miércoles, 25 de enero de 2017

La percepción fílmica en JESÚS FERNÁNDEZ SANTOS




                         No han resultado muy alentadoras las estadísticas de 2016 acerca de diferentes campos pertenecientes al ámbito cultural español: un 75% de los ciudadanos no acudió nunca a una biblioteca, casi el 70% no visitó un solo museo, un 58% no entró en ninguna librería, y la mitad confesó no ir al cine. Afortunadamente, el porcentaje menos llamativo corresponde a los españoles que no leyeron un libro: el 40%. Y digo "afortunadamente", aun siendo una cifra elevadísima, porque existen libros que son como películas y porque no creo en el viejo proverbio de que "una imagen vale más que mil palabras", excepto para cuestiones relacionadas con la publicidad o la mercadotecnia. La verdadera condición humana sólo se percibe, casi siempre, a través de la palabra escrita literaria. La literatura ha podido expresar algunas certezas sobre las pasiones, la soledad, el sufrimiento o el inconsciente, como no lo ha hecho ninguna imagen visual, por mucho que se la siga considerando una disciplina inútil. Y eso es así porque una narración escrita tiene el poder de transmitir sugerencias acerca de la época en la que ha nacido, el tiempo en que ha sido escrita y el mundo de valores propio de la sociedad y la cultura en que ha surgido, así como los del escritor.



                     Esa doble vertiente del arte literario es evidente con mayor intensidad en escritores como Jesús Fernández Santos que, junto a otros nombres como los de Carmen Martín Gaite, Juan Goytisolo, Ana María Matute, Juan Benet, Ignacio Aldecoa y Juan García Hortelano, entre otros, participó de una narrativa novelística y de relato breve, de carácter crítico-social y objetivista, en la época de la posguerra española, evolucionando progresivamente hacia otros enfoques innovadores. Su novela Los bravos marca el punto culminante de esa tendencia. Recibió los premios más significativos como el Premio de la Crítica por Cabeza rapada y el Premio Nacional de Literatura en 1978 por Extramuros, y fueron muy destacadas sus creaciones televisivas acerca de las tierras de España, sus pintores, sus libros, sus monumentos y museos..., que le hicieron merecedor del Premio Nacional de Televisión. La guerra lo sorprendió de niño en un pueblo segoviano (la Estación del Espinar, cerca de San Rafael), una experiencia vital que le enseñó a ver y a observar las peripecias de los más desfavorecidos y humildes, y las experiencias del ámbito rural:


                  Uno es de donde se vive. Yo he pasado gran parte de mi vida al pie de la raya que separa León de Asturias; nací en Madrid, pero soy producto de una emigración.


                   El estrecho contacto con el pueblo de su padre, Cerulleda, en León, generó el capítulo dedicado a esta provincia en la serie Esta es mi tierra, y muchos de sus relatos y narraciones cortas, que aparecieron en parte en la colección Cuentos completos, a la que pertenece El primo Rafael, ejemplo esencial de la conjunción de elementos de la narrativa literaria y de la narrativa fílmica, un relato en el que el punto de vista perceptivo y auditivo aparece como catalizador de la crítica social que se deprende de lo que muestra. Jesús Fernández Santos aprendió a ver y a presentar lo que había observado para exponer al lector-espectador su mirada sobre los efectos de la guerra y los cambios que se producirían en una España vieja y rural, abrumada por la devastación que supuso un conflicto civil, en la que no cabía con frecuencia más que la emigración hacia una incierta existencia, hasta lograr su transformación en una sociedad urbanizada, industrial y más compleja: una realidad enfocada, a veces, de forma lírica, como podemos constatar, por ejemplo, en algunos cuadros del pintor Antonio López. Guerra, emigración, supervivencia... ¿qué vemos ahora si miramos a nuestro alrededor?









                        Los escritores contemporáneos a Jesús Fernández Santos aplicaron una estética realista a la plasmación de un arte social consistente en la restricción de lo imaginativo, lo poético, la belleza o los primores técnicos, que expresara el testimonio escueto y objetivo sin aparente intervención del autor. Pero ya Alfonso Sastre insistía en que "sólo un arte de gran calidad estética es capaz de transformar el mundo" y señalaba "la inutilidad de la obra artística mal hecha". El mismo Fernández Santos declaraba en 1984 que "la objetividad es una cuestión relativa. Los autores que se proponen ser objetivos se hallan en sus relatos tan omnipresentes como quien toma la palabra para opinar, definir o narrar" y más adelante: "los críticos hablan de un perspectivismo cinematográfico en mi obra. Cuando me doy cuenta de esto es una vez que lo han señalado, pero no cuando escribo". Sí se ha advertido la impasibilidad del narrador ante lo que muestra, a la manera del documental, o como si se tratara de una fotografía de la realidad, pero la narración neorrealista española no puede entenderse si se desvincula de su potencial simbólico. Para la época que nos ocupa, esa mitificación correspondería al poder del franquismo. Parece que en estas obras no ocurra nada importante, que se trate de un presente banal, pero se busca la metáfora de la universalización de lo trivial.




                    Sin embargo, a pesar de las palabras de Fernández Santos, una aproximación a estas narraciones no puede prescindir de lo que de cinematográfico hay en ellas, ya que el componente visual es, si no el único, sí el más peculiar del discurso del cine, así como el fragmentarismo, la alternancia o el simultaneísmo, rasgos expresivos en los que ha influido el montaje cinematográfico, si exceptuamos la "imagen móvil". Efectivamente, los códigos visuales, que tienen que ver con la iconicidad y plasticidad, y que atañen al carácter fotográfico del cine, influyen en la elección de la perspectiva estética dominante en cada momento histórico y, por lo tanto, en la elección de un punto de vista perceptivo determinado, de tal forma que los procedimientos narrativos fílmicos han aportado nuevos modos de articular el tiempo y el espacio y han resaltado la importancia de la percepción visual y auditiva, fomentando el relato objetivo, "mostrando" más que "contando". Pero estos escritores evidencian una preocupación social en sus obras, como la visión de una infancia llena de padecimientos que sufren los niños víctimas de la guerra, predestinados hacia un fin trágico y vacío. En El primo Rafael, los niños juegan a la guerra y se sienten atraídos por lo que pueda tener de aventura. Se trata de la mostración del mito de la infancia como una edad ideal y perdida, hacia la que el autor vierte una mirada nostálgica, una infancia de la que el niño fue arrojado.








