todo sucediese al revés de lo que imagino, la gloria de haber emprendido esta hazaña no la podrá oscurecer ninguna malicia.


                                                                                              Don Quijote, parte II, cap. XLI






                        Recientemente ha sido publicada la obra Los Dichos pícaros de Marcial, en ediciones Aguamarina del grupo Anaya. La presentación no puede ser más acertada: un librito breve -como los propios dichos-, de fácil manejo y cuidadas ilustraciones, que nos vuelve a acercar al escritor bilbilitano nacido en el año 40 después de Cristo, Marco Valerio Marcial. Estos Dichos -epigramas- constituyen tal vez la descripción más vívida y detallada de los usos y costumbres de una sociedad poderosa, culta, divertida y decadente, como era Roma en el primer siglo de nuestra era. La brevedad conceptual que propugnaba otro escritor de la tierra, Baltasar Gracián, se halla presente en estas rotundas frases, perfectamente adecuadas para nuestro tiempo pues son de una indudable modernidad. La variedad temática y formal de los epigramas es absoluta: desde el sencillo y gracioso hasta el más erótico, desde el pareado más simple al verso más elaborado, la lectura de los Dichos pícaros, junto con la belleza de los frescos representados, suponen para el lector el disfrute de un tiempo en el que la sonrisa está asegurada, una sabia mezcla de la que deben abstenerse aquellos que, rasgándose las vestiduras ante ciertas expresiones, no comprenden que sólo los mejores poetas han transformado el lenguaje más coloquial en el más poético y clásico.










                              Al mismo tiempo que la anterior y sin desmerecimiento alguno, se da la grata circunstancia de la aparición de la novela A la sombra de las sabinas, de Javier Coromina, asímismo autor bilbilitano aunque de nuestro siglo, que reside actualmente en Palma de Mallorca, perfecto acompañante del epigramático Marcial. Una novela que recibió el premio "Ciudad de Barbastro" en 1989, lo que avala su calidad y abunda en la cantidad de premios importantes recibidos por este escritor, entre ellos, el "Café Gijón" de novela corta. A la sombra de las sabinas supone el número 16 de la colección "Papeles literarios" de "Los libros de la Frontera". Es una novela intimista que narra la historia de un retorno y de un desamor: una chica universitaria que trabaja en Madrid llega a Ibiza en el verano del 76 a pasar unos días de vacaciones. En la isla se encuentra con un mundo muy distinto al que está acostumbrada a vivir. Se siente fascinada y conoce a un joven con el que mantiene una fuerte relación amorosa. A pesar de las diferencias culturales y de educación, no puede pasar sin él, hasta que la relación se va deteriorando. Desencanto y amor frustrado son, pues, las claves de la historia. Un retorno con ciertos aires de esperanza se convertirá en una huida casi desesperada de esa fuerte atracción "a la sombra de las sabinas". Como diría Marcial: Se mató para huir de un enemigo./ ¿No es locura morir por no morir?. El lenguaje directo, los breves diálogos, la utilización poco frecuente del "tú narrativo" mezclado con otros puntos de vista formales, se aúnan para atrapar desde el principio al lector que no puede dejar la novela hasta que la finaliza. Dos obras de lectura obligada: la de un clásico universal y la de un interesante escritor que promete, dos bilbilitanos de ayer y de hoy para los bilbilitanos de siempre.







                                                                                Fernando Martín Pescador




                         El inconformismo, junto con una buena dosis de rebeldía y el afán de búsqueda son factores determinantes de la obra de Fernando Martín Pescador, autor de Mi feo mundo que a la postre no es tan feo como afirma el título de esta publicación número 13 de la colección "Drume Negrita" de Ediciones Braulio Casares. Prueba de ello es que él mismo lamenta , de entrada, la pérdida de su mundo con estas palabras reprobatorias: Mi mundo era feo y tú lo estropeaste. La entrega comprende cinco relatos breves: "Fish iz pez", "Mi feo mundo", "Noche y la ciudad", Pez soy, boys" y "La república de Ubú". El estilo literario no está exento en algunos casos de poesía; sencillo y desenfadado lleva en sí el aire fresco de la juventud. La influencia cinematográfica convierte en secuencias muchas partes de la obra e incluso cada uno de los relatos en su totalidad, aunque realmente, tampoco se trata de relatos propiamente dichos, sino de diferentes estados de ánimo transplantados al terreno literario, un ejercicio metafísico que incide en sus diversas variantes, fundiendo realidad y ficción y alcanzando en algunos casos, el surrealismo. Martín Pescador intenta por todos los medios evadirse de la rutina, de los caminos trillados, y apuesta por unos planteamientos literarios originales o inéditos, a poder ser. Todo ello entraña un riesgo que supera con acierto, aunque la prueba de fuego se quede para más adelante con obras de mayor dimensión y contenido.



