sábado, 19 de septiembre de 2015

PABELLÓN JOSÉ LUIS ABÓS






                            Parece ser que el cambio de nombre del Pabellón "Príncipe Felipe" por el de "José Luis Abós" es definitivo tras meses de absurdas polémicas a las que he asistido con auténtico estupor por el cariz alcanzado tan poco deportivo y, por el contrario, tan centrado en supuestas justificaciones políticas o de otra índole, algunas ajenas absolutamente al propósito inicial.


                      Hasta los medios de comunicación locales - con excepción de la televisión autonómica aragonesa- se han hecho eco de opiniones y manifestaciones al menos sorprendentes cuando se expresaban en términos de "alcaldada" o pretendían comparar a los aragoneses con los catalanes o introducir el debate monarquía sí-monarquía no. ¿Qué tendrá que ver el tocino con la velocidad o el culo con las témporas? Tampoco entendí las declaraciones del club que, tal como se estaban sucediendo los hechos, habría quedado mejor no opinando como lo hizo, simplemente por respeto al Sr. Abós, ni las alusiones a la ilegalidad del cambio, que hasta el momento no se ha demostrado, ni a si el número de firmas era escaso o no (el baloncesto no es el fútbol, ya se sabe), ni comprendo que el personal se rasgue las vestiduras por el presupuesto del cambio de rotulaciones (!con lo que ocurre en Zaragoza para poder criticar en el aspecto económico!), ni que Zaragoza Deporte cuestione que los méritos del Sr. Abós sean "suficientes" para que el pabellón lleve su nombre. Inaudito. Es evidente que se trata de un pabellón polivalente pero su función primordial ha sido y es la de albergar como sede los partidos, entrenamientos y actividades del equipo de baloncesto del CAI Zaragoza, el que mayores logros ha conseguido para la ciudad y para Aragón, después del Real Zaragoza, club de fútbol (sin olvidarme de equipos e individualidades de incuestionable merecimiento).


                     Pero lo que no alcanzo de ninguna manera a asimilar es la razón por la que todos -y digo todos- los partidos políticos municipales no estuvieran de acuerdo en su día desde el primer momento en la aprobación del cambio de nombre sin querer regirse por valores exclusivamente deportivos y humanos, aunque me parece positivo que se regulen futuras situaciones similares. Todo el mundo conoce el mérito del Sr. Abós, políticos y no políticos, seguidores del baloncesto y los que no lo son, los que somos ajenos a cualquier partido político y los que están en ellos, lo sabemos todos. Pero Aragón ha sido históricamente poco agradecida con sus hombres y mujeres ilustres en momentos puntuales. Y alguna vez habrá que cambiar porque así nos luce el pelo. No me sirven homenajes y otros rótulos. Abós, el CAI Zaragoza y el pabellón son sinónimos.


                 El señor don José Luis Abós fue un hombre que amaba el deporte, le apasionaba el baloncesto y sus conocimientos y capacidades llevaron al CAI a conseguir cotas deportivas nunca logradas, transmitiendo una pasión y un entusiasmo a los aficionados que llevó a llenar el pabellón de una ilusión que a mí me recordaba a pasadas glorias zaragocistas. Ese fue su mérito, no sé si "suficiente". Cuando pregunto a algunas personas contrarias al cambio de nombre si han ido alguna vez al pabellón a ver jugar al CAI me contestan que "no, pero eso no tiene nada que ver", a la manera del que nunca ha ido a una plaza de toros a ver una corrida (salvando todas las distancias, evidentemente) y es antitaurino "porque se ve mucha sangre". Ante tales argumentos tan fundamentales y de tanta profundidad y enjundia, aumenta mi perplejidad de forma proporcional a mi alegría por la decisión del cambio, que debería ser ejemplo para otros posteriores.


                 Ole por el señor don José Luis Abós (al que no tuve el gusto de tratar personalmente), ole por el CAI Zaragoza, ole por el baloncesto aragonés, ole por aquellas primeras firmas que pidieron su nombre para honrar a una figura que fue quien realmente provocó que muchos tocáramos las estrellas en el pabellón y que sintiéramos esas tres grandes letras ahí dentro donde están también las del Real Zaragoza, las de esta ciudad, las de todo el deporte aragonés, que germinaron en todos esos niños que asistían a ver al CAI cuando lo entrenaba el señor Abós y que aprendieron unos valores con aroma a la magia y la fantasía del fútbol del Real Zaragoza.