                        En esta narración literaria se cuenta un fragmento de la vida de dos jóvenes, Julio y su primo Rafael, en el contexto de la guerra civil española, y sus vivencias y juegos adolescentes compartidos, primero de vacaciones en una colonia veraniega de pueblo, en cuyo refugio deben esconderse cuando hay bombardeos, y más tarde, en la ciudad, Segovia (ya conocemos la vida del autor), donde se acogen los refugiados de guerra, que también se resguardan de los bombardeos, esta vez en la bodega de la casa de Rafael. Como un héroe más de guerra, este muere a consecuencia de un "accidente" provocado por un falangista, lo que hace sentirse a Julio definitivamente solo, todo en medio de un caluroso verano rural y en el posterior otoño urbano. Los hechos que se muestran implican el paso del tiempo día a día en el transcurrir lineal de la mañana a la noche. Los fragmentos a modo de secuencias narrativas finalizan cuando los personajes duermen, mientras que "Al compás de la luz...", todo sucedía. El relato alcanza una dimensión trascendente, en mi opinión, a partir de la interrelación de los elementos perceptivos visuales (lo que se ha denominado "ocularizaciones") y auditivos ("auricularizaciones") que lo vertebran, junto a las conversaciones -diálogos, voces- que conforman el discurrir de los acontecimientos, las impresiones y las sensaciones de los personajes. El miedo a la guerra de unos niños es percibido a través de la oposición constante, reiterativa y recurrente del silencio frente a los ruidos -rumores, sollozos, estruendos...-, así como de los claroscuros -penumbra, oscuridad, resplandor-...: la visión de "la columna de humo" que producen las batallas está siempre presente. Para Julio, personaje débil, solitario y tímido, el que percibe constantemente en el relato, la guerra es sonido y experiencia visual.




                   El movimiento, -de espacios interiores al lugar misterioso del frente en el monte, de "huida" de la colonia en una especie de "exilio" o destierro como el del Cid por Castilla (observemos el detalle de la muchacha que sale a recibirlos en un pueblo), el deambular por caminos y carreteras bajo las bombas, el descenso a los refugios, el tren (quieto o en marcha) siempre acompañando, el camión que atropella a Rafael, todos los personajes corriendo, la vida estática en la ciudad...-, otorgan a la narración un dinamismo cinematográfico indudable. A Fernández Santos le gustaba "crear un ambiente" en sus obras: el pueblo aparecía no sólo como paisaje sino como tema produciendo una fusión hombre/espacio como base de la estructura narrativa. "La ciudad no me dice nada" -confesaba. Y con el paisaje rural, un tiempo agobiante, asfixiante, el del calor de las doce del mediodía de julio (nótese la onomástica). La narrativa verbal no muestra icónicamente un mundo ficcional con su espacio y los seres que lo habitan pero sí puede evocarlo imaginariamente y, sobre todo, construirlo, variando continuamente los centros de atención. Son cambios de punto de vista que entrañan "cambios de escala", o sea, una variación de la distancia desde la que el narrador o el personaje observan (y lo mismo, el lector): desde una descripción a grandes rasgos a visiones en detalle. Estos efectos de ubicuidad óptica proceden del montaje cinematográfico: cambios de un lugar a otro más o menos próximo, simultaneidad entre dos hechos, desplazamiento de la trama de un grupo de personajes a otro... En cualquier caso, el modo de representación, el punto de vista elegido, implica una subjetividad por parte del escritor, porque la narrativa busca transmitir las percepciones sensoriales de la conducta de los personajes y ello es inseparable del espacio y punto de vista de una novela o relato breve.






                                                 1954. J. Fernández Santos en la boda de Josefina e Ignacio Aldecoa
                                                                              (Foto cortesía del "Diario de León")




                        El cine desarrolló una serie de técnicas retóricas para "naturalizar" la representación, como las conocidas leyes de raccord, que favorecían la percepción de la continuidad de la acción, por ejemplo, el raccord de mirada. La mirada crea un espacio de importante entidad compartido por el personaje y el lector/espectador, que lo observa desde el mismo punto de vista pero a la vez lo supera mediante un saber más amplio. Son las marcas visuales e imágenes -que casi siempre pertenecen a los personajes y no al narrador-, relacionadas con el efecto de distancia, ralentización y aceleración, primeros planos en panóramica o detalle, falta de nitidez de los fondos por la lejanía... En la narrativa literaria estaríamos ante los verbos de percepción introductorios, posesivos y deícticos que señalan espacio o tiempo y otros criterios contextuales que permitieran localizar espacialmente los objetos, personas y acontecimientos. En el final del cuento El primo Rafael, Julio se siente por primera vez en su vida importante porque...


                "oía decir a sus espaldas que era el mejor amigo de su primo, y tenía las miradas de todos, fijas en él",


            ... aunque la realidad se le impondrá como una ausencia de la libertad que sentía con su primo, que le hacía escaparse de sus cavilaciones, ensoñaciones y temores. Ya desde el comienzo, encontramos muestras de lo anteriormente expuesto:


              El primo Rafael también estaba allí. Miraba al soldado fatigado..., le vio salir de entre los pinos... El soldado apenas pareció verles... Ya lejos, miraron... Llegaron voces lejanas de hombres acercándose.



                    La percepción auditiva -las voces-, a veces como ruidos que a Julio le dan miedo, los estruendos de las bombas, los cuchicheos de sus padres hablando de la guerra o los murmullos de los rezos en los refugios, crean un clima en torno al personaje de horror con el que el autor transmite al lector la injusticia de la guerra vivida tan de cerca por un niño: unas voces que lo despertaban del sueño o de sus sueños (el mar anhelado) y que lo acompañaban continuamente, aunque fuera en forma de zumbidos de moscas. Julio ve la guerra en lontananza, la percibe al principio a lo lejos, como al pueblo veraniego que se ven obligados a abandonar, también en la lejanía, en una vista panorámica. Ve siempre a través de las ventanas de su casa o del ventanillo del refugio. Cuando se acerca al lugar de los resplandores, encuentra sólo muertos cuando lo único que quería era jugar con alguna bala "brillante" que recogen. En ocasiones, esos sonidos en la distancia son presentados por el narrador líricamente o como prosa poética en muchas descripciones:


             El viento trajo las últimas palabras...Un silbido grave llegó acercándose desde el monte. Cruzó muy alto sobre sus cabezas y fue muriendo al tiempo que se alejaba.



