domingo, 16 de septiembre de 2018

CARLOTA DE MÉXICO








                                       






                                                          "Yo soy Carlota Amelia, mujer de Fernando Maximiliano José, Archiduque de Austria, Príncipe de Hungría y de Bohemia, Conde de Habsburgo, Príncipe de Lorena, Emperador de México y Rey del Mundo, que nació en el Palacio Imperial de Schöonbrunn y fue el primer descendiente de los Reyes Católicos Fernando e Isabel que cruzó el mar océano y pisó las tierras de América, y que mandó construir para mí a la orilla del Adriático un palacio blanco que miraba al mar y otro día me llevó a México a vivir a un castillo gris que miraba al valle y a los volcanes cubiertos de nieve, y que una mañana de junio de hace muchos años murió fusilado en la ciudad de Querétaro. Yo soy Carlota Amelia, Regente de Anáhuac, reina de Nicaragua, baronesa del Mato Grosso, Princesa de Chichén Itzá. Yo soy Carlota Amelia de Bélgica, Emperatriz de México y de América: tengo ochenta y seis años de edad y sesenta de beber, loca de sed, en las fuentes de Roma.

           Hoy ha venido el mensajero a traerme noticias del Imperio. Vino, cargado de recuerdos y de sueños, en una carabela cuyas velas hinchó una sola bocanada de viento luminoso preñado de papagayos. Me trajo un puñado de arena de la Isla de Sacrificios, unos guantes de piel de venado y un enorme barril de maderas preciosas rebosantes de chocolate ardiente y espumoso, donde me voy a bañar todos los días de mi vida hasta que mi piel de princesa borbona, hasta que mi piel de loca octogenaria, hasta que mi piel blanca de encaje de Alenzón y de Bruselas, mi piel nevada como las magnolias de los Jardines de Miramar, hasta que mi piel, Maximiliano, mi piel quebrada por los siglos y las tempestades y los desmoronamientos de las dinastías, mi piel blanca de ángel de Memling y de novia del Béguinage se caiga a pedazos y una nueva piel oscura y perfumada, oscura como el cacao de Soconusco y perfumada como la vainilla de Papantla me cubra entera, Maximiliano, desde mi frente oscura hasta la punta de mis pies descalzos y perfumados de india mexicana, de virgen morena, de Emperatriz de América.

          El mensajero me trajo también, querido Max, un relicario con algunas hebras de la barba rubia que llovía sobre tu pecho condecorado con el Águila Azteca y que aleteaba como una inmensa mariposa de alas doradas, cuando a caballo y al galope y con tu traje de charro y tu sombrero incrustado con arabescos de plata esterlina recorrías los llanos de Apam entre nubes de gloria y de polvo. Me han dicho que esos bárbaros, Maxilimiano, cuando tu cuerpo estaba caliente todavía, cuando apenas acababan de hacer tu máscara mortuoria con yeso de París, esos salvajes te arrancaron la barba y el pelo para vender los mechones por unas cuantas piastras. Quién iba a imaginar, Maximiliano, que te iba a suceder lo mismo que a tu padre, si es que de verdad lo fue el infeliz del Duque de Reichstadt a quien nada ni nadie pudo salvar de la muerte temprana, ni los baños muriáticos ni la leche de burra ni el amor de tu madre la Archiduquesa Sofía, y que apenas unos minutos después de haber muerto en el mismo Palacio de Schönbrunn donde acababas de nacer, le habían trasquilado todos sus bucles rubios para guardarlos en relicarios: pero de lo que sí se salvó él, y tú no, Maximiliano, fue de que le cortaran en pedazos el corazón para vender las piltrafas por unos cuantos reales. Me lo dijo el mensajero. Al mensajero se lo contó Tüdös el fiel cocinero húngaro que te acompañó hasta el patíbulo y sofocó el fuego que prendió en tu chaleco el tiro de gracia, y me entregó, el mensajero, y de parte del Príncipe y la Princesa Salm Salm un estuche de cedro donde había, Maximiliano, un pedazo de tu corazón y la bala que acabó con tu vida y con tu Imperio en el Cerro de las Campanas. Tengo aquí esta caja agarrada con las dos manos todo el día para que nadie, nunca, me la arrebate. Mis damas de compañía me dan de comer en la boca, porque yo no la suelto. La Condesa d´Hulst me da de beber leche en los labios, como si fuera yo todavía el pequeño ángel de mi padre Leopoldo, la pequeña bonapartista de los cabellos castaños, porque yo no te olvido.

         Y es por eso, nada más que por eso, te lo juro, Maximiliano, que dicen que estoy loca. Es por eso que me llaman la loca de Miramar, de Terveuren, de Bouchout. Pero si te lo dicen, si te dicen que loca salí de México y que loca atravesé el mar encerrada en un camarote del barco Impératrice Eugénie después que le ordené al capitán que arriara la bandera francesa para izar el pabellón imperial mexicano, si te cuentan que en todo el viaje nunca salí de mi camarote porque estaba ya loca y lo estaba no porque me hubieran dado de beber toloache de Yucatán o porque supiera que Napoleón y el Papa nos iban a negar su ayuda y a abandonarnos a nuestra suerte, a nuestra maldita suerte en México, sino que lo estaba, loca y desesperada, perdida porque en mi vientre crecía un hijo que no era tuyo sino del Coronel Van Der Smissen, si te cuentan eso, Maximiliano, diles que no es verdad, que tú siempre fuiste y serás el amor de mi vida, y que si estoy loca es de hambre y de sed, y que siempre lo he estado desde ese día en el Palacio de Saint Cloud en que el mismísimo diablo Napoleón Tercero y su mujer Eugenia de Montijo me ofrecieron un vaso de naranjada fría y yo supe y lo sabía todo el mundo que estaba envenenada porque no les bastaba habernos traicionado, querían borrarnos de la faz de la Tierra, envenenarnos y no sólo Napoleón el Pequeño y la Montijo, sino hasta nuestros amigos más cercanos...".





