lunes, 29 de enero de 2018

MÁLAGA... quien lo probó, lo sabe...





             
                              Málaga configura un espacio genuino y definitivo que posee todo lo que amo: un territorio vivo, abierto a las más intensas emociones, un estallido de placer reflejo de su origen y de la adaptación al progreso y a las más profundas necesidades, un exclusivo universo lleno de mensajes que esperan, imágenes que cuentan secretos, símbolos, retratos y representaciones que integran el relato de significados misteriosos y apasionados, los de un lugar que ha sobrevivido a todos los tiempos y que ahora nos invita a la ausencia del olvido, como un guardián que escondiera tesoros nunca imaginados... Mar, montaña, arte, historia, fiestas, aromas, espiritualidad, sentimientos..., una Málaga para cada momento, y sólo un instante: ahora. Como el que se vive en ese impresionante vergel de estilo paisajista inglés con plantas subtropicales y más de 150 años de historia, el Jardín Botánico de La Concepción, que transporta a otra dimensión anímica mientras se divisa la bahía desde su hermoso templete y se viaja a momentos románticos perfectamente recreados en el delicioso museo de muñecas. La Concepción representó el punto de encuentro entre ilustres artistas, aristócratas y políticos que paseaban por los atractivos y fértiles jardines, auténticos paraísos florales como la Finca San José, El Retiro, La Cónsula o el céntrico Parque con ejemplares vegetales de los cinco continentes, y donde, protegida por un enorme ficus, se encuentra la acogedora Casita del Jardinero. Desde otra perspectiva, las cubiertas del tejado de la CatedralLa Manquita, -que dispone de una sola torre porque suele decirse que el dinero destinado a su construcción se utilizó para ayudar a Estados Unidos en su guerra de Independencia-, las vistas de la ciudad resultan impresionantes. Los Baños del Carmen conservan esa estampa sentimental de principios del siglo XX: su blanco restaurante, mecido por las olas del mar que rompen junto a las mesas en una terraza rodeada por columnas, es uno de los lugares más especiales de Málaga, cuando el atardecer llega a su momento álgido con la puesta de sol más espectacular.Y para un soplo de relax, la esencia de los antiguos baños árabes de las termas Hammam Al Ándalus sumergen los sentidos en la atmósfera de la intimidad nazarí con sus aguas rituales a diferentes temperaturas. La decoración, digna de un emir, impregnada por el aroma de la biznaga y acompañada por los suaves acordes de la música andalusí, envuelven esta mágica experiencia en el hechizo de las llamas de las velas que evocan los relatos de las mil y una noches...








                    Manilva mantiene la tradición enológica malagueña. Si el tiempo lo permite, puede llevarse a cabo en su río una espectacular ruta de agua para gozar de los baños de la Hedionda, el Charco de la Paloma o la Charca del Infierno, o, tal vez, descubrir el Cañón de las Angosturas, que, efectivamente, hace honor a su nombre. A otra experiencia enológica diferente invita la bodega El Porfín, en Yunquera, donde saborear ese mosto que elaboran sus propietarios entre  bóvedas dieciochescas, algo que también se aprende en el Ecomuseo Lagar de Torrijos, porque los festejos malagueños suelen celebrarse en torno a una buena mesa, y la tradición marca que una buena opción es acudir al Día del Mosto y la Chacina de Colmenar, para degustarlos al son de las bandas de música y verdiales, o también, a las Jornadas Micológicas de Cortes de la Frontera, y no perder la ocasión de recorrer los bosques y recolectar unas setas especiales.Y es que las localidades y paisajes malagueños transmiten verdad y una plasticidad atemporal que envuelve lo más profundo del que lo comparte en algo muy poderoso, como una pasión indesmayable evocadora de sensaciones llenas de riqueza vital, sensuales, ardientes, que destilan grandeza, como esas experiencias tan sólidas que marcan la diferencia porque son una cuestión de piel, un regalo para los cinco sentidos sobrecogedor, un tesoro amable y soñado de magnitudes y vivencias desconocidas que generan recuerdos y momentos felices, esenciales para comprender el alma y la cultura de quienes lo habitan. A veces, son zonas mágicas ocultas, en las que la naturaleza, acuosa y bella, se mezcla con la historia y la leyenda creando entornos únicos que incitan a la aventura de calidad, o donde respirar arte y silencio. Decía Ulises que el viaje no debiera terminar nunca. Málaga ofrece eso, un sueño alcanzable, -aunque quizá en ocasiones lo distinto cueste comprenderse-, porque cuando el viaje ha terminado, no sólo el alma se queda, te quedas tú, y es entonces cuando el viaje no acaba. Para conocerla como merece, tendríamos que vivir dos vidas y aún así siempre nos quedaría un amanecer que desnudar o un atardecer que no se repetirá. Málaga se descubre poco a poco, como ocurre con lo mejor de la vida, porque en cada paso hay algo que emociona...