                   Frente a la luz y los colores de la alegría e ingenuidad de la adolescencia que el personaje quería vivir y sentir en sus vacaciones, sólo encontraba oscuridad, la guerra...: "A la mañana..., su primer deseo fue buscar el humo desde la ventana de la alcoba. Allí estaba, aún más denso y oscuro. Se alzaba en nubarrones opacos, en grandes bocanadas cenicientas"... Esta percepción se intensifica en las conversaciones y diálogos: "Fíjate cómo sale el humo ahora". En la primera ocasión en que salen de casa para ir a la cumbre del monte a ver el incendio provocado por las bombas "perdieron de vista los chalets y la estación, y finalmente, el mismo pueblo desapareció... En las cumbres el silencio era absoluto. Sólo la nube crepitaba en lo alto, colmando de chirridos el aire". Por las noches, en la escuela, Julio no podía dormir oyendo los lloros de los niños y las conversaciones a media voz de las mujeres junto con el rezo de "una voz...en tono mesurado". Cuando huyen de la colonia, cruzan el campo al que ve por primera vez, y en él observa a "un puñado de negras mujeres" trabajando con sus hijos pequeños que lo dejan muy impresionado, pero de inmediato "el viento rápido, alzando remolinos de polvo, le hacía entornar los ojos". Hasta el mar imaginado "sonaba" en su cabeza, confundiéndose con las "voces" de su presente que llegaban de la puerta... Así va creándose la mirada medrosa del pequeño.



                   Un falangista regala una medalla a Rafael por informarle del lugar del Ayuntamiento y, a continuación, sube a su camión y lo atropella. Julio vive el momento de esta manera:


                Se oyó acelerar sin que arrancase. Rafael se acercó aún más, y las ruedas inesperadamente se movieron, pero no hacia adelante. Julio no alcanzó a ver cómo el primo caía. Sólo oyó los gritos de los hombres y el chirriar del frenazo.


                  A Rafael, herido en el camión, le "rechinan" los dientes, pero Julio, que lo acompaña "en silencio" cree que los demás no se enteran por el ruido del motor. Entonces, la guerra, que había percibido de lejos en la colonia, se acerca con sus ruidos repentinos: "De pronto, llegó de lejos un rosario de explosiones y cuando el eco de los estampidos se acalló, un rumor de motores vino por el cielo". El camión sigue su camino entre la destrucción mientras pasa el tren... En la ciudad, no había dinero ni trabajo. Julio vagaba por las calles y sólo la voz de Rafael lo sacaba de sus cavilaciones. Cuando lo pillan robando un tapón de un camión, pide perdón antes que oir "gritos". Esa noche, como en la colonia y en la huida, tampoco se podía dormir, pero por rencor y amargura. Temía "encontrarse con los ojos de la tía de Rafael" puestos en él, y prefería tener "los ojos fijos en el plato" mientras comían escuchando "una preciosa conversación que no entendía". Prefería eso que la soledad. También la ciudad vivía la guerra donde "el clamor de las campanas" avisaba de los bombardeos, pero había llegado a acostumbrarse y conocía "el zumbido". En la penumbra de la bodega tenía menos miedo y seguía oyendo "un rumor de voces rezando". Rafael muere como si fuera un héroe de guerra y en el entierro todos lloran a gritos, pero al día siguiente se vuelve al silencio más absoluto. Los tapones que guarda están tan muertos como su primo y las miradas de todos fijas en él del día del entierro también desaparecen. Nunca llega a ver a la prima Mercedes, de la que Julio le había hablado con tanta ilusión.







                         Por otra parte, no podemos separar estos aspectos de los derivados de la organización del tiempo ni de la perspectiva o punto de vista adoptados por la voz narradora, así como el modo en que cuenta el relato y el lugar en que coloca el foco. El modelo lingüístico presenta ciertas limitaciones para expresar algunas peculiaridades discursivas; por el contrario, el cine no tiene índices o marcas temporales comparables a los tiempos verbales o adverbios de la lengua, por lo que se "iconiza" el tiempo mediante técnicas específicas como la sucesión de fragmentos yuxtapuestos que también estructuran muchas novelas del realismo social. Para transmitir el pensamiento de los personajes, la narración literaria acentúa los aspectos no verbales como las percepciones, mientras que en el film, la banda sonora, los diálogos o la voz en off exteriorizan ese hecho. El objetivismo absoluto no existe pues el "intrusismo" del narrador se advierte con frecuencia al dotar a su discurso de cualidades alegóricas o utópicas (en El primo Rafael la oposición luz/oscuridad y ruido/silencio cumplen esa función). El narrador establece unas marcas enunciativas en que instala la presencia de una subjetividad, la suya, un código ideológico determinado: en el caso de Jesús Fernández Santos, una ideología opuesta a la franquista. Tras un lenguaje aparentemente referencial, se revela lo oculto. En este sentido, creo necesario matizar algunas opiniones que expresan que en este tipo de obras el escritor ha renunciado a penetrar en el interior de los personajes, a pesar de que se eviten intervenciones moralizantes, distanciándose de ellos. Así lo cree también Luis Beltrán Almería, quien aclara que los diálogos se convierten en testimonio de una situación de descomposición social, mientras que el narrador cede el paso al discurso ajeno eliminando su intromisión en la novela y buscando el valor revelador de la palabra del personaje y de la dialéctica de los sucesos cotidianos. La hegemonía de esta tendencia perceptiva se impuso sobre todo en los años más florecientes de la novela social.