                        La intención de cada relato queda expresada, al menos parcialmente, en sus respectivas dedicatorias: "Plantamos un sauce y nos salió llorón" para "Fish iz pez", la ya citada "Mi mundo era feo y me lo estropeaste" para el relato que da el título al libro, "Cuando se me ocurra algo bueno te contaré lo que realmente sucedió" para "Noche y la ciudad", "Te quiero pero ya se me pasará" para "Pez soy, boys" y "Soy la primera pieza que perdiste del puzzle" para "La república de Ubú". Las ilustraciones son de Emilio Amella y se caracterizan por sus trazos sueltos y sugerentes que sintonizan perfectamente con el estilo literario de Fernando Martín Pescador y ponen acertada rúbrica a cada uno de los relatos. Mi feo mundo es una publicación que nos sitúa desde el principio donde pretende el autor, para envolvernos en su atmósfera particular, en su propio mundo que aún siendo feo contiene cosas hermosas y por eso se lamenta de que se lo estropeen. La lectura de los cinco relatos -¿lo son realmente?- nos lleva efectivamente al mundo que se propone y nos propone el escritor para hacernos partícipes de su experiencia vital en la tierra y en el más allá, en un viaje a la Luna. Merece la pena acompañarle, al tiempo que silbamos una canción, la misma que va silbando él por su mundo particular.



   





                             En estos tiempos de poesía esteticista, "light", ligera, cultista y ocultista que Villena denomina piadosamente "clásica" (y esto del clasicismo quiere decir que ya no se habla del Yo, que el Yo está mal visto), es entonces cuando nos encontramos con los poemarios de Carlos Sierra que al unirse en un todo forman como un conjunto de cuentos breves que se acompañan elaborando un bloque único e indisoluble. El autor ha aceptado un riesgo en la conformación de estos poemas, pero aceptar riesgos es la obligación de todo creador que se pretenda novedoso. Y el salto de Carlos Sierra aunque se haga desde el desconocimiento del trapecio puede decirse que se hace sin red, asumiendo la peligrosidad que encierra una experiencia escritural. Sus diferencias temáticas son notables, pero las características de su expresión mantienen un estilo similar, de búsqueda de la hondura psicológica, de reflexión sobre las motivaciones humanas y de la naturaleza de los comportamientos afectivos y desafectivos. Son poemas que definen los sentimientos amorosos y desamorosos con una sensación de asombro y honda soledad. El protagonismo de lo femenino se configura como el sistema motriz de estas poesías referidas en su mayoría a mujeres anónimas, de su propio mundo y de su propia intimidad, donde parte el poeta de acontecimientos verosímiles que se van envolviendo en una vaguedad cada vez más inasible y nos deja entrever, como desde las rendijas cada vez más reducidas de una persiana, su luz ensombrecida.



                                  Muchos son los hilos que maneja el poeta en un inmenso tejido de luz y soledades, mucho lo que afecta al que nada humano es ajeno, y al que por supuesto importa el fenómeno creador. Sus versos nos trasladan a conceptos místicos como los de un Ibn Arabí, en que la poesía actúa con transparencia y a merced de una claridad desde donde "lo mostrado es necesariamente perturbador". Para conseguir estos efectos, los contrastes cromáticos y la disolución misma de las palabras en una niebla imperceptible de una movilidad acuática, se van tejiendo de sugerencias en entredicho, de averiguaciones cuya improbabilidad o credibilidad nada quitan ni ponen a la belleza conseguida mediante su difuminado, su opacidad boscosa. A la fugacidad del verso libre acompañan algunos poemas en los que se percibe una severa maestría conceptista. Podríamos situar este modo de decir poético en la corriente de la llamada "poesía de la experiencia" de tanto arraigo y ya larga tradición en nuestra poesía de los últimos decenios. Creo que es el caso de Carlos Sierra, pues ocurre que los materiales de sus construccciones poéticas son vivencias y situaciones cotidianas, al menos pretendidamente "personales" y vividas, de algún modo "experienciales" -término que no es más que un tópico para la "comunicación" (o sea, para "entenderse" y no pensar), ya que a ningún poeta por propia contradicción, se le ocurriría dar fe de eso de la "experiencia" como algo que tuviera que ver con la verdad o algo así-.