                     En Algarrobo, existen numerosas rutas de senderismo -un activo que ya trasciende fronteras-, pero una de las más atractivas es la del Castillo Benthomiz, antigua fortaleza árabe que se levanta sobre la corona del cerro del mismo nombre. Las más de dos mil especies del acuario de Benalmádena asombran por la labor de protección y conservación del mundo marino que se ha llevado a cabo en él, aunque si además subimos al Monte Calamorro en el teleférico descubrimos vistas inéditas y la fauna de la zona y, cerca, el mariposario nos permite soñar que los colores vuelan... Los enclaves arqueológicos son excepcionales, como el de Torrox, donde la zona del Faro la componen una villa, una factoría de salazones, unos hornos de producción alfarera, una necrópolis y unas termas, y en Torre de Benagalbón, un yacimiento romano de los siglos VIII-III a.c. ha sido declarado Bien de Interés Cultural. El Torcal de Antequera, conjunto kárstico protegido como paraje natural, es sin duda una de las joyas geológicas, yo diría que nacionales. Me ha sorprendido conocer que los caminos que conducen a Alfartanejo, con tajos calizos y el monumental olivar cerca del Pulgarín Bajo, son denominados "Pirineos del Sur", apelativo que me enorgullece aún salvando todas las distancias de la comparación... Si transitamos por el Caminito del Rey (punto emblemático del patrimonio cultural y turístico), tan de moda, percibiremos ecos históricos singulares en las Necrópolis de las Aguilillas, las ruinas de Bobastro o la ermita de la Virgen de Villaverde. En las Thermas de Carratraca, sus aguas de manantial proporcionan el mismo bienestar que el que brinda el restaurado Convento de la Magdalena del siglo XVI, en Antequera. Otros mundos insondables ofrece el Observatorio Astronómico de Yunquera, lo mismo que el Centro de Ciencia Principia de la capital. El mundo de nuestros antepasados se muestra al completo en La Algaba de Ronda, antigua finca reconvertida en un espacio ecológico, científico, arqueológico, educativo y familiar. Para disfrutar desde el aire, nada mejor que un paseo en globo por Antequera y Ronda, o a ras de tierrra, por qué no, una jornada de barranquismo en el Cañón de las Buitreras, una grieta con paredes verticales de más de cien metros de altura y estrechamemientos a los que apenas llega la luz, puede colmar el espíritu más aventurero. Como a mí me gustan tanto las tradiciones, recordaré, entre muchas, el Certamen de Pastorales en Benaque, que conmemora el nacimiento de su vecino más ilustre, el escritor Salvador Rueda.