                    Las técnicas compositivas que mejor admite la línea perceptiva son la voz, el monólogo citado, la psiconarración y la voz referida, que pueden estar apoyadas por materiales lingüísticos procedentes del lenguaje oral: entonación y recurrencias, técnicas sobrevaloradas a veces por la estética tradicional que ignoraba otras más "arquitectónicas", como las fases perceptivas, el humor, la heroificación, etc. En El primo Rafael advertimos desde el principio la presencia de un narrador omnisciente mezclado con los diálogos de los personajes sin introducciones previas como voz directa, y con el estilo indirecto libre o monólogo narrado,que muestran el pensamiento del personaje en la voz del narrador, y donde la forma verbal utilizada apoya el punto de vista:


                 "La tía, ¿a quién esperaría...?"
                 "¡Cuando volvieran a Madrid! A Julio le parecía cada vez más lejos!"
                 "¿Dónde estaría el primo Rafael?"
                 "Les hubiera explicado que en Madrid no salía de casa... Podría haberles dicho que el primo                         Rafael le iba a llamar todos los jueves..."



                   Pero además, los ejemplos de simultaneidad, flash-back o de primer plano (con efecto "zoom"), son constantes, como en el fragmento: A la luz de la reja vio Julio que tenía el pelo casi blanco. Cuanto más de cerca le miraba, parecía más vieja. La interrelación distancia/tiempo se muestra claramente en los siguientess párrafos:


                 Seguramente hablaban de él. Ahora vendría el padre. Temía a sus ojos más que a ninguna otra cosa, más que a sus gritos, más que a su voz. Aplicó el oído a la pared. Llegaban las palabras confusas, como sometidas a una vibración que las desfiguraba. De todos modos podía distinguir la voz del padre o de la madre. Hasta la del hombre que había mencionado a la hermana. Este decía:
                - Están cerca.



                     En todo el relato, el paso del tiempo viene marcado por los momentos importantes de la cotidianeidad de los personajes: desayuno, comida, merienda, cena, sueño. En un ambiente triste sólo mitigado por la fantasía del primo Rafael, el narrador, documentalista, mezcla los espacios abiertos y cerrados, en los que las personas son para Julio sólo "una voz". La impersonalización provoca impresiones en el personaje por lo que se dice y cómo se dice. La sucesión rápida de planos breves señala tanto el paso del tiempo como los cambios de lugar, con cortes bruscos en la narración a modo de digresiones: "-¿Y quién las compra? -Aunque no las compre nadie"; "A veces durante la noche, oía a su madre hablar hasta altas horas en la habitación de al lado. El padre se había colocado, pero sólo por las mañanas..." La contigüidad espacial de los diferentes lugares a través de los que Julio percibe, es reiterativa a lo largo del relato. La separación de habitaciones o de otros espacios provoca en Julio la curiosidad para desvelar el misterio de los cuchicheos, siempre referidos al estruendo de la guerra. La sucesión de planos breves refleja asímismo la actitud de los personajes ante el miedo y la tragedia: todos van corriendo constantemente de un lado a otro. Huyen, se esconden, suben, bajan. Lo perceptivo visual y auditivo, como ya he comentado, se constata en conversaciones y diálogos. Son unos diálogos concisos, breves, que aportan, como en el cine, un ritmo ágil y rápido, llenos de elipsis, puntos suspensivos, interjecciones, anacolutos y expresiones de la cotidianeidad de un mundo infantil y rural con su léxico propio. En fin, las descripciones son absolutamente plásticas, con elementos poéticos, cromáticos, y con el detallismo característico de Jesús Fernández Santos con el que enfoca los lugares y paisajes:



               Julio... contempló largamente desde la ventana el penacho cárdeno que sobre el horizonte se mecía. Allí estaba, prendido a la tierra, mecido por la brisa que a veces lo borraba. El sol se tornó rojo, brillante. Julio quedó mirando hasta que la tarde fue cayendo y sólo la silueta de los pinos se destacó en el cielo bañado por el resplandor de las noches de julio, por el rumor de las descargas, por todo aquello que el primo Rafael decía que era la guerra.




                          Podría hablarse, según Carmen Peña-Ardid, de un estilo literario que se aproxima a la inmediatez de la cadena de imágenes sobre todo del cine de ficción narrativa, algo insólito en la narrativa tradicional. Es cierto que la mirada cinematográfica se constituyó en el instrumento adecuado para el afán testimonial de escritores como Jesús Fernández Santos, en el que la forma de encuadrar la realidad a través de la mirada de los personajes, y de un lector capaz de encontrar una realidad más profunda que la visible externamente, chocó en su momento frontalmente con el retoricismo vacuo y mitificador del régimen franquista, incapaz de una visión humana sobre las cosas. De ahí su carácter innovador: un mundo que cambiaba lentamente se veía enfocado desde un ángulo muy dinámico, desajuste incipiente todavía, pero que además de evidenciar los premiosos cambios que se estaban produciendo en España, anticipaban mayores transformaciones entre el mundo narrado y el modo de narrarlo que se producirían en tiempos posteriores.
       





                                                                Miguel Poveda, Buika y Eva Yerbabuena

                                                                                 "Se nos rompió el amor"


                               
           


               

                 

                  

               


                 

lunes, 9 de enero de 2017

"DOS SOLES DE POESÍA..."




                                            Se ha dicho hartas veces que el problema de España es un problema de cultura. Urge, en efecto, si queremos incorporarnos a los pueblos civilizados, cultivar intensamente los yermos de nuestra tierra y de nuestro cerebro, salvando para la prosperidad y enaltecimiento patrios todos los ríos que se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la ignorancia.

                                                                            Santiago Ramón y Cajal



                                           Incluso quienes afirman que no se puede hacer nada para cambiar nuestro destino miran antes de cruzar la calle.

