miércoles, 21 de diciembre de 2016

El arte por arte de magia: LUIS LANDERO




                              ... pues no había sido otro mi deseo de poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale.

                                                                Miguel de Cervantes (Don Quijote)


                                                                                                    y déjame muriendo
                                                                                                    un no sé qué que quedan balbuciendo.

                                                                                                         San Juan de la Cruz


                               Y así vamos adelante, botes que reman contra la corriente, incensantemente arrastrados hacia el pasado.

                                                                   F. S. Fitzgerald  (El Gran Gastby)



   
               
                                      En los próximos días saldrá a la luz una nueva novela de Luis Landero, tras la publicación de El balcón en invierno, en 2014. ¿Qué sorpresa nos deparará en esta ocasión? "Quién sabe lo que surgirá. Ha habido una época de mi vida en que me he esforzado y he escrito cosas que hoy no hubiera escrito. Mi padre se me colaba por todos lados en los libros. Creo que, al desenmascarar la ficción, o enmascararla de otra manera, lo he conjurado", declaraba a propósito del repentino cambio narrativo producido en esa novela en la que, después de una trayectoria caracterizada por una narratividad reflexiva, contando historias de otros -personajes reales o no, trasuntos velados del autor casi siempre-, el escritor, esta vez protagonista, nos daba cumplida noticia del comienzo de su vida recordando lo que la memoria le ofrecía en el mismo momento de la escritura, cual Lázaro moderno. Pero tal vez, el anónimo "por extenso" se prolongue ahora en la siguiente entrega, teniendo en cuenta que la última edad exacta y precisa que cita Landero en El balcón... es la de veintiún años, por lo que quedarían evidentemente momentos esenciales, fundacionales, iniciáticos, de su vida, pendientes del recuerdo y de ser escritos, aunque muchos aparezcan entreverados en otros libros o de forma más nítida, como en El guitarrista y en Retrato de un hombre inmaduro, -en este caso, reflejando trazos caracterológicos identificadores de su personalidad.


                  Pero aun suponiendo que sean otros los disfraces, las aventuras, las dudas y los miedos, las paradojas, los afanes y los conflictos, los sueños o los mitos..., ¿con qué encantamiento malabar nos asombrará?, ¿cuál será la música de la sintaxis, el tono de su voz?... Con El balcón en invierno las palabras se convierten en cantarinas, naturales, como si en lugar de leerlas las estuviéramos escuchando, como si la autenticidad y verdad del íntimo y cálido impresionismo invisibilizara cualquier clase de técnica o estilo (ese "no sé qué"), o más bien, como si lo peculiar consistiera en que esa genuina sencillez y finura conseguidas a ritmo y compás, con jeito y sin apuro, transparentara la melodía de la oralidad milenaria de la tierra extremeña en que nació y se crió. Con la manera clásica del "escribir como se habla", Landero acierta así en convertir sus circunstancias biográficas -la infancia como patria personal y paraíso perdido- en motivo literario para conseguir la perdurabilidad que persigue dando testimonio cultural de su familia, de lo rural, de lo que tal vez se pierda sin remedio en un entorno en el que parece que importan poco los valores morales humanos. Al fin y al cabo, la narración compartida es, para él, el único medio de acceso a una relativa plenitud existencial, una estética de la salvación y del ejemplo. El balcón en invierno sintetiza el universo literario proyectado en Juegos de la edad tardía, germen, a su vez, de las siguientes ramificaciones narrativas que han configurado un sistema literario propio (fantasía más ensoñación más realidad).






                  Así, por ejemplo, los momentos transformadores de la vida de un personaje se articulan no sólo a través de la contingencia sino también del detalle, de la observación detenida con paciencia de algo concreto, de la funcionalidad de las primeras veces, reales o no, en unas novelas de aprendizaje y educación del que huye permanentemente en búsquedas sometidas a la sorpresa maravillosa. Son experiencias mínimas, simples en la superficie, hechos cotidianos de poco relieve en apariencia pero que arraigan en el alma, que cobran densidad en el fondo, momentos mágicos en los que los personajes toman conciencia de sí mismos o de su realidad y excusas insignificantes que ponen en marcha la maquinaria narrativa (la epifanía joyceana o el McGuffin de Hitchcock). El texto que sigue pertenece a Retrato de un hombre inmaduro. Aunque no existen protagonistas femeninas en las novelas de Luis Landero (yo espero anhelante todavía una Madame Bovary landeriana), la galería de secundarias es abundante y sobre todo, significativa, puesto que aparecen continuamente rodeando al personaje principal, a veces, como mujer fatal, otras, como protectora o burladora, o bien, mostrándose como inalcanzables..., papeles muy apropiados para completar la caracterización del personaje inseguro emocionalmente. No obstante, el protagonista podría cambiar el nombre por el de una mujer y sería indiferente, o tal vez no, tal vez el hombre de las novelas de Landero sea incapaz de relacionarse con mujeres que no cumplan con los rasgos de estas secundarias (aunque, a veces, sean secundarias de lujo por la magia de las palabras):


            Y, por cierto. Al relacionar el amor y el comercio se me ha venido a la memoria algo que me ocurrió la mañana del 2 de enero de 2002. Fue mi primera transacción en euros. Para la cajera del supermercado era también su primera experiencia. Había un nerviosismo placentero por parte de los dos. Aquella mujer -de mediana edad, vestida malamente con una bata azul, siempre fea y antipática- aquel día sonreía como una niña y al sonreír el rostro se le iluminaba de tal modo que transparentaba una capa hasta entonces oculta de encanto, de belleza, de erotismo, yo diría que hasta de lascivia. Tenía desplegadas ante sí las piezas del nuevo puzle monetario. Yo le di un billete de veinte. Ella emitió un gritito. Dijo: "Quizá sea un billete demasiado grande para alguien inexperta como yo". Yo le dije:"Tranquila, serénate, no tengas prisa, ya verás como nos sale bien". "Es que estoy muy nerviosa", dijo ella. "Es la primera vez". "También yo", le dije. Al recibir el cambio, retuve sus manos y la miré intensamente a los ojos. "Cómo te llamas?". "Charo". "¿A qué hora sales de trabajar?" Apenas tenía aire para hablar: "A las ocho".
          Y esa tarde, a las ocho en punto, allí estaba yo esperándola, con unas flores en metálico para negociar la nueva transacción que el azar, y el lenguaje, nos habían concedido. 





                    En la vuelta al pasado recordando con nostalgia y melancolía pero con un tono contenido a su padre, en El balcón en invierno, Landero marca el cambio del signo de los tiempos contraponiendo el campo a la ciudad y la forma de vivir de una época condenada al olvido que debemos tener presente para seguir disfrutando de lo natural pero sin repetir sus momentos trágicos. La evocación se produce rememorando, entre otros detalles, el primer viaje de su padre. Un viaje a la guerra y sus escenarios. Por lo general, las novelas de Landero se han desarrollado en una abstracción espacio-temporal del mundo mítico representado por su universalización, excepto cuando el lugar concreto de la historia se ha referido a Madrid, Extremadura, Castilla o La Rioja. El recuerdo de sus héroes le permite al autor preservar un diálogo con los familiares y amigos fallecidos y así mantenerlos vivos en su memoria, y para siempre, en los libros. La relación con su padre fue muy dura y, quizá, habiendo sido la musa primera de su obra, si lo ha conjurado como uno de sus fantasmas o demonios interiores, es para finalmente ser dueño de sí mismo y de su libertad, comprendiendo en este momento por el poder extraordinario de la palabra, (... a mi me gusta abrir al azar queriendo oír en la escritura la voz vibrante de mi padre leyéndoles a los segadores...), la razón de su actitud con él:


             Mi padre, por ejemplo, como muchos otros, viajó por primera vez por el servicio militar, y más le hubiera valido quizá, dicho sea de paso, no haber salido nunca del lugar olvidado del mundo en que nació. Le tocó en Seu d´Urgell, y estando allí estalló la guerra, y entonces comenzó para él una experiencia esencial, que forjaría su carácter y lo marcaría para los restos.(...) Cuando por fin llegó una carta suya, ya estaba en el bando nacional en Zaragoza, sano y salvo, pero ahora los otros lo habían condenado a muerte, y en cualquier momento podía cumplirse la sentencia. Entonces mi abuelo Luis, el pionero, partió de urgencia a Zaragoza con cartas de acreditación y llegó con el tiempo justo de salvarle la vida.(...) En Zaragoza va a los toros y se queja ante su padre de la poca casta del ganado y de la mala actitud de los toreros de hoy, que solo vienen a llevarse el sueldo. Cuando escribe en plena batalla de Teruel, cuenta que son las dos de la mañana, que han hecho una gran fogarata para calentarse, que están bebiendo un café riquísimo y que quizá mañana, si hace buen tiempo y no hay que combatir, salga con la escopeta a dar una vuelta por la retaguardia. Había visto muchos horrores, y en sus cartas dice que ya los contará a la vuelta, si es que hay palabras para contarlos, así dice, pero añade que ya se ha acostumbrado al horror (...) Su itinerario fue: Barcelona, Zaragoza, Teruel, Lérida, Castellón, Tarragona, Barcelona otra vez (donde vio por última vez el mar) y Madrid, por no mencionar poblaciones menores como Cariñena, Manresa o Alcalá de Henares.
         (...) El viaje a Zaragoza fue el único de importancia que hizo mi abuelo Luis en toda su vida. Asombra pensar en cómo ha cambiado el mundo en tan poco tiempo y en cómo los viajes, incluso a lugares exóticos y remotos, se han convertido ya en una rutina y un capricho.






                   Desde pequeño, Luis Landero quiso ser escritor, o mejor, narrador, contador de historias. A ello se fue aplicando con la lectura de los libros que podía adquirir, pero sus primeras veces fueron poéticas, componiendo poesías para sus amores infantiles, reales o imaginarios -porque se confiesa enamoradizo-, y escribió poemas según transcurrían sus desengaños amorosos. Para él, la poesía es el género central de todo lo demás: ella nos permite franquear la puerta del misterio de la vida. Sin embargo, sólo lo cultiva para consumo propio. A través de ella, se enamoró inicialmente de la connotación de las palabras y luego le importaron más su funcionalidad y significación, alcanzar el equilibrio con la belleza. De la mágica y misteriosa materia evanescente está hecho lo esencial del arte, lo inefable. La poesía le ha ayudado a cultivar el imposible, a depurar las secretas vivencias, a jugar con los trucos del lenguaje y saber lo que no se debe escribir, a seleccionar lo memorable, a aspirar a mejorar y perfeccionar su obra para llegar a ser el artista que quiso ser y obtener el merecido nombre de escritor. Dice en El balcón...: La poesía me hizo fuerte y me asignó un lugar en el mundo... aquella Amada de ficción resultó ser la verdadera, la perdurable, el único amor auténtico que he llegado a conocer en la vida. Por tanto, no ha publicado poemarios y sólo encontramos alguna leve muestra poética dispersa inserta de forma funcional en sus narraciones. Pero así como de tapadillo, tímidamente, como simples travesuras poéticas, para ver si no nos damos cuenta o las encontramos jugando, aparecen dos poemas que, dada la trascendencia del autor reproduciré, como únicos ejemplos publicados del poeta Luis Landero:


            Por la oscura cañada
            el zorro de la fábula se acerca,
            baja a beber el agua tan callada
            que desborda la alberca,
            donde la higuera acuna
            el sueño general de los lirones
            y la culebra teje un laberinto
            que confunde a la luna,
            y en oro de limones
            traza la oscura trama de su instinto.


            Bajamos a la huerta.
            Recuerdo bien que mi madre vestía,
            como al desgaire, una rebeca abierta,
            y era tan claro el día
            que sólo la ternura nos pesaba,
            mas el jazmín dolía con su fragancia
            y la edad era un duelo.
            "¿La belleza va a crédito?", pensaba,
            "derrochemos la efímera abundancia,
            ahora que es nuestro el cielo". 

             
                        Cuando se ha asentado el vértigo ante la condición humana, de pronto, brota la creación, la invención, la sustancia moral y la belleza verdadera. A veces, ante el fracaso de vivir para morir, se descubre la paradoja y el sabor agridulce de la suerte, el humor, o la ilusión que se crea ante una página en blanco o un vacío tapete donde se tiran dados o se echan naipes a ver qué pasa... Entonces, sólo la palabra tiene el poder: sólo el hechizo vertebra la esperanza.



                   





                                                                   Carlos Cano   ("Habaneras de Cádiz")    


                 

         

         

lunes, 5 de diciembre de 2016

El Mesón que contiene la vida






                                            Pensar que en esta vida las cosas de ella han de durar siempre en un estado, es pensar en lo escusado, antes parece que ella anda todo en redondo..., y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua. Sola la vida humana corre a su fin ligera más que el tiempo...


                                                       Miguel de Cervantes  (Don Quijote)



                                        Actúa de la manera en que te gustaría ser y pronto serás de la manera en la que actúas.

                                       El amor no tiene cura pero es la única cura para todos los males.


                                                             Leonard Cohen





                                         Mucho tiempo atrás, encontré un tesoro casi escondido de sorprendente riqueza en un espacio envuelto en aura marina con sabor a cálido hogar, silencioso, profundo, donde el olvido era imposible y la luz se tamizaba contra las tinieblas del tiempo. En el lugar se respiraba pureza y parecía prometer deleites misteriosos para los sentidos y las emociones... Desde entonces, mis regresos transcurren por aposentos, salitas, habitáculos y pasillos entre objetos desconocidos o que despiertan recuerdos que la memoria acerca definitivamente cuando recrea ambientes domésticos, laborales, intelectuales y festivos, como si buscaran complicidades en la observación de su identidad: ahí, la supervivencia; más allá, los oficios que indultaron los años; cerca, una almazara, un calvario, un mostrador de antigua taberna (del Perchel procede), o la barquita ("Victoria", se llama)..., y si quizá, entonces, rodeo el patio central con su pozo hechicero alrededor del que todo se aferra, casi tropiezo con una fire pump de Torre del Mar, o con esos sinuosos aperos de labranza, artesanías de esparto, caza, apicultura, queso y pasas, y si como en el juego del escondite, cruzo, subo o bajo, entonces surgen de repente un humero, detalles taurinos, carnavalescos, y carteles festivos que anuncian "veladas de luz eléctrica", "fantoches, globos y cucañas" o "batallas marítimas de serpentinas"... Pero si el atajo me conduce a algún recinto donde alargo la captura del instante, el sueño se apodera de un pasado floreciente y me percibo escribiendo en el elegante despacho de Arturo Reyes (¿Cartucherita o La Goletera?), o tocando el piano con ropajes de rico adorno en el gabinete contiguo, tan íntimo, tal vez alternando la música con el encaje de bolillo, mientras espero a que se vayan quién sabe qué incómodas visitas para las que el tresillo ya se ha adaptado a posturas "envaradas", y paso al dormitorio en el que nacerían niños en un sillón de partos que nunca imaginé, para adormecerse luego a la lumbre del brasero o al vaivén de la cuna de madera, y más adelante, entretenerse con sus casitas de muñecas y otros juguetes...






                 Estoy en una antigua hospedería o posada del siglo XVII: el Mesón de la Victoria, un edificio con encanto típico de la arquitectura popular. Hoy es el Museo de Artes y Costumbres Populares de Málaga. La memoria, caprichosa, ha ordenado -o mejor, desordenado- el contenido, colocándolo a mi aire según lo admiro en cada ocasión. Pero la reconstrucción de las diversas actividades de la vida cotidiana malagueña desde el siglo XVIII hasta el XX es tan perfecta y completa que, sin duda, no puede haber mejor referente para conocer Málaga, su provincia y sus gentes que este Museo, donde los fondos se hermanan con el contexto con tanta exactitud y los objetos exhibidos con su entorno arquitectónico, que el visitante se siente como en casa. Para una exhibición etnográfica de esta índole, se cedieron inicialmente unas dependencias de la Sociedad Económica de Amigos del País, y en 1971 se compró el Mesón, entonces abandonado y ruinoso, que se restauró y acondicionó para su conversión en un museo de arte y vida, y como vehículo de exposición de las investigaciones del patrimonio antropológico de esta tierra andaluza. Así se inauguró en 1976: la historia local, la cultura y el medio ambiente concreto, cotidiano y más elemental del hombre unido a lo más intelectualizado como el folclore, por ejemplo, se convirtieron en material científico investigable donde el objeto identifica una circunstancia singular, para convertirlo en exponente de modo de vida, evocador, incidiendo en una valoración estética basada en la relación forma o utilidad, y función: los objetos no tienen tiempo ni medida, sólo huella...


                    Con este criterio, se seleccionaron y ordenaron una muestra de piezas dispersas y en peligro de desaparición, que resumen la esencia de Málaga como provincia y ciudad a través de una representación de toda su variedad. El Mesón de la Victoria se construyó sobre un solar ocupado por otra hospedería en el siglo XV, que pasó por donación de los herederos del propietario, Miguel de Araso -repostero de camas de los Reyes Católicos-, al convento de la Victoria. Los frailes Mínimos la ampliaron con una bodega que atesoró más de mil arrobas de vasijas, y edificaron una vivienda superior. Una obra posterior destruyó prácticamente las construcciones realizadas, concibiéndose para uso de mesón tal como ha llegado hasta ahora. La transformación en Museo la realizará el arquitecto malagueño Enrique Atencia, con el patrocinio de Unicaja y contenido privado. Sobre una planta cuadrangular que se prolonga en forma de trapecio hacia el fondo de las caballerizas, las dependencias se distribuyen en torno a un patio interior con galerías baja y alta sobre columnas donde desembocan las cubiertas de teja morisca, rasgo característico del pueblo malagueño, según J. Moreno Villa, perviviendo también el carácter italianizante y la influencia de los fundaq islámicos, como ha estudiado J. Temboury. Su reconversión hasta el siglo XX en casa de vecinos nos habla de su adaptabilidad a usos domésticos, lo que nos transmite esos sorbos de vida con sus ritos que invitan a la meditación...






                    El Museo propone distintos recorridos para su visita según el relato que nos inspiren las piezas conservadas. Una panorámica general resulta insuficiente, en mi opinión, ya que sólo nos aportaría una primera aproximación. Según nuestros intereses concretos, podrían aconsejarse al menos cuatro itinerarios generales, o girar la visita sala por sala (ocupan los dos pisos), o bien disfrutarlo en libertad donde el asombro nos lleve... Yo tengo la suerte de haberlo admirado desde todas estas perspectivas, y de seguir haciéndolo, ventaja que me aporta residir en su atractivo entorno. Un recorrido ambiental ofrece la percepción de aspectos domésticos y laborales de las clases populares malagueñas, planteando la comparación entre los mundos rural y urbano a través de las diferencias de las estancias de habitaciones representadas (burgués: gabinetes, despachos, salones, otras salas...; popular: cocina, comedor, dormitorio rural, etc.), o las matizaciones existentes entre los trabajos respectivos (urbano: imprenta, litografía, bordados, carpintería, cerámica, forja, obradores...; rural: viticultura, pesca, ganadería, transporte, oleicultura, enología, apicultura...). El recorrido donde se materialice un oficio específico supondría otra opción, la de identificarlos con las piezas correspondientes de corte artesano como es el caso de la carpintería, apreciada en el mobiliario, o en objetos de madera útiles para otras actividades y oficios como el de sillero: muestras curiosas serían el "banco-arcón" o el "sillón de lira", una de las joyas más interesantes que se conservan en el museo. La cestería se representa en trabajos realizados con fibras vegetales como el esparto, palma, pita, enea, vareta de olivo..., que aparecen en cerones, aguaderas, capachas y cabezales, cinchas y bozales para animales de carga. De ahí, la alpargatería, con ejemplos como las denominadas agovías para la pisa de uva. Muchas de estas piezas se encuentran en desuso por el proceso de industrialización, aunque también en algún caso se ha producido el fenómeno de la reconversión o aún continúan vigentes -como las que intervienen en una matanza, aunque hayan cambiado los materiales a veces pero se sigan los mismos ritos y se utilicen las mismas formas (como las trébedes para soportar los calderos de cocer las morcillas, la mesa tocinera, etc.)-, y así se mantiene el "piporro búcaro", o sea, el botijo.


                       Lo lúdico, en sus vertientes festiva y folclórica, constituye uno de los medios de expresión popular más completo, conservándose aún en toda su pureza las más genuinas representaciones: verdiales, quema de los "júas" en la noche de San Juan, pastorales navideñas, maragatas de Comares o correderas en Villanueva del Rosario. Todo ello podría implicar un nuevo recorrido: la artesanía complementa a la fiesta mediante las indumentarias, instrumentos musicales, la escenificación de los bailes por medio de las figuras de barro, como la panda de verdiales de Carmen Pastora, o de los boleros y zorongos del siglo XIX de los escultores Gutiérrez de León o los Cubero, la tauromaquia y los carteles de festejos o de Semana Santa. Allí conocí más por extenso, a través de sus objetos, la exótica historia de la bailarina de cuplés Anita Delgado, que llegó a ser Princesa de Kapurthala al casarse con un maharajá hindú, como si fuera la protagonista de una novela más que de una realidad, pero ignoraba que fuera malagueña. La Málaga histórica presenta sus señas de identidad en los momentos más brillantes de su trayectoria, y podríamos señalar este como el recorrido más genuino: la época romana, en la que alcanzó el título de municipio ( Lex Flavia Malacitana), con gran actividad comercial consecuencia de la calidad de sus productos agrícolas, marítimos y de salazón (el garum); el periodo islámico, especializándose en productos como los higos, pasas, almendras y el aceite, o suntuarios (loza dorada, sedas, plata) y el siglo XX, de industrialización y progreso con una supuesta modernidad que facilitó el desarrollo de la burguesía. Expresiones de personalidad única a la que contribuyeron siempre su clima y el mar, sin olvidar la vocación comercial de los fenicios.







                       En el siglo XIX, Málaga era denominada "la ciudad de las mil tabernas y una sola librería", en frívola y tópica alusión a la ausencia de vida cultural que no parece tal si observamos por el museo tantos datos que inciden en aspectos intelectuales, lo mismo que ocurre con su condición marinera que, en alguna ocasión, no presenta un papel dignificador, como ocurre con la figura del charrán, hombre de mal vivir de las playas malagueñas, como lo definió Teófilo Gautier y poetizó Leoncio Talavera con su cuadro "El cenachero". El mundo agrícola se centraba en el cultivo de la uva, generadora de riqueza económica y étnica (como vendimiadores llegaron muchos extranjeros durante el siglo XVIII), que también potencia esa imagen placentera asociada a los vinos y enlazada a la constante comercialización de pasas e higos, pero con un cuidado refinamiento en sus embalajes que ratifican la conciencia de competitividad mercantil, cuyo peso se hace notar en la burguesía industrial y es la razón por la que el mundo burgués tiene una presencia tan destacada que confiere una personalidad distinta a este Museo en relación a otros del mismo tipo. La atracción sobre la ciudad influyó en el auge del turismo y sus consecuencias: el souvenir o recuerdo, con las figuras de los barros representando personajes populares, tipificados en versiones de bandoleros, manolas y manolos, gitanos, bailaores, caballistas..., algunos utilizados como tapones de botellas, volviéndose a unir vino y tipismo como condensación ejemplificadora y ambivalente de lo extrapolable de la provincia: claves perfiladoras del pueblo a través de sus actividades cotidianas, algunas en desuso pero no perdidas gracias a su presencia en este Museo.





                                                                                     Museo del Vino


                         Efectivamente, Málaga es tierra de vinos desde tiempo inmemorial. Existen vestigios del cultivo de la vid y elaboración de vinos desde el siglo VIII a.C., con el paso del tiempo mundialmente conocidos. Su ubicación geográfica y clima hacen inmejorables las condiciones para el cultivo de la vid y la producción de diferentes tipologías de vinos de calidad. Actualmente, más de mil hectáreas de viñedo se dedican a esta actividad, repartidas entre los municipios que conforman las cinco zonas de producción vitivinícola: Axarquía, Montes de Málaga, Norte, Serranía de Ronda y Manilva, mientras que las Pasas de Málaga amparan 1.300 hectáreas de viñedo. No extraña, por tanto, que se le haya dedicado al vino un museo, el que "descubre mil sensaciones", ubicado en el antiguo Palacio de Biedmas, del siglo XVIII, no muy lejos del antaño Mesón de la Victoria: es el Museo del Vino de Málaga que expone más de 400 litografías (etiquetas y carteles de fines del XIX y principios del XX), botellas y piezas singulares (cartelas, piedras litográficas, estuches de pasas y material promocional de las bodegas malagueñas de esas épocas). El Museo explica la historia del vino desde los fenicios a la actualidad, su geografía con amplia descripción de las zonas de producción, y cualquier cuestión referida a la viña (la planta, variedades y prácticas de cultivo en injerto, poda y asoleo), el conocimiento de la obtención del mosto, y las crianzas y tipos de vinos con denominación "Málaga" y "Sierras de Málaga", así como la de "Pasas de Málaga". El etiquetado es tan variado que representa tanto a personajes históricos como a todo tipo de referencias al arte y la liturgia o muestra al vino como la panacea universal siendo útil hasta para los enfermos. Los Reyes Católicos otorgaron la primera cédula que amparaba como "Señores de las Viñas" a sus propietarios. El vino es un placer que se siente, por lo que allí percibimos aromas de lo más variopinto: jazmín, canela, lavanda, avellana, vainilla, hiedra... Este espacio moderno y luminoso impacta desde su entrada y completa magníficamente al MAP.




                                     
                                                                               Museo de Artes Populares


                            Si preferimos pasear y observar con detalle los recorridos a los que ya me he referido, nos detendremos en cada una de sus salas, donde se profundiza en el conocimiento de la relación del hombre con su entorno y circunstancia y en la contemplación de enseres y ámbitos. La cuadra ocupa un amplio espacio de tres naves separadas por pilares rectangulares bajo arcos de medio punto, con un suelo empedrado que informa sobre el tránsito de caballería sobre esta zona y por ello se han situado los elementos relacionados con todo tipo de comunicaciones terrestres: carruajes, carros, monturas, abrevaderos..., y las piezas artesanas de la manufactura correspondiente. Lo escarpado del terreno en zonas rurales hacía inviable las labores agrícolas mecanizadas, manteniéndose el uso del animal incluso para el transporte, aunque también se exhibe una singular berlina como carruaje de viajeros. Haciendo referencia a los obradores artesanos se han reconstruido una fragua y una tahona. La fragua reproduce una herrería, con todo aquello que podría generar, siendo especialmente significativos los denominados calabozos o rozones, especie de cuchillo de hoja curva para cortar caña de azúcar. Pero merecen una lectura especial las rejas, barandillas de balcones y cancelas, recabadas de derribos de viviendas del Perchel, ejemplos de forja y ornamentación de la arquitectura doméstica local de los siglos XVIII y XIX, posteriormente producto industrial sinónimo del progreso de la zona gracias a las industrias metalúrgicas, de Heredia principalmente, que queda testimoniado, a nivel decorativo, en los herrajes de las casas de la reconvertida ciudad decimonónica. La tahona, de Álora, aparece con todo lo que requería la elaboración del pan, incluido el molino de harina.


                     Se rinde homenaje a los hombres de la mar y al arte de la pesca en una preciosa sala, la primera a la derecha tras entrar al edificio, dominada por un sardinal, barca de pesca semejante a la jábega, reproducida en maquetas colgadas de las paredes. Enseres de pesca -como el torno de varar- escenifican la típica acción de sacar de la mar las barcas tras la pesca. La nota romántica la aporta el mascarón de proa de aire modernista. Al salir de esta sala aparece un espacio inferior que se abre a la calle Camas, entrada principal del mesón (ahora con una salida trasera ajardinada, con fuente y granados...), y hoy zona intermedia que separa la ya comentada y otra, doméstica o casa propiamente dicha, una vivienda "tipo" en la que se han seleccionado dos unidades diferentes: la de labranza y la burguesa, que por una parte, nos acercan a lo cotidiano y popular y por otra, a la representación de la realidad concreta del lugar acomodado, o sea, lo rural y lo urbano, ocupando, en el primer caso, la planta inferior y en el segundo, la superior. Aprovechando el hogar de la primitiva posada, se ha montado una cocina propia de la arquitectura popular con un amplio humero y los utensilios propios de las labores de este ámbito.


                   La sala contigua representa el comedor de una casa de labranza de cierto nivel socioeconómico. Lo habitual en las zonas rurales de la provincia es el cortijo de pequeño tamaño donde hogar y sala coinciden en una misma estancia, a veces sirviendo también de dormitorio, ya que las cámaras del piso se dedicaban a almacén. En zonas más potentes económicamente se da otro tipo de viviendas de mayor nivel social y otra especialización en los usos de los espacios. El comedor del Museo correspondería a esta tipología, pese a su sencillez. Resultan incontables las piezas expuestas, muchas relacionadas con la matanza, actividad todavía en uso. La mayoría del mobiliario y del ajuar que presentan las áreas domésticas provienen de la zona de Campillos, lugar de origen de Baltasar Peña, promotor, junto a Enrique García Herrera, de este Museo y uno de sus más destacados benefactores, que donó de las propiedades de su familia gran parte del material que se muestra. Si la mar fue la primera seña de identidad de Málaga, el vino ha sido la segunda. La industrialización tuvo como motor impulsor la fabricación en hierro de las flejes de las botas para la exportación del vino. La sala del lagar, bodega y taberna constituyen perfectos tratados de la viticultura y enología malagueñas. Objetos interesantes son la prensa del lagar, procedente de Sedella, del siglo XVIII, las botas para contener el vino y el torniquete de barrilero. Un pianillo adorna el lugar mientras una fotografía ilustra a un músico callejero tocándolo. Otro se los sectores económicos importantes de la provincia es la industria del aceite, representada por una impresionante almazara con su empiedro, una prensa donde se exprime la masa resultante de la molturación previa y un depósito de hierro fundido, todo recuperado de un molino de la presa el Limonero, junto a otros utensilios que ambientan el espacio.






                    Al salir de esta sala, atravesando el patio, inmortalizado en la obra de José Denis Belgrano "Después de la corrida" del Museo de Bellas Artes, se accede a la primera planta, dedicada al medio burgués. Unas vitrinas exhiben vestidos y trajes, indumentarias infantiles, carnés de bailes, sombrillas de seda... Típico de la época, la separación entre los ámbitos privados y públicos era estricta: los primeros los constituían dormitorios, salas de costura, cocina, aseos y habitaciones del servicio, espacios del dominio femenino, y los segundos, salones, gabinetes, comedores y despachos eran la zona de exhibición. En este apartado se incluiría el despacho de Arturo Reyes.Y en relación con la labor del escritor, aparece flamante su modo de impresión y expresión: la imprenta. El ambiente cultural de Málaga en el siglo XIX se fomentó a través de las innumerables publicaciones periódicas, así como la importante producción gráfica con excelentes artistas de renombre nacional. A todo ello dedica el Museo un espacio que a mí me fascina especialmente, representado por el material procedente de la imprenta Sur-Dardo, fundada por Manuel Altolaguirre y Emilio Prados -de ahí el Modernismo de las imágenes de las piedras-, y de Gráficas Alcalá, con un importante taller de litografía, especializado en carteles de toros y lechos de cajas de pasas. Enlazando el gabinete y el dormitorio, de intimismo delicado, con su medio de desenvolvimiento, la sala de las labores agrícolas contiene diferentes aperos de labranza dedicados especialmente al secano (bielgos o rastrillos de gran tamaño, el arado romano, azadones, hoces, yugos para mulos o bueyes...). Y como complemento, objetos de artesanía como queseras, mieleras, cajas de pasas forradas de rasos de colores, dibujos y litografías de caprichosas formas con sus moldes de madera o "guarritos" para envasar... La industria del higo ha sido otra de las tradiciones del lugar. Los higos de Rayya (nombre árabe de la circunscripción de Málaga en el periodo altomedieval), se exportaban hasta Oriente Medio por su calidad y por ser considerados los mejores del mundo. Se presentan  a través de prensas de ceretes (canastillas de palma en forma de disco) y ceretes llenos de higos secos.


                  Uno de los productos estrella de la Málaga musulmana fue la cerámica de loza dorada o de reflejo metálico, de gran cotización. Anteriormente, los abundantes alfares romanos señalan la tradición alfarera del lugar, que decayó durante la Edad Moderna aunque sin llegar a perderse sino más bien reconvertirse hacia lo más estrictamente artesanal y popular. Durante el siglo XIX tuvo un gran impulso con las piezas procedentes de Cuevas de San Marcos, Coín o Colonia de Santa Inés, caracterizadas por la combinación del melado y el verde, manteniéndose escasamente el azulón típico de Málaga. Aquí vemos recipientes de uso doméstico o como complemento de la arquitectura con los canalones y gárgolas, auténticas maravillas. Las fiestas  y el folclore se muestran en prendas de encaje y bordado, en la indumentaria taurina, en ejemplares de la Pastorá, la fiesta de candelas, y en los barros, con una panda de verdiales en barro policromado cuyas figuras congelan los pasos de baile más significativos. En la sala más amplia del Museo, unas vitrinas recogen cerámicas que mezclan lo popular y lo culto, con temas religiosos y festivos, en los tan famosos Barros Malagueños, que, por su calidad, son la colección más importante del Museo. Se compraron al coleccionista inglés Peter Winckworth, y conforman la mejor representación del Romanticismo artístico en la ciudad. Los antecedentes se encuentran en Nápoles, en el siglo XVIII en las figuras para belenes. En Málaga comienzan a elaborarse con la misma temática religiosa, aunque el gusto goyesco hizo recaer el interés en los tipos populares. Tuvieron un gran éxito por su autenticidad y estar realizados por escultores de sólida formación, obteniendo una gran demanda sobre todo por extranjeros que buscaban la España de pandereta, perfectamente representada en los bandoleros, toreros, bailaoras... La colección del Museo recoge temas de tauromaquia, bailes y tipos populares, belenes y temas religiosos. Precisamente, la sala dedicada a la religiosidad popular es de un misticismo subyugante; en ella me detengo indefinidamente en innumerables ocasiones, contemplando esos belenes o calvarios de pequeñitas figuras metidas en urnas de cristal, imágenes de rezo para la intimidad de la alcoba, vidrios devocionales, exvotos de ingenua narrativa, las figuras en hueso, esa inigualable talla de madera policromada de San Rafael..., que potencian la relación romántica del hombre con lo trascendente.







                          Otro de los atractivos de este tipo de museos radica en la conservación de una riqueza léxica que incide en la importancia del patrimonio cultural, en este caso, lingüístico, de la lengua española y de localismos. Quedan los diccionarios, sí, pero una lengua debe permanecer lo más viva posible en el habla individual y si el objeto pervive, su denominación subsiste. Lo mismo ocurre en el plano de la investigación, que no desaparece mientras se fomenta el estudio de tanto como queda por saber. En este museo, un departamento conserva amplia documentación en el archivo dedicado a Narciso Díaz de Escovar, periodista, polígrafo, cronista e intelectual miembro de la Academia de Historia, Bellas Artes de San Fernando y Buenas Letras de Sevilla. Y aumentan los expertos cuyas colaboraciones en la exploración y el conocimiento del Museo, tanto por lo que se refiere al edificio como al contenido, son imprescindibles para una más amplia comprensión de lo que se ve. Sus aportaciones me han resultado valiosísimas para la elaboración de este artículo y para entender las reflexiones histórico-antropológicas que suscitan una forma de vivir que mantiene su esencia en el tiempo y quizá alcance la eternidad..., esa que parece transmitir el Mediterráneo, tan próximo, según se sale del antiguo Mesón, a la izquierda...



                                                                            "Smile"  (con Charles Chaplin)


     

               









jueves, 24 de noviembre de 2016

TRADICIONES NAVIDEÑAS ARAGONESAS


                         


                                        ... y siguieron el camino de Zaragoza, adonde pensaban llegar a tiempo que pudiesen hallarse en unas solenes fiestas que en aquella insigne ciudad cada año suelen hacerse.


                                                                             Miguel de Cervantes (El Quijote, II, X)



                                                                                          Palomica, palomica,
                                                                                          no levantes tanto el vuelo,
                                                                                          porque te saldrás de España
                                                                                          y no sabrás volver luego.

                      
                                                                     José Iranzo "El Pastor de Andorra" (In memoriam)



                                 
                                       Aunque el paso de los años haya puesto en desuso muchas de las tradiciones navideñas de Aragón, llenas de alegría, emoción y sentimiento, algunas quedan en el recuerdo para dar testimonio de esta tierra y sus gentes y otras se van rescatando para acercar el pasado al tiempo actual, sobre todo en el ámbito rural, espacio que se reivindica en estos momentos como lugar de recreo, descanso o incluso como posible campo de expansión laboral. Mientras, estas tradiciones coexisten con otras modas y modos importados del exterior, de influencia francesa, sajona y nórdica, que, aunque del gusto moderno, se viven en ocasiones como una auténtica invasión. Curiosamente, los niños holandeses, por ejemplo, siguen creyendo que San Nicolás llegará cada año, con sus regalos, procedente de España. La editorial Prames ha publicado un disco-libro que recopila y rescata documentos no sólo sonoros -con la magnífica Orquestina de Fabirol recorriendo las piezas musicales autóctonas más populares (como la versión regional del Arre, borriquillo), o completamente desconocidas o bien casi olvidadas-, sino también otros elementos festivos con el asesoramiento del antropólogo Ricardo Mur, el musicólogo Blas Coscollar y el experto en gastronomía, José María Pisa, como la singular tradición de as calandras, un sistema que basaba la predicción meteorológica para todo el año siguiente en el tiempo de los últimos doce días antes de Navidad.





                     En cualquier celebración, uno de los elementos que siempre sirve de fondo imprescindible es la música. En Aragón, eran ya populares los villancicos y tonadas de Navidad en el siglo XVII. Yo creo que no es casualidad que la primera partitura de jota que se conoce, antes de que esta fuera conocida con ese nombre, figure en el villancico "De esplendor se doran los aires", compuesto en 1666 por Josep Ruiz de Samaniego, maestro de capilla del Pilar. Las letras, en todos los casos, solían ser ingenuas y sencillas, como la de un manuscrito encontrado en Daroca:

                                     Tienes, prenda del alma,
                                     unos ojitos
                                     que a todos los que miras
                                     les dan hechizos.
                                     Pues eres de los cielos
                                     chiquirritito,
                                    ¿Cómo vienes al mundo
                                     tan pobrecito?
                                     Aunque estés entre pajas,
                                     mi zagalito,
                                     se conoce que eres
                                     Dios infinito.

               En Borja se cantaba este villancico considerado de carácter local:

                                     Las zagalas y pastores
                                     rendidos van en tropel,
                                     llegan a Belén cantando,
                                     fatigados de correr;
                                     pero al ver tanta belleza
                                     en un humilde portal,
                                     se conmueven de terneza
                                     y no se atreven a entrar.

               Y en Tarazona:

                                    La zambomba tiene un diente
                                    y la muerte tiene dos,
                                    y el chiquillo que la toca
                                    tiene ganas de turrón.


                   Pero no sólo eran habituales los villancicos sino las canciones de muy variado signo, como las auroras o los romances. Los cancioneros aragoneses abundan en ejemplos, como la "Aurora de Navidad" de Pallaruelo de Monegros (Huesca): "Entre el buey y la mula/ Dios ha nacido,/ cuando pajas de avena/ lo han recogido./ Venid, devotos,/ venid ahora/ a rezar el Rosario/ a nuestra Señora/". O este romance popularizado en Robres: "Madre, en la puerta hay un niño/ más hermoso que el sol bello;/ tiritando está de frío/ porque el pobre viene en cueros...". Y en Chalamera: "La Virgen y San José/ juntos pasaron el río,/ y en una cuna de flores/ llevan al Niño metido./ Ya se llevan/ al recién nacido,/ mantillas, pañales,/ faja y corsetín,/ porque vienen los fríos de enero/ y el rey de los cielos/ está por venir/".

           El villancico significa, según su etimología, "canción del villano", de carácter campestre y rústico; en su mayoría son anónimos tanto en música como en letra, por eso suelen ser pegadizos pero llenos de poesía. Podemos verlo en el siguiente recogido en Castejón del Puente (Huesca):

                                    Todos le llevan al Niño,
                                    yo no tengo que llevarle;
                                    las penas del corazón,
                                    que le sirvan de pañales.
                                    Queridito Niño,
                                    diviértete un poco,
                                    que el amor es puro
                                    y el tiempo es muy corto,
                                    y con tus sonrisas,
                                    y con tus amores,
                                    llenarás de gracia
                                    nuestros corazones.
                                    Yo haré una camisica
                                    que será de lienzo fino,
                                    guardando como Dios manda
                                    los diez preceptos divinos.
                                    Yo le haré una cunita
                                    que será de nogal,
                                    guardando como Dios manda
                                    la pureza virginal.

            En Calatayud se encontró un manuscrito anónimo fechado en 1792 dedicado al nacimiento de Jesús, pero en realidad, el villancico apareció ya en el siglo XVI, formando parte de las festividades eclesiásticas de Navidad, fruto del sentimiento religioso popular, y se interpretaban en nuestros pueblos con los músicos y cantores vestidos de pastores, y los niños de ángeles. En los dos siglos siguientes, esta manifestación músico-coral experimentó su verdadero auge. El villancico sacro comienza y termina, generalmente, con una parte coral, el estribillo; la central está constituida por uno o varios pasajes para voz sola, las coplas, y el acompañamiento es a base de los instrumentos clásicos de cuerda, con la percusión de panderetas y zambombas. Consta documentalmente que la adoración de los pastores al Niño, acompañada del canto de villancicos, se celebró por vez primera en en la catedral de Huesca en 1642, y que en el siglo XVII, también en Huesca, se interpretaban villancicos satíricos contra el alcalde mayor. Ana Abarca de Bolea, abadesa de las bernardas de Casbas, escribió al modo popular el "Romance al nacimiento de Christo Nuestro Señor" y la "Albada del Nacimiento, en aragonés, que documentan esta especie de cantos en el Alto Aragón y la persistencia de una lengua aragonesa como la comprobada en tiempo de Pedro IV, haciendo referencia a "lo tizón de Nadal,/ que ye nombrado tizón". En el "Baile pastoril" del Nacimiento introduce diálogos de "Bato y Borrego" (pieza representada en el teatro Salesiano de Huesca). Como ya sabemos, el nombre Bato da pie al apelativo baturro, zafio, rústico, en tanto que Borrego se refiere al pastor, "aunque ambos actúen como pastores a los que tienta y persigue el demonio para que no vayan a adorar al Niño, de forma análoga a como ocurre con las pastoradas de la Ribagorza y en los dances en los que el diablo o los moros-turcos, en su nombre y con su apoyo, intentan estorbar la celebración de las fiestas", como refiere el investigador Antonio Beltrán. Perduran villancicos con letra aragonesa, más bien derivada del catalán, como este que se canta en Noales, del municipio de Montanúy (Huesca):

                                 Pastorets de ixes montanyes,
                                 ascoltéo lo que os diré,
                                 arrepleguen les ovelles
                                 i anem tots cap a Belén.
                                 Correu, veniu y veureu,
                                 correu, veniu y veureu,
                                 la miracle des miracles,
                                 un Noiet Fill de Déu.

              A propósito de la lengua aragonesa, no estará de más en este punto recordar que, según la Unesco, el aragonés es una de las lenguas que más peligro de extinción presenta en Europa, a pesar de los esfuerzos del Consello d´a Fabla Aragonesa en los últimos años para defender la investigación y la divulgación en el ámbito educativo, así como en el legislativo, aunque quede mucho por hacer sobre todo desde las administraciones públicas. No se ha llegado a desarrollar la ley de lenguas y sigue sin estar reconocida en el Estatuto de Autonomía, así que el objetivo continúa siendo conseguir un reconocimiento jurídico, la normativización y normalización social de la lengua para no perder esa transmisión intergeneracional que el Consello ha pretendido desde su creación: los aragoneses tenemos que implicarnos en la dignificación y conocimiento de otra de nuestras señas de identidad...






                     La luz permite que la fiesta brille más, como alumbraba la estrella, se dice, que guió a los Reyes Magos siguiendo el esplendor de su estela luminosa, por eso en muchos lugares principalmente del Alto Aragón se encendían hogueras en la plaza mayor en la vigilia de Navidad, en la de Año Nuevo y en la de la Epifanía, obedeciendo a ritos ancestrales que tanto atraen con esa sugestión de lo purificador. Para ello, después de haber asistido el pueblo a la solemne función de vísperas en la iglesia parroquial, los mozos del gasto -que por ese nombre se conocen-, se proveían de astrales (o destrales) y, empuñándolos, subían al monte o bosque más próximo para talar la leña con destino a la gran fogata para regresar al poco con pesados troncos, de grandes proporciones y varios quintales de peso, que servirían para mantener la hoguera encendida durante toda la fiesta. Todavía hoy, el momento de prenderle fuego se produce cuando todos los habitantes del pueblo han cenado y deambulan por las calles alegres y animados. Las llamas se reflejan en las fachadas de los edificios de la plaza y es entonces cuando los vecinos acuden a formar corro en torno, bailan la rueda, saltan sobre las propias llamas y cantan ritmos a coro. Al final, cansados de tanto danzar, se sientan a asar patatas en la brasada, castañas, chorizo o longaniza. A las doce de la noche, las gentes se retiran a descansar. Poco después, los mozos del gasto, presididos por el gaitero y acompañados por el alguacil o algún funcionario municipal, forman un grupo que va a cantar albadas por todas las calles y se detienen en algunas casas, empezando por la del cura y luego la del alcalde. Entre esas tonadas, destaca esta de Naval:  "A Belén han llegado/ los Santos Reyes/ y rendidos adoran/ en el pesebre./ !Qué maravilla,/ tan linda y bella,/ que a los tres Santos Reyes/ guía una estrella!". Existen albadas de muy diferentes letras. La de Villanúa tiene más carácter amatorio y una de sus estrofas se refiere también a Naval: "Gracias a Dios que he llegado/ a cantar a este portal,/ que me han dicho que aquí estaba/ toda la sal de Naval".

               Otro rito propio de la Corona de Aragón, conocido desde el Pirineo al Ebro, y que en los últimos tiempos ha sido reivindicado por distintos colectivos, era el de la tronca o el tizón de Navidad, estrechamente emparentado con la anterior tradición del fuego, la hoguera. En San Juan de Plan, en el Pallars o en la Ribagorza, al encender el tronco de Navidad, el padre de familia trazaba una cruz con vino sobre él y recitaba esta fórmula:

                                          Buen tizón,
                                          buen tizón,
                                          buena brasa,
                                          que vivan los dueños de esta casa.

         En Bonansa y pueblos comarcanos, la tradición se aprovecha también para obsequiar a la chiquillería: los padres, de común acuerdo, preparan el tronco de Navidad en el fogaril y debajo ponen los regalos y los dulces para sus hijos. Estos, mientras, tienen que ir a remojar unos palos en la balsa o la fuente más próxima y al volver golpean el tronco con los palos, cantando:

                                         Caga, caga,
                                         tronco de Nadal,
                                         caga turrons
                                         i pixa ví blanc.

           Ya en los Monegros zaragozanos, en La Almolda, se ponía a arder en el hogar un tronco durante la Nochebuena y al día siguiente se apagaba, se guardaba en la bodega y sólo se sacaba de allí cuando amenazaba tormenta, ya que bastaba con ponerlo a la puerta de la casa para conjurar el pedrisco. Ahora es más difícil continuar con la tradición de la tronca porque en casi todas las casas en las que no se ha reconstruido o recuperado, ha desaparecido el hogar clásico, pero sí se rinde culto todavía en estas fechas, además de las que ya conocemos de otras épocas del año, a las hogueras, acontecimiento que se observa en aumento con el paso de los años.



       

                     A pesar de la eterna discusión acerca de la fecha del Nacimiento y de la Navidad, se da por buena el 25 de diciembre, día que señaló Dionisio el Exiguo en el siglo VI, pese a la discordancia cronológica existente en el censo de Quirino, así como en relación al desplazamiento de José y María desde Nazareth a Belén (el interesado puede encontrar información abundante en multitud de webs sobre el tema). Aragón se adelantó en la celebración de la festividad por medio de Pedro IV en 1850, mientras que el comienzo de año el 1 de enero lo estableció en España Felipe II siguiendo la pauta marcada por Maximiliano de Alemania y Carlos IX de Francia. La tradición manda en este artículo y no importa mucho si esta concuerda o no con la realidad que fue, o con el desarrollo de los hechos: son debates ya superados. El nacimiento -el belén-, muy arraigado en Aragón, cobró auge en el siglo XVIII, se dice que importado por Carlos III, procedente del presepio napolitano, pero aquí ya existía el popular pesebre catalán, cuyas figuras seguramente se extenderían por nuestros territorios para dar vida a los nuevos nacimientos. Tal vez por el clima no se han prodigado los belenes vivientes y es ahora cuando puntualmente se observan en lugares cerrados pero también en las calles de las ciudades. Sin embargo, siempre existió la adoración de los pastores, al igual que fue común la representación de entremeses en la catedral de La Seo de Zaragoza existentes desde el siglo XV, pues queda constancia de que en 1419 asistió el rey y la corte, y en siglos posteriores, el Consejo en corporación iba a felicitar las Pascuas de Navidad al Virrey al término de la ceremonia de vísperas en la iglesia de Santa Engracia, también en Zaragoza, desplazándose la comitiva a caballo, ya que así era preceptivo, con gramallas y precedida de mazas. En la actualidad, la proliferacón de belenes de distintos tipos es tal que se organizan rutas de belenes, a veces por varios pueblos, como en Huesca, abiertos al público visitante en algunos casos hasta abril. Cada uno tiene su singularidad: en Peralta, se puede ver una colección de más de un centenar de belenes de cuatro continentes; en Sena, incluye la teatralización de escenas navideñas; el de Tamarite se hace con alfombras del Corpus y el de Fraga se dedica este año al monasterio de Sijena.

               La Misa del Gallo es una tradición generalizada, aunque la asistencia va variando según la época y la edad, ya que en estos momentos a veces se suelen preferir otros espacios o verla por la televisión, según las inclemencias del tiempo, o las creencias religiosas. En realidad, hasta hace poco, sólo se salía de casa el 24 de diciembre para este acto. Antes, en las montañas, dos pastores, en el fondo del coro, solían crear el ambiente musical para la misa con sus voces y silbidos, imitando a las ovejas. Los chicos llevaban zambombas hechas con vejigas de cerdo infladas para acompañar la copla de todos conocida Dale, dale, dale... En lugares del Bajo Aragón turolense, se hacían reventar las vejigas de cerdo en el momento en que sonaba la campanilla de la consagración, provocando un gran estruendo y temblor jubiloso y alegre. Dentro del ciclo navideño, se ha celebrado el día de los Inocentes, el 28 de diciembre, con bromas que han ido desapareciendo casi por completo, debido al mal gusto, por el exceso de algunas que se gastaban. Ahora nos informan de alguna noticia sorprendente e incierta o exagerada, pero en eso suelen quedarse las inocentadas. Sin embargo, la incidencia de esta festividad en según qué comarcas aragonesas fue significativa. Es el caso de la provincia de Teruel, donde ese día un botarda (como nos informa Alfonso Zapater), disfrazado con trapos de colorines, entraba por las casas, alborotando, pidiendo obsequios y tomándose licencias que, en más de una ocasión, se pasaban de la raya. En Mirambel, las mozas elegían un falso alcalde para ese día, y en Camarena se subastaba el derecho a bailar con una moza determinada, y si ella se negaba...!tenía que pagar el importe de la puja!... Gea de Albarracín solía ser escenario también de estos acontecimientos. En esos pueblos, al ir a la misa del Gallo se dejaba la puerta de las casas abierta y el fuego encendido en el hogar, con la casa dispuesta para las visitas, "por si la Sagrada Familia pasaba por allí y decidiera entrar en busca de posada, no ocurriera lo que en Belén". Cuentan que en Tierrantona se recogían malvas la noche de San Juan para adornar la mesa de Nochebuena y al día siguiente aparecían abiertas y blancas. En Benasque se celebraba la "esquellada", en la que los chicos recorrían el pueblo la semana anterior a Navidad, haciendo sonar un cuerno, agitando cencerros y golpeando latas, para ahuyentar a las fuerzas del mal.






                     Para San Silvestre, se despedía el año. Los vecinos de Baraguás jugaban a sacar almas y vírgenes, escogiendo cada uno de los presentes un santo, escribiendo su nombre en un papel y depositándolo en una orza, olla o puchero, incluyendo, claro, a San Silvestre. En otro recipiente se ponían los difuntos de la familia, o sea, las almas. Dejadas todas las papeletas, se sacaban alternativamente, emparejando santos o vírgenes con muertos y uno de ellos era, como cabe suponer, San Silvestre. Cuando se producía esa coincidencia, el "afortunado" tenía que pagar el vino para todos. Además, el descendiente del muerto tenía que rezar una parte del rosario dedicada al santo y otra a las almas del Purgatorio. Se bebía y se celebraba el principio del nuevo año con una colación abundante que nunca podía empezar antes de las doce. La visita de los Reyes Magos cierra el periodo navideño, pero primero tenía lugar el cabo de año, en que los niños visitaban las casas de familiares y conocidos para empezar bien el nuevo ciclo, o sea, estrenar el nuevo año con alegría y prosperidad. En la Corona de Aragón se aseguraba que Sus Majestades de Oriente aparecían por estos pagos en fechas anteriores a la de su festividad para inspeccionar las obras de los niños durante el año transcurrido, y cuentan que para la Purísima se veía cruzar el cielo a su cabalgata, rauda y cubierta de misterio. Los Magos tenían un criado llamado Gregorio, al que los niños temían. Estaba dotado de formidables mostachos pero sus orejas eran todavía más largas, capaces de oír todo lo que se hablara en cualquier lengua, y poseía unos ojos que veían a siete leguas de distancia. El odiado Gregorio era el que se encargaba de contar a los Reyes las hazañas y secretos de cada niño, sin ahorrarse detalles ni picardías. Se dejaban los zapatos en el balcón o bajo la chimenea, la comida para los camellos y la carta de petición de regalos. Como los Reyes tenían el don de la ubicuidad, entraban por cualquier parte... Coincidiendo también con el cabo de año, se creía en el "hombre que tenía tantas narices como días el año nuevo" y los chicos se iban por los cerros a ver si lo veían. También se especulaba con la existencia de un animal monstruoso en la plaza, con igual número de patas, orejas o rabos como el hombre de las narices. Los niños sólo podían ir a esperar la cabalgata de madrugada, con la camisa mojada y una caña verde en la mano... ¡con lo secas que están las cañas en esa época!... En Alquézar y en el llano de Jaca se jugaba en la noche de Reyes a sacar "damas y caballeros", por el mismo sistema de las "almas y las vírgenes", con la diferencia de que se ponían nombres de mozos y mozas en los respectivos pucheros, lo que servía para decidir el nombre del marido o de la esposa que le tocaba a cada cual: casamientos fingidos que en algún caso llegaron a materializarse...






                        La gastronomía prácticamente continúa de forma parecida a tiempos pasados, aunque algunos de los platos se conserven casi en exclusiva en la memoria pero puedan elaborarse si así se desea. Los manjares varían según las zonas y los mercados siendo típico el cardo "a la aragonesa" y ya no tanto la sopa roya o la sopa cana (con pan, chicharrones fritos, leche y azúcar, entre otras cosas) por su alto valor calórico. Ha desaparecido el ayuno del 24 de diciembre (o día del bacalao) y la recogida de fruta que realizaban los niños el 1 de enero por las casas como si se tratara de una antigua (pero más saludable) fiesta de Halloween. El pollo y el cordero han quedado desbancados por el pavo y el besugo. Los dulces se elaboran para todo el ciclo navideño. Antonio Beltrán habla de los empanadicos y empanadones (cuchiflitos) de su tierra monegrina (Sariñena, La Almolda), aunque yo los he probado parecidos y con otros nombres en las tres provincias aragonesas. Ana María Val proporciona la receta más conocida, en la que van rellenos de cabello de ángel, que no es otra cosa que calabaza confitada, dulce ya popular entre los moriscos, que se han conservado ritualmente también en Semana Santa. Los empanadicos se ofrecían a las familias afectadas durante el año por la muerte de algún familiar y el luto les impedía amasar y cocer pastas. Los empanadones, de mayor tamaño, se rellenaban de espinacas, calabaza amarilla y pasas, composición parecida  a los espinais de la provincia de Huesca. Incluso yo los conozco elaborados con hojas de borraja, en el Bajo Aragón. No podemos olvidarnos de las castañas asadas, aunque Aragón no es productora de ellas, del Roscón de Reyes, relleno de nata, a diferencia de otras regiones de España, o del mazapán, al que se dedica un romance en la ribera baja del Cinca, que, en la relación un tanto satírica que muestra la rivalidad entre localidades vecinas, se cita a "Santa Lecina y Estiche/ son dos ciudades muy grandes, las paredes son de azúcar,/ de mazapán los pilares". Y naturalmente, el turrón, en sus múltiples variedades, destacando entre todas el genuino aragonés, el guirlache, que se compone básicamente de almendras más caramelo solidificado, un galicismo (grillage, manjar tostado), cuya procedencia latina final (craticula, pequeña rejilla para asar) ya se encuentra en Catón, el gastrónomo Apicio y en el escritor bilbilitano Marcial del s. I d.C., y que pudo pasar al castellano a través del vasco. Este turrón, que se degusta durante todo el año en Aragón tiene un origen árabe y medieval y fue popularizado en nuestra tierra a partir del siglo XIX por los franceses.





                    Diciembre es un mes que impone sus condicionamientos en relación con la inactividad que se atribuye a la tierra en este tiempo, cuando la savia está dormida. La fertilidad permanece prisionera en las entrañas de la propia tierra por lo que no admite ningún trabajo hasta su despertar en febrero, como antesala de la primavera. Sólo los podadores de viñas y los femateros de olivares han venido realizando su labor en ese mes, por eso labradores, pastores y gentes de las zonas rurales en general, acogen con gozoso descanso un periodo para vivir de otra forma, para disfrutar de otras experiencias, quizá para soñar con lo que podría ocurrir cuando pasen las celebraciones navideñas. Porque los expertos saben que esa pasividad de la tierra no es absoluta: es en la luna de enero, por ejemplo, cuando se suelen cortar las cañas y los troncos para que no pierdan sus virtudes y cualidades... Mientras, se canta, se enciende el calor, se disfrutan sabores diferentes, se recuerda a un Niño que nació más o menos por este tiempo, se ofrecen presentes a propios y ajenos, se desea que la luz de la tronca, honda y plena, mantenga su lumbre lo más posible, y por eso en Ansó, se dejaba arder veinticuatro horas para calentar al recién nacido, en Gistaín se procuraba que no se consumiera durante todo el año, y lo mismo en Escalona, o en Baraguás, donde el tizón se prendía en la misa del Gallo y se mantenía hasta Reyes o la Candelaria, cubriéndolo con ceniza para que cada mañana el hogar pudiera encenderse con su calibo... Las tradiciones -ahora reinventadas- han venido trazando unos signos exteriores culturales y de identidad patrimonial de esta tierra, y tal vez de sus analogías con otros lugares, para que el artificio estético actual no se quede en simple gozo aparente y superficial, sino que, manteniéndose vivas, regalen estrellas profundas y transformadoras, de plenitud y de esperanza, y si no...


                                                        Pa San Silvestre, coje a capa y bete



                                                          "Amazing Grace" (letra de Newton). Bocelli y el Papa
           
               











                

martes, 15 de noviembre de 2016

DESCRIPCIÓN




                             ...fue a quitar la cubierta de la primera imagen, que mostró ser la de San Jorge puesto a caballo, con una serpiente enroscada a los pies y la lanza atravesada por la boca, con la fiereza que suele pintarse. Toda la imagen parecía una ascua de oro, como suele decirse. Viéndola don Quijote dijo:
             - Este caballero fue uno de los mejores andantes que tuvo la milicia divina; llamóse don San Jorge, y fue además defendedor de doncellas.


                                                                  Miguel de Cervantes (El Quijote, II,LVIII)



                           Aunque estoy convencido de que nada cambia, para mí es importante actuar como si no lo supiera.   
     
                                           Hasta la maldición está envenenada de arcoíris.                                     
                                                                   
                        
                                                                    Leonard Cohen
                                           








                                                                    Para el dibujo de una colcha



                              "Las líneas son confusas. Habría que separarse, tomar distancia para tener una cabal representación del dibujo, pero la habitación es más bien pequeña, la luz es baja e irregular, y todo eso, más la pereza del observador, no permite la percepción panorámica. A pesar de todo, uno puede distinguir, borroso, un jardín. Dos columnas lo guardan. Las columnas yacen por el suelo: ha debido de haber algún tipo de hecatombe, algo magnífico y poderoso que ha convertido lo que era un pórtico en un sendero, que tan pronto es ancho como angosto, obedeciendo al parecer a leyes caprichosas. Si el curioso se interna por el sendero, por sus sinuosidades, sufrirá accesos alternativos de luz y oscuridad, dudará a veces qué rumbo tomar, tendrá la impresión de haberse perdido y celebrará su extravío. El ambiente es unas veces tibio y otras veces muy cálido. Si uno se orienta por la temperatura, y si vence la tentación de pasar la noche en cualquiera de los muchos refugios que el camino le ofrece, llegará frente al jardín. El jardín está velado por la niebla, una niebla delicada y que, en la atmósfera oscura, algo tiene de espectral. Se supone (no se distingue bien) que la niebla es blanca, o vagamente rosa, y a través de ella el jardín apenas se insinúa: parece que hemos llegado al punto en que la temperatura entra en ignición. Un calor íntimo de horno de panadería se apodera del ánimo del viajero. ¿Se atreverá a ir más allá, a franquear la niebla, a entrar en el jardín? El observador de la colcha, con un dedo recorre el boscaje que separa el jardín de la obstinación de la niebla. Con un dedo acaricia la niebla, que tiene consistencia de musgo, cede y se resiste. Algo ardiente acecha en la penumbra. Quién sabe si habrá un monstruo implacable, si habremos llegado con Julio Verne al volcán que nos lleva al centro del mundo. Entonces, en un acto de audacia (cualquiera diría que San Jorge se dispone a alancear al dragón de fuego), el viajero aparta violentamente la niebla, que baja y cae entre las columnas, y ahora todo es oscuro en el jardín. Es el momento en que tú misma, con uno o dos dedos acaricia esta parte central del dibujo. Irás despacio, sientiendo apenas el cosquilleo del musgo, o de la maleza: es un jardín crecido a su antojo, nada versallesco, y tan silvestre que, en vez de estanques perfilados y pitagóricos, hay una vaga perspectiva pantanosa. Sí, es un jardín perverso, habría que huir de él, porque de pronto llegas a una orilla. Debe de ser una orilla. El artífice de la colcha ha conseguido crear al menos una impresión de humedad, humedad rosa, si es que es posible este adjetivo. Ahora las columnas han creado un ángulo obtuso, se han abandonado a la excentricidad. Por entre ellas, se oye la furia de San Jorge, pero uno piensa que no habrá lanza capaz de abatir la altivez de este dragón. Furioso, por cierto, en este instante. El dibujante, aquí, ha dudado, pero el dragón no. Preparado para la embestida, el dragón se remueve inquieto. San Jorge no sabe si será rechazado o devorado, pero sí vencido en cualquier caso. Ahora tu dedo puede recorrer los bordes de la herida que, previsor, el dragón pone a disposición del héroe. Algo está ocurriendo. La herida se entreabre a su propia ferocidad, a su propio dolor. El rocío humedece el jardín".


                                                                        (Descripción extraída de un texto elegido al azar...)





                                                                              Kenny Rogers, Lady