                                                                               Caminito del Rey



                   Málaga conserva intactas sus raíces históricas. En tiempos remotos fue testigo de los orígenes del hombre y de la cultura mediterránea, y hoy se ha convertido en la primera potencia de la industria turística andaluza al tiempo que mantiene viva su tradición de tierra creativa y cosmopolita. Se ha situado en 2017 como el destino urbano que más crece por delante de las principales ciudades españolas. Y en ello ha influido significativamente la posibilidad de efectuar innumerables recorridos por espacios interiores ya consolidados, o en proyecto, como la denominada Senda Litoral, que va inaugurando paulatinamente sus tramos en la granja costera y completará el itinerario circular de la Gran Senda de Málaga, que conecta la totalidad de la Costa del Sol a través de un recorrido de más de 650 kilómetros, 35 etapas y 51 municipios. El Bosque de Cobre recorre los castañares de la Serranía de Ronda y de Sierra de las Nieves, mientras que Birding Málaga permite la observación de aves en espacios inverosímiles. El sendero del Caminito del Rey atraviesa una impresionante garganta kárstica, entre los embalses del Guadalhorce, Conde del Guadalhorce y Guadalteba y se ha rehabilitado dado el deterioro que presentaba, pues se construyó a principios del siglo pasado como vía peatonal para los trabajadores encargados de la presa del Conde del Guadalhorce, aunque su denominación corresponde al paseo inaugural del embalse, que hizo el rey Alfonso XIII en 1921. Se adecuaron los cuatro kilómetros que recorren el Caminito, especialmente de la pasarela de 1,2 kilómetros, a cien metros sobre el río Guadalhorce. Una nueva se ha construido con paneles de madera sobre la original, fijados a la roca con anclajes metálicos; en un tramo se incluyó suelo de vidrio para poder observar el desfiladero y el trazado original. Pero no me quiero olvidar de Benaoján, con la "Cueva del Gato", BIC de la Sierra de Grazalema, y la gruta "La Pileta", de gran interés prehistórico; Casares, localidad natal de Blas Infante, con el cercano paraje natural de Sierra Crestellina; Sierra Bermeja, de importancia geológica y biológica, o de la "Ruta de la Pasa", Patrimonio Agrícola Mundial, con poblaciones que poseen museos temáticos que giran en torno a la pasa. Y, sobre todo, la Sierra de las Nieves, Reserva de la Biosfera, que será pronto el tercer Parque Nacional de Andalucía (tras Doñana y Sierra Nevada), una de las comarcas con mayor valor ecológico del territorio nacional, con Yunquera, Istán, Ojén... con sus parajes de quejigos, pinsapos, peridotitas, cabras hispánicas y antiguas costumbres, que convierten a esta sierra en un enclave de especial valor. En ella se sitúa el pico de La Torrecilla, el más elevado de Málaga con 1919 metros de altitud y se celebran fiestas como el festival de la Luna Mora, que en Guaro a la luz de las velas conmemora ese guiño al entendimiento entre culturas, como ocurría en Al-Ándalus.






                                                                     Yunquera  (Sierra de las Nieves)



                       ¿Quién no conoce Ronda? Historia, naturaleza y enología son los pilares fundamentales de esta ciudad monumental. Yo me quedo con el romanticismo que desprende, sobre todo por la coqueta plaza de toros del siglo XVIII de la Real Maestranza de Caballería que -hasta los no taurinos, estoy segura- sabrán apreciar. En su arena se sienten vibraciones insólitas, algo así como en otras plazas apenas conocidas, como la hexagonal de Almadén, la cuadrada de Santa Cruz de Mudela, la formada por viviendas que circunvalan un ruedo como la de Tarazona, alguna otra asímismo diferente, o la propia Malagueta, donde el sinuoso vuelo de las gaviotas sobre toro, torero y espectadores con olor a mar producen la más bella de las fantasías. Ronda posee vestigios prehistóricos, romanos, árabes, majestuosas iglesias y sorprendentes obras de ingeniería que ya provocaron el asombro de Hemingway, Orson Welles o Rilke, que la bautizó como "la ciudad soñada". A 20 kilómetros puede visitarse lo que fue una importante ciudad romana, que precedió a Arunda, la que dio lugar al actual casco urbano. En Acinipo, las excavaciones han permitido encontrar una interesante estructura urbana entre los siglos I a.C. y III d.C., de tanta trascendencia que hasta tuvo potestad de acuñar moneda. Conocida como Cuevas de San Antón, esta capilla excavada en la roca es uno de los lugares más representativos para los rondeños. Es un templo rupestre construido entre los siglos IX y X para el culto cristiano por parte de los mozárabes, que nunca renegaron de sus creencias. Patrimonio, cultura y gastronomía definen a la ciudad -título otorgado por la reina regente María Cristina-, de Archidona, cuyas calles y edificios recuerdan la época dorada dieciochesca, aunque, como asentamiento, ya era conocida como Oscua, por los fenicios. Los romanos la denominaron Arx Domina, algo así como "Señora de las alturas", para algunos. El castillo del Cerro de la Virgen fue el origen de la actual ciudad. Cómo no destacar la Peña de los Enamorados, la que se describe en la famosa Leyenda de los Enamorados como trágico final de Tello y Tagzona. También alude a ella Camilo José Cela, en su polémica obra -vituperada en su momento-, La insólita y gloriosa hazaña del Cipote de Archidona, que, en mi opinión, más que desprecio debería hacer sentir orgullo a los archidoneses porque no es frecuente que un Premio Nobel enfatice el nombre de un lugar antes bastante desconocido, a pesar de tantos atractivos como atesora, y lo convierta en protagonista. Eran otros tiempos...