                                                                               Stephen Hawking




                               
                                           Siempre que paseo por el centro histórico de Zaragoza, me detengo en las numerosas esculturas, monumentos, estatuas y bustos que decoran callejuelas, plazoletas y los rincones más pintorescos y, a veces, poco conocidos, que recuerdan a los mejores aragoneses que ha dado una tierra pródiga en el mejor talento. La recoleta plaza de San Pedro Nolasco (antes de San Lorenzo) conserva el memorial dedicado a dos hermanos, los Argensola, que deberían actualizar su valor como unos de los exponentes culturales de la época dorada más floreciente de España, con un legado y una influencia en los ámbitos histórico y literario que traspasaron fronteras a partir del siglo XVII, por lo que no deberían caer en el olvido ahora que parecen atisbarse renovados aires en el fomento del conocimiento de los genios aragoneses que abrieron nuevos caminos en distintas disciplinas, ejemplificando modelos a seguir y marcando unas señales de identidad únicas. El monumento original se erigía en el centro de la plaza y fue esculpido por José Bueno Gimeno en 1922, el mismo autor que también creó el de Joaquín Costa. Más adelante, se modificó ligeramente tanto la localización    -en un lateral-, como la parte escultural que lo compone, hasta que en 1991 Alberto Pagnussat Pérez realizó la figura actual -una matrona clásica que apoya su brazo derecho sobre un infolio- tomando como modelo la figura anterior (la talla de una mujer sedente con los retratos de los hermanos en medallones a ambos lados), cambiando la situación del libro y colocando la cara de la musa Talía en la base, grabando en caracteres griegos la palabra "comedia", y con una leyenda similar a la inicial: "Zaragoza a los hermanos Argensola", en un conjunto que queda denominado como "monumento biblioteca", muy original y significativo, para el que utilizó mármol de Carrara.






                     La placita -dentro del primitivo recinto romano donde el trazado urbano conserva la morfología medieval de espacios estrechos y quebrados-, se encuentra muy cerca de la calle dedicada también a ellos (tal como existen en las principales ciudades españolas) donde se alza majestuoso el Palacio Argensola (hoy denominado también Casa Mercadal), declarado BIC en 2002, edificio señorial del siglo XVI, construido como residencia de la familia Albión, donde nacería en el siglo XIX el arquitecto y urbanista Fernando García Mercadal, que consta de sótano, tres plantas y doble ático. La estructura exterior se ha recuperado cuidadosamente en las obras de rehabilitación con ladrillo a cara vista, que presenta la habitual galería de arquillos de medio punto doblados bajo el alero, en origen de tradición gótica, que evoca formas renacentistas. El interior permite disfrutar de un patio articulado por columnas jónicas, al que se accede por un conducto con arco de medio punto. En la planta principal, un amplio salón que se destinaba a los bailes y reuniones sociales, aparece cubierto con una magnífica techumbre de madera decorada. El palacio respondía en lo formal a la influencia renacentista italiana y en lo funcional a la tradición de la vivienda mudéjar, organizando las estancias en torno a un patio central: fue uno de los edificios palaciales más completos de los construidos durante el siglo XVI y la residencia del matrimonio formado por Lupercio Leonardo de Argensola y Mariana Bárbara de Albión. Además, en Zaragoza, existe un "Pasaje Argensola" y desapareció no hace mucho, lamentablemente, como muchos recintos emblemáticos zaragozanos, el "Teatro Argensola". Pero también la huella de "los Leonardos" -como eran llamados inicialmente debido al origen patronímico de su apellido real-, permanece visible en Barbastro (Huesca), su localidad natal, donde un instituto lleva su nombre y se conserva la casa natal (BIC), el Palacio de los Argensola, en la calle dedicada a los hermanos. Este palacio constituye uno de los mejores ejemplos de casa solariega del Renacimiento aragonés, con su alero labrado en madera y gran fuerza plástica de su espléndida decoración clásica, y en ella nació asímismo uno de los grandes militares europeos del siglo XVIII, el General Ricardos.







                        Lupercio Leonardo Tudela, el mayor, nació en 1559, dos años antes que su hermano, Bartolomé Juan, y vivió 54 años, 16 menos que su hermano, por lo que su producción fue menor y tal vez, la calidad de su obra lo fuera también. Renunciaron a su extracción plebeya para lucir la de la nobleza "De Argensola". Su bisabuelo, Pedro Leonardo, italiano de Rávena, estuvo al servicio de los Reyes Católicos y participó en la conquista de Granada. Más tarde, fijó su residencia en Barbastro, y un nieto suyo, Juan Leonardo, se casó con doña Aldonza Tudela de Argensola, de la nobleza catalana, y llegó a obtener la secretaría de Maximiliano II. Lupercio y Bartolomé mantuvieron el apellido Leonardo paterno, mientras que modificaron el materno de Tudela por el de "de Argensola". Por eso "los Leonardos" terminaron siendo "los Argensola" para todos, aun muy arraigados en los valores de su tierra natal - referente continuado-, a la que volvían siempre y que apareció constantemente en su obra. Siguieron una trayectoria paralela, con la excepción de que Bartolomé abrazó la carrera eclesiástica (en Zaragoza, fue canónigo de la Catedral de La Seo y rector de la parroquia de Villahermosa del Río en Valencia). Gustaron de la arqueología y dominaron la lengua latina. Fueron llamados por Fernando de Aragón, duque de Villahermosa, para nombrarlos secretario y rector. Muerto el duque, pasaron al servicio de la emperatriz María de Austria, retirada en el monasterio de las Descalzas de Madrid, convirtiéndose Lupercio en su secretario y Bartolomé en su capellán. Viajaron juntos a Italia cuando el conde de Lemos fue nombrado Virrey de Nápoles, para hacerse cargo de las secretarías de Estado y de Guerra. Juntos se dieron a conocer literariamente como poetas clásicos barrocos, fieles los dos a Horacio, Marcial, Juvenal y Persio, y como historiadores. Lupercio fue nombrado Cronista de Aragón y, a su muerte, le sucedió su hermano. Sólo entonces llegó la separación física de los Argensola, ya que no la derivada de su actividad. Los años de 1591 y 1592 quedaron marcados por los sucesos de las alteraciones aragonesas, en las que participaron los hermanos dada su relación de dependencia con la casa de Villahermosa. Si Lupercio se mostró muy activo en la defensa del duque, no menos colaboró Bartolomé en la redacción de informes y cartas que los diputados dirigieron a Felipe II y enviaron a la corte, con lo que intentaron justificar el motín del 24 de mayo de 1591. Heredaron de sus antepasados la independencia económica y las dotes intelectuales que favorecieron, sobre todo en el caso de Lupercio, el poder alcanzar puestos de gran influencia social y unas comodidades de las que pocos hombres de letras podían disfrutar en esa época.







