viernes, 15 de noviembre de 2019

PITCAIRN








                               y avanza con decisión hacia la otra orilla de sus días, donde la espera el silencio inmortal.



                                                                                                            LUIS LANDERO, Lluvia fina





                                                                           Tengo miedo a perder la maravilla
                                                                           de tus ojos de estatua y el acento
                                                                           que de noche me pone en la mejilla
                                                                           la solitaria rosa de aliento...

                                                                      ...  no me dejes perder lo que he ganado
                                                                           y decora las aguas de tu río
                                                                           con hojas de mi otoño enajenado.



                                                                  F. GARCÍA LORCA (del "Soneto de la dulce queja")




             
                                       Más allá de la isla de Pascua, en mitad del Pacífico y cerca de Tahití, he podido encontrar el país más diminuto, el menos poblado del mundo, una tierra con olor a paraíso, en la que se entra como si fuera el pasadizo de un sueño: el que conduce a la única verdad. Pitcairn ha significado para mí en los últimos meses una colección de caricias, con ese halo místico de intensos placeres sin los que la vida no tendría sentido, una especie de licor que sin dejar resaca define la permanencia. Un puñado de islotes en el que el más habitado no llega a sesenta habitantes ni a cinco kilómetros cuadrados de superficie en plena Polinesia de Oceanía, han decorado definitivamente el encuentro más esperado. En Adamstown, la capital, perviven las señales de su pertenencia a territorio británico y por tanto, lo que define a este país (no soberano) como la única colonia que Gran Bretaña conserva en el Océano Pacífico, unas aguas que hacen magnífico honor a su nombre. Pitcairn constituye una extensión geológica del archipiélago Tuamoto de la Polinesia francesa, y ahora ya no es tan complicado visitar esta zona como cuando fue descubierta, porque numerosas embarcaciones, si el tiempo lo permite, acercan a algún curioso a la isla, impaciente por descubrir en esta parte remota del mundo lo que podría estar cercano a su desaparición (no en vano algunas especies endémicas de su original flora y fauna están en vías de extinción), a la vez que contribuyen al desarrollo económico de un lugar increíblemente romántico, tanto como su origen.










                           A principios del siglo XVIII todavía se desconocía gran parte del océano Pacífico, y franceses e ingleses rivalizaron en su descubrimiento. El inglés James Cook comienza en 1765 a navegar por la zona austral y a anexionar nuevas tierras para su país. Pero fue con Jorge III, en 1789, cuando el famoso barco Bounty -de tantas referencias literarias y cinematográficas que ya conocemos-, bajo el mando de William Bligh, fue enviado a las islas pacíficas para traer a Europa el árbol del pan. ¿Cómo definir el sabor, el olor, el color y la textura del "frutipán" o árbol de mazapán? ¿A qué asemejar su pulpa? ¿Cerezas, miel...? Sólo puedo ratificar la expresión con la que los nativos lo describen, un auténtico pan de Dios. Y en ese recorrido hacia lo ignoto y maravilloso, ocurrió algo frecuente en la época: algunos miembros de la tripulación, encabezada por el segundo de a bordo, Fletcher Christian, se amotinaron. Cerca de las islas Tonga, Bligh y sus seguidores fueron abandonados en una pequeña lancha, mientras que Bounty tomaba rumbo a Tahití, donde permaneció algún tiempo. Las relaciones entre los tahitianos y los amotinados se deterioraron rápidamente, por lo que decidieron ir en busca de una isla deshabitada y aislada del mundo conocido, llevándose consigo a varias mujeres tahitianas. Recorrieron las islas Cook, Tonga y Fiji para refugiarse, hasta que llegaron en 1790 a una isla desierta, Pitcairn, bautizada con ese nombre por ser el del marinero (un joven de 15 años) el que la vio por primera vez.









                            Los amotinados creyeron que eran los primeros en habitar la isla, pero existen restos arqueológicos de una antigua civilización polinésica. Tahitianas y amotinados tuvieron una gran descendencia, origen de la actual población, gente como su pan, dulce. En Bounty habían transportado todo lo necesario y más útil para la supervivencia, como animales, herramientas o plantas y terminaron por quemar la embarcación para cortar todo contacto con el mundo exterior. Christian fue respetado y considerado como el jefe y en 1800 sólo vivía uno de los amotinados, John Adams, con ocho mujeres tahitianas y un numeroso grupo de niños. En realidad, él puede ser considerado como el verdadero fundador de la comunidad isleña. Ocho años más tarde, un ballenero norteamericano, el "Topaz", descubrió la isla y en 1814 llegó el primer buque británico, pero la primera visita oficial, la que traía el perdón real para Adams, la realizó el capitán Beechey en 1825. La comunidad empezó a tener contacto con el exterior y la población creció rápidamente. Desde entonces, los habitantes de Pitcairn se consideraron miembros del Imperio británico, aunque los ingleses sólo proclamaron sus derechos sobre la isla en 1887. A partir de 1968, la población fue disminuyendo, pues muchos jóvenes comenzaron a emigrar a Nueva Zelanda y la vida se hizo cada vez más precaria, casi de subsistencia, a pesar de contar con la ayuda inglesa.









                        La intrahistoria de Pitcairn tiene mucho interés y suele ser desconocida. Y ocurre que, a pesar de su lógica endogamia, las mujeres consiguieron su derecho al voto en época muy temprana, en 1938, siendo uno de los primeros territorios en conceder ese privilegio como la democracia más pequeña del mundo. Pero a veces los espacios mágicos también poseen rincones oscuros: en 2004, varios hombres fueron acusados de abusos sexuales a menores, entre ellos el alcalde-gobernador. Me cuentan que durante muchos años se toleró la promiscuidad (¿qué puede ocurrir en un lugar aislado, casi perdido en medio de aguas sin fin y con tan pocos habitantes y un reducido ámbito educativo y cultural?), algo aceptado de alguna manera por todos los adultos que la entendían como costumbre, pero seis de los siete acusados fueron condenados a penas de prisión de hasta seis años, para lo que hubo que construir una cárcel que no existía. La sentencia suscitó una gran polémica entre los habitantes de la isla, especialmente entre las mujeres. Debemos tener en cuenta que allí son todos parientes en mayor o menor grado, así que el ambiente se tensionó enormemente...¡en cinco kilómetros a la redonda! La prisión se convirtió en hotel.







                     

                        Cuando se busca el espíritu de un lugar, no sólo se puede hallar el regalo de la felicidad o la pura razón de amor, probablemente se encuentre también la fascinación de una novelesca historia, el privilegio de una geografía con un cielo tachonado de estrellas fugaces, la certidumbre de un tierno incendio, una bucólica situación o una intimidad de olas que abona el mimo, pero también, sobre todo, el mayor valor: la banda sonora de una vida. Pitcairn, soy, sin resistencia, tu cautiva.