                 


                                                                                     



                        Algunos territorios cercanos al mar, en este caso a la Costa del Sol, presentan paisajes más propios de zonas montañosas. Benahavís presume de un entorno natural diferenciador de otros más residenciales y de ocio, ubicado en la Serranía de Ronda y Sierra Bermeja, y por eso está considerado de Interés Ambiental. Estepona, por otra parte, recuerda su pasado histórico y su legado arqueológico en sus centros temáticos sobre la Prehistoria. Quedan vestigios en el casco urbano de las murallas del castillo de San Luis, como reminiscencias andalusíes que se vislumbran en sus calles o sus torres vigías, testigos mudos del devenir de su costa. El valor ecológico de la sierra Bermeja ha conseguido que quede protegido como paraje natural, gracias a una botánica llena de endemismos, entre los que sobresalen los apreciados pinsapos. La comarca más oriental de Málaga es la más variopinta y diversa: se trata de la Axarquía, donde las rutas por conocer son muy variadas, desde la del Mudéjar (que el lector no se pierda tampoco la aragonesa, con elementos similares pero también autóctonos), la del Sol y del Vino, la del Sol y del Aceite, la del Sol y del Aguacate, la de las Torres Vigías, la de los Tajos, o la de los Bandoleros. Por su singularidad histórica, sobresale la población de Macharaviaya, patria chica de Bernardo de Gálvez, que gozó de gran esplendor en el siglo XVIII, hasta el punto de conocerla como el "pequeño Madrid". Colmenar inauguró recientemente un curioso museo temático dedicado, cómo no, a la apicultura. En Torrox, las viviendas desafían a la irregular orografía distribuyéndose de forma escalonada, lo que permite disfrutar al visitante de una original imagen rural con un telón de fondo tan pictórico como el azul del mar... En la costa se percibe también la huella de la dominación romana, como lo demuestran la necrópolis y las termas halladas junto al faro. La antigua Clavicum, de gran importancia estratégica en la distribución de productos agrícolas y pesqueros, habitada entre los siglos I y IV, se menciona en el itinerario Antonino, que unía a las ciudades de Sexi y Menoba.