                 Los dos fueron considerados de los mejores representantes de la poesía clasicista a caballo de los siglos XVI y XVII. Yo encuentro una mayor relevancia todavía en el manejo magistral del lenguaje en cuanto al mejor y correcto uso de la lengua castellana, en su labor recopiladora e investigadora de la historia no sólo aragonesa sino universal, del pasado y contemporánea, en la defensa de unos valores éticos absolutamente actuales en que censuraron principalmente la falsedad de una sociedad viciosa y corrupta, creyendo en la función social de la sátira y en una poesía vinculada a la filosofía moral, y en el caso concreto de Lupercio, en la iniciación de una dramaturgia clásica que ha señalado la mejor época del teatro español y sus bases fundamentales. Su autoridad e influencia literarias fueron tan trascendentales que no hubo artista destacado del momento que no alabara la altura de sus obras, exaltaran su ingenio, o elogiaran sus destrezas literarias, en una Corte en la que, a pesar de todo, manifestaban no sentirse a gusto. Así, Lope de Vega escribió:

                   Parece que vinieron de Aragón a Castilla a reformar en nuestros poetas la lengua castellana que padece por novedad frases horribles, con que más se confunde.


          Y Miguel de Cervantes en el "Canto a Calíope", de La Galatea:


                            Serán testigo de esto dos hermanos,
                            dos luceros, dos soles de poesía,
                            a quien el cielo con abiertas manos
                            dio cuanto ingenio y arte dar podía.
                            Edad temprana, pensamientos canos,
                            maduro trato, humilde fantasía,
                            labran eterna y digna aureola
                            a Lupercio Leonardo de Argensola.
                            En santa envidia y competencia santa
                            parece que el menor hermano aspira
                            a igualar al mayor, pues se adelanta
                            y sube, do no llega humana mira.
                            Por eso escribe y mil sucesos canta
                            con tan süave y acordada lira,
                            que este Bartolomé menor merece
                            lo que al mayor, Lupercio, se le ofrece.



                No debe extrañarnos, pues, que, en la actualidad, continúen saliendo a la luz nuevos estudios, investigaciones, ediciciones y publicaciones críticas acerca de los Argensola, y que las diferentes entidades culturales aragonesas colaboren y participen en la difusión de creadores tan prestigiosos que fueron vistos, nada menos que por Cervantes como "dos soles de poesía". Recientemente, en 2016, la Institución Fernando el Católico, ha publicado un manuscrito inédito de Bartolomé L. de Argensola titulado Comentarios para la historia de Aragón, en edición crítica a cargo de Javier Ordovás Esteban, que narra acontecimientos históricos europeos desde 1615 a 1626, obra que se había dado por perdida y se localizó en la Biblioteca Municipal de Zaragoza, lo que demuestra la vigencia de estos personajes tan reconocidos en su tiempo en toda Europa. O la reproducción de su testamento en 2009 por Jesús Gascón Pérez.


                Como es de suponer, la formación de los dos hermanos se inició en Barbastro para proseguirla en Huesca y Zaragoza, en cuya Universidad serían discípulos del Maestro Andrés Scoto y posiblemente de Simón Abril, conocido traductor de Plauto y Aristóteles. Ninguno fue partidario de publicar su obra (lo mismo que les ocurrió a Góngora, Quevedo o fray Luis de León), pero eran muy conocidos, y sus poemas circulaban en forma de abundantes copias o manuscritos. En 1605 aparecieron antologizados en Flores de poetas ilustres de Pedro de Espinosa. Lupercio llegó hasta a quemar sus papeles poéticos en Nápoles, lo que mereció unos tercetos de Bartolomé:

                   ...abrasó sus poéticos escritos
                      nuestro Lupercio, y defraudó el deseo
                      universal de ingenios exquisitos...

               Sin embargo, no difería demasiado de la opinión de su hermano, y dejó a su sobrino Gabriel Leonardo de Albión sus poemas expresando su idea de que le sirvieran nada más que "para sí y su entretenimiento, sin que se esparzan y vayan a manos ajenas, que en fe de esto no mando que se quemen todos", porque estaba convencido de que sus obras tendrían mayor aprecio "andando retiradas que si por la imprenta se hacían comunes". Por fortuna, Gabriel Leonardo no respetó esa cláusula testamental de su tío ni la voluntad tan gráficamente expresada por su padre y en 1634 publicó el volumen titulado Rimas de Lupercio y del doctor Bartolomé Leonardo de Argensola, (Zaragoza, Hospital Real y General de Nuestra Señora de Gracia), en cuyo prólogo expresa las dificultades que tuvo para recopilar los papeles de uno y otro: de su padre reunió 94 poemas y de su tío, 190. Sorprende comprobar cómo la fama de los Argensola se había extendido ya previamente, pues se sabe que muchos conservaban sus manuscritos, los admiraban y su influencia literaria, siendo tan poco dados al aplauso, fue públicamente admitida antes de que su producción llegara a ser editada. Se tenía muy presente el consejo de Lupercio: "Lean mucho, escriban mucho, amén de borrar mil veces cada palabra, que por no hacerlo así yerran los poetas". Y así lo reconoce su mayor estudioso, el profesor José Manuel Blecua, comprobando que su estilo respondía más a los ideales del Renacimiento que a los de su generación: "Está lleno de naturalidad y corrección, sin violencias sintácticas y sin comparaciones ni violencias inusitadas". Lupercio elaboró muchos de sus poemas y trabajos históricos en una finca que poseía en el zaragozano barrio de Monzalbarba, a la que dedicó estos versos en clara alusión al tópico de "menosprecio de corte y alabanza de aldea":

                 En esta enfermedad tan importuna,
                 alivio fue venir a nuestra aldea,
                 que cual ella no pienso que hay ninguna.
                 Porque si, ausente, la ciudad desea
                 el que huye de ella, la tendrá en una hora,
                 como quien por el campo se pasea.
                 Pues el camino, ¿es malo? Si Pandora
                 tuvo patria, esta fue, porque el deseo
                 aquí, con la experiencia, se mejora.
                 De Monzalbarba a Zaragoza creo
                 al fin, no hay un camino en todo el orbe
                 de más comodidad y más recreo.

