martes, 13 de septiembre de 2016

REGENERACIÓN



                               La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.

                                                                  Miguel de Cervantes



                                           El mentiroso tiene dos males: que ni cree ni es creído.

                                                               
                                                                   Baltasar Gracián





                                               Regeneración: "Dar nuevo ser a algo que degeneró, restablecerlo o mejorarlo. Hacer que alguien abandone una conducta o unos hábitos reprobables para llevar una vida moral y físicamente ordenada" (RAE).


                          Resulta que hace cien años ya existía corrupción en el Gobierno español. Hoy esa palabra ha perdido gran parte de su significativo valor de tanto y tan mal como se usa por parte de los vulgares y mediocres políticos españoles actuales, para los que al pueblo merecen tanta desafección. A ellos destino la huella siempre presente, moderna y nunca desfasada del polifacético intelectual aragonés Joaquín Costa, cuyas soluciones para dignificar la vida pública española de su época siguen en muchos aspectos vigentes a pesar del tiempo transcurrido. En su día no creyeron en sus palabras y ahora seguimos encontrándonos con los mismos despropósitos del ayer, aunque el relato de la regeneración del país no pueda ser exactamente el mismo, afortunadamente, dada la diferente coyuntura histórica y la evolución ideológica relacionada con algunas de sus propuestas. Sin embargo, continúan de plena actualidad sus planteamientos referidos a la educación, la justicia, la cultura, los derechos del pueblo o la defensa de la integridad ética en la acción política, más allá de la tan manida expresión de la necesidad de "despensa y escuela".






                  Un 14 de septiembre de 1846 nació en Monzón (Huesca) -mañana se celebra, pues, su aniversario- el escritor, político, jurista, historiador, economista (además de profesor y notario) que más reformas propugnó para el pueblo español, convirtiéndose así en un adelantado a tiempos posteriores, en un precursor de lo que algunas veces se llevó a la práctica o se quedó en papel mojado, víctima él mismo de la propia corrupción interesada en la que se vio envuelto, yo creo que por exceso de ingenuidad y demasiada fe en el apoyo esperado. La denuncia del sistema político canovista de la Restauración supuso la marginación de un hombre al que es necesario poner en valor claramente como ejemplo de lo que de una vez sí debería realizarse, permitiendo que su figura se alce por encima de tanto politiquillo del tres al cuarto cuyos discursos aburren definitivamente por inoperantes y demagógicos. Joaquín Costa, como es de suponer, fue criticado por contemporáneos e intelectuales posteriores. Para mi asombro mayúsculo, Enrique Tierno Galván lo tachó de "fascista", si bien es cierto que se arrepintió tiempo después de haberle endosado semejante calificativo que en ningún caso tuvo que ver con la realidad, más bien al contrario, pues el aragonés siempre hizo gala de su talante democrático, como no podía ser de otra manera. Es cierto que terminó desencantado con el proyecto político republicano, acercándose al socialismo y a su máximo representante, Pablo Iglesias, al que respetó profundamente.


                        Joaquín Costa llevó a cabo estudios de  mitología celtibérica y de temas romanos y medievales, en su afán de adquirir una vastísima cultura que se observa asímismo en su faceta, bastante desconocida, de novelista. Muy original resulta su novela de corte pedagógico, didáctico ("otendenzroman" o regeneracionista), y tema mitológico, Justo de Valdediós. Como comenta el historiador Alberto Gil Novales, Joaquín Costa deseaba cambios reformistas modernizadores que europeizaran a España pero no revolucionarios. En él se observa esa contradicción -que muchas veces caracteriza a los ideólogos eminentes- de pretender la denuncia desde dentro del sistema político que quería destruir. El Archivo Histórico Provincial de Huesca conserva los escritos y documentación pública y privada del político a disposición del interesado, a través de cuyo estudio podemos conocer realmente quién fue aquel reformista que se supone enterrado en el cementerio de Torrero en Zaragoza, pero del que no consta ningún registro que así lo atestigüe, como si no hubiera fallecido realmente, porque como siempre se dice "los grandes hombres no mueren jamás", por eso mañana celebramos el nacimiento hace 170 años de alguien que continúa vivo.