                        Frigiliana cuenta con uno de los cascos urbanos de origen morisco-mudéjar (el "Barribarto") mejor conservados de España, que transportan al caminante a otra época. Su Museo Arqueológico y el Jardín Botánico enorgullecen, con toda razón, a los habitantes de tanta maravilla. La zona oriental de Andalucía no sólo está formada por Málaga, sino que la complementan Jaén, Granada y Almería: es el legado del reino nazarí, el último bastión de Al-Ándalus, el conjunto de vestigios de un mundo formado por ciudadelas y recintos amurallados, de paisajes de contrastes y mares de olivos, un espacio histórico con ciertas peculiaridades que la diferencian de la Andalucía Occidental. Estas ciudades constituían una subregión en el siglo XIX en torno a Granada, ya que se unían dos zonas geográficas que estuvieron bien diferenciadas en los Reinos de Jaén y de Granada. Este emplazamiento tuvo y tiene un valor estratégico fundamental por su ubicación entre el Mediterráneo y la Meseta, por lo que ha sido codiciada por las civilizaciones más importantes: fenicios, tartessos, íberos, griegos, romanos o árabes se dieron cuenta no sólo de la riqueza mineral y agrícola sino de la importancia para sus conexiones con el interior de la Península. En pocos sitios del mundo se puede disfrutar de las nieves de Sierra Nevada, de un conjunto kárstico como el del Torcal de Antequera, de los grandes bosques de los parques naturales de las sierras de Cazorla, Segura y Las Villas o del desierto de Tabernas. Y el mar, al fondo, pero muy cerca... Y, por fin, uno de los lugares más vírgenes del sur de Europa, la última selva, un ecosistema sacado de otra época con un clima subtropical que permite la existencia de especies vegetales del terciario que no se encuentran en ningún otro lugar del continente: el Parque Natural de los Alcornocales. En sus 70 kilómetros de norte a sur y 40 de este a oeste, en territorio gaditano y malagueño, no existe ninguna población, manteniéndose las viejas fronteras musulmanas durante siglos. La única zona habitada que permaneció fue La Sauceda, abandonada tras la Guerra Civil. Hoy, los que se adentran en la humedad perenne se alojan en cabañas sin electricidad para gozar en pleno corazón de una selva mediterránea. Sus bosques se pierden entre la niebla y el paisaje se viste de verde intenso (a mí me recuerdan a panorámicas norteñas), donde helechos andaluces como los rododendros sobreviven en peligro de extinción, los fresnos crecen robustos y el laurel ofrece su aroma. En las partes más secas, caza insectos la drosóphila, una planta carnívora endémica de la península y Marruecos. Cualquier ruta por este parque se convierte en la mejor forma de fusionarse con el silencio ascético y la vida de una selva en estado puro.






                                                                                       Frigiliana  



                 ¿Hablamos de gastronomía? Según los expertos, los visitantes que realizan itinerarios gastronómicos en Málaga constituyen uno de los segmentos de mayor proyección para este territorio, con una tendencia a la evolución hacia la alta gastronomía o a la relacionada con la salud. Por eso se pretende fomentar la inversión en este proceso, potenciar la excelencia en la singularidad, identidad y autenticidad de los productos y su elaboración que promocionen y den imagen de marca a la que ya posee Málaga por tantas razones que sabemos. Al fin y al cabo, la gastronomía es un valor diferenciador que ofrece experiencias inolvidables a todo aquel interesado en la alimentación en todos sus aspectos. Es un patrimonio "inmaterial" que apela al lado más emocional del que visita un lugar, y lo convierte en un destino no intercambiable e irrepetible. "Sabor a Málaga" ha comenzado a proteger y a impulsar la comercialización dentro y fuera de Málaga de productos artesanales que respetan la tradición gastronómica, reforzando así la imagen global de los alimentos de mayor calidad. Actualmente, muchos productos malagueños se hallan protegidos con denominaciones de origen. En una línea similar trabaja la asociación La Carta Malacitana, que promueve el consumo de productos locales y la difusión de la soberanía alimentaria, de valores asociados al consumo sostenible y hasta del papel de la gastronomía en la enseñanza pública. En la Escuela de Hostelería de La Cónsula se han formado algunos de los cocineros más relevantes de España. Allí, en Churriana, también permaneció Hemingway escribiendo El verano peligroso o Gerald Brenan, autor de El laberinto español. Muy cerca, el Museo Nacional de Aeropuertos y Transporte Aéreo relata la historia de la navegación aérea en la antigua terminal del Aeropuerto.