        Tampoco faltan otras referencias a Aragón en su obra, como este romance que escribió a Lupercio Latrás, capitán de Infantería española:

                                      Por las montañas de Jaca,
                                      furioso baja al través
                                      el valiente Lucidoro,
                                      Rodamonte aragonés.
                                      A Zaragoza camina
                                      sobre un celoso interés:
                                      que se le casó su dama
                                      por el ausencia de un mes...

        Lo mismo ocurre con Bartolomé, que escribió un soneto por el cual "persuade a un señor aragonés a no desamparar su tierra":

                                     ...por mostrarte a la mar ¿propias raíces
                                       trocar piensas por áncoras ajenas,
                                       y al Áfrico arbolar vientos y antenas
                                       entre votos dudosos o infelices?
                                    ...No injuries tus invictos Pirineos;
                                       cedan sobre ti mismo los honores
                                       a la decrepitud, no a la fortuna.


                Tan unidos en la vida como en su obra, en la finca de Monzalbarba, Bartolomé pasó igualmente largas temporadas, así como en Zaragoza, donde transcurrieron los últimos años de su vida, dedicado a retocar su obra poética y a sus tareas históricas, sin dejar de asistir al coro y otras obligaciones del Cabildo. Él fue quien casó a su sobrino con Juana del Barrio en 1620 en la parroquia de San Juan y San Pedro. Llevó a cabo una labor importantísima editando el mapa de Labaña, Cosmógrafo mayor de Su Majestad, mientras trabajaba en los Anales, siempre fiel a una estética ajena a tentaciones culteranas o gongorinas propias de sus contemporáneos. Más bien al contrario, recomendaba la imitación de los clásicos y denostaba igualmente a esos conceptistas baratos que sólo sabían jugar con los vocablos. Se conservan retratos de Bartolomé en el Museo de Huesca, de cuerpo entero, realizado por Luis Muñoz Lafuente en 1788 y en la DPZ, de Marcelino de Unceta, realizado en 1868.


               Durante su estancia en Italia como servidores del rey de Nápoles, los hermanos dispusieron de poco tiempo para dedicarlo a la literatura y la historia. Así lo recuerda Lupercio en carta a Martín Bautista de Lanuza:
      Quien se da enteramente a los negocios, halla en ellos mismos lugar para respirar: yo lo he hecho así, porque no vivo en Nápoles sino en mis aposentos. No como ni amediodía; acuéstome a las once; despierto antes de las cuatro y hasta las seis soy absolutamente mío, porque entonces callan mis aposentos: en todo lo demás del día son campo de batalla. Estas dos horas de silencio las ocupo en la historia.
          No obstante, tuvieron el suficiente para crear la "Academia de Ociosos", a modo de parnaso, donde hasta el propio rey recitó un día una comedia de sus invención. Vivieron con su tiempo...


                Gabino Enciso Villanueva, autor de una de sus biografías, afirma abiertamente: "Brillaron con esplendente luz y sus Rimas han sido y son el encanto de cuantos buscan en las obras poéticas profundidad en el pensamiento, naturalidad y fluidez en la versificación, pureza en el estilo, corrección en la frase y fuerza en las imágenes; en la Historia formaron parte de esa pléyade excelsa de historiadores de la región aragonesa, que no sabe cuál es su mayor honra, si contar en la vida nacional los hechos gloriosos que la esmaltan, tanto en armas como en religión, política, ciencias y artes, o haber producido hijos que, como los Zuritas, Blancas, Argensolas, Dormer y Ustárroz, le erigieron el monumento histórico de los Anales, donde la verdad, la imparcialidad y la exactitud más minuciosa se dan la mano para retratar al pueblo aragonés: en Literatura llegaron a un tan alto grado que el mayor elogio de estos insignes compatriotas nos lo dan hecho dos hombres tales como Lope de Vega y Cervantes, nombres ambos que, por su valía, y además no ser aragoneses, valen más que cuanto pudiéramos decir nosotros".
                    

        


                                                                            Casa Argensola. Zaragoza


                  La poesía de Lupercio L. de Argensola se caracterizó por el estoicismo y la expresión de un amor neoplatónico o satírico a modo de ejercicios de estilo, con tono más horaciano en las canciones, cuyo tema del "Beatus ille" trató en el soneto "La vida en el campo", de gran perfección clásica. Defendía que sus sátiras se dirigían no a las personas concretas sino a los vicios, para lo que utilizó un lenguaje de corte coloquial. El escritor Azorín admiró los tercetos con los que escribió la "Descripción de Aranjuez". La defensa de una poesía antisensual que no respondiera a sentimientos íntimos, como se observa en sus sonetos amorosos, lle llevó a criticar los poemas de Lope de Vega, quien le respondió:

                             El mismo amor me abrasa y me atormenta
                             y de razón y libertad me priva.
                            ¿Por qué os quejáis del alma que le cuenta?
                            ¿Que no escriba decís, o que no viva?
                            Haced vos con mi amor que yo no sienta,
                            que yo haré con mi pluma que no escriba.


                  Fundamentales para el conocimiento de los acontecimientos de los hechos históricos aragoneses son sus Anales de Aragón (desde la fundación de Zaragoza hasta casi el principio de los de Zurita) con adiciones posteriores, pero sus cartas latinas, discursos, fábulas y otros escritos también son destacables, aunque puedan calificarse de obra menor si la comparamos con el interés que suscita su teatro, del que Cervantes en el capítulo XLVIII de El Quijote diría:

                    "-Decidme, ¿no os acordáis que ha pocos años que se representaron en España tres tragedias que compuso un famoso poeta destos reinos, las cuales fueron tales, que admiraron, alegraron y suspendieron a todos cuantos las oyeron, así simples como prudentes, así del vulgo como de los escogidos, y dieron más dineros a los representantes ellas tres solas que treinta de las mejores que después acá se han hecho?".