                "No podemos esperar", insistía Costa hace un siglo pero, transcurridos más de cien años, continuamos esperando. El movimiento regeneracionista, con ínfulas de partido, surgió ante las decepciones del liberalismo democrático de la época. Alfonso Zapater, importante estudioso e investigador de Costa, refiere cómo a los 23 años Costa escribió su primer manifiesto dedicado a la tierra que lo vio nacer, firmado en Chapinería (Madrid), documento  prácticamente desconocido, hasta no hace mucho inédito, revelador de ese ardor juvenil con el que proclamaba lo que supuso el paso de lo local a otra dimensión amplificadora:

                       Mi patria está donde nadie baja la cabeza ante ningún tirano, donde los hombres y las mujeres son héroes sin saberlo.

           Y en una exaltada exposición de la identidad aragonesa, exclama con el verbo inflamado que le caracteriza, estas palabras que me enorgullece transcribir:

                     Aragón es la patria universal: todos los buenos caben en ella. Me alegro de haber visitado extranjeros países porque así te amo más. Ser aragonés es una gloria: mi patria se llama Sancho García, se llama Sunyer, se llama Roger de Flor, se llama Roger de Lauria, se llama Berenguer, se llama Jaime I el Conquistador, se llama Pedro el Grande, se llama Alfonso el Magnánimo, se llama Lanuza, Palafox, Agustina de Aragón. Ser aragonés es un honor. Porque allí donde se encuentra el amor a la libertad, allí está la patria del aragonés...

               Hacia el final de sus días, cansado y enfermo, se justificaba:

                     He llegado a los umbrales de mi vejez sin haber sido gravoso a mi país ni a nadie, viviendo de mi sola sustancia, habiendo dado más de lo que he recibido, tanto en mis investigaciones científicas como en mis escritos, tanto en mis propuestas políticas como en mi intento de regenerar España para que no llegara al estado en que hoy se ve, con un hatajo de rufianes y de gansos.








                        Porque lo que vivió fue una enorme incomprensión o la interpretación sesgada y partidista de sus teorías, bien por falta de entendimiento o por conveniencia interesada, como ocurrió con su Oligarquía y caciquismo, que cada cual ha interpretado a su antojo según el color ideológico correspondiente. En realidad, su programa de reformas luchaba contra la "inercia nacional", dentro de un sistema democrático en que los votos no pudieran ser comprados por los poderosos y defendiendo los derechos individuales y un derecho universal común a toda Europa. Que España quedara purgada de privilegios, que el pueblo fuera libre elevando la cultura con la adecuada distribución del presupuesto para la educación (siguiendo los métodos europeos), que se cultivara la ciencia, se mantuvieran relaciones con el exterior incorporando la nación a políticas de expansión y de actividad comercial dentro de una economía global, y que predominara la libertad política atendiendo "al espíritu civilizador que agita a todas las naciones europeas". Costa no quería censuras eclesiásticas pero sí más sabiduría e intelectualidad y parecía estar obsesionado con la supresión de todo símbolo de poder: ministerios, direcciones generales, consejos, delegaciones, obispados, arsenales, capitanías..., es decir, de todo lo que según él no servía más que para estorbar, así como por la transmisión de ese poder a los gobiernos regionales reconociendo la personalidad del municipio independiente de diputaciones, gobernadores, delegados y ministros, en una visión inusitadamente contemporánea. Pero para todo ello se necesitaban políticos, partidos y medios de comunicación  honrados.

                         En resumen: una España nueva, rica, culta, libre, fuerte, europea. Son ideas de fines del siglo XIX y principios del XX, pero, ¿lo son también del XXI? La libertad fue la bandera de la época costista durante mucho tiempo, aunque las cosas siguieron igual porque la libertad, según Costa, quedó en mero papel sin hacerse carne realmente, y esta impresión suya le costó ser juzgado como precursor de una dictadura. Otros, por el contrario, lo encontraron del comunismo, sobre todo en su obra Colectivismo agrario. Esto manifestaba Joaquín Costa:

                        Mientras no extirpemos al cacique, no se habrá hecho la revolución y la regeneración del país será imposible; mientras no nos sanemos de esa dolencia, más grave que la miseria y que la incultura, mientras quede en pie esa forma de "gobierno por los peores", no habrá Constitución democrática, ni régimen parlamentario ni nación europea; no seremos, ni con monarquía ni con república, una nación libre digna de llamarse europea.


                    Desde muy joven Joaquín Costa se declaró republicano federalista y republicano, sin más, fue el resto de su vida. Siempre presidió su despacho -hoy todavía- un retrato de Nicolás Salmerón, y a él le daba igual la etiqueta que le colocaran, socialista o individualista, no se reconocía ni en lo uno ni en lo otro "a la manera como los partidos políticos no debieran distinguirse con conceptos tan vagos como liberal, conservador o progresista, con programas y enunciados tan opacos". Renunciaba a programas hechos en las columnas de un periódico, que sólo servían para hacer la guerra en las Cortes sin llegar al cabo de los años a entenderse. Prefería un programa de reformas completo para saber qué querían concretamente los liberales, los conservadores y los progresistas "sin pasarse los dos años y con los dos repetidos los treinta y los cuarenta, como los mozos de la famosa ronda de Lumpiaque que pasaron ocho horas de la noche en templar las guitarras y bandurrias; sin pasarse la vida, digo, en templar, legislatura tras legislatura, los grandes vocablos de la gobernación, sin dejarlos llegar nunca a puerto..." Siempre abogó por reducir el número de "contemplativos" y "parásitos", repartiendo equitativamente entre todos la vida media. Pidió unas leyes acomodadas a la cultura de los más, no de los menos, así, hasta que saltara el tapón del pueblo... Alfonso Zapater reflexionaba: ¿Quién puede asegurar que el tiempo y las enseñanzas de Joaquín Costa ya han pasado? "Yo os aseguro que no, que continúa vivo a la espera de que alguien aprenda la lección y recoja su dolor por España", sin intolerancias y fanatismos.


                           En 1898, Joaquín Costa, presidente de la Cámara Agrícola del Alto Aragón, lanzó su mensaje al país, desde Barbastro, mensaje que llegó a Zaragoza convertido en programa de gobierno de un supuesto partido para todo el país, el partido regenerador, pero sin la intención de presentarse como alternativa porque veía difícil la solución a la crisis: "Pensar en redenciones milagrosas, en un hombre salvador, en algo que nos haga salir pronto de la amargura para trocarnos en un país fuerte, rico, sabio, respetado, es pensar en un imposible". Pero le convenció Basilio Paraíso, presidente de la Cámara de Comercio de Zaragoza, y convocó una asamblea de las Cámaras de Comercio para iniciar, corporativamente, un movimiento regenerador que se atuviera al ideario costista. Así, se constituyó la Asamblea Nacional de Productores, en 1899, de la que debería salir la Unión Nacional, pero las luchas intestinas por el poder provocaron la derrota de Costa, pese al acuerdo formal de constituir una Liga Nacional de Productores que, mediante un programa mínimo, pudiera influir en la dirección del Estado, en el que destacaba la política hidráulica que  procuraba riqueza e impedía el éxodo permanente de la emigración forzosa con el consiguiente abandono de los pueblos, que, por una parte, fue fructífera debido a la iniciativa privada y, por otra, dio lugar a promesas engañosas que fomentaron la desunión y el escepticismo. Lo mismo ocurrió con las comunicaciones. Aragón fue pionero en la realización de algunas reformas: pantanos, canales, el Canfranc...,  un panorama muy distinto al actual en esos y otros muchos aspectos que ya nos son conocidos. Aunque la mayor parte del programa de gobierno de Joaquín Costa sigue siendo válido, no llegó a ponerse en práctica,  entre otras cosas porque mientras él había puesto la mirada en el panorama nacional partiendo de un regionalismo bien entendido, Solidaridad Catalana irrumpió queriendo campar por sus fueros, lo que hizo reflexionar a Costa: No se trata de la salvación de Galicia, Aragón o Cataluña, sino de la de la salvación de España. Había escrito al pie de un artículo sobre Solidaridad, según relata Alfonso Zapater, "el Estado debe ser ante todo un sembrador de hombres".







                                                                Escrito autógrafo de Joaquín Costa, de 1906            



                      En cuanto a la enseñanza, Costa pensaba que lo que había que pedir a la escuela no era precisamente hombres que necesitaran leer y escribir sino que fueran hombres. Deberían renovarse las instituciones docentes dándoles una nueva orientación conforme a la pedagogía moderna, otorgándole la mayor parte del presupuesto nacional, evitando que la vieja Universidad se convirtiera en una fábrica de licenciados y proletarios, fomentando, por el contrario, una Facultad moderna , despertadora de energías individuales, que promoviera la investigación, la invención, la enseñanza agrícola, industrial y mercantil, pero no en aulas ni libros sino en la vida, con acción y trabajo, enviando a los jóvenes al extranjero a saturarse del ambiente europeo para difundirlo después en cátedras, escuelas, periódicos, talleres, libros, laboratorios etc. Defendía la independencia de la enseñanza y de la investigación, sin censura del Estado ni de la Iglesia. Probablemente, así, entiendo que quería evitar que pudieran participar en la política personas incompetentes e inseguras, con discursos que no fueran como ejercicios de oposición a la plaza de ministro anual o artillería contra el banco azul, y que además, se contribuyera a acercar el Gobierno a los gobernados, acabar con los mandarinatos, proconsulados y organismos de toda casta, o sea, elevar el nivel intelectual del español y el tono moral y ético de la sociedad con la exigencia de disciplina social para todos.

                       La Asamblea celebrada en Zaragoza elevó al Gobierno 85 conclusiones que sólo fueron atendidas en un catorce por ciento. Costa sufrió la amargura de la derrota porque

                       una serie de señores no tuvieron la suerte o no quisieron encontrar en su entendimiento ni en su corazón el modo de conciliar el amor al país con el amor a sí propios, ni de anteponer su amor a éste.

                     Costa renunció a su notaría de Madrid y se retiró a Graus, donde continuó trabajando en otra de sus pasiones, el derecho, en especial el consuetudinario aragonés, que siempre consideró como auténtica fuente. La justicia había sido otro de los pilares en que siempre basó el fundamento de la regeneración española. Entendía que el ciudadano tenía derecho a la simplificación de los procedimientos, organización y la burocracia adosada, al abaratamiento de los litigios, a la rapidez en las resoluciones, al acercamiento y alcance para todos igual de los procesos que deberían ser sencillos y sobre todo, a que desapareciera "la desigualdad en cuanto a la defensa con que ahora litigan los ricos con los que no lo son". Se inclinó rotundamente por la independencia del poder judicial. Evidentemente, aún estamos en ello. Que quisiera suprimir el Ministerio de Justicia nos descoloca un poco, es cierto. En Graus continuó con el estudio de la codificación civil, donde tantas contradicciones encontraba tanto en la forma como en el fondo. Sin duda, la vocación por el derecho la heredó de su padre, humilde labrador con fama de sentencioso. Para Costa, la verdadera concepción del derecho emanaba del pueblo y para investigarlo en profundidad acudió a libros de registro, notarías, protocolos y archivos particulares desplazándose por todos los partidos judiciales de la zona septentrional del Pirineo altoaragonés, y en aras de la participación del pueblo ya entonces pidió en la administración de Justicia la participación del Jurado y no la del Tribunal Supremo, una solicitud que firmó junto a Francisco Giner de los Ríos.


                       Nunca olvidó su amarga experiencia como jurista en el famoso pleito de La Solana (Ciudad Real), en que defendió al pueblo "de la maldad y de las expoliaciones de esas cuatro sotanas de ahí y de La Mancha". Topó con la iglesia y no logró que se restituyeran a los vecinos las tierras que les pertenecían. Este conflicto le condujo a un anticlericalismo feroz, que chocó con sus convicciones religiosas pues su ambiente familiar, propicio a la religiosidad, lo impulsó al propósito a los 24 años de profesar en un monasterio, queriendo retirarse para hacer vida de meditación y dedicarse al estudio de las ciencias y la agricultura. Como no se trataba de una auténtica vocación religiosa, poco después simpatizó con la doctrina de sus profesores krausistas de los que recibió una educación científica y literaria en la Universidad Central, participando más adelante de la Institución Libre de Enseñanza, de inspiración librepensadora. El pleito de La Solana suscitó numerosas polémicas en los medios de comunicación de su tiempo, a veces provocadas por él mismo que utilizó varios pseudónimos para réplicas y contrarréplicas. Como "Alejandro Medina" destaca el titulado "!A descatolizar tocan, señor Costa!" en que justifica su actitud en su lucha continua para que nadie venga a "hacerle vínculo de la sotana y pretender ponerle la ceniza en la frente al término de una vida tan trabajada", aunque "existen más motivos para felicitarse que para indignarse de la hostilidad con que es acogido su nombre en la prensa de las sacristías, a propósito de los curas manchegos usurpadores del patrimonio de los pobres". Todo esto dejó en él una herida abierta que nunca se cerraría , hasta el punto de suponer el fin de su vida práctica como jurista eminente y singular.







                          Ahora resulta penoso recordar que Joaquín Costa y Martínez ni siquiera consiguió ser diputado por su provincia, Huesca, a pesar de que hizo campaña para ello y se presentó a las elecciones, aunque fuera el primer europeísta, aunque fuera dos veces español por ser aragonés ("porque de tal modo ha asumido Aragón la nacionalidad española, que si un día esta desapareciera Aragón seguiría siendo España"), aunque opinara que no podíamos los españoles seguir sintiéndonos inferiores a ingleses, franceses, alemanes..., siempre admirando su prosperidad, su cultura, sus tribunales, sus escuelas, su libertad... Su amigo, el novelista "Silvio Kossti" (Manuel Bescós) compuso un epitafio para la tumba de Joaquín Costa en el cementerio de Zaragoza, ese en el que no figura inscrito, que sintetiza lo que supuso esta relevante figura para su época de la que tanto hay que aprender: Aragón, a Joaquín Costa, nuevo Moisés de una España en éxodo. Con la vara de su verbo inflamado alumbró la fuente de las aguas vivas en el desierto estéril. Concibió leyes para conducir a su pueblo a la tierra de promisión. No legisló.


                    España hoy es otra. Pero la integridad, la transparencia y la ejemplaridad que representa  Joaquín Costa como político y como hombre en el anhelo de crear una vida mejor para todos los españoles, con la verdad y no con una regeneración que ahora se nos vende vacía de contenido en la que todo vale y nada se demuestra, adquieren plena validez y quizá enseñaran a los que no saben cómo construir el relato del futuro.


                          He oído de algunos oradores cómo se me ha tachado de individualista y socialista y, a mi juicio, esos vocablos deben quedar desterrados por genéricos, muy vagos, muy indefinidos y nebulosos, que cada uno entiende de un modo distinto y expresan realidades diferentes según la persona que los usa... Creo que procede explicarse por las causas y no por los nombres, decir: mis soluciones son estas...




                                                                         Ruta 66. La única... (Nat King Cole)