                     La cocina tradicional se ha revisado con cariño y máximo respeto a la calidad de los productos locales en las últimas oleadas de la alta cocina malagueña. El Mediterráneo, la montaña, las fértiles vegas o las dehesas forman parte del variado paisaje malagueño, lo que se traduce en platos y productos muy dispares. Málaga cuenta con productos agropecuarios muy singulares y autóctonos, como el olivar verdial, la manzanilla aloreña, la zanahoria morá o la miel de caña. Además de la elaboración de vinos, de las uvas malagueñas han salido bebidas espirituosas tan famosas como el Ojén, un aguardiente que ahora recibe su merecido tributo en el mismo pueblo donde se creó su misteriosa fórmula. De su pasado andalusí, Málaga ha heredado un importante bagaje, así que muchos de sus platos y dulces apenas han variado a lo largo de los siglos. Hasta nuestros días perduran numerosas recetas que mantienen la esencia de lo tradicional, como potajes, sopas y otros guisos de cuchara. Hay platos exclusivos de esta tierra, como el gazpachuelo, el caldillo de pintarroja, las almejas a la malagueña, las berenjenas fritas con miel de caña, las sopas perotas, los borrachuelos o el pan de cortijo. Los mejores restaurantes centran su carta en platos saludables y sostenibles utilizando materias primas locales de primera calidad y de temporada, como la caldereta de Chivo lechal, guisos cocinados con tanto mimo que podrían encontrarse en cualquier casa de Málaga. ¿Los han probado? Lo que tampoco deben perderse es una buena degustación sobre la arena del ruedo de una plaza de toros, no encontrarán por otros lares algo similar, y luego me cuentan... He de confesar que mis rutas gastronómicas han transitado hasta hace poco por otros caminos con otros paladares, así que ahora disfruto del encanto de la novedad, a pesar de las diferencias... La calidad del recetario y de los productos locales se promociona en los últimos años de forma directa y popular en distintos eventos gastronómicos, normalmente en sus lugares de origen. Frecuentemente, se convocan fiestas con mucho sabor en Málaga. Algunas homenajean a platos, como el Día del Ajoblanco o el de las Sopas Mondeñas y Perotas. Otras, rinden tributo a la vendimia o a frutas y verduras, como la fiesta del Níspero, de la Pasa, de la Zanahoria Morá, etc.



                       Con el Málaga Gastronomy Festival, la ciudad se implica intensamente en la fiesta de la gastronomía local y regional. Esta celebración cuenta con un menú repleto de actividades en diferentes marcos de la capital que hacen que las calles se impregnen de los olores y sabores más actuales del panorama gastronómico actual durante días. La cocina en directo, las degustaciones, catas, talleres infantiles y los debates descubren la dieta mediterránea como elemento patrimonial y cultural convirtiendo a Málaga en el destino gastronómico por excelencia del sur de España. Un festival que culmina con el evento de La Marina Street Food en la plaza de La Marina, la mayor variedad de tapas de diseño de los mejores cocineros malagueños. Pero también, los barrios más castizos de Málaga, como el del Molinillo, por ejemplo, siguen conservando sus pequeños comercios, sus tascas o sus mercados como inmejorable seña de identidad malagueña. En ese arrabal nos encontramos un protagonista pintoresco: el Mercado de Salamanca, donde los tenderos venden sus productos a los parroquianos a viva voz, en un precioso edificio de estilo neomudéjar. Cerca, el Museum Jorge Rando nos acerca a otro tipo de arte, exponiendo la obra del pintor malagueño Jorge Rando, pero Málaga no sólo es la ciudad de los museos, es también una ciudad de mercados,- que ahora se han reconvertido en espacios gastronómicos en algunos casos, como el Central o de Atarazanas, de arquitectura nazarí-, por ejemplo, el de la Merced, el del Carmen, y tantos otros de imprescindible visita.