                              Porque lo esencial de estos poemarios es la irradiación de los placeres, convertida en glorificación de lo vital y la defensa de las pasiones como auténtico móvil conductor de los comportamientos humanos, que vibran en ellos muy por encima de la plasticidad de las palabras o de los arquetipos literarios que les sirven de base. Se trata de un bello canto a la incontinencia, con una fiebre que recupera las razones del corazón frente a las sinrazones de la inteligencia. Es una poesía que llega hasta nosotros con ese "espejismo con el sol al revés" que retrotrae memorias agostadas, tal vez adormecidas pero nunca muertas sino llenas de luz y transparencia. El empeño del poeta es conseguir la reducción del artificio a los mínimos imprescindibles para que por allí circule libremente el aire, no colapsado y enrarecido por los muros de palabras que han empedrado tantos edificios poéticos. Y se atiene para ello a contarnos relámpagos inmediatos, instantáneas fugacísimas de su propia vida. Poemas de horas, poemas de otoños y pesadumbres, estas obras producen, sin embargo, una alegría insólita, el descubrimiento de un poeta que maneja una de las voces más conmovedoras de la poesía del momento.



   




             

                     

                                                                        Luis Landero, tercero por la izquierda





                             José Verón Gormaz ha inaugurado la colección de narrativa "Forum Tabulae" de la editorial bilbilitana López Alcoitia con Camino de sombras y otros relatos impíos -diecinueve en total-, donde vuelve a poner de manifiesto sus condiciones de narrador, además de poeta, porque la poesía subyace en cada frase mediante la fuerza descriptiva y la acertada utilización de las metáforas. Algunos de estos "relatos impíos" aparecieron ya publicados en "Heraldo de Aragón", en tanto que otros son rigurosamente inéditos. Su autor, al abordar los distintos temas, amalgama realidad y fantasía diestramente y en ocasiones da entrada al más puro surrealismo. Junto al relato propiamente dicho, aparece la reflexión íntima, el soliloquio, con frecuentes incursiones en el mundo de lo onírico. El resultado en algunos casos es necesariamente metafísico, ya que obliga al lector a meditar y profundizar sobre el tema desarrollado. Los protagonistas de Verón Gormaz suelen ser, por lo general, gentes condenadas a seguir un camino que no lleva a sitio alguno, camino de ninguna parte -de sombra-, con lo que se acentúa su patético vacío. Es como una permanente búsqueda de lo imposible.








                        Para ello se ha logrado un ritmo narrativo adecuado, capaz de resaltar cada secuencia y de hacer detener la atención del lector en las claves fundamentales de cada relato. El estilo ha sido cuidado al máximo para que no se produzcan disonancias. Alternan los relatos del más variado signo, aunque de todos ellos se escape el grito común e inútil que trata de iluminar el camino de sombra. La extensión varía en relación con cada planteamiento personal y, así se va desde el relato breve de sólo dos páginas a los que tienen estructuras de novela corta y se presentan divididos por capítulos, como el titulado "La ciencia del ahorcado". Con "Laura y los hombres" sucede algo parecido aunque en menor medida. El dramatismo literario, presente en la práctica totalidad del libro, queda suavizado por acertados toques de poesía y de fotografía, diría yo, así como por las situaciones surrealistas que dominan buena parte de la narración. Preocupa en el fondo el destino del hombre, del ser humano, qué hace, a dónde va y para qué. Ante la ausencia de salidas, se recrea en el juego de los espejos que multiplican su imagen y dan profundidad al espacio vital. Es algo que queda patente, por ejemplo, en "La desaparición de Elías", escapado de la realidad por el interior de aquel espejo, y en "Reflejos", el relato que pone punto final al libro. La huida de la realidad es una constante de estos relatos impíos de José Verón Gormaz, con los que afianza su firme andadura de narrador, ya iniciada con La muerte sobre Armantes.


                      Todo un deleite para la mente.



                                               
                                                                                     Fallaste corazón