                Se refería a Filis, Isabela, y Alejandra, de un carácter moralizador evidente, variada polimetría y elevado nivel en el lenguaje y los diálogos, pero sin la vigorosa acción dramática de Lope de Vega, a quien nadie pudo hacerle sombra en ese aspecto. En Isabela, la acción transcurre en la Saraqusta del siglo XI, con las persecuciones de los mozárabes por el rey moro Alboacén, que remiten a las de Daciano a Santa Engracia y los "Innumerables mártires" de Zaragoza en el siglo IV. Se cree que es una denuncia del integrismo religioso y la expulsión de los moriscos de la época contemporánea a Lupercio. Se representó en Zaragoza entre 1579 y 1581 con gran éxito de público. Por su parte, en la Alejandra se critica la vida de la corte en el antiguo Egipto. La profesora de la Universidad de Zaragoza, Aurora Egido, reconoce la modernidad temática de estas obras al mostrar cómo el mal gobierno de los reyes "conduce a su propia desgracia y a la de todos sus súbditos, incluidos los inocentes". El mejor homenaje al dramaturgo habría consistido en representar en alguna ocasión sus piezas teatrales en el "Teatro Argensola", que, situado en pleno centro zaragozano en el Paseo de la Independencia, cerró sus puertas, ya como cine, a finales de los ochenta para ser destinado a pasaje comercial. El teatro, que había alternado representaciones teatrales con zarzuelas y festivales de todo tipo, era conocido como "La Parisiana" hasta 1938, cuando en plena Guerra Civil se determinó españolizar todos los nombres de lugares con denominación extranjera.




                                                                    Casa Palacio de los Argensola. Barbastro


                   En el caso de Bartolomé L. de Argensola, la producción histórica resulta básica y relevante en nuestros días para la comprensión de los acontecimientos recogidos por el escritor, desde la Conquista de las Molucas, que ya se tradujo al inglés, francés y alemán en su época, hasta los Anales de Aragón desde 1516 a 1520, que narran con detalle los primeros años del reinado de Carlos I, con atención a los hechos americanos, obra de la que en 2013 se ha realizado una edición filológica a cargo de Javier Ordovás, publicada en la Institución Fernando el Católico. No sólo Bartolomé escribió varias obras más de carácter histórico, como una nueva compilación de los Fueros y Observancias del Reyno de Aragón, editada en 1624 con prólogo introductorio a mano, sino que destacaron otros trabajos como sus discursos, opúsculos, memorias, traducciones de salmos y odas de Horacio y composiciones poéticas de variada índole, al estilo de fray Luis de León, al que debió conocer y tratar en la Universidad de Salamanca y seguramente influido por Galileo en su estancia en Roma. Con un estilo culto y refinado, en sus poemas satíricos fustiga los vicios de su tiempo, algunas costumbres femeninas y a los abogados... A Bartolomé le agradaba la idea de llegar a ser tratado como un autor clásico en el canon de los poetas castellanos del momento, es decir, de dicción elegante, diáfana, no rebuscada, sin afectación ni vulgaridad y claro de pensamiento, siguiendo en todo caso el modelo horaciano. Así se refleja en la siguiente epístola "Don Juan, ya se me ha puesto en el cerebelo":

                           Al discernir palabras, bien sería
                           no entretejer las lóbregas y ajenas
                           con las que España favorece y cría;
                           porque si con astucia las ordenas
                          en frase viva, sonarán trabadas
                          mejor que las de Roma y las de
                          Atenas.
                          Con tal juntura, no te persüadas
                          que por humildes te saldrán
                          vulgares,
                          ni, por muy escogidas, afectadas.


                José Manuel Blecua en La poesía aragonesa del Barroco, recoge el tema de las falsas apariencias, tan de moda, que aparece en el poema "A una mujer que se afeitaba y estaba hermosa", que ha sido conocido siempre como "de uno de los Argensola", porque no está clara su autoría ni aparece por ninguna parte el nombre de alguno de los hermanos. En la actualidad, muchos lo atribuyen a Bartolomé por el tono satírico y desengañado, pero Lupercio también ofrece ejemplos de invectivas epigramáticas, siguiendo a Marcial, como "Esos cabellos en tu frente enjertos". Así, el soneto más difundido de los Argensola, sigue siendo "de uno de los Argensola":

                          Yo os quiero confesar, don Juan,
                          primero,
                          que aquel blanco y color de doña
                          Elvira
                          no tiene de ella más, si bien se mira,
                          que el haberle costado su dinero.
                          Pero tras eso confesaros quiero
                          que es tanta la beldad de su mentira,
                          que en vano a competir con ella
                          aspira
                          belleza igual de rostro verdadero.
                          Mas ¿qué mucho que yo perdido
                          ande
                          por un engaño tal, pues que
                          sabemos
                          que nos engaña así Naturaleza?
                          Porque ese cielo azul que todos
                          vemos,
                          ni es cielo ni es azul. !Lástima
                          grande
                          que no sea verdad tanta belleza!


                 Transcurridos más de cuatro siglos de su nacimiento, no estará de más recordar que la biblioteca de los Argensola se conserva en el palacio que tiene en Épila la casa de Villahermosa, porque fue voluntad de la duquesa Pilar que el valioso legado volviera a Aragón, por lo que ordenó su traslado desde Madrid (por cierto, para quien quiera acercarse a ver lugares tan hermosos, recordaré que allí también se encuentra la silla en la que, según tradición, se sentó Cervantes cuando se hospedó en el palacio, tal como se refiere en la segunda parte del Quijote). Así que, a pesar del tiempo transcurrido, por todo lo comentado, sentimos que los Argensola, Lupercio y Bartolomé Juan Leonardo, los entrañables "Leonardos", continúan entre nosotros, después de que Barbastro los hiciera aragoneses dándoles cuna, y Aragón los hiciera universales difundiendo su obra. Dos hombres y un mismo destino: ser pueblo, tierra y arte aragoneses, ser cultura universal, como Gracián, Goya, Buñuel, Ramón y Cajal, Sender, Pablo Serrano, Miguel Servet, María Moliner, Juan de Lanuza, Pedro Laín Entralgo, los Labordeta, Raquel Meller, Miguel Fleta, Joaquín Costa, Ramón Pignatelli, Fernando el Católico, y tantos otros que simbolizan nuestra personalidad aragonesa. Brillantes como soles...



                                                                               Beethoven. Claro de Luna