                                         (Para ese hombre suave, que tanto sabe de amor, de Aragón y de escribir)











                                                                       Donde pongo la vida pongo el fuego



                                                     



                                    

martes, 27 de agosto de 2019

ARTÍCULOS






                                             Necesito poco y lo poco que necesito lo necesito poco



               

                      Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación -al menos la sensación- de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.

         Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.

         Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.

         Y ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.

         También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada... o todo.




                                                                                                             ÁNGELES CASO






                                                                        
      

                                                             

                                                                             
                                                                                  Agustín García Calvo
                    



                                                                                Café solo





                                   Sé perfectamente que el día en que me muera no echaré de menos los grandes acontecimientos que pude haber vivido, sino el perfume del café con tostadas y algunas pequeñas sensaciones, por ejemplo, estirar la pierna hacia el lado fresco de la sábana en las madrugadas de primavera cuando cantaba el mirlo en el jardín. Si me da un poco de pereza morir es porque ya no podré ir por las mañanas a comprar el periódico ni contemplar de camino en la parada del autobús los rostros frescos de las adolescentes que tienen aún todo el amor por delante. Mi lucha por la existencia consiste en que a la hora del desayuno sea mucho más importante el aroma del café que las catástrofes que leo en el periódico abierto junto a las tostadas. También es muy placentero llamar por teléfono a algún amigo a media mañana para que te cuente los últimos rumores. Por un lado está la Crítica de la razón pura, de Kant, y por otro están los chismes. Supongo que los chismes de las tertulias será lo último que uno recuerde con una marca más indeleble que cualquier filosofía, y junto a ello estará la suavidad de un paseo vespertino, algunas puestas de sol, las lecturas de noche en la cama con la amorosa luz de la mesilla. Quisiera saber qué hace llorar a los moribundos más sabios. Sin duda, sus lágrimas no se deben a los triunfos que consiguieron ni a las grandes tragedias que soportaron sino a los sencillos placeres que experimentaron, a la gente buena que conocieron, a los alimentos que degustaron con parsimonia entre amigos. ¿Qué es la muerte? Tal vez la muerte consiste en no tomar ya más un cruasán crujiente con el café por las mañanas junto al ventanal ni enterarse ya nunca jamás de los resultados del Campeonato de Liga cada domingo. Al final de todas las religiones y filosofías, en medio de tantos dioses, héroes y sueños, resulta que la vida no es sino un conjunto de chismes y un nudo de aromas, una pequeña costumbre cuyos pilares tan sólidos son de humo y salen de ciertas tazas frente a las cuales uno ha sido feliz.





                                                                                                                 MANUEL VICENT









                                                                  Poema de Raúl Wenceslao Fernández Moros                              









                                                                           Con los años que me quedan





viernes, 26 de julio de 2019

CUENTOS DE MARGOT







                                             En la Feria del Libro de Zaragoza del pasado mes de junio, se presentó la última novedad literaria de la escritora PILAR HERNANDIS, que nos ha obsequiado en esta ocasión con otra de sus vertientes artísticas en la que se desenvuelve con la misma solvencia, eficacia y buen hacer como lo hace con su insuperable poesía. Cuentos de Margot es una recopilación de relatos de muy variada extensión que recoge catorce ficciones narrativas de distinta índole de las que cuatro ya vieron la luz en publicaciones anteriores y que la autora ha querido incluir en este libro, dado el éxito que alcanzaron entre niños y mayores. Cuando tan poca literatura que se publica actualmente merece siquiera que reciba tal nombre y menos aún que sea objeto de la lectura de nadie a quien le importe realmente la calidad estética y el verdadero entretenimiento, los libros de Pilar Hernandis, con su cada vez más madurez expresiva, ausencia de academicismo al uso -y por tanto, frescura que atrae incesantemente-, y una escritura propia, fluida, libre de ataduras de todo tipo que narra y reflexiona, nos introducen sin remedio en cualquier paraíso en tierra que queramos encontrar y del que gozar.  









           
                          Los Cuentos de Margot juegan con la libertad expositiva alejándose de una estricta y anquilosada prescripción formal que otorga a la autora precisamente la autoridad suficiente para ser considerada abanderada de la modernidad avanzada y progresista de la literatura actual. La Antología está dedicada "Para todos los niños que aman las Bellas Artes y la Naturaleza" y las espléndidas ilustraciones que acompañan con brillantez las historias, corren a cargo de Susana Laborda, Ángel Arruga, Virginia Urquía, Mariela Vives, Luis Loras, Miguel Sanza, José Bailacher y Luis Bailach, todos ellos artistas y dibujantes de reconocido prestigio. En mi Prólogo al libro resalto cómo Pilar Hernandis nos muestra con una inocencia jubilosa que conmueve y cautiva, a través de fábulas, aventuras y juegos didácticos, el sentido ético del destino del hombre. Con distintas formas narrativas, la introducción de versos, jotas, recursos poéticos (rimas, paralelismos, metáforas), la moderna animación cinematográfica, la plasticidad cromática y la variedad tipográfica, en esta colección se revela una novedosa manera de contar, amena y deleitosa. La divulgación informativa de las moralejas se ve potenciada por las aclaraciones que aparecen en algunos cuentos tras su final. Así, conoceremos con más detalle la historia de Aragón y de sus lugares emblemáticos, diferentes modos de vida y curiosos aspectos medioambientales y ecológicos (la trashumancia, las plantas, las abejas). Otras veces, serán lejanos países o el mundo mítico los que enmarquen la fantasía.


                              






                         Niños y mayores: sentid el sabor de la vida leyendo estos cuentos que nos enseñan que la esperanza reside en la imaginación, en los sueños y el coraje de los que se atreven a convertirlos en realidad. Acompañando al duende Fabo, a la abeja Meli, a los peces Sin, San, Sun y al gnomo/grillo Lassadí, cuyas historias ya vimos publicadas, en este libro otros animalillos (la tortuga, las orugas y hormigas, los caballos, una oveja y un delfín), seres de fantasía (las ninfas y dioses, las hadas y los elfos), y otros personajes impensables como las letras, unos botones, un dedal o unas tijeras, nos dicen: ¡Sé alegre, generoso y compasivo!, practica la amistad, el esfuerzo, la educación y la solidaridad. Aventurémonos en el respeto a la Naturaleza (el agua, los sonidos, la piedra, la luz), en la belleza más perfecta del viaje y los caminos, escalemos las montañas y obstáculos más difíciles, rememos con fuerza en la barca de la existencia, no perdamos el tiempo y acerquémonos al prójimo, disfrutemos siempre de la lectura, amemos para salvarnos... ¿Y si además por arte de magia fuéramos felices para siempre? Tal vez, como deseaba Tolkien, encontraríamos el eco extraordinario de la Verdad.