                       El texto anterior pertenece a la novela Noticias del Imperio que publicó el escritor mexicano Fernando del Paso, en 1987. Por este, otros libros y su labor en favor de la cultura en diversos ámbitos recibió el Premio Cervantes en 2015, precisamente el mismo año en que a uno de los autores cubanos actuales más interesantes, Leonardo Padura, sobre el que ejerció notable influencia, le era otorgado el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Ambos han sido distinguidos con los mejores galardones culturales. En Zaragoza, por ejemplo, Padura obtuvo el "Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza" en el Congreso que se celebró hace cuatro años. Para el interesado en textos policíacos, Padura es una referencia imprescindible, fiel discípulo de Chandler, Sciascia, Hammett o Vázquez Montalbán, con narraciones en que no deja de criticar los aspectos más duros de la sociedad cubana y en las que aparecen frecuentemente personajes marginales que rozan la ausencia de raciocinio, como se lee en el texto sobre Carlota de México.



                      A pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, Noticias del Imperio sigue siendo incomprensiblemente una novela poco conocida, o mejor, poco leída, tal vez por su volumen (al autor le costó escribirla diez años), siendo, como es, una de las mejores obras del siglo XX. Del Paso mezcla relato histórico con el psicológico de los monólogos de Carlota, que ocupan los capítulos impares de la novela. El escritor pretendió infundir protagonismo a una mujer sensible pero muy fuerte, segura e influyente, que pierde la razón cuando se desvanece su entorno. En la obra, la Emperatriz Carlota de México aparece encerrada en un castillo de Bélgica, tras haber transcurrido sesenta años desde la muerte de su marido, Maximiliano, fusilado en Querétaro en 1867. Como consecuencia, Carlota se vuelve loca. La sabiduría en la utilización del lenguaje adecuado a semejante circunstancia resulta ejemplar y modélica. En pocas ocasiones, la literatura ha reflejado con tanta exactitud y belleza la manifestación discursiva de una patología psicológica tan determinada.



                      Noticias del Imperio fue elegida en 2007 la mejor novela mexicana de los últimos años. Narra la intervención francesa en México y la instauración del Segundo Imperio Mexicano con Maximiliano I. Fernando del Paso, a la manera de las minuciosas y detalladas novelas decimonónicas, se documentó ampliamente no sólo acerca de los hechos históricos ocurridos sino también sobre los trastornos de las facultades mentales durante el proceso de escritura del relato. Desde diferentes perspectivas, puntos de vista y voces narrativas, Fernando del Paso establece las conexiones con los principales personajes, Maximiliano, el presidente Benito Juárez, Napoleón III o la reina Isabel II, entre otros, plasmando escenas que reconstruyen una época convulsa de la historia de México. Francia deseaba instaurar una monarquía en ese país por razones de predominio político y económico a través del hermano de Francisco José de Austria. Carlota resume en el texto anterior algunos de los hechos y vicisitudes ocurridos en su pasado. Maximiliano, a pesar de su conservadurismo, trató de modernizar al país con una cultura democrática y laica, protegiendo a las comunidades indígenas y construyendo obras de arquitectura civil que aún perduran. Benito Juárez, liberal, rechazó la invitación del emperador a participar en su gobierno, considerándolo un agente de Napoleón III. Fernando del Paso deja que sea el propio lector quien juzgue, ofreciendo la descripción de la lucha entre el ideal monárquico y la realidad de la vida mexicana, entre el boato de la corte y la pobreza del pueblo, siempre contado con el contrapunto de las letanías enloquecidas, memorables, de una demenciada Emperatriz destronada y encerrada en un castillo-prisión.



                         Maximiliano I de México, segundo emperador de México y único monarca del denominado Segundo Imperio Mexicano fue fusilado en Querétaro tras un juicio militar sumarísimo sin derecho a apelación. Fue ejecutado en el "Cerro de las Campanas" el 19 de junio de 1867, junto con otros generales conservadores. "Es un bello día para morir", dice en ese momento. Como petición especial, solicita buenos tiradores que apunten al pecho. Sus últimas palabras antes de proclamar "!Viva México!", las dedicó a Carlota refiriéndose a un reloj con su retrato: Mande este recuerdo a Europa a mi muy querida mujer, si ella vive, y dígale que mis ojos cierran con su imagen que llevaré al más allá. Lleven esto a mi madre y díganle  que mi último pensamiento ha sido para ella. Carlota de México, Carlota de Bélgica, ya en Europa, a donde había acudido en petición de ayuda a Eugenia de Montijo y a Napoleón III, tras la negativa obtenida, fue trastornándose obsesionada con que la querían envenenar. En Roma, visitó al Papa, mostrando su estado cuando se dedicaba a beber de las fuentes públicas de la ciudad. Cuando falleció en el castillo de Bouchout en 1927 aún creía que Maximiliano seguía en México. Fernando del Paso encabeza este capítulo con la siguiente cita: "La imaginación, la loca de la casa", frase atribuida a Malebranche. Por tierras mexicanas intercambian estos días cultura, noticias e imaginación, una embajada de algunos de los mejores y más significativos creadores aragoneses, que asisten al festival cultural de Querétaro. Por allí, también, sigue apasionándose locamente uno de ellos, ese hombre suave que tanto sabe de amor, de Aragón y de escribir.







                                                                                   Inolvidablemente