                 Para mi alegría, el Pabellón lleva el nombre de "José Luis Abós" definitivamente. Merecidísimo.
     
     

                          Con fecha  4 de diciembre de 2018, "Heraldo de Aragón" informa de que "El Supremo rechaza el recurso de ZEC y el Pabellón Príncipe Felipe mantendrá su nombre", es decir, que no lo admite a trámite. El Supremo entiende que el recurso no está "lo suficientemente justificado". Parece ser que debería haber sido el pleno del Ayuntamiento el que hubiera debido tomar la decisión del cambio, y no fue así, mientras que la opinión del gobierno de esta institución era la contraria, ya que así se resolvió en alguna otra ocasión y lo apoyaba la propia abogacía consultada que asesora sobre la jusrisdicción contencioso-administrativa al Ayuntamiento, en el sentido de considerar que el gobierno sí tenía esa capacidad. Se trata, pues, de un problema relativo al "principio de jerarquía normativa". A su juicio, con este fallo se aplica "un reglamento municipal que choca con el contenido de la Ley reguladora de las bases de régimen local", y que suele así cambiarse el nombre de las calles o instalaciones, por lo que debería existir una seguridad jurídica sobre el órgano competente.

                       Como es natural, es preceptivo acatar las órdenes judiciales, pero me gustaría que quedara clara la constancia de que, en este caso, la resolución se ha debido a una cuestión procedimental, y no a otras causas. Para mí, aunque no sea de forma oficial, el Pabellón continuará llamándose -en el uso de mi libertad de expresión y a los efectos oportunos-, "José Luis Abós", pues es lo merecido.
















                                         Nuevo himno del equipo de baloncesto de Zaragoza, Tecnyconta (antes CAI), actualmente, 2019, denominado Casademont Zaragoza.


                 



viernes, 11 de septiembre de 2015

ARTEMISIA



                                            "Se necesitaría un fogón conocido y benévolo, un cacito, las yerbas recogidas en el prado, cosas lejanísimas todas, cosas sencillas, para confiarse y acudir a ellas cuando se está mal..."

                                                                    Artemisia. Anna Banti





                                 Artemisia Gentileschi fue una gran pintora de la primera mitad del siglo XVII, hija de Orazio Gentileschi, destacado seguidor de Caravaggio, a cuya pintura incorporó todo el refinamiento toscano de su patria de origen. Artemisia consiguió trabajar en Florencia y Roma, puso escuela en Nápoles y viajó a Inglaterra para pintar por encargo del rey Carlos I, a pesar de haber sufrido en su juventud un suceso que conmovió al mundo romano: el proceso judicial por la violación que le causó Agostino Tassi, su maestro, amigo y colaborador de su padre. La figura de esta mujer luchadora protagonizó a lo largo del tiempo diferentes relatos, una obra de teatro, un documental televisivo y una película, en 1997, que, desafortunadamente, no destacó por su calidad. La mejor biografía novelada o novela histórica sobre la pintora la escribió la novelista italiana Anna Banti, nacida en 1895 y fallecida hace ahora treinta años, Artemisia, "un retrato apasionado de una persona cuyo destino merece ser conocido y recordado como ejemplar". Anna Banti había escrito un manuscrito inicial que fue destruido en un bombardeo durante la segunda guerra mundial. Una vez acabada, la autora reconstruyó su obra confiriéndole una nueva forma literaria aunando la verdad histórica, la novela, el diario, la confesión del personaje y el diálogo cómplice con la narradora, creando así una de las novelas clásicas más reconocidas de la literatura italiana del siglo XX. Carmen Romero tradujo al español Artemisia en una primera edición de Cátedra en 1992. Años más tarde, la editorial Alfabia publicaba una nueva edición con prólogo de Susan Sontag, que Carmen Romero revisó asesorada por Francisco Rico. Tras la publicación, el Museo Thyssen de Madrid presentaba en 2009 uno de los cuadros más representativos y conocidos de la pintora, "Judith y Olofernes", prestado por el Museo Capodimonti de Nápoles, probable trasunto simbólico de la violación que sufrió Artemisia dadas la violencia y crueldad que manifiesta la imagen. Carmen Romero reconoce que Anna Banti aporta en su narración "la verdad poética" de la vida de esta gran figura del Barroco, una mujer que quiso ser libre como un hombre, consiguió su independencia a cambio de sufrimiento y vivió la soledad de la artista marginada por haber sido violada. La Historia del Arte le ha dado su lugar y a ello contribuyó una escritora que contempló con horror cómo las llamas destruían Florencia, la ciudad donde había nacido, Anna Banti.