                        Inagotable: esa sería la palabra perfecta para definir todo lo que Málaga puede ofrecer en sus espacios. Hans Christian Andersen escribió: En ninguna otra ciudad española he llegado a sentirme tan dichoso y tan a gusto como en Málaga. Un propio modo de vivir, la naturaleza, el mar abierto, todo cuanto para mí es vital e imprescindible lo hallé aquí. Hago mías sus palabras para añadir que en esta ciudad encantada que ha sabido reinventarse se sabe vivir. En ese paisaje que se eterniza en su propia inmensidad se redime y calma cualquier dolor y pesadumbre, donde brilla semejante fulgor de intemporalidad se atisba el sueño de lo inmortal: el sueño de beber ese licor süave que envenena... Es amor. Lo dijo Lope.


                                                       
                                                                               Te he visto pasar...


                     
         

jueves, 11 de enero de 2018

"A las aladas almas de las rosas..."





                             
                                             Se ha dicho hartas veces que el problema de España es un problema de cultura. Urge, en efecto, si queremos incorporarnos a los pueblos civilizados, cultivar intensamente los yermos de nuestra tierra y de nuestro cerebro, salvando para la prosperidad y enaltecimiento patrios todos los ríos que se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la ignorancia.


                                                                                                     SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL






                                                                                  A las aladas almas de las rosas
                                                                                  del almendro de nata te requiero,
                                                                                  que tenemos que hablar de muchas cosas,
                                                                                  compañero del alma, compañero.





                         


    




                                        En su taller, que abarcaba las dos habitaciones del sótano, Paracelso pidió a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo. Atardecía. El escaso fuego de la chimenea arrojaba sombras irregulares. Levantarse para encender la lámpara de hierro era demasiado trabajo. Paracelso, distraído por la fatiga, olvidó su plegaria. La noche había borrado los polvorientos alambiques y el atanor cuando golpearon la puerta. El hombre, soñoliento, se levantó, ascendió la breve escalera de caracol y abrió una de las hojas. Entró un desconocido. También estaba muy cansado. Paracelso le indicó un banco; el otro se sentó y esperó. Durante un tiempo no cambiaron una palabra.

   El maestro fue el primero que habló.

   -Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente -dijo no sin cierta pompa-. No recuerdo la tuya. ¿Quién eres y qué deseas de mí?

  -Mi nombre es lo de menos -replicó el otro-. Tres días y tres noches he caminado para entrar en tu casa. Quiero ser tu discípulo. Te traigo todos mis haberes.

  Sacó un talego y lo volcó sobre la mesa. Las monedas eran muchas y de oro. Lo hizo con la mano derecha. Paracelso le había dado la espalda para encender la lámpara. Cuando se dio la vuelta advirtió que la mano izquierda sostenía una rosa. La rosa lo inquietó.

  Se recostó, juntó la punta de los dedos y dijo:

  -Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco, y si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo.

  -El oro no me importa -respondió el otro-. Estas monedas no son más que una prueba de mi voluntad de trabajo. Quiero que me enseñes el Arte. Quiero recorrer a tu lado el camino que conduce a la Piedra.

  Paracelso dijo con lentitud:

  -El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra. Si no entiendes estas palabras no has empezado aún a entender. Cada paso que darás es la meta.

  El otro lo miró con recelo. Dijo con voz distinta:

  -Pero, ¿hay una meta?

 Paracelso se rió.

  -Mis detractores, que no son menos numerosos que estúpidos, dicen que no y me llaman un impostor. No les doy la razón, pero no es imposible que sea un iluso. Sé que "hay" un Camino.

  Hubo un silencio, y dijo el otro:

  -Estoy listo a recorrerlo contigo, aunque debamos caminar muchos años. Déjame cruzar el desierto. Déjame divisar siquiera de lejos la tierra prometida, aunque los astros no me dejen pisarla. Quiero una prueba antes de emprender el camino.

  -¿Cuándo? -dijo con inquietud Paracelso.

  -Ahora mismo -dijo con brusca decisión el discípulo.

  Habían empezado hablando en latín; ahora, en alemán. El muchacho elevó en el aire la rosa.

  -Es fama -dijo- que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.

  -Eres muy crédulo -dijo el maestro-. No he menester de la credulidad; exijo la fe.

  El otro insistió.

  -Precisamente porque no soy crédulo quiero ver con mis ojos la aniquilación y la resurrección de la rosa.

  Paracelso la había tomado, y al hablar jugaba con ella.

  -Eres crédulo -dijo-. ¿Dices que soy capaz de destruirla?

  -Nadie es incapaz de destruirla -dijo el discípulo.

  -Estás equivocado. ¿Crees, por ventura, que algo puede ser devuelto a la nada? ¿Crees que el primer Adán en el Paraíso pudo haber destruido una sola flor o una brizna de hierba?

  -No estamos en el Paraíso -dijo tercamente el muchacho-; aquí, bajo la luna, todo es mortal.

  Paracelso se había puesto en pie.

  -¿En qué otro sitio estamos? ¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso? ¿Crees que la Caída es otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso?

  -Una rosa puede quemarse -dijo con desafío el discípulo.

  -Aún queda fuego en la chimenea -dijo Paracelso.

  -Si arrojaras esta rosa a las brasas, creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo.

  -¿Una palabra? -dijo con extrañeza el discípulo-. El atanor está apagado y están llenos de polvo los alambiques. ¿Qué harías para que resurgiera?

  Paracelso lo miró con tristeza.

  -El atanor está apagado -repitió- y están llenos de polvo los alambiques. En este tramo de mi larga jornada uso de otros instrumentos.

  -No me atrevo a preguntar cuáles son -dijo el otro con astucia o con humildad.

  -Hablo del que usó la divinidad para crear los cielos y la tierra y el invisible Paraíso en que estamos y que el pecado original nos oculta. Hablo de la Palabra que nos enseña la ciencia de la Cábala.

  El discípulo dijo con frialdad:

  -Te pido la merced de mostrarme la desaparición y aparición de la rosa. No me importa que operes con alquitaras o con el Verbo.

  Paracelso reflexionó. Al cabo, dijo:

  -Si yo lo hiciera, dirías que se trata de una apariencia impuesta por la magia de tus ojos. El prodigio no te daría la fe que buscas. Deja, pues, la rosa.

  El joven lo miró, siempre receloso. El maestro alzó la voz y le dijo:

  -Además, ¿quién eres tú para entrar en la casa de un maestro y exigirle un prodigio? ¿Qué has hecho para merecer semejante don?

  El otro replicó, tembloroso:

  -Ya sé que no he hecho nada. Te pido en nombre de los muchos años que estudiaré a tu sombra que me dejes ver la ceniza y después la rosa. No te pediré nada más. Creeré en el testimonio de mis ojos.

  Tomó con brusquedad la rosa encarnada que Paracelso había dejado sobre el pupitre y la arrojó a las llamas. El color se perdió y sólo quedó un poco de ceniza. Durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro.

  Paracelso no se había inmutado. Dijo con curiosa llaneza:

  -Todos los médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador. Quizá están en lo cierto. Ahí está la ceniza que fue la rosa y que no lo será.

  El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso, había franqueado su puerta y lo obligaba ahora a confesar que sus famosas artes mágicas eran vanas.

  Se arrodilló, y le dijo:

  -He obrado imperdonablemente. Me ha faltado la fe, que el Señor exigía de los creyentes. Deja que siga viendo la ceniza. Volveré cuando sea más fuerte y seré tu discípulo y al cabo del Camino veré la rosa.

  Hablaba con genuina pasión, pero esa pasión era la piedad que le inspiraba el viejo maestro, tan venerado, tan agredido, tan insigne y por ende tan hueco. ¿Quién era él, Johannes Grisebach, para descubrir con mano sacrílega que detrás de la máscara no había nadie?

  Dejarle las monedas de oro sería una limosna. Las retomó al salir. Paracelso lo acompañó hasta el pie de la escalera y le dijo que en esa casa siempre sería bienvenido. Ambos sabían que no volverían a verse.

  Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió.


                      


                                                                       J.L. Borges, "La rosa de Paracelso" (La memoria de Shakespeare) 




                                                                   Soñar contigo (Toni Zenet)