                             Cuentos de Margot plantea un mundo que aleja la soledad, la tristeza y el desamparo, un mundo justo en el que el individualismo no conduce al progreso y en el que los temores no nos deben impedir seguir nuestra senda personal y vocación. Al final del libro, un niño triunfa siguiendo los sabios consejos de su abuela, alcanzando ese lugar ansiado, el más alto, encantado y profundo, su alma. Es el aprendizaje definitivo. La estética de Pilar Hernandis continúa presentando la reflexión sobre las verdades fundamentales del ser humano -que ofrece también en su vertiente poética-, orientándonos, unas veces con versos y otras, con cuentos, hacia la aventura del vivir disfrutando. En estos cuentos encontramos la respuesta y la sorpresa, la mejor recompensa: una vida plena.





                   
                                                                     

                                                                     Gerardo Diego. Manuscrito autógrafo




                                                                                 Si a veces hablo de ti



                

miércoles, 5 de junio de 2019

Litterae Apostolicae Sixti IV Pappae pro Ordine mendicatium







                                El Papa Sixto IV confirmó y concedió nuevos privilegios a la Orden religiosa católica de los Mendicantes mediante un manuscrito en pergamino escrito en latín, que se conserva en la Biblioteca Universitaria de la Universidad de Zaragoza, catalogado en ficha muy antigua apenas legible y con escasos datos, algunos de los cuales no coinciden con mi análisis tras un minucioso y detallado estudio de sus aspectos descriptivos físicos y materiales, que llevé a cabo en mi investigación codicológica del manuscrito: a esas prerrogativas y prebendas aluden las Litterae Apostolicae Sixti IV Papae pro Ordine mendicatium, título que aparece en la cubierta que lo protege, ya borroso, escrito en castellano, y en las hojas de guarda iniciales. En la que va pegada a la cubierta se lee Diversas Bulas y Privilegios, Bula y en el recto de la hoja de guarda volante Diversas Bulas y Privilegios, esenciones, e inmunidades concedidas a ntra. Religión por la Santidad de N SSº Pº Sisto Quarto.









                         El pontificado de Sixto IV (Francisco della Rovere) tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XV. A pesar de ser acusado de nepotismo por conferir los más elevados cargos de la Iglesia a sus sobrinos, y de tener conocimiento de la conspiración urdida por uno de ellos contra los Médicis, como Papa tomó acertadas medidas contra los abusos de la Inquisición y anuló los decretos del Concilio de Constanza. Hizo construir la famosa y maravillosa capilla que por su nombre se llamó Sixtina, siendo uno de los principales artífices del Renacimiento. Sin duda, un papado lleno de luces y sombras. Importante mecenas de las artes y las letras, se dejó llevar en ocasiones por su excesiva ambición participando en todo tipo de intrigas palaciegas, políticas, económicas y de poder. Su relación con el rey Fernando de Aragón fue muy estrecha y cercana, a veces con entendimiento y otras, de clara oposición. Bajo la presión de Fernando, que le amenazó con retirar el apoyo militar al reino de Sicilia, Sixto IV emitió la bula que establecería un inquisidor en Sevilla y más tarde, en Aragón. Pero también otra que confirmaba el enlace entre Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, un matrimonio nulo, ya que el arzobispo Carrillo falsificó la bula que les dispensaba del impedimento de parentesco. El cardenal Rodrigo de Borgia, amigo de Fernando, sugirió al Papa que pasara por alto esa circunstancia, lo que se hizo por medio de la bula resolviendo el problema de la dispensa en 1471. También les concede la indulgencia plenaria a pesar de no acudir a Roma el  primer Año Santo de 1475 siendo como eran los "Reyes Católicos", enfrascados en plena guerra civil.









                     Las Letras apostólicas eran disposiciones que emanaban de los Sumos Pontífices, por medio de documentos escritos, pues el Derecho Eclesiástico -que se basa en el Romano-, manifiesta que cualquier gracia concedida debe probarse por quien lo alegue y el escrito facilita esta prueba por directa concesión de la autoridad competente. Entre estas "letras apostólicas" se encuentran las Bulas y los Privilegios, prerrogativas que liberan de cargas o conceden exenciones de que no gozan otros. Son gracias espirituales o indulgencias. En este manuscrito, Sixto IV las concede a los Mendicantes (en principio, religiosos que mendigaban el propio sustento). Algunas de estas órdenes, a pesar de no profesar una vida pobre, gozaban de los privilegios concedidos por los Papas en atención a sus méritos. Proporcionaban una independencia especial a sus clérigos con respecto a los ordinarios locales encaminada a facilitar su trabajo de propaganda católica, algo que provocó luchas tan pertinaces como lo puedan ser ahora las de los partidos políticos. La reforma propiciada por el Concilio de Trento disminuyó estos privilegios, especialmente en orden a la censura de los libros y a la administración del sacramento de la confesión.



                                                                         
                       El manuscrito de Sixto IV está encuadernado con cubiertas mudéjares rígidas de cuero. Se observan tres nervios en el lomo de las tapas, el inferior oculto por el tejuelo de la Biblioteca. Sirven de cierre dos correas de cuero deterioradas y cortadas, de tal forma que no se pueden atar. Los bordes del lomo están estropeados, sobre todo la cabecera, rota. Los folios aparecen cosidos con cordón de cáñamo y las cubiertas, gruesas y duras, reflejan una ornamentación de dibujos mudéjares sobre el cuero que mantiene su color natural aunque oscurecido. Mejor conservada la posterior, las dos se ven peladas y picadas. Los dibujos recrean un juego de rectángulos concéntricos con cenefas geométricas y motivos vegetales en el interior. Sobre la cubierta anterior el título apenas se percibe. Aunque algunos trozos de cuero presentan una porosidad blanca, como carcomidos, se puede hablar de buen estado de conservación así como de las hojas de guarda adheridas o volantes. No tienen bullones ni cantoneras. Según Elisa Ruiz (en su Manual de Codicología), la historia de la encuadernación española consta de una etapa ausente en el resto de Europa: es el período de transición entre el gótico y el renacimiento, el estilo mudéjar, que mezcla las técnicas occidentales y las islámicas. Los motivos ornamentales recuerdan las techumbres mudéjares, como así ocurre en el caso que nos ocupa, aunque no que el material sea "marroquín rojo", que es el preferido en este tipo de encuadernaciones.




                      El arte hispanomusulmán del cuero adquirió gran desarrollo perdurando hasta mediados del siglo XVII, para olvidarse casi por completo posteriormente. Las formas decorativas islámicas se conservaron en las encuadernaciones y repujado de arcas y cajas. La aplicación más conocida del cuero, por haberse conservado gran número de ejemplares, es la de las encuadernaciones, en las que ese material recubre tapas de madera o cartón. Las mudéjares (tenemos ejemplos en la Colección Lafora de Madrid, en el Museo de Vich, en la colección del Duque de Alba, etc.), dominaron de tal modo la España medieval y aún la de los primeros tiempos del Renacimiento, que casi pueden considerarse como exclusivas. Artífices musulmanes debieron de trabajar al principio en ellas, lo mismo en las destinadas a las bibliotecas de reyes y grandes señores que en las de cabildos, catedrales y monasterios. Los ejemplares conservados son de idéntico estilo y técnica, derivados de los anteriores hispanomusulmanes, pero presentan al mismo tiempo una gran variedad de adornos. La decoración es en seco, es decir, sin oro, cuyo uso empezó a fines del siglo XVI. Este tipo de encuadernación pasó a Nápoles desde España a fin del siglo XV y de Italia a Francia y otros países europeos. Precisamente, los encuadernadores judíos contribuyeron a su expansión y desarrollo. En España hubo dos grandes centros de encuadernación: Toledo y Barcelona, además de Valencia y Salamanca. En AragónZaragoza y Tarazona gozaron también de gran prestigio. Ni en Egipto, ni en Marruecos, ni en Italia, logró crearse un estilo tan peculiar como el mudéjar español, en el que se funden elementos románicos y góticos con la tradición islámica. También concurrió en la formación de este estilo el conocimiento de la encuadernación de los restantes países europeos, en la que predominan con cierta monotonía en filas o rectángulos los herrajes de contorno cuadrado, circular u ovalado, con figuras o temas florales o heráldicos (el interesado puede recabar más información en Ars Hispaniae, Madrid, Plus Ultra, volúmenes IV y XVIII).






                                                                                Encuadernación mudéjar



                    Por lo que se refiere a la ornamentación interna, el manuscrito no presenta "drôleries". La letra más ornamentada y con más decoración es la inicial absoluta del texto, una R que se extiende desde el borde de la hoja hasta la línea 7, algo recortada en el extremo superior. El resto de la palabra ocupa tres líneas. La siguiente R también se destaca en tres líneas. Las demás palabras resaltadas tienen trazo más grueso y se adornan ligeramente algunas iniciales. Aunque no hay "ex-libris", en el recto de la hoja 12 se observa un dibujo o viñeta, junto al colofón del copista, exento, situado en el margen izquierdo. Es muy sencillo: se trata de una base de tres escalones sobre los que se asienta una columna dividida en dos partes, a la que sigue una estrella de cuatro puntas, rematada al final por una cruz sin adornos ni colorido. Por último, la V inicial de "Vultum" ocupa 13 líneas del rayado. Como es preceptivo, se encuentra el sello oficial de la Universidad de Zaragoza, sello con impronta en tinta azul, de forma oval, rodeado por la leyenda "UNIVERSIDAD Y PROVª DE ZARAGOZA" y en el centro, "BIBLIOTECA", estampado en el recto de las hojas 1, 6 y 13 (no numerada), en los dos primeros casos en el margen inferior, y en el último, en la parte central de la hoja.





                 El soporte en pergamino es muy fino en las hojas destinadas al texto manuscrito (seguramente, de oveja), y mucho más grueso en las hojas de guarda (parecen de carnero). En los dos casos, se sigue el principio de Gregory: las caras de carne y de pelo se corresponden entre sí quedando enfrentadas. Naturalmente, las hojas de guarda finales aparecen en disposición contraria a las iniciales. El color del pergamino (que comienza al modo latino) es muy blanquecino, excepto en las hojas de guarda, en un color amarillo muy destacado. En las caras de pelo, se advierten pequeños poros en negro. No existen elementos de control (signaturas y reclamos), quizá por el orillado del ms. La numeración, en números arábigos, se halla colocada en el margen superior derecho del recto. En todas las hojas, en su margen inferior izquierdo del recto o inferior derecho del verso, podemos observar perforaciones con un amplio orificio que no tienen las hojas de guarda, como si anteriormente los folios hubiesen estado unidos por ahí. Sólo en la hoja 2 falta un trozo de pergamino en el extremo inferior, que parece como quemado. En todas hay una mancha, oleaginosa, en la parte central. En las hojas 10, 11 y 12 se atisban manchitas de tinta negra en el margen inferior. Y en la 13, una mancha de tinta roja. El verso está bastante más deteriorado que el resto del manuscrito y con más rugosidad. A partir de la hoja 4, unas arrugas se marcan en la parte central derecha, más acentuadas desde la 8. El folio central (7 y 7bis) es el más estropeado, aunque en general no es un manuscrito muy dañado por el paso del tiempo o el uso. ¿Será el pergamino de vitela, por su finura, color y conservación? Resultaría extraño, dada la escasez de este tipo de soporte.




                                                              Bula de Sixto IV (Real Academia de la Historia)
   




                        La catalogación actual como manuscrito 215 parece ser la última realizada, ya que aparecen otras supuestamente anteriores. En el ángulo superior izquierdo de la hoja de guarda inicial pegada a la tapa se lee "N. 143"; después debió tener la signatura 151 (entre paréntesis en la ficha), y en la misma hoja de guarda un tejuelo de biblioteca indica las tres. Además, en el centro del margen inferior del recto del folio 1, en castellano: Citan todas en el tomo 2 del Bullario nº 21.606, mientras que el comienzo del manuscrito se refiere a  Reverendissimis ac Reverendis | in patribus et dominis. Y en el recto del folio 12 aparece con distinto tipo de letra el colofón:  In fidem et testimonium omnium. En cuanto a la "fórmula de colación", por lo que se refiere a las dimensiones, en ficha consta 260 x 190 mm. pero en medición personal, observo una ligera diferencia: 250 x 185 mm. El manuscrito está formado por un cuadernillo de 7 folios con numeración actual, además de las hojas de guarda iniciales y finales, un folio en cada caso. En dos ocasiones (f. 2 y f. 6), una hoja se superpone a la otra mediante el talón. Sólo aparece numeración hasta el f. 12, falta el 13, y el 7, central, aparece con numeración 7 y 7bis, dado que, lógicamente, es el mismo. En una numeración correlativa y completa la última hoja debería ir numerada con 14. La hoja 2 se corresponde con la 13 y la 6 con la 9, en ambos casos superpuestas. Se trataría, pues, de un septenión con la composición  II + [14] f.










                          Es fácilmente visible el pautado (rayado en seco), en unas hojas mejor que en otras. Por ejemplo, en el verso de la 12, y [13 r. y v.] están las líneas muy claras pues no hay texto sino sólo palabras sueltas o letras mayúsculas. La tinta, negra, no se ha traspasado de una cara de la hoja a la otra. Hay una media de 35 líneas en cada pautado (rectrices), sin disposición en columnas ni espacios en blanco. A veces sí se deja la línea superior del pautado en blanco a manera de marginal horizontal. En el margen derecho no está unificado el final de la escritura en las líneas. Los márgenes son similares en los rectos y versos, pero no coincidentes siempre en sus dimensiones. La caja de escritura aparece en ficha con una medición de 175 x 145 mm., pero advierto que sólo se da en el caso de que se tengan en cuenta los alargamientos ornamentales de algunas letras en los márgenes, en el resto de los casos, según mi medición, las cifras disminuyen a 169 x 138 mm. No existen tachaduras y las letras, en los márgenes, alargan su trazo de tal forma que en alguna ocasión llega hasta el final de la hoja en la parte inferior. Los apuntes marginales suelen ser ilegibles por borrosos o muy breves, a veces una sola palabra ("nota"). Es un texto sin lagunas ni entrecortado ni dividido en capítulos. Sólo se resalta la primera palabra Reverendissimis y los nombres propios, sobre todo Sixtus. En trazo más grueso algunas expresiones indican el inicio de nuevo enunciado, Ceterum. Las mayúsculas iniciales se adornan con dos rayas que rellenan el hueco de la letra.




                         Los márgenes tienen 20 y 30 mm (izquierdo y derecho) y 29, 53 mm. (superior e inferior), pero no siempre son iguales ni en todas las hojas ni en los rectos y vueltos. El signo general de abreviatura es una tilde suprarrayada (^), salvo con las letras de astil ascendente en las cuales la tilde se atraviesa a dicho trazo del que sobresale como una vírgula (´) conectada al mismo. Las abreviaturas por contracción son abundantes: epo episcoponra = nostra; q =que (con la tilde correspondiente en las consonantes)..., etc. Las pruebas de pluma o tinta, probatione calami, aparecen sobre todo en las hojas de guarda. En el verso de la inicial se ve repetida la R y la palabra Reverendissimis que ha traspasado la tinta al recto de la 1. En las finales, están escritas varias palabras sueltas, algunas con mayúsculas adornadas, que, aparentemente, no guardan relación entre sí ( Vallespín, Zulema, Gitanillas, Vultum, Infante de Lanuza), sin que me haya sido posible resolver clara y definitivamente la posible conexión entre ellas y la incidencia en la hipotética propiedad del manuscrito o demandante. Por último, en el recto de la hoja no numerada 13, hay escritas unas frases en latín, ajenas al texto, que parecen de alabanza y contenido religioso (Deus, Deus meus, ad te de luce vigilo | Sintivit in te anima mea...).








                     En conclusión, este manuscrito es una copia en letra gótica cursiva del siglo XV de una sola mano, a renglón seguido y con escritura sobre el renglón. Los rasgos descritos convergen en esta datación. De la cronología referida a los datos internos del manuscrito deduzco que el Papa Sixto IV tendría 63 años cuando dispuso estos Privilegios (murió en el año 1484), que la letra, de legibilidad muy complicada, es de la época y que las cubiertas mudéjares podrían pertenecer al mismo siglo. Evidentemente, se trata de una muestra muy valiosa en todos los aspectos que requeriría un análisis de expertos muy riguroso que pudiera despejar las múltiples incógnitas que presenta. ¿Qué vicisitudes atravesó el manuscrito hasta el momento presente? ¿Cómo llegó a Zaragoza? ¿Tuvo que ver en ello la relación de Sixto IV con la Corona de Aragón? El estado general de conservación del ejemplar, a pesar de observarse ciertas huellas de humedad, no presenta un deterioro importante, en mi opinión, por la calidad del material empleado. Guardado en una vitrina de la Dirección del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, el acceso a semejante joya para su estudio no me resultó sencillo, pero ya sabemos que el misterio de origen desconocido no tiene precio...





                                                          Aquella. Cheque en blanco (María Jiménez y Lombo)



                     

martes, 30 de abril de 2019

AMPARO AMORÓS





                                                    SONETO PARA ACABAR UN AMOR




                                                  He quemado el pañuelo por si acaso
                                                   se pudiera tejer de nuevo el lino.
                                                  Le sobra la mitad del vaso al vino
                                                  y más de media noche al cielo raso.

                                                    Tenía que pasar esto. Y el caso
                                                es que estando yo siempre de camino
                                                  y estando tú parada, no te vi y no
                                                me ha cogido el amor nunca de paso.

                                                 Puede que salga a relucir la historia
                                               porque nunca se acaba lo que se acaba,
                                                 que se queda a vivir en la memoria.

                                                Echa a andar el amor que te he tenido
                                                 y se va no sé dónde. Donde estaba.
                                                 De donde no debiera haber salido.


                       
                                                                            Manuel Alcántara






                                            Algo más que lluvia fina cayó el Jueves Santo en Málaga para disgusto de los hombres de trono que observaban continuamente el horizonte por el que circulaban incesantemente oscuros nubarrones amenazadores. Tanto inusual aguacero borró la ilusión de los que conocemos bien la exquisitez, elegancia y finura de los desfiles procesionales malagueños. Quizá lloraban por la muerte el día anterior de uno de los grandes andaluces, el escritor, periodista, y uno de los más significativos poetas de la llamada generación de los 50, Manuel Alcántara, quien recibió todos los galardones periodísticos y fue Premio Nacional de Literatura por su poemario Ciudad de entonces, dedicado a su querida Málaga, de donde era Hijo Predilecto y Doctor Honoris Causa por su Universidad. Premio de la Letras Andaluzas y Medalla de Oro de Andalucía, este año fue proclamado Autor del Año en Andalucía. Decía: "No he querido ser más que dos cosas en mi vida, poeta y articulista. A todo el que me dice que no tiene tiempo para leer le digo que podía ahorrarse la confidencia: se le nota". Y efectivamente, en palabras de su amigo José Luis Garci, su prosa nace atravesada por una flecha de poesía. Durante los últimos años, escribía su columna diaria para el diario "Sur" desde el azul picassiano del Rincón de la Victoria, abrazado al mar, a la playa y a la belleza: "El mar me produce un estado de hipnosis. Es enigmático, siempre distinto e igual. La comprobación de la radical soledad del ser humano. Fulge el sol vitalicio de Málaga, miro el mar. El mar. Con mirar el mar y leer las Coplas de Jorge Manrique ya se sabe todo lo que hay que saber". Con sus casi treinta mil artículos, es considerado uno de los mejores referentes del oficio periodístico y se le ha calificado como un "boxeador del lenguaje" (deporte que conocía muy bien desde niño) por el virtuosismo y contundencia de sus columnas. Manuel Vicent declara que aplicó la técnica del combate a su prosa: chispeante, sorprendente, imprevista... Por eso una de las claves de sus crónicas es el detalle, el trazo impresionista, rápido, sucesivo, la exacta designación léxica, siempre con una mirada cervantina humana y escéptica.










                           Los textos del malagueño son literatura, ni más ni menos, una literatura personalísima que combinaba distintos géneros y mostraban una preocupación por el cuidado del lenguaje: enseño a andar palabras. Su obra poética muestra los rasgos de identidad que lo caracterizan: el conocimiento, la comunicación y la temporalidad, que lo sitúan en la denominada generación de los niños de la guerra, junto a otros grandes como Ángel González, Gil de Biedma, Carlos Barral, J.A. Goytisolo, María Victoria Atencia, Claudio Rodríguez y José Ángel Valente. Ecos del último autor y también aires mediterráneos se cuelan en los poemas de la valenciana Amparo Amorós, una de las autoras más destacadas de la lírica española de los últimos años, mi amiga de madrileños tiempos inigualables. Tras la concesión del Accésit al Premio Adonais de Poesía (por Ludia), ofreció unas declaraciones a "Heraldo de Aragón" en las que me explicaba su concepto de poesía: La poesía son unas pocas palabras que salvan de morir, así como su cercanía a Eliot, Rilke, Hölderlin y Saint John Perse. Amparo es una poeta excepcional que representa la depuración de la experiencia, de la belleza que se transforma en música o en silencio, en fogonazo estético. Evita el barroquismo sin renunciar al juego preciso y sereno, de delicada sutileza y refrescante hondura, así como de una transparencia perturbadora. El sentimiento de la naturaleza es una de las notas que definen el poemario Árboles en la música, unos "árboles" que crecen en "un paisaje interior que canta". Así, los larguísimos poemas nacieron en el ámbito acogedor de unas composiciones musicales. Se proponía una poesía del pensamiento poético, de ideas poéticas, una música de las ideas. Amparo Amorós es poeta de contención expresiva, de palabra precisa, de exactitud persistente, de inteligencia intensa.










                                La rebelde locura de apostar por un sueño



                                 Reclamas horizonte que te finja futuro
                                 y espacio en lejanías presto a tus esperanzas,
                                 necesitas zozobra para sentirte seguro
                                 y fundo en tempestades naufragios y bonanzas.
                                 Amor, si en la quimera de un imposible agotas
                                 el vuelo condenado de tus dos alas rotas
                                 conserva esa inocencia que una utopía alienta,
                                 no creas que es inútil lo absurdo de tu empeño,
                                 porque esa terquedad de la vida alimenta
                                 la rebelde locura de apostar por un sueño.











                        Amparo Amorós escribe además ensayo, artículos periodísticos y de crítica literaria en revistas y otros soportes culturales. Ella los denomina textos "segundos" o "marginales", son el contrapunto que necesita a su labor poética. Su ensayo sobre el pensamiento de María Zambrano y sus estudios sobre José Ángel Valente o Jaime Siles la colocan en un lugar preferencial entre los autores que reflejan la denominada poética del silencio, corriente poética de importante calado en escritoras de los últimos años que no había sido suficientemente reconocida hasta la celebración hace unos meses en Córdoba de un Seminario centrado en las poetas del último cambio de siglo, cuyos antecedentes se remontan a las místicas de los Siglos de Oro y que contó con especialistas como Ángeles Hermosilla y María Rosal junto a algunas representantes de esta modalidad lírica como Ada Salas, María José Flores y por supuesto, Amparo Amorós, sin olvidar a las más jóvenes y prometedoras como Yolanda Ortiz o Ana Patricia Moya, entre otras. Así, esta tendencia cultivada por Ungaretti, Robayna o Valente se ha estudiado en su totalidad, es decir, analizando de forma igualitaria las aportaciones femeninas llenando los vacíos que existían. Algunas poetas han explorado un camino distinto de expresión del yo, a través del silencio, noción que se ha asociado a un discurso patriarcal, pero también a la mística y a una escritura basada en un pensamiento de oposición entre lo masculino y lo femenino que está más presente en las mujeres, poniendo el acento en el significado de lo secreto y que pretende subvertir el sistema patriarcal imperante. Por eso el lenguaje callado no significa dejar de hablar, sino crear un discurso que cuestione el orden vigente.











                           Quevediana es un poemario presidido por un tono lúdico con grandes dosis de humor. Intimista, reflexiva, atenta a la dimensión lírica que poseen los hechos cotidianos, Amparo Amorós se esfuerza en hallar un cauce expresivo adecuado para reproducir la lucha entre razón y sentimiento. En Las moradas, obra de madurez intelectual y dominio de las técnicas versificadoras, recupera el soneto despojándolo de la carga satírico-festiva de los quevedianos, sometiéndolos a constantes experimentaciones formales. Homenajea a Santa Teresa de Jesús, cuya fortaleza encastillada en su morada interior supone un precedente del refugio de Amparo en su morada de papel y tinta, y una tensión incesante entre el esfuerzo por despegarse de lo material y la necesidad de la cotidianidad, entre pasión e inteligencia. En este poemario también traduce sonetos célebres de la literatura universal, de Baudelaire o Nerval, por ejemplo. De sus textos quevedianos, segundos o marginales, quizá menores en su exigencia de perfección misteriosa y sutil para la autora, recojo dos sonetos que no por evidente levedad y alcance, constatan la minuciosa arquitectura que sustenta el edificio del esperpento abundante:











                                Soneto burlesco a un bocazas cobarde


                                     Pecas de lameculos genuflexo,
                                     de sórdido y baboso halagador,
                                     de eunuco en el cerebro y en el sexo,
                                     de perro ladrador no mordedor,

                                     como el enano de la venta tienes
                                     tronante voz de bravucón airado
                                     mas, llegado el momento, no te atreves
                                     a dar la cara en caso tan menguado.

                                     Más bien risa me das cuando alardeas
                                     de comemundos y quebrantahuesos
                                     siempre que no hay peligro ni ventaja
                                     porque, entre tanto, los calzones meas
                                     temiendo garrotazos tentetiesos
                                     del gran señor Poder que te rebaja.




                            Soneto a un mancebo masoca amigo de la marcha
                                       comunicándole que causa baja



                                      Lo malo de ti, amor, es que te gusta
                                      la soga corta y el dogal al cuello,
                                      sufrir con los vergazos de la fusta
                                      y que al follar te corten el resuello.

                                      Lo peor es que gozas discutiendo,
                                      encuentras el reñir apasionante,
                                      y, según las señales que estoy viendo,
                                      no te dejas respiro ni un instante.

                                      Si la gresca continua te da morbo,
                                      un destemplado grito te estimula,
                                      el acíbar lo apuras en un sorbo
                                      y te excita vivir como una mula,
                                      para novios no cuentes más conmigo:
                                      tú serás siempre mi mejor amigo.




                        Para Amparo Amorós, la poesía es un acto de afirmación y de libertad, un acto para el que no sólo hacen falta talento, creatividad e independencia, sino también riesgo, y el escepticismo y desdén necesarios para seguir escribiendo. Amparo me enseñó como nadie las moradas del alma y también a bucear hacia atrás, a encontrar la luz persistente de una tierra de promisión que no se extingue: la mía.
                               





                                                                Mayte Martín. Por la mar chica del puerto
                                                                                     (Poema de Manuel Alcántara)





             

viernes, 22 de marzo de 2019

De prosas y poemas en "LA VERDAD"







                                                                                                                    A Gonzalo Borrás





                                                                                           Dicen que es melancolía
                                                                                           y no es sino desengaño.


                                                                                                         Góngora




                                 
                                               Y con esto, regresaron para subir en Clavileño, y al subir dijo don Quijote:
                                               Tapaos, Sancho, y subid, que quien envía de tan lejanas tierras por nosotros no será para engañarnos, por la poca gloria que le puede redundar engañando a quien se fía de él. Y aunque todo sucediese al revés de lo que imagino, la gloria de haber emprendido esta hazaña no la podrá oscurecer ninguna malicia.


                                                                                              Don Quijote, parte II, cap. XLI






                        Recientemente ha sido publicada la obra Los Dichos pícaros de Marcial, en ediciones Aguamarina del grupo Anaya. La presentación no puede ser más acertada: un librito breve -como los propios dichos-, de fácil manejo y cuidadas ilustraciones, que nos vuelve a acercar al escritor bilbilitano nacido en el año 40 después de Cristo, Marco Valerio Marcial. Estos Dichos -epigramas- constituyen tal vez la descripción más vívida y detallada de los usos y costumbres de una sociedad poderosa, culta, divertida y decadente, como era Roma en el primer siglo de nuestra era. La brevedad conceptual que propugnaba otro escritor de la tierra, Baltasar Gracián, se halla presente en estas rotundas frases, perfectamente adecuadas para nuestro tiempo pues son de una indudable modernidad. La variedad temática y formal de los epigramas es absoluta: desde el sencillo y gracioso hasta el más erótico, desde el pareado más simple al verso más elaborado, la lectura de los Dichos pícaros, junto con la belleza de los frescos representados, suponen para el lector el disfrute de un tiempo en el que la sonrisa está asegurada, una sabia mezcla de la que deben abstenerse aquellos que, rasgándose las vestiduras ante ciertas expresiones, no comprenden que sólo los mejores poetas han transformado el lenguaje más coloquial en el más poético y clásico.










                              Al mismo tiempo que la anterior y sin desmerecimiento alguno, se da la grata circunstancia de la aparición de la novela A la sombra de las sabinas, de Javier Coromina, asímismo autor bilbilitano aunque de nuestro siglo, que reside actualmente en Palma de Mallorca, perfecto acompañante del epigramático Marcial. Una novela que recibió el premio "Ciudad de Barbastro" en 1989, lo que avala su calidad y abunda en la cantidad de premios importantes recibidos por este escritor, entre ellos, el "Café Gijón" de novela corta. A la sombra de las sabinas supone el número 16 de la colección "Papeles literarios" de "Los libros de la Frontera". Es una novela intimista que narra la historia de un retorno y de un desamor: una chica universitaria que trabaja en Madrid llega a Ibiza en el verano del 76 a pasar unos días de vacaciones. En la isla se encuentra con un mundo muy distinto al que está acostumbrada a vivir. Se siente fascinada y conoce a un joven con el que mantiene una fuerte relación amorosa. A pesar de las diferencias culturales y de educación, no puede pasar sin él, hasta que la relación se va deteriorando. Desencanto y amor frustrado son, pues, las claves de la historia. Un retorno con ciertos aires de esperanza se convertirá en una huida casi desesperada de esa fuerte atracción "a la sombra de las sabinas". Como diría Marcial: Se mató para huir de un enemigo./ ¿No es locura morir por no morir?. El lenguaje directo, los breves diálogos, la utilización poco frecuente del "tú narrativo" mezclado con otros puntos de vista formales, se aúnan para atrapar desde el principio al lector que no puede dejar la novela hasta que la finaliza. Dos obras de lectura obligada: la de un clásico universal y la de un interesante escritor que promete, dos bilbilitanos de ayer y de hoy para los bilbilitanos de siempre.







                                                                                Fernando Martín Pescador




                         El inconformismo, junto con una buena dosis de rebeldía y el afán de búsqueda son factores determinantes de la obra de Fernando Martín Pescador, autor de Mi feo mundo que a la postre no es tan feo como afirma el título de esta publicación número 13 de la colección "Drume Negrita" de Ediciones Braulio Casares. Prueba de ello es que él mismo lamenta , de entrada, la pérdida de su mundo con estas palabras reprobatorias: Mi mundo era feo y tú lo estropeaste. La entrega comprende cinco relatos breves: "Fish iz pez", "Mi feo mundo", "Noche y la ciudad", Pez soy, boys" y "La república de Ubú". El estilo literario no está exento en algunos casos de poesía; sencillo y desenfadado lleva en sí el aire fresco de la juventud. La influencia cinematográfica convierte en secuencias muchas partes de la obra e incluso cada uno de los relatos en su totalidad, aunque realmente, tampoco se trata de relatos propiamente dichos, sino de diferentes estados de ánimo transplantados al terreno literario, un ejercicio metafísico que incide en sus diversas variantes, fundiendo realidad y ficción y alcanzando en algunos casos, el surrealismo. Martín Pescador intenta por todos los medios evadirse de la rutina, de los caminos trillados, y apuesta por unos planteamientos literarios originales o inéditos, a poder ser. Todo ello entraña un riesgo que supera con acierto, aunque la prueba de fuego se quede para más adelante con obras de mayor dimensión y contenido.



                        La intención de cada relato queda expresada, al menos parcialmente, en sus respectivas dedicatorias: "Plantamos un sauce y nos salió llorón" para "Fish iz pez", la ya citada "Mi mundo era feo y me lo estropeaste" para el relato que da el título al libro, "Cuando se me ocurra algo bueno te contaré lo que realmente sucedió" para "Noche y la ciudad", "Te quiero pero ya se me pasará" para "Pez soy, boys" y "Soy la primera pieza que perdiste del puzzle" para "La república de Ubú". Las ilustraciones son de Emilio Amella y se caracterizan por sus trazos sueltos y sugerentes que sintonizan perfectamente con el estilo literario de Fernando Martín Pescador y ponen acertada rúbrica a cada uno de los relatos. Mi feo mundo es una publicación que nos sitúa desde el principio donde pretende el autor, para envolvernos en su atmósfera particular, en su propio mundo que aún siendo feo contiene cosas hermosas y por eso se lamenta de que se lo estropeen. La lectura de los cinco relatos -¿lo son realmente?- nos lleva efectivamente al mundo que se propone y nos propone el escritor para hacernos partícipes de su experiencia vital en la tierra y en el más allá, en un viaje a la Luna. Merece la pena acompañarle, al tiempo que silbamos una canción, la misma que va silbando él por su mundo particular.



   





                             En estos tiempos de poesía esteticista, "light", ligera, cultista y ocultista que Villena denomina piadosamente "clásica" (y esto del clasicismo quiere decir que ya no se habla del Yo, que el Yo está mal visto), es entonces cuando nos encontramos con los poemarios de Carlos Sierra que al unirse en un todo forman como un conjunto de cuentos breves que se acompañan elaborando un bloque único e indisoluble. El autor ha aceptado un riesgo en la conformación de estos poemas, pero aceptar riesgos es la obligación de todo creador que se pretenda novedoso. Y el salto de Carlos Sierra aunque se haga desde el desconocimiento del trapecio puede decirse que se hace sin red, asumiendo la peligrosidad que encierra una experiencia escritural. Sus diferencias temáticas son notables, pero las características de su expresión mantienen un estilo similar, de búsqueda de la hondura psicológica, de reflexión sobre las motivaciones humanas y de la naturaleza de los comportamientos afectivos y desafectivos. Son poemas que definen los sentimientos amorosos y desamorosos con una sensación de asombro y honda soledad. El protagonismo de lo femenino se configura como el sistema motriz de estas poesías referidas en su mayoría a mujeres anónimas, de su propio mundo y de su propia intimidad, donde parte el poeta de acontecimientos verosímiles que se van envolviendo en una vaguedad cada vez más inasible y nos deja entrever, como desde las rendijas cada vez más reducidas de una persiana, su luz ensombrecida.



                                  Muchos son los hilos que maneja el poeta en un inmenso tejido de luz y soledades, mucho lo que afecta al que nada humano es ajeno, y al que por supuesto importa el fenómeno creador. Sus versos nos trasladan a conceptos místicos como los de un Ibn Arabí, en que la poesía actúa con transparencia y a merced de una claridad desde donde "lo mostrado es necesariamente perturbador". Para conseguir estos efectos, los contrastes cromáticos y la disolución misma de las palabras en una niebla imperceptible de una movilidad acuática, se van tejiendo de sugerencias en entredicho, de averiguaciones cuya improbabilidad o credibilidad nada quitan ni ponen a la belleza conseguida mediante su difuminado, su opacidad boscosa. A la fugacidad del verso libre acompañan algunos poemas en los que se percibe una severa maestría conceptista. Podríamos situar este modo de decir poético en la corriente de la llamada "poesía de la experiencia" de tanto arraigo y ya larga tradición en nuestra poesía de los últimos decenios. Creo que es el caso de Carlos Sierra, pues ocurre que los materiales de sus construccciones poéticas son vivencias y situaciones cotidianas, al menos pretendidamente "personales" y vividas, de algún modo "experienciales" -término que no es más que un tópico para la "comunicación" (o sea, para "entenderse" y no pensar), ya que a ningún poeta por propia contradicción, se le ocurriría dar fe de eso de la "experiencia" como algo que tuviera que ver con la verdad o algo así-.



                              Porque lo esencial de estos poemarios es la irradiación de los placeres, convertida en glorificación de lo vital y la defensa de las pasiones como auténtico móvil conductor de los comportamientos humanos, que vibran en ellos muy por encima de la plasticidad de las palabras o de los arquetipos literarios que les sirven de base. Se trata de un bello canto a la incontinencia, con una fiebre que recupera las razones del corazón frente a las sinrazones de la inteligencia. Es una poesía que llega hasta nosotros con ese "espejismo con el sol al revés" que retrotrae memorias agostadas, tal vez adormecidas pero nunca muertas sino llenas de luz y transparencia. El empeño del poeta es conseguir la reducción del artificio a los mínimos imprescindibles para que por allí circule libremente el aire, no colapsado y enrarecido por los muros de palabras que han empedrado tantos edificios poéticos. Y se atiene para ello a contarnos relámpagos inmediatos, instantáneas fugacísimas de su propia vida. Poemas de horas, poemas de otoños y pesadumbres, estas obras producen, sin embargo, una alegría insólita, el descubrimiento de un poeta que maneja una de las voces más conmovedoras de la poesía del momento.



   




             

                     

                                                                        Luis Landero, tercero por la izquierda





                             José Verón Gormaz ha inaugurado la colección de narrativa "Forum Tabulae" de la editorial bilbilitana López Alcoitia con Camino de sombras y otros relatos impíos -diecinueve en total-, donde vuelve a poner de manifiesto sus condiciones de narrador, además de poeta, porque la poesía subyace en cada frase mediante la fuerza descriptiva y la acertada utilización de las metáforas. Algunos de estos "relatos impíos" aparecieron ya publicados en "Heraldo de Aragón", en tanto que otros son rigurosamente inéditos. Su autor, al abordar los distintos temas, amalgama realidad y fantasía diestramente y en ocasiones da entrada al más puro surrealismo. Junto al relato propiamente dicho, aparece la reflexión íntima, el soliloquio, con frecuentes incursiones en el mundo de lo onírico. El resultado en algunos casos es necesariamente metafísico, ya que obliga al lector a meditar y profundizar sobre el tema desarrollado. Los protagonistas de Verón Gormaz suelen ser, por lo general, gentes condenadas a seguir un camino que no lleva a sitio alguno, camino de ninguna parte -de sombra-, con lo que se acentúa su patético vacío. Es como una permanente búsqueda de lo imposible.








                        Para ello se ha logrado un ritmo narrativo adecuado, capaz de resaltar cada secuencia y de hacer detener la atención del lector en las claves fundamentales de cada relato. El estilo ha sido cuidado al máximo para que no se produzcan disonancias. Alternan los relatos del más variado signo, aunque de todos ellos se escape el grito común e inútil que trata de iluminar el camino de sombra. La extensión varía en relación con cada planteamiento personal y, así se va desde el relato breve de sólo dos páginas a los que tienen estructuras de novela corta y se presentan divididos por capítulos, como el titulado "La ciencia del ahorcado". Con "Laura y los hombres" sucede algo parecido aunque en menor medida. El dramatismo literario, presente en la práctica totalidad del libro, queda suavizado por acertados toques de poesía y de fotografía, diría yo, así como por las situaciones surrealistas que dominan buena parte de la narración. Preocupa en el fondo el destino del hombre, del ser humano, qué hace, a dónde va y para qué. Ante la ausencia de salidas, se recrea en el juego de los espejos que multiplican su imagen y dan profundidad al espacio vital. Es algo que queda patente, por ejemplo, en "La desaparición de Elías", escapado de la realidad por el interior de aquel espejo, y en "Reflejos", el relato que pone punto final al libro. La huida de la realidad es una constante de estos relatos impíos de José Verón Gormaz, con los que afianza su firme andadura de narrador, ya iniciada con La muerte sobre Armantes.


                      Todo un deleite para la mente.



                                               
                                                                                     Fallaste corazón