                 Artemisia se introdujo en la pintura en el taller de su padre donde mostró más talento que sus hermanos que trabajaron con ella. El acceso a la enseñanza de las academias profesionales de Bellas Artes era exclusivamente masculino y por tanto le estaba prohibido, por lo que a los diecinueve años su padre le puso un preceptor privado, Agostino Tassi, que pintaba con él en el Palacio Pallavicini. La violó prometiéndole salvar su reputación casándose con ella pero ya estaba casado. Orazio lo denunció ante el tribunal papal que inició un proceso judicial en el que se descubrió que Tassi había planeado matar a su mujer, había cometido incesto y quería robar las obras de su amigo. La documentación conservada impresiona por la crudeza del relato de Artemisia y por los métodos inquisitoriales del tribunal. Se la torturó para comprobar si decía la verdad de forma cruel apretándole los dedos con un instrumento de cuerdas que podría haber provocado la incapacitación para pintar durante toda su vida, además de someterla a exámenes ginecológicos humillantes. Finalmente, el juicio se saldó con la pena de un año de prisión para Tassi que a los ocho meses ya estaba libre. Así describe Artemisia lo vivido:
      " Cerró la habitación con llave...me metió una mano con un pañuelo en la garganta y boca para que no pudiera gritar...Y le arañé la cara y le tiré de los pelos ... y le arranqué un trozo de carne".
      La pintura Giuditta che decapita Oloferne impresiona por la escena que representa que ha sido interpretada como un deseo de venganza por la violación sufrida y el odio hacia Tassi. Coloca sus rasgos en el rostro de Judith y los de Tassi en Holofernes en un ambiente de oscuridad y máxima frialdad en el acto de clavar la espada en el cuello de Holofernes para decapitarlo.

                  Un mes después del juicio, Artemisia se casó en un matrimonio concertado por su padre con otro pintor, Pierantonio Stiattesi, lo que le confirió un estatus de suficiente honorabilidad. A partir de entonces, mantuvo buenas relaciones con los artistas más respetados de su tiempo y consiguió la protección de personas influyentes como Cosme II de Médici o Galileo Galilei. Separada de su marido y arruinada, se asentó en Roma, intentando criar sola a sus hijas. Demostró su capacidad de renovación y de adaptación a las novedades artísticas y su determinación para vivirlas como protagonista. Sin embargo, Roma no fue tan lucrativa como ella esperaba, le estaban vedados los encargos de frescos y retablos todavía. Tras su estancia en Venecia, su situación mejoró en Nápoles donde fue aumentando su reconocimiento dada la calidad de sus obras por lo que ya comenzó a pintar para una catedral. Se reunió con su padre en Londres como pintores de corte, cumpliendo los encargos del padre cuando falleció. De regreso a Nápoles, no se conoce con exactitud como transcurrió su vida ni la fecha concreta de su muerte. Su tumba fue destruida tras la Segunda Guerra Mundial. Después de su muerte fue prácticamente olvidada.

               Sus pinturas pueden verse en Nueva York, Méjico, Madrid, Detroit, Brno, entre otros lugares como la Catedral de Sevilla y en las capitales italianas en las que pintó. La crítica destaca en su obra "el claroscuro de la luz de la vela", el fuerte acento dramático, la exaltación luminosa de la belleza del desnudo, los brutales contrastes, "la sofisticación poética" y el sentido del color y la plasticidad en el uso de los diversos matices del ocre, verde y amarillo. Muchos rasgos aprendidos de su padre y de Caravaggio pero con tratamiento personal en la superación de los maestros, en definitiva: su modernidad. Se impuso por su arte en una época en la que las mujeres pintoras no eran aceptadas fácilmente. Los temas heroicos que trató eran considerados inadecuados para el espíritu femenino. Su reivindicación inicial proviene del crítico italiano Roberto Longhi -esposo de la novelista Anna Banti- quien en su ensayo Gentileschi padre e figlia destacó la estatura artística de Artemisia, aunque con comentarios un tanto misóginos, que más adelante, se transformarían en un excesivo feminismo en otras opiniones. Longhi parecía asustado cuando expresaba "... pero...¡esta es una mujer terrible! ¿Una mujer pintó todo esto?". Artemisia utilizó su personalidad y cualidades artísticas contra los prejuicios expresados en contra de las mujeres pintoras, consiguió introducirse en el círculo de los mejores pintores de la época, abarcando una gama de géneros pictóricos amplia y variada que excluyen valoraciones guiadas por el cliché o el tópico.

             La primera escritora que decidió componer una novela en torno a la figura de Artemisia fue Anna Banti. En su segunda versión de 1947 -la década del neorrealismo- dialoga con la pintora en forma de un diario abierto mientras relata su adolescencia y madurez, expresando la necesidad de intercambiar de mujer a mujer las consideraciones artísticas que, seguramente, habría comentado muchas veces con Roberto Longhi, su profesor. Las obras de Anna Banti reflejan un trasfondo psicológico de la condición de las mujeres en la sociedad de su tiempo a través de personajes femeninos descritos con gran agudeza en momentos de crisis moral o existencial. Lo que la novelista siempre persiguió fue transmitir la soledad de la mujer que busca su dignidad en un mundo de hombres, a veces en medio de unas vidas llenas de humillaciones y dolor. En el prólogo a la primera edición española se explica la finalidad con la que Anna Banti creó esta novela: reconstruir el mundo de los afectos, "el más difícil de los mundos", centrando la atención en la relación entre padre e hija, contada como un juego entre imágenes y memoria , entre biografía y autobiografía, en una tensión en que confluyen la persona que existió, la recreada por Anna Banti y la propia autora, con un lenguaje "rico hasta el patetismo, impregnado de lirismo, de sintaxis impresionista con superposición de diversas técnicas narrativas".


         Por todo esto quizá debió de elegir la novela Artemisia Carmen Romero para realizar la primera traducción que se hacía a otra lengua distinta a la original, una traducción, por otra parte, certera, brillante, recogiendo perfectamente el estilo majestuoso de la autora sin que la prosa poética se vea empañada en ningún momento por el cambio de lengua. Así, Joaquín Marco concluye:" Artemisia incide en el género de la novela histórica desde una óptica femenina, la de su heroína, la de la propia autora y la de la traductora". Anteriormente, ya había traducido Carmen Romero la obra poética del poeta contemporáneo Valerio Magrelli, y aun siendo una experta políglota, viajó constantemente a Italia para perfeccionar esa lengua, además de estudiarla en el Instituto de Cultura Italiana de Madrid. La traducción de la novela de Anna Banti subraya y enfatiza la fuerza de la palabra original, sin desvirtuarla ni oscurecerla. No es una traducción de aproximación sino que llega a conmover respetando la cadencia auténtica del italiano. Carmen Romero me contó cómo su padre le inculcó el gusto y la afición por la pintura -además de por la literatura y la música- de la misma forma que le ocurrió a Artemisia. Vicente Romero y Pérez de León, que ejerció como médico militar en Zaragoza y Calatayud durante un tiempo, llegó a exponer sus cuadros de forma individual y conjunta  frecuentando las reuniones de pintores y plasmando temas de su especialidad, firmando siempre con minúsculas como señal de humildad. Inculcó a sus hijos la preocupación por lo social y lo cultural, lo que hizo que Carmen estudiara guitarra y formara parte de un cuarteto de guitarra clásica,  "si no hubiera tenido que ganarme la vida, habría sido concertista de guitarra", decía siempre, aunque en el cante flamenco ha brillado igualmente. Se proyectó como profesora y política en la pelea por la mejora de la sociedad en la medida en que ella lo entendía intentando ser útil, en la búsqueda continua de la libertad personal y colectiva. Recientemente, a Carmen le ha tocado superar una enfermedad  grave y en ese camino para conseguirlo se ha mostrado como lo que es, una mujer en constante crecimiento a la conquista de la vida, lo que ha conseguido en este momento. Carmen Romero defiende la sencillez, la que heredó del padre, y con esa dimensión ha vertido al castellano el relato de una novelista que rescató la biografía poética de una gran pintora que luchó por serlo.

          Tres mujeres y una pasión común: el arte. Tres mujeres con ideas propias, progresistas, pioneras del aprendizaje y de la defensa de la cultura como motor de desarrollo y cambio. Tres mujeres de diferentes épocas pero modernas, con los mismos sueños, amantes de las cosas sencillas y verdaderas que constituyen